jueves, 31 de mayo de 2012


Viernes, día 1:  San Justino, mártir

Primera lectura: 1 Pedro 4,7-13
Queridos: Se aproxima el fin de todas las cosas. Sed, pues, moderados y vivid sobriamente para dedicaron a la oración.  Ante todo, amaos intensamente unos a otros, pues el amor alcanza el perdón de muchos pecados. Practicad de buen grado unos con otros la hospitalidad. Cada uno ha recibido su don; ponedlo al servicio de los demás como buenos admi­nistradores de la multiforme gracia de Dios…
Alegraos, más bien, porque compartís los padecimientos de Cristo, para que también os regocijéis alborozados cuando se manifieste su gloria.

Dando un salto notable, se nos envía a la sección conclusiva de la carta. La acreditación de la verdadera gracia de Dios, en la que el apóstol pide que permanezcamos firmes (5,12), culmina en la petición de permanecer en Cristo. Con su resurrección ha entrado la historia en su fase última, está encaminada a su cum­plimiento. Esta condición desemboca en un nuevo modo de existir que se refleja en todas las expresiones de la exis­tencia. Moderación, oración, caridad, hospitalidad recí­proca, valoración de los carismas para la construcción del pueblo, glorificación del Padre en Jesús: constituyen expresiones armónicas de esta vida regenerada. Ésta es, al mismo tiempo, filial, fraterna, partícipe de los su­frimientos de Cristo, y está entretejida con la esperanza de la revelación de su gloria. El fundamento de todo es la moderación (1,13; 4,7; 5,8) de los deseos (1,14; 2,11; 4,2ss), marco de la rectitud del vivir y del obrar. Los de­seos, abandonados a sí mismos, obstaculizan la oración (3,7; 4,7) y nos impiden dedicarnos a la misma.
La oración, a su vez, alimenta la caridad, y cuando ésta es entendida como recíproca, sincera y cordial, constituye el antídoto contra la malicia, el fraude, la hi­pocresía, la envidia, la maledicencia, esto es, contra los pecados que acechan la paz comunitaria. El amor a los hermanos (1,2; 3,8) y la fraternidad (2,17; 5,9) son, por lo demás, centrales en la visión del apóstol.
La caridad se manifiesta en el estilo de la acogida recíproca; cuando ésta reina, disipa el clima de chismo­rreo y de murmuración, de sospecha, de juicio y de fal­ta de confianza que corroe como la carcoma las rela­ciones comunitarias. La solicitud por los débiles en la fe es una clara prerrogativa ulterior de comunidades vivas, potenciadas por estilos de vida en los que las personas se abren unas a otras y valoran la multiforme gracia de Dios de la que están dotadas.
Aparecen mencionadas de manera concreta dos expresiones de la misma por el vínculo particular que tienen con el crecimiento de la comunidad: el servicio de la Palabra de Dios, para la transmisión y la defensa del evangelio, y las diferentes modalidades de la parti­cipación en las responsabilidades comunes (el servicio litúrgico, la ayuda a los pobres, etc.).
La doxología final, caso único en el Nuevo Testamento, está dirigida al Padre por medio de Jesús y a Jesús mismo, «a fin de que en todo Dios sea glorificado por Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por siempre. Amén» (v. 11).

Evangelio: Marcos 11,11-26
Cuando llegaron a Jerusalén, Jesús entró en el templo y comenzó a echar a los que vendían y compraban en el templo. Volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían las palomas, y no consentía que nadie pasase por el templo llevando cosas. Luego se puso a enseñar diciéndoles:
- ¿No está escrito: Mi casa será casa de oración para todos los pueblos? Vosotros, sin embargo, la habéis convertido en una cueva de ladrones.
Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley se enteraron y buscaban el modo de acabar con Jesús, porque le temían, ya que toda la gente estaba asombrada de su enseñanza.
Cuando se hizo de noche, salieron de la ciudad.

El acercamiento practicado por la liturgia, que lee de manera seguida los tres hechos -la higuera (w. 12-14), los profanadores expulsados del templo (vv. 15-19), la exhortación a la fe (vv. 22-25)-, nos invita a captar su conexión. Jesús tiene hambre y busca algún fruto en la higuera, pero no lo encuentra. Marcos, para subrayar el hecho, señala que «no era tiempo de higos».
El acon­tecimiento tiene que ser encuadrado en el marco de la revelación que está llevando a cabo Jesús. El tiempo de la fe es salvífico, no cronológico. Jesús revela que el Padre, en él, tiene hambre, tiene sed (cf_ la sed de la cruz), no de alimento o de bebida, sino de amor, de justicia, de rectitud, de respeto a su morada, de que se deje de profanar ese templo santo que somos nosotros.
Para saciar esta hambre y esta sed, es bueno todo tiempo y todo lugar. Dios tiene sed de nuestra fe, de nuestra confianza sincera, no calculadora, de nuestra misericordia que perdona y cultiva la esperanza. Estas prerrogativas de los corazones libres insensibilizan cuando no se entregan, cuando lo más profundo de nosotros mismos no es va casa de oración, sino sede de tráficos ilícitos, de trueques, de compromisos. No podemos decir que una cosa es imposible si Jesús la pide: él conoce nuestros recursos, esos mismos que nosotros ignoramos o preferimos desatender para le­gitimar el hecho de que no los usemos. Su demanda nos revela nuestro propio ser a nosotros mismos.
  MEDITATIO
Tu petición, Señor, es palabra de vida. Tú no pides cosas imposibles. Tú revelas las posibilidades que tu Palabra suscita, la vitalidad que se desarrolla cuando te correspondemos. Resulta arduo entrar en esta lógica de la Palabra que hace nueva la creación e inserta en ella la posibilidad de la docilidad y del consenso. Cada vez que siento a mi alrededor la petición de saciar el ham­bre física y moral y me eximo de escucharla porque me considero separado de ti, no me doy cuenta de que la petición que me llega del que tiene hambre procede de ti, de que tienes hambre y sed de aquello que tú mismo pones en mí como germen y cuyo fruto quieres recoger.
También Pedro había pescado en vano toda una noche. Pero tuvo el coraje de no desobedecerte y su red recogió un número misterioso de peces. Cada vez que me aíslo de ti me empobrezco, experimento una pobre­za que me perjudica  a mí más y antes que a los otros. El único efecto seguro es que yo no concurro al bien de los otros. En ocasiones, éstos obtienen por otros caminos lo que piden: no lo reciben de mí, que, estéril, seco, árido, intento recoger bienes sirviéndome de prerrogativas y posibilidades que me han sido dadas para ser tu templo santo, alabanza de tu gloria.

miércoles, 30 de mayo de 2012


JUEVES,  día 31
VISITACIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

Sofonías 3, 14-18a
“... Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel, alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena, ha expulsado a tus enemigos...”

         CLAVES para la LECTURA
- El profeta Sofonías, que precede algunos años al profeta Jeremías, interpreta con estas palabras el deseo de renacer de la ciudad de Jerusalén tras el período del rey Manasés, idólatra y violento. Se trata de un renacer a la vez espiritual y civil. La destinataria de las palabras es la «hija de Sión» o «hija de Jerusalén», que de ambos modos se designa a la misma ciudad de Jerusalén, pero que tal vez aluden también a algo nuevo que va a hacer el Señor.
- En el texto profético se cruzan diversos temas, todos se repiten al menos dos veces, y es que la repetición subraya la urgencia de la exhortación a fiarse de esta palabra de esperanza. La invitación a la alegría da el tono fundamental. El profeta recurre a todos los vocablos posibles para manifestarlo: gozo, alegría, regocijo, fiesta, danza... es ese gozo interior que se manifiesta exteriormente con la participación de toda la comunidad. Pero el aspecto más interesante de este sentimiento es que no sólo se trata de un gozo humano, sino también del de Dios (v. 17 «Él se goza y se complace en ti»). El fragmento se abre con el gozo del pueblo y se cierra con el gozo de Dios.
- El motivo del gozo es la venida de Dios, que, cancelada toda condena, habita ahora en medio de la ciudad como salvador: «El Señor tu Dios en medio de ti» (vv. 15. 17). La salvación a su vez se realiza como una renovación en el amor «su amor te renovará» (v. 17). Para Sofonías la salvación está en el reafirmar el amor originario de Dios, en volver a encontrar el amor perdido. Es un amor que expulsa al temor, porque ya no hay motivo para temer cuando Dios manifiesta su amor. Precisamente en este texto se inspirará la escena de la Anunciación en Lucas: «Alégrate... El Señor está contigo... No temas...».
          CLAVES para la VIDA
- Esta profecía es una invitación a una sincera alegría a la “hija de Sión”, al pueblo de Israel: “grita de júbilo, alégrate” (v. 14). Y el motivo es bien claro: Dios está cerca de su pueblo: “el Señor tu Dios, en medio de ti...” (v. 15). Y, además, Dios sigue amando a este su pueblo: “él se goza y complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta” (vv. 17-18). Ya no tienen cabida el miedo, ni han de sentir desfallecimiento las manos.
- ¡Es realmente hermoso que la liturgia nos ofrezca esta profecía en esta fiesta de la Madre, de María! Cuando acabamos de disfrutar de la noticia nueva y renovadora del triunfo de Cristo sobre la muerte en la Pascua, en esta fiesta de la Visitación de María, se nos ofrece la posibilidad de descubrir en Ella que, con su vida y su disponibilidad, hace posible que ese proyecto de amor de Dios se haga realidad para bien de todos los hombres, de la humanidad entera.
- Es, pues, necesario que hoy, nosotros, los creyentes y seguidores de Jesús, nos acerquemos a María y descubramos en Ella las maravillas que Dios es capaz de obrar cuando se encuentra con alguien abierto a sus planes: “El Señor ha cancelado tu deuda” (v. 15), éste es el mensaje, y que, hoy, se redobla en torno a María. A través de ella, Dios nos abre definitivamente a la Vida, que es Jesús. ¡Ahí es nada!

Evangelio: Lucas 1, 39-56
“... Unos días después, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!... ¡Dichosa tú, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá!... Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava...”

         CLAVES para la LECTURA
- La visita de María a su pariente Isabel en el pueblecito de Ain Karin, en las colinas de Judá, es una página rica de reminiscencias bíblicas, de humanidad y espiritualidad. María recorre el mismo camino que hizo el arca, cuando David la transportó a Jerusalén (2 Sam 6, 2-11), y es el camino que hará Jesús cuando decididamente se dirigió a Jerusalén a cumplir su misión (Lc 9, 51). Se trata siempre de Dios que, en diversos momentos de la historia de la salvación, se dirige al hombre para invitarlo a la salvación.
- La narración de la visitación está estrechamente vinculada con la de la Anunciación, no sólo por su clima tan humano, manifestado en actos de servicio, sino también porque la visitación es la verificación del “signo” que el ángel dio a María (Lc 1, 36-37). Los saltos del Bautista en el seno de su madre representan la alegría desbordante de todo Israel por la venida del Salvador (vv. 41. 44). Las palabras de bendición, inspiradas por el Espíritu, que Isabel dirige a María, son la confirmación de la especial complacencia de Dios con la Virgen. La salvación que lleva en el secreto de su propia maternidad es el fruto de su fe en la Palabra del Señor: «Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá» (v. 45; Lc 8, 19-21). Siempre María se anticipa y con solicitud se da a todos y en todo: la más grande se hace donación a la más pequeña, como Jesús con el Bautista.
- El Magníficat, canto de los pobres, es una de las más bellas oraciones del Nuevo Testamento, con múltiples reminiscencias veterotestamentarias (1 Sam 2, 1-18; Sal 110, 9; 102, 17; 88, 11; 106, 9; Is 41, 8-9). Es significativo que el texto se ponga en labios de María, la criatura más digna de alabar a Dios, culmen de la esperanza del pueblo elegido. El cántico celebra en síntesis toda la historia de la salvación que, desde los orígenes de Abrahán hasta el cumplimiento en María, imagen de la Iglesia de todos los tiempos, siempre es guiada por Dios con su amor misericordioso, manifestado especialmente con los pobres y pequeños.
- El cántico se divide en tres partes: María glorifica a Dios por las maravillas que ha hecho en su vida humilde, convirtiéndola en colaboradora de la salvación cumplida en Cristo su Hijo (vv. 46-49); exalta, además, la misericordia de Dios por sus criterios extraordinarios e impensables con que desbarata situaciones humanas, manifestada con seis verbos (Desplegó, dispersó, derribó, ensalzó, colmó, auxilió...»), que reflejan el actuar poderoso y paternal de Dios con los últimos y menesterosos (vv. 50-53); finalmente recuerda el cumplimiento amoroso y fiel de las promesas de Dios hechas a los Padres y mantenidas en la historia de Israel (vv. 54-55). Dios siempre hace grandes cosas en la historia de los hombres, pero sólo se sirve de los que se hacen pequeños y procuran servirle con fidelidad en el ocultamiento y en el silencio de adoración en su corazón.
          CLAVES para la VIDA
- El encuentro de estas dos madres y del Mesías con su Precursor constituyen la expresión de un único cántico de alabanza y acción de gracias a Dios por su presencia salvadora en medio de los hombres. Ahora nos toca a nosotros, siguiendo el ejemplo de María y de Isabel, abrirnos a la acción gozosa y fecunda del Espíritu y responder al don de Dios. Es tiempo de gozo y triunfo porque Dios, -además de hacerse uno de nosotros, dándonos a su Hijo y convirtiéndonos a todos en hermanos e hijos del mismo Padre-, nos da vida en plenitud en Cristo resucitado. ¡Hermoso misterio capaz de llenar el corazón humano!
- María es el modelo de apertura de corazón a la acción del Espíritu. Ella con el don de la maternidad no se aisló en una autocomplacencia, sino que, -cual verdadera “arca de la alianza” que encierra en sí la fuente de la vida-, se pone en marcha para servir a los demás en una caridad traducida en humilde servicio. ¡Inmensa lección para los creyentes de hoy, para nosotros! Una invitación a la contemplación de esta gran criatura de Dios y Madre nuestra.
- Este cántico del Magnificat puede ser la expresión hermosa que sale de nuestros labios y corazones para unirnos a la alabanza de la Madre, y con más razón cuando apenas acabamos de celebrar el tiempo pascual, en el que hemos podido descubrir y comprobar que las maravillas de Dios no tienen límite alguno cuando se trata de realizar sus proyectos de vida y de amor. María lo ha entendido mejor que nadie. El evangelista Lucas, al poner en los labios de María este cántico, así nos lo quiere dar a entender. Rezamos con María.

martes, 29 de mayo de 2012


MIERCOLES, día 30

Primera lectura: 1 Pedro 1,18-25
Queridos: Sabed que no habéis sido liberados de la con­ducta idolátrica heredada de vuestros mayores con bienes caducos -el oro o la plata-,  y sino con la sangre preciosa de Cristo, cordero sin mancha y sin tacha.  Cristo estaba presen­te en la mente de Dios antes de que el mundo fuese creado, y se ha manifestado al final de los tiempos para vuestro bien, para que por medio de él creáis en el Dios que lo resucitó de entre los muertos y lo colmó de gloria. De esta forma, vuestra fe y vuestra esperanza descansan en Dios…

Algunas verdades sobre la relación de Jesucristo con nosotros y de nosotros con él llaman hoy la aten­ción. El Padre, en su presciencia (v 1) y en su gran mi­sericordia (v. 3), ya antes de la fundación del mundo lo eligió, cordero sin mancha, para que con su sangre pre­ciosa liberara a la humanidad «de la conducta idolátrica heredada de vuestros mayores» (v 18).
Jesús se ha manifestado en nuestra era de salvación, que, por esto mismo, es central en toda la historia; Pa­blo la califica de «plenitud de los tiempos» (cf. Gal 4,4): a él converge todo y en él todo llega a su plenitud. Gracias a su misión, a su resurrección y glorificación, creemos nosotros en Dios, creemos que lo resucitó de entre los muertos, y nos ha dado la posibilidad de anclar nuestra fe y nuestra esperanza en el Padre. Entramos en relación con Jesús a través de la obediencia a la pre­dicación del Evangelio. Esta predicación es fuente de novedad de vida, de existencia vivida en la caridad, o sea, no de impulsos emotivos transitorios, sino de rela­ciones que estructuran el dinamismo y la misión de la comunidad.
La cristología de la primera Carta de Pedro es rica y profunda. Esta carta constituye un himno de bendición a la obra que el Padre, en el Espíritu, realiza en Cristo (cf., por ejemplo, 1,18b-21; 2,21-25: un himno sublime; 3,18-22 y 4,5ss, elementos de una antigua profesión de fe). Jesús «padeció una sola vez por los pecados, el inocen­te por los culpables, para conduciros a Dios. En cuanto hombre sufrió la muerte, pero fue devuelto a la vida por el Espíritu» (3,1.8). Sus llagas curadoras hacen que quienes gozamos de ellas, «muertos al pecado, vivamos por la sal­vación» (cf. 2,24).
La historia ha sido invadida en él por la sed ardiente de la alianza nueva y eterna con el Padre, y los que le obedecen han sido injertados en este mo­vimiento de conversión que califica a todo dinamismo humano recto y lo convierte en expresión de nostalgia y de inventiva de salvación universal. La exhortación petrina está penetrada por este deseo que es fuente y cima de las iniciativas del pueblo de Dios. La vida en Cristo es vida en misión de comunión en el Misterio.

Evangelio: Marcos 10,32b-45
En aquel tiempo,  tomó Jesús consigo una vez más a los Doce y comenzó a decirles lo que le iba a pasar: Mirad, estamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del hombre va a ser entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la Ley; lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos; se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán, pero a los tres días resucitará…
La extensa lectura evangélica de hoy nos refiere diferentes episodios acaecidos en el recorrido hacia Je­rusalén. Jesús va delante. Le siguen unos discípulos asombrados y personas atemorizadas. Habla a los Doce por tercera vez de su próxima pasión y lo hace con muchos detalles (w. 33ss). Sin embargo, parece que la incomprensión de los discípulos es total. Esto es algo que resalta en Marcos, que atribuye a los mismos hijos de Zebedeo (y no a su madre, como hace, en cambio, Mateo 20,20) la petición correspondiente a su ubicación en el Reino: uno a la derecha y el otro a la izquierda de Jesús (v. 37). Su reacción a la respuesta de Jesús y la de los otros respecto a los hermanos manifiestan que el círculo de los discípulos estaba inmerso en preocupa­ciones completamente diferentes a las del Señor.
Jesús, en este momento culminante de su presencia entre no­sotros, nos revela aspectos centrales relacionados con el seguimiento. Éste se desarrolla por completo en el marco de la complacencia del Padre. Jesús vive inmer­so en él, no es el árbitro del mismo. El Padre nos atrae hacia Jesús, en él nos admite a la participación en el Reino y decide la posición que va a ocupar cada uno en el mismo. Mateo 20,23 nombra al Padre, mientras que Marcos alude a él como Alguien que establece las condiciones para conseguirlo.
Vivir en Jesús es crecer en docilidad al Padre, com­partir la misión para la que el Padre le ha enviado: be­ber su mismo cáliz, ser sumergidos con él en su mismo bautismo. Seguir a Jesús es recorrer con él el camino del Siervo de Yahvé (Is 52,13-53,12), convertir a través de él nuestra propia vida en un servicio, entregarla en él por la salvación para rescate de muchos, de la humanidad. Sólo Marcos, con estas palabras -y con las que dice en 14,24 sobre el cáliz-, nos refiere el motivo de la muerte violenta del Señor y nos abre los horizontes del misterio del seguimiento.
MEDITATIO
En el centro de la Palabra de hoy figura la revelación del lenguaje vigoroso que emplea la divina pedagogía de la salvación para empujarnos a la conversión y a lo que es central en ella: seguir el ejemplo que nos ha dejado Jesús, caminar tras sus huellas (1 Pe 2,21). Dado que Jesús ha sido enviado por el Padre para revelar su mi­sericordia y las vías por las que se abre camino hacia los corazones de los hombres, su Palabra nos remite al mis­terio escondido del Padre. Éste busca a la humanidad y hace que éste le busque, pero lo hace a través del ejem­plo de Cristo y de los que viven en él, obra a través del consenso del amor antes que venciendo por la cons­tricción; influye a través del servicio y no por medio del poder.
El camino de Jesús no es débil, pero su fuerza es la del amor que vence a la muerte, la fuerza de la resu­rrección y no la de la huida de la muerte y la cruz. El Reino del Padre es un Reino de personas cuya creativi­dad y carácter inventivo están inspirados por la mise­ricordia que no se deja vencer por el mal, sino que lo vence con la humildad y la docilidad, que implora, se muestra activa y desenmascara con su lógica la igno­rancia de la necedad.

lunes, 28 de mayo de 2012


MARTES, día 29
           
1 Pedro 1, 10-16           
“… Por eso, estad interiormente preparados para la acción, controlándoos bien, a la expectativa del don que os va a traer la revelación de Jesucristo. Como hijos obedientes… como él, sed también vosotros santos en toda vuestra conducta, porque dice la Escritura: Seréis santos, porque yo soy santo…”
             CLAVES para la LECTURA
- El Espíritu es el origen único del anuncio que proclama la salvación que nos ha sido entregada en la resurrección de Jesucristo. Actuaba ya en los profetas: les impulsaba a conocer y profetizar el misterio de Cristo, los sufrimientos que debía padecer y la gloria que de ellos se seguiría. Ahora, enviado desde el cielo después de la resurrección, obra en aquellos que predican el Evangelio, en todos los que anuncian que Cristo actúa en la historia para conducir a su pleno cumplimiento, entre la persecución y la confianza, la obra de regeneración de la humanidad llevada a cabo en la resurrección.
- Este anuncio encierra tal belleza que constituye la alegría y la admiración de las criaturas angélicas y tiene el poder innato de hacer que los fieles vivan en un clima pascual, y vigilen de tal modo que centren toda su esperanza en la gracia que será entregada en la revelación de Jesús, cuando él se manifieste en la gloria.
- Como ya han pasado de la ignorancia al conocimiento de Dios ( Sal 78, 6; Jr 10, 25; 1 Tes 4, 5), ya no pueden amoldarse a deseos vanos, sino que, como hijos obedientes al Padre, que los ha regenerado en Jesús, deben comportarse como él, santos en su conducta. La posibilidad de vivir como el Padre se basa en la participación en su misma vida a través de Cristo y brota de la participación en la vida divina.
          CLAVES para la VIDA
- La situación de la que participan los que se han encontrado con la Buena Nueva que se ofrece en Jesús, es la realización plena y total de cuanto estaba anunciado, incluso en los profetas; ahora, según el apóstol, los predicadores -inspirados por el Espíritu-, lo anuncian para así insertarse en la dinámica de la muerte y resurrección de Cristo Jesús, haciendo NUEVA toda la realidad, de manera que -cuantos la acogen- vivan acordes a la condición asumida.
- Así, pues, esta nueva situación requiere un nuevo estilo de pensar, de ser y de amar. De ahí que no os amoldéis más a los deseos que teníais antes, en los días de vuestra ignorancia (v. 14); ahora, participando ya en la misma vida divina por medio de Cristo, el cristiano vive desde otra óptica y por eso mismo necesita comportarse desde otras claves y de forma definitiva; su nueva condición exige un estilo y un talante diferenciador.
- Está claro: encontrarse con la novedad que se nos ofrece en Jesús, conlleva a un nuevo estilo de vida, que afecta al ser más profundo y no sólo a las “formas” externas. Si no se produce esa transformación interna… habrá que dudar de que se haya dado ese ENCUENTRO; o sólo ha quedado en pura semilla, que no ha germinado y producido frutos. Cuando vamos a iniciar la Cuaresma (mañana mismo la iniciamos), está bien que se me invite a vivir ese encuentro transformador. ¿Animado/a, hermano/a?

Evangelio: Marcos 10, 28-31
“… Pedro se puso a decirle a Jesús: Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Jesús dijo: Os aseguro que quien deje casa, o hermano o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más... y en la edad futura, vida eterna. Muchos primeros serán últimos, y muchos últimos primeros…”
          CLAVES para la LECTURA
- Pedro, que se hace eco del asombro de los discípulos ante las reflexiones del Maestro sobre la dificultad del camino hacia el Reino, quiere saber qué va a ser de los que ya están siguiendo al Nazareno. Jesús, respondiendo a la pregunta de Pedro, confirma que Dios no se deja vencer en generosidad. No sólo acoge en su bienaventuranza eterna a los que perseveran por el camino de Cristo, sino que ahora ya, en este tiempo, los admite a gozar de la riqueza de sus dones y de su protección, aunque sean perseguidos.
- Marcos, que presenta con más detalle que los otros dos sinópticos los bienes de los que gozan los discípulos en este tiempo, concluye con la máxima sobre los primeros y los últimos en el Reino. Mateo la presenta dos veces (19, 30; 20, 26) y Lucas la sitúa en otra parte (13, 30).
 - El añadido junto con persecuciones (v. 30) recuerda que en el tiempo presente no se puede alejar la sombra de la cruz. Se goza, se obtiene, pero de un modo condicionado. El premio definitivo es en el mundo futuro y consiste en la vida eterna. Esa expresión no tiene necesidad de explicaciones o de complementos. Es la vida con Dios, una vida exuberante, que no conoce ocaso. El v. 31 es una sentencia de carácter sapiencial que prevé el vuelco de la situación. Es un aviso para que nadie se considere nunca de los que ya han llegado; un aviso a la vigilancia, porque el seguimiento es siempre un compromiso de vida.
          CLAVES para la VIDA
- Se nos ofrecen una serie de conclusiones al relato de ayer, el del hombre rico, que enredado por sus bienes, no acoge la propuesta de Jesús, se ve impedido y bloqueado. Pero sí que hay quienes le siguen, han apostado por seguirle. Ahí están Pedro y los demás, aunque sea en medio de dudas y deserciones, como nos muestran los evangelios. Para aquellos que han aceptado seguirle, Dios será generoso al máximo: es la conclusión definitiva. Paga con creces y sentirán su misma protección.
- Pero es que, sobre todo, disfrutarán de la misma vida de Dios (vida eterna v. 30), una vida exuberante y que no conoce límite. Ésta es la gran promesa. Y si es verdad que la sombra de la cruz (junto con persecuciones, v. 30) no va a faltar, esa vida de Dios es mucho más plena. Apostar, pues, por Jesús y su seguimiento es aceptar la promesa y fiarse de que así va a ser. ¡Es un riesgo que merece la pena!
- Y el camino de la vida nos recuerda muchas veces que ese compromiso de vida no es tan sencillo como en ocasiones pensamos. Supone empeño y un empeño esforzado: el seguimiento de Jesús implica cruz, como al mismo Maestro. Es inevitable. Sólo la promesa de vida en plenitud mantiene en pie el compromiso. ¿Dónde te encuentras tú, hermano/a?

domingo, 27 de mayo de 2012


LUNES, día 28

1 Pedro 1, 3-9
“... Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el cielo… No habéis visto a Jesucristo y lo amáis; no lo veis, y creéis en él; y os alegráis con un gozo inefable y transfigurado, alcanzando así la meta de vuestra fe: vuestra propia salvación…”

         CLAVES para la LECTURA
- Tras una breve presentación del remitente y de los destinatarios (vv. 1s), en la que se ofrece ya un escorzo contemplativo sobre la obra de la salvación realizada por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, la primera carta de Pedro desarrolla el mismo tema, en los vv. 3-12, en forma de bendición solemne. De este modo se introduce a los oyentes en una atmósfera sagrada que ayuda a percibir el inmenso don que representa la vocación bautismal.
- El Padre, en su inmenso amor, nos ha hecho renacer (Jn 3, 1-15), haciéndonos hijos suyos, a través de la muerte-resurrección de su Hijo unigénito (v. 3a). Este nuevo nacimiento no tiene delante la perspectiva de la muerte, sino «una esperanza viva», una promesa (v. 4) no condicionada por la corruptibilidad de las cosas de este mundo. Su plena posesión está reservada para nosotros «en los cielos», pero tenemos ya desde ahora un «anticipo», una «señal», en la medida en que vamos transformándonos interiormente, en la medida en que pasamos de seres carnales a seres espirituales, por medio de una vida conforme con la fe profesada en el bautismo.
- Pedro, que se dirige a comunidades cristianas probadas por la persecución, ofrece consuelo y luz para leer el cumplimiento del designio de salvación en medio de las dolorosas situaciones por las que atraviesan. Los sufrimientos no deben convertirse en motivo de escándalo, en piedra de tropiezo, sino en crisol purificador, donde se purifica la fe para ser cada vez más pura y firme (vv. 6s). Esta fe será, en efecto, el documento con el que, el último día, daremos testimonio de nuestro amor a Cristo, mientras que, ya desde ahora, nos proporciona un gozo inefable y radiante en el corazón y nos conduce a la meta: la salvación eterna (vv. 8s).
          CLAVES para la VIDA
- ¡Es un hermoso resumen de lo que supone la vocación bautismal que crea un nuevo modo de ser y de vivir en el cristiano! Renacer a una esperanza viva, a una herencia incorruptible...” (vv. 3-4) es mucho más que algo teórico o principios doctrinales. Es la nueva situación que supone una transformación “desde la raíz” del ser del cristiano. Y todo ello tiene su fuente y origen en la muerte-resurrección del Hijo amado.
- Por ello, vivís alegres, aunque un poco afligidos ahora...” (v. 6): y es que el seguidor de Jesús comparte el mismo camino que su Señor. Será perseguido y vivirá situaciones dolorosas, pero ahí podrá dar el testimonio de amor de Cristo, el Señor. Participar, pues, la causa de su Señor; compartir, por fidelidad, su mismo caminar... es motivo de gloria y de alabanza. Así, la comunión que alcance con su Señor será plena y total, y para siempre.
- Compartir plenamente la causa del Señor Jesús; dar testimonio de lo que ha vivido y experimentado, y así “revestirnos” de sus mismos sentimientos y de su estilo de vida... es la propuesta que el apóstol nos sugiere en esta reflexión. Mi seguimiento de Jesús, pues, no es algo teórico sino que implica toda una vida y un estilo de ser y de vivir. Tampoco basta con quedar en una “admiración sentimental”. Implica mucho más: hacer de su amor y de su solidaridad para con todos nosotros, el EJE de mi vida y la razón de ser de mi caminar, allí donde me encuentre. ¡Todo un inmenso desafío! ¿Lo es también para ti, hermano/a?

Evangelio: Marcos 10, 17-27
“... Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? Jesús le contestó: ¿por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre. Él replicó: Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño. Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo: una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres -así tendrás un tesoro en el cielo-, y luego, sígueme...”
          CLAVES para la LECTURA
- El fragmento evangélico de hoy se compone de dos partes: una vocación fallida por el apego a la riqueza (vv. 17-22) y algunas consideraciones sobre la peligrosidad de la riqueza (vv. 23-27).
- El punto de partida es un hombre que busca el camino para la vida eterna. El hecho de que se dirija a Jesús habla a favor de la confianza que inspiraba el Maestro de Nazaret. Eran muchos los maestros que podían responder con sabiduría a esa pregunta. Es posible que aquel hombre se esperara algo diferente, algo nuevo. Jesús le orienta hacia Dios y hacia algunos de los preceptos del Decálogo, sobre todo a los relacionados con los deberes hacia el prójimo. El Decálogo, expresión de la voluntad divina, sigue siendo, en efecto, el código de referencia esencial, capaz de encaminar hacia la vida eterna. De este modo queda ratificado el valor del Antiguo Testamento.
- Sin embargo, aquel hombre tiene sed de otra cosa. El Decálogo, que ya observa puntualmente desde su juventud, no le basta. Necesita un impulso novedoso: Ven y sígueme (v. 21) es la novedad del mensaje. Es la persona de Jesús, el hecho de seguirle, lo que marca la diferencia. Jesús es ese “algo más” buscado. La observancia de una ley queda sustituida por la comunión con una persona. Esta persona “pretende”, justamente, ser el nuevo acceso hacia Dios.
- Pero para seguir a Jesús es preciso abandonar el lastre y los diferentes impedimentos. El seguimiento exige una libertad interior que no se tiene mientras el dinero esté presente en la vida como señor. Porque el dinero es aún más que señor; es tirano y, en efecto, aferra al hombre que no consigue liberarse él. De ahí que se va triste y afligido. Ha preferido sus seguridades a la exaltadora propuesta de Jesús. Su riqueza le ha hecho perder una ocasión única para su vida, le ha empobrecido.
- Llegados aquí, Jesús lanza una dura consideración sobre la riqueza, cuando se convierte, como en el caso que ahora nos ocupa, en impedimento para realizar la vida en plenitud. Jesús conoce y denuncia la fuerza seductora del dinero. Los ricos tienen dificultades para acceder a Dios porque están atados a las cosas, hechizados por ellas. El hecho de poder comprar todo lo que quieren les confiere un sentido de casi omnipotencia. La dificultad de su posición la expresa Jesús con la imagen del camello y el ojo de una aguja (v. 25). Estamos frente a una hipérbole, una exageración buscada adrede para subrayar mejor el concepto. “¿Quién podrá salvarse? (v. 26), es la reacción de pasmo de los discípulos, acostumbrados a pensar que la riqueza era una bendición divina. Jesús responde que la salvación es don de Dios. Y éste es capaz de llevar a cabo lo imposible (v. 27). Ese don no exonera del esfuerzo por liberarse y mantenerse lo más libres posible.
             CLAVES para la VIDA
- Conocido pasaje, sin duda, en nuestros círculos y del que habremos realizado tantas reflexiones personales, como también habremos sacado conclusiones. De hecho, nos hallamos ante alguien que busca “algo más”, pero que al mismo tiempo se encuentra completamente bloqueado por su estilo de vida, por los criterios que vive. En este caso no hay malicia, ni trampa (como en los letrados y fariseos, que tanto destaca el evangelista); en esta circunstancia hay un bloqueo que paraliza e impide aceptar una propuesta.
- Jesús se ofrece como ese “algo más” que busca este hombre; pero no puede responderle; ni siquiera la mirada de cariño (v. 21) que Jesús le dirige es capaz de desbloquear aquella situación. La verdad es que no le falta nada: hasta es cumplidor y bueno. ¡Qué más se puede pedir...! Sólo Jesús se atreve a ofrecerle una propuesta que va más allá, que es más exigente, porque es seguirle a Él, dejando cuanto le estorbe. Le propone caminar “ligero de equipaje”.
- Sin dramatismos, pero las preguntas siguen hoy, para nosotros, ante esta escena cargada de interrogantes, porque la propuesta de Jesús sigue ofreciéndose, también para mí. La cuestión será ser consciente de lo que realmente me bloquea y me impide seguirle. ¿Son las riquezas? ¿Es la comodidad que me puede? ¿Qué es?

sábado, 26 de mayo de 2012


DOMINGO  de  PENTECOSTÉS
27 de Mayo de 2012

Hechos de los Apóstoles 2, 1-11
“... Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería...”
 CLAVES para la VIDA
- Cuando el día de Pentecostés llegaba a su conclusión -aunque el acontecimiento narrado tiene lugar hacia las nueve de la mañana, la fiesta había comenzado ya la noche precedente- se cumple también la promesa de Jesús (1, 1-5) en un contexto que recuerda las grandes teofanías del Antiguo Testamento y, en particular, la de Ex 19, preludio del don de la Ley, que el judaísmo celebraba precisamente el día de Pentecostés (vv. 1s). Se presenta al Espíritu como plenitud. Él es el cumplimiento de la promesa. Como un viento impetuoso llena toda la casa y a todos los presentes; como fuego teofánico asume el aspecto de lenguas de fuego que se posan sobre cada uno, comunicándoles el poder de una palabra encendida que les permite hablar en múltiples lenguas extrañas (vv. 3s).
- El acontecimiento tiene lugar en un sitio delimitado (v. 1) e implica a un número restringido de personas, pero a partir de ese momento y de esas personas comienza una obra evangelizadora de ilimitadas dimensiones («todas las naciones de la tierra»: v. 5b). El don de la Palabra, primer carisma suscitado por el Espíritu, está destinado a la alabanza del Padre y al anuncio para que todos, mediante el testimonio de los discípulos, puedan abrirse a la fe y dar gloria a Dios (v. 11b).
- Dos son las características que distinguen esta nueva capacidad de comunicación ampliada por el Espíritu: en primer lugar, es comprensible a cada uno, consiguiendo la unidad lingüística destruida en Babel (Gn 11, 1-9); en segundo lugar, parece referirse a la palabra extática de los profetas más antiguos (1 Sm 10, 5-7) y, de todos modos, es interpretada como profética por el mismo Pedro, cuando explica lo que les ha pasado a los judíos de todas procedencias (vv. 17s).
- El Espíritu irrumpe y transforma el corazón de los discípulos volviéndolos capaces de intuir, seguir y atestiguar los caminos de Dios, para guiar a todo el mundo a la plena comunión con él, en la unidad de la fe en Jesucristo, crucificado y resucitado (vv. 22s y 38s; Ef 4, 13).
 CLAVES para la VIDA
- Aunque sea descrito con elementos propios de la cultura de su tiempo e, incluso, anteriores, Lucas nos ofrece lo que ocurre ese día, en el que se cumple la promesa de Jesús y el Espíritu se da como plenitud a aquel grupo, transformándolo desde dentro, dando así comienzo a la obra evangelizadora que, de mil formas diversas, ha recorrido los caminos tortuosos de la historia. Y es que en aquel grupo se produce una transformación del corazón que les empuja a vivir plenamente la Misión iniciada por Jesús mismo: la NOVEDAD del REINO.
- Por eso, aquellos que se encontraban en una casa con las puertas cerradas por miedo...” (Jn 20, 19), ahora, arrebatados con la fuerza de ese Espíritu, siguen los caminos propuestos por Jesús e inician la inmensa tarea de dar a conocer, en toda circunstancia y a todas las personas, a este Jesús como el único capaz de salvar y como el camino que lleva al encuentro con Dios y a la plenitud deseada y buscada por la humanidad. Así se inicia esta nueva etapa de la historia, siendo una historia de Salvación.
- Y aquí me encuentro yo, fruto de aquella tarea iniciada entonces y que me ha hecho conocer y vivir toda la novedad del Evangelio y la propuesta de Dios mismo que se me ofrece en Jesús de Nazaret. Aquel “fuego” de su Espíritu, que ha transformado tantas realidades y situaciones a través de la historia, hoy sigue empeñado en la misma causa y busca transformar desde dentro y encender, de nuevo, su fuego en mi vida y en mi ser, con vistas a la misma MISIÓN. Todo este tiempo Pascual ha sido éste su empeño y seguro que lo seguirá siendo a lo largo de los próximos meses. ¿Qué tal terminamos este tiempo especial de Pascua, hermano/a? ¿Habrá conseguido el Resucitado y su Espíritu ese cambio que, muy posiblemente, necesita y requiera nuestra vida? ¡Ojala!..

1 Corintios 12, 3b-7. 12-13
“... Nadie puede decir Jesús es Señor, si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos...”
 CLAVES para la LECTURA
- Pablo dirige a los corintios, entusiasmados por las manifestaciones del Espíritu que tienen lugar en su comunidad, algunas consideraciones importantes para un recto discernimiento. ¿Cómo reconocer la acción del Espíritu en una persona? No por hechos extraordinarios, sino antes que nada por la fe profunda con la que cree y profesa que Jesús es Dios (v. 3b).
- ¿Cómo reconocer también la acción del Espíritu en la comunidad? El Espíritu es un incansable operador de unidad: él es quien edifica la Iglesia como un solo cuerpo, el cuerpo místico de Cristo (v. 12), en el que es insertado el cristiano como miembro vivo por medio del bautismo. Esta unidad, que se encuentra en el origen de la vida cristiana y es el término al que tiende la acción del Espíritu, se va llevando a cabo a través de la multiplicidad de carismas (don del único Espíritu), ministerios (servicios eclesiales confiados por el único Señor) y actividades que hace posible el único Dios, fuente de toda realidad (vv. 4-6).
- ¿Cómo reconocer, entonces, la autenticidad -es decir, la efectiva procedencia divina- de los distintos carismas, ministerios y actividades presentes en la comunidad? Pablo lo aclara en el v. 7: «A cada cual se le concede la manifestación del Espíritu para el bien de todos», o sea, para hacer crecer todo el cuerpo eclesial en la unidad, «en la medida que conviene a la plena madurez de Cristo» (Ef 4, 13): por eso el mayor de todos los carismas, el indispensable, el único que durará para siempre, es la caridad (12, 31 – 13, 13).
 CLAVES para la VIDA
- La acción del Espíritu de Jesús no anda “por las nubes”; su quehacer es concreto. Y con vistas a que el anuncio del Evangelio sea más directo y vivo, es el mismo Espíritu el que trabaja -de forma empeñada- en la construcción de la Comunidad y en la unidad que requiere. Aquí es donde el apóstol Pablo trata de insistir y, también, de clarificar, con el objeto de que cada uno de los miembros se sienta, -además de animado por su fuerza-, consciente de la llamada que ha recibido a construir la unidad, como el gran signo evangelizador.
- De hecho... en cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común...” (v. 7): así de claro. Por eso, con la bella metáfora de los diversos miembros del cuerpo que, entre todos, forman una unidad, el apóstol propone el ideal de la comunidad cristiana: animados por ese Espíritu, somos llamados a vivir en servicio mutuo con vistas a ser un signo vivo de la misma comunión trinitaria, para así anunciar el Evangelio y la nueva y definitiva FRATERNIDAD.
- La tarea, hoy y aquí, para nosotros, está definida y clara. Todavía estamos en camino y... ¡hasta qué punto! Dejarme animar, vitalmente, por ese Espíritu; sentir y experimentar su deseo y búsqueda de la comunión; asumir, desde ahí, la tarea del bien común; buscar y empeñarse en la unidad, en la fraternidad y, desde esas vivencias, SEMBRAR el ANUNCIO de la Buena Nueva... ¡sigue siendo una INMENSA MISIÓN!, realizada a través de los tiempos, pero -al mismo tiempo-, como quien dice, recién iniciada y necesitada de empeño y de esfuerzo. ¿Estoy de acuerdo con esta propuesta del mismo Espíritu? ¡Buen ánimo, hermano/a!

Evangelio: Juan 20, 19-23
“... Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo... Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos...”
 CLAVES para la LECTURA
- La noche de pascua, Jesús, a quien el Padre ha resucitado de entre los muertos mediante el poder del Espíritu Santo (Rom 1, 4), se aparece a los apóstoles reunidos en el cenáculo y les comunica el don unificador y santificador de Dios. Eso sí, las puertas están trancadas porque los discípulos temen ser perseguidos por su relación con el ajusticiado. El miedo será vencido por el saludo pascual, y es que Jesús atraviesa las barreras externas (las puertas) e internas de los suyos (el miedo y el desánimo).
- Es el Pentecostés joáneo, que el evangelista aproxima al tiempo de la resurrección para subrayar su particular perspectiva teológica: es única la «hora» a la que tendía toda la existencia terrena de Jesús, es la hora en la que glorifica al Padre mediante el sacrificio de la cruz y la entrega del Espíritu en la muerte (19, 3ab, al pie de la letra), y es también, inseparablemente, la hora en la que el Padre glorifica al Hijo en la resurrección. En esta hora única Jesús transmite a los discípulos el Espíritu (v. 27) y, con ello, su paz (vv. 19. 21), su misión (v. 21b) y el poder sobrenatural para llevarla a cabo.
- El Espíritu, -como se repite en la fórmula sacramental de la absolución-, fue derramado para la remisión de los pecados. El Cordero de Dios ha tomado sobre sí el pecado del mundo (1, 29), destruyéndolo en su cuerpo inmolado en la cruz (Col 2, 13s; Ef 2, 15-18). Y continúa su acción salvífica a través de los apóstoles, haciendo renacer a una vida nueva y restituyendo a la pureza originaria a los que se acercan a recibir el perdón de Dios y se abren, a través de un arrepentimiento sincero, a recibir el don del Espíritu Santo (Hch 2, 38s).
 CLAVES para la VIDA
- En esa situación complicada para los primeros seguidores de Jesús, hasta el punto de estar encerrados y con miedo a causa de Él, el Señor resucitado se hace presente para “recuperar” a sus amigos. De hecho, el evangelista nos dice que sopló (v. 22): recuerda, y mucho, a la primera creación del hombre (Gén 2, 7); pero ahora, con el don del Espíritu, se da una NUEVA CREACIÓN, y nace una nueva humanidad, más de acuerdo con el proyecto de Dios y llamada a vivir plenamente la COMUNIÓN con el Dios Creador.
- A partir de esta nueva creación, experimentada por los apóstoles en su propia vida, reciben el poder de sanar y de curar, desde las mismas raíces, a la humanidad: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo (v. 21). Ellos continuarán la MISIÓN que el mismo Señor Jesús ha iniciado; y lo harán con la misma autoridad con que Él lo llevó a cabo; esto es, por deseo y mandato del mismo Dios-Padre. Así, comparten para siempre la tarea con Él, con Jesús, y para esta labor tendrán la ayuda incomparable del Espíritu.
- Y así hasta hoy. El Señor resucitado se hace presente en mi (nuestra) vida, y vuelve a recrear en mí (en nosotros) esa nueva condición que Él nos aporta. Experimentado este encuentro, todo es diferente (desaparece el miedo y el desánimo) y es entonces cuando vuelve a realizar el ENVÍO: Como el Padre me ha enviado...”. Al final de este tiempo de Pascua, ojala pueda proclamar -sin temor y sin complejos-  que he sido RECREADO por Él y por su Espíritu, y que asumo, con valor y fuerza, el compromiso que supone el envío. Hermano/a: hemos llegado al final de este tiempo de gracia que es la Pascua. ¿Qué tal? ¿Cuál ha sido la experiencia DECISIVA?.. ¡Enhorabuena!