sábado, 20 de julio de 2013

16º Domingo del TIEMPO ORDINARIO


EVANGELIO: Lucas 10, 38-42


 

En aquel tiempo, entró Jesús en una aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa. Ésta tenía una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra.

 

Y Marta se multiplicaba para dar abasto con el servicio, hasta que se paró y dijo:

- «Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano».

 

Pero el Señor le contestó:

- «Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán».

 

 

 

ACERCARNOS AL TEXTO


 

Acercarse a un texto bíblico con ideas prefijadas o con interpretaciones interesadas, es un “estilo” que se utiliza con frecuencia. Por eso mismo, es una auténtica tentación. Con este relato evangélico ha sucedido algo (o mucho) de esto; entonces se hace muy complicado “acercarse” al texto y a su mensaje con objetividad. Intentamos recabar los datos que ayuden a una “sana” interpretación.

 

En este relato hay una afirmación clara: «María ha escogido la parte mejor» (v. 42). De María se precisa que «se sentó a los pies del Señor para escuchar sus palabras» (v. 39). Como un discípulo ante el maestro, escucha con atención el mensaje de Jesús. De Marta se dice «que lo recibió en su casa» (v. 38). Es también discípula. Pero Lucas puntualiza: «Marta, en cambio, se afanaba en los muchos quehaceres del servicio» (v. 40). Y está tan segura de sí misma y tan predispuesta a juzgar la conducta de los demás, que no se arredra ante la situación y planta cara a Jesús: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en la tarea?» (v. 40). El celo de buena cumplidora, de sentirse dueña y señora («Marta» significa en arameo «señora»), la impele a involucrar a Jesús para hacer que su hermana se deje de cuentos y haga lo que ella hace. En lugar del «mensaje», lo que Jesús debe inculcarle es lo que ella (Marta) cree.

 

Jesús responde al regaño de Marta con una severa advertencia (eso es lo que denota la repetición del nombre en caso vocativo): «¡Marta, Marta, te inquietas y te pones nerviosa por tantas cosas...! Sólo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte» (vv. 41-42). Escuchar, acoger, gozar con la novedad del mensaje de Jesús, ésa es la mejor parte. María ha comprendido la buena noticia que trae Jesús y quiere empaparse de ella. Marta, como los Doce, es discípula de Jesús, pero sigue atada a la Ley, al cumplimiento, a lo que ella cree, a las múltiples imposiciones, a la responsabilidad como única forma de ser fiel, a lo de siempre; no ha descubierto todavía la novedad del mensaje de Jesús.

 

Ä MARTA es, pues, presentada como el prototipo de la persona atareada que siempre tiene mil cosas que hacer. Vive atrapada en su tarea. Se desvive, se siente segura, se cree en posesión de la verdad, pero es esclava de su propio estilo de vida, cerrado a la novedad y carente de alegría. A pesar de tener a Jesús en su casa, no ha descubierto la novedad de su mensaje.

 

Ä MARÍA es la otra cara de la moneda. Espera y busca novedad para su vida. Por eso está a los pies del Señor, queriendo aprender a ver la vida desde esa nueva perspectiva que él proclama y comunica. Ha escogido ser discípula y dejarse moldear, vivir a la escucha y creer en la buena noticia liberadora del Señor.

 

Además, es necesario constatar el carácter revolucionario del comportamiento de Jesús ante la mujer, atentando contra las costumbres más venerables de aquella sociedad. Es sintomático que Lucas, al hablar de los Doce discípulos de Jesús, recuerde que le acompañaban también mujeres: «le acompañaban los Doce y algunas mujeres» (8, 2); y que ahora, tras la designación y envío de los setenta y dos discípulos, nos vuelva a recordar el discipulado de Marta y María. Rompiendo los prejuicios y costumbres anteriores de mantener a la mujer al margen de las Escrituras, Jesús las acepta entre sus discípulos y seguidores, en una actitud nueva e inaudita para un rabino judío.

 

En tiempos de Jesús, los maestros de la ley juzgaban que no tocaba a las mujeres profundizar en las enseñanzas de la ley de Dios. Esto era tarea y responsabilidad de los hombres. María, con la complacencia del Señor, quiebra esa norma. Sentada a sus pies, ella reclama su derecho a ser discípula, a conocer directamente, de labios de Jesús, la buena nueva.

 

Marta no lo entiende; vive atareada con los muchos quehaceres de casa. Y cuando busca apoyo en Jesús no lo encuentra. Jesús le critica más bien ese estar prisionera de lo que ella considera su papel propio de mujer y dueña de la casa. Le llama a que rompa con esa concepción que sitúa a la mujer en condición de persona confinada a los trabajos caseros. Como mujer tiene derecho también a otras preocupaciones. Marta, como María, debe reivindicar y ocupar plenamente su lugar en tanto que discípula del Señor. Con sus gestos y palabras Jesús libera a la mujer de una concepción que la mantiene en una situación de segundo plano, de simple ama de casa.

 

 

 

REFLEXIONES PARA NUESTRA VIDA DE CREYENTES


 

Tantas veces, cuando nos disponemos a leer el evangelio, no siempre vamos con una mente transparente. La formación, lo que hemos oído y lo que pensamos saber nos hace de las suyas. Proyectamos nuestro reticulado mental sobre los textos y los prejuzgamos y les hacemos decir lo que no dicen. Es, precisamente, lo que suele pasar con este pasaje. Ojalá pudiésemos borrar de la memoria la interpretación tradicional del «paradigma de Marta y María». Este episodio ha servido, en multitud de ocasiones, para contraponer oración y acción, vida contemplativa y vida de compromiso, dedicación a las cosas espirituales y preocupación por las cosas materiales. Y se ha llegado a afirmar que la oración, la contemplación y las cosas espirituales son superiores, o sea: la mejor parte. Tal interpretación es hacer una mala lectura del texto. Ni la contraposición de lo arriba mencionado, ni la afirmación de la superioridad de la contemplación sobre la acción se desprenden de este texto evangélico.

 

Siempre se han dado y se darán diferentes maneras de entender el cristianismo, de acoger a Jesús. Y todas pueden ser válidas si responden al Evangelio, si nos llevan a ser discípulos como él quiso que fuéramos. No se reprocha en este pasaje la «caridad o el servicio a los demás» de Marta, sino su ansiedad, inquietud y nerviosismo y su posesión de la verdad. No se dice tampoco que María viviera ajena a los problemas de la vida, o despreocupada de sus responsabilidades, sino que «se puso a escuchar las palabras de Jesús». La conclusión actual de este evangelio puede ser ésta: Hay que ser contemplativos en la acción y activos en la contemplación. O en fórmula de la Teología de la Liberación: «contemplativos en la liberación». Todo es consecuencia de la acogida que prestemos al Señor.

 

Necesitamos aprender el arte de ESCUCHAR. Necesitamos hacer silencio, curarnos de tanta prisa, desprendemos de tanto agobio, detenernos despacio en nuestro interior, sinceramos con nosotros mismos, sentir la vida a nuestro alrededor, sintonizar con las personas, escuchar la llamada silenciosa de Dios. No se trata de buscar el silencio por el silencio, sino de reencontramos a nosotros mismos, enraizarnos más sinceramente en nuestro ser y, sobre todo, escuchar al que es la fuente de la vida.

 

Dedicar un tiempo de nuestra vida a estar sencillamente en silencio, a la escucha de las alegrías y tristezas de los demás y a captar la ternura de Dios, puede ser una experiencia de renacimiento gozoso. Con frecuencia, nuestra oración está tan llena de peticiones, preocupaciones e intereses que nos resulta difícil encontrarnos con el mensaje y la ternura del Dios vivo. Y, sin embargo, lo que cambia y renueva nuestro corazón es la comunicación con el Dios de la novedad y de la vida.

 

Todavía, hoy, tenemos mucho que aprender de la praxis y comportamiento de Jesús, tanto a nivel institucional -social y eclesial- como a nivel personal. Y es que cualquier tipo de discriminación y marginación, a las que seguimos siendo tan propensos, atenta contra el nuevo proyecto de relaciones humanas que se inaugura con la llegada del Reino. El relato evangélico de hoy nos recuerda que para Jesús el sexo no es línea divisoria para acoger y trabajar por el Reino. Quienes apelan a ello siguen aferrados a leyes y costumbres antiguas y están lejos de entender su mensaje. El Reino de Dios trae y pide un nuevo tipo de relaciones personales, sociales y eclesiales.

 

La HOSPITALIDAD es uno de esos valores entrañables que cada vez tiene menos presencia en la sociedad moderna. Nuestras ciudades se han convertido en espacios inhóspitos. Nuestras viviendas parecen fortalezas inaccesibles. Seguridad, puertas, llaves... Se ha perdido aquella imagen de nuestras casas abiertas a los vecinos, a los forasteros y a los mendigos. Se ha perdido un gran valor... El evangelio nos presenta hoy a la familia de Betania como símbolo y paradigma de la mejor hospitalidad. Esta virtud, tan humana y social, no es sólo para atender necesidades materiales. Como en el caso de Jesús en Betania, es para conversar, dialogar, intercambiar opiniones, ayudarse y establecer lazos de auténtica amistad. Cuando esto sucede, la hospitalidad -tan humana y social- es también buena noticia, Evangelio experimentado.

 

 

 

COMPROMISO DE VIDA


 

También yo necesito pararme, hacer silencio en mi vida, en mi caminar creyente. Sólo desde esa actitud podrá captar el sentido profundo del Evangelio de hoy.

 

Å En esta época del verano, me programaré un TIEMPO de SILENCIO, cada día, para motivar e iluminar la jornada que inicio.

 

Å Examinaré, también, mi actitud habitual en lo que respecta a la HOSPITALIDAD: qué hago, qué puedo hacer, qué me propongo.

 

Å Utilizaré, cada día de esta semana, la ORACIÓN que me ofrece, hasta aprendérmela de memoria y así crear en mí una actitud adecuada de silencio y de paz.

 

 

 

ORACIÓN para esta SEMANA


 

 

VOY A PARARME


 

Señor,

ando inquieta y dispersa

conjugando mil quehaceres.

Voy a pararme,

a sentarme a tus pies,

a estar callada junto a ti

para encontrar mi ser más hondo

a la sombra de tu presencia.

Voy a esperar quietamente,

sosegadamente,

a que en medio de este silencio,

nazca tu Palabra;

a que en mi tierra reseca,

florezca tu Sabiduría.

 

Aleixandre, D.

domingo, 14 de julio de 2013

DOMINGO 15º del TIEMPO ORDINARIO


EVANGELIO: Lucas 10, 25-37


 

En aquel tiempo, se presentó un maestro de la Ley y le preguntó a Jesús para ponerlo a prueba:

- «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?».

 

Él le dijo:

- «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?».

 

Él contestó:

- «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo».

 

Él le dijo:

- «Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida».

 

Pero el maestro de la Ley, queriendo justificarse, preguntó a Jesús:

- «¿Y quién es mi prójimo?».

 

Jesús dijo:

- «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo.

 

Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo:

- “Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta”.

 

- ¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?».

 

El contestó:

- «El que practicó la misericordia con él».

 

Díjole Jesús:

- «Anda, haz tú lo mismo».

 

 

 

ACERCARNOS AL TEXTO


 

Jesús no debía de hablar demasiado de la otra vida, de la «vida eterna», cuando tanto un jurista como un dirigente le formulan (el uno para atraparlo, el otro para alabarlo) la misma pregunta: «Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?» (10, 25; 18, 18). Quienes no querían comprometerse con el hermano necesitado eran muy propensos a hablar de la vida eterna. Es el contexto de este relato evangélico que ofrece, sin duda alguna, una visión concreta de los planteamientos del Maestro, de Jesús.

 

Este pasaje, tan conocido, tan claro y directo, es fundamental para captar la nueva experiencia religiosa que nos trae Jesús. Es necesario que descubramos su contenido y lo hacemos anotando los diversos elementos que nos ofrece.

 

 

Ä Primero: El amor a Dios y el amor al prójimo no pueden separarse. El que no ama al prójimo no tiene verdadera experiencia religiosa. El que no ama al prójimo de forma práctica, no ama a Dios. Esto ya lo decía el AT, como proclama el jurista contestando a la pregunta de Jesús. El evangelio lo reafirma.

 

 

Ä Segundo: Jesús cambia completamente nuestra idea sobre QUIÉN ES MI PRÓJIMO. El jurista le pregunta: ¿Quién es mi prójimo? Y Jesús da la vuelta a la pregunta, preguntando a su vez: ¿Quién de estos tres se hizo prójimo del herido? Nos dice que prójimo no es para mí el otro, sino que prójimo soy yo, cuando me acerco al otro y le ayudo. El problema no está en saber quién es mi prójimo, sino EN HACERSE PRÓJIMO.

 

 

Ä Tercero: además, Jesús nos dice de quién debemos hacernos prójimos en primer lugar. Es decir, a quién debemos acercamos y ayudar ante todo. La respuesta es clara: al caído, al herido, al que sufre violencia, al despojado de sus derechos de persona; no importa su nombre, ni su país, ni su edad, ni su religión. Nosotros decimos: primero, los de casa. Jesús, sin negar que debamos hacernos prójimos de los de casa, propone otro ejemplo: un hombre asaltado, uno cualquiera que, por no tener ni nombre ni patria, personifica a la humanidad. Son, pues, dos cambios revolucionarios: uno, en el concepto de prójimo; otro, en el orden de preferencia.

 

 

Ä Cuarto: Jesús hace una dura crítica de la religiosidad sin prójimo. La dureza de esta crítica aparece en los personajes que elige: un sacerdote y un clérigo. Ambos son representantes oficiales de la religión, preocupados por el templo, el culto y el servicio legal a Dios. Quizás puedan justificar su conducta, «su rodeo», en la observancia de leyes para no caer en impureza legal. Pero Jesús los descalifica. Estar oficialmente al servicio de Dios y pasar de largo ante la persona necesitada es no entender el mandato de Dios, es pasar de largo ante lo que hay que hacer para tener vida. La religiosidad sin prójimo tergiversa el mandamiento de Dios; es falsa.

 

 

Ä Quinto: Jesús abre la puerta de la vida a los extranjeros, a los heterodoxos y mal vistos que ayudan al necesitado. La persona elegida como modelo de lo que hay que hacer para tener vida es una provocación para el jurista y para todos los judíos religiosos. El samaritano es el símbolo del hereje, del proscrito, tanto que el jurista no se atreve a pronunciar la palabra maldita («el samaritano») y responde: «El que tuvo compasión de él» (v. 37).

 

 

Ä Sexto: Queda claro qué es lo que hay que hacer PARA TENER VIDA: hacerse prójimo del necesitado; o sea: tener compasión, detener el viaje de los negocios propios, dar de lo que uno tiene, tomar partido por quienes tienen sus derechos pisoteados, implicar a otros... No hay excusa ni escapatoria. Jesús remacha el clavo: «Pues anda, haz tú lo mismo» (v. 37). Quien se hace prójimo del pisoteado, del necesitado, del herido, tiene la vida asegurada.

 

 

 

REFLEXIONES PARA NUESTRA VIDA DE CREYENTES


 

Los cristianos no acabamos de superar la visión «judía» de la vida. Nuestros criterios, actuaciones y reacciones no responden al proyecto de vida querido por Jesús, ni se inspiran en su mensaje. Por eso, después de veinte siglos, seguimos haciendo la misma pregunta equivocada de aquel jurista de Israel: ¿Quién es mi prójimo?” Porque también nosotros vemos con claridad que hay hombres y mujeres cercanos a nosotros a quienes hay que amar y ayudar. Son personas que llevan nuestra misma sangre, coinciden con nosotros, están en la misma comunidad, piensan igual... Son «de los nuestros». Pero, ¿qué decir de tantos hombres y mujeres que no lo son? Nos parece normal, en la medida en que las personas nos resultan extrañas, lejanas y distantes, que disminuyan nuestras obligaciones para con ellas. Por eso, a la hora de adoptar ante los demás una postura, seguimos haciendo dos categorías diferentes de prójimos. Y respondemos diferente según sea su ideología, su cultura, su lugar de nacimiento, su color, su cercanía... Incluso hemos querido bautizar nuestra postura diciendo que la caridad bien entendida empieza por uno mismo y por los suyos. La parábola del buen samaritano nos dice que Jesús entendía las cosas de otra manera.

 

Según Jesús, lo importante en la vida no es teorizar mucho o cavilar largamente sobre el sentido de la existencia o sobre la legalidad humana o divina, sino saber caminar como el samaritano: con los ojos bien abiertos para ver cómo podemos ayudar a cualquier hombre o mujer que nos pueda estar necesitando. Por eso, antes de discutir qué es lo que creemos cada uno o qué ideología defendemos, hemos de preguntamos a qué nos dedicamos, a quién amamos y qué hacemos por esos hombres y mujeres que necesitan la ayuda de alguien cercano. No basta buscar la voluntad de Dios de cualquier manera, sino buscarla siguiendo muy de cerca las huellas de Jesús. La cuestión para tener vida no está en si alguien busca a Dios o no, sino en si lo busca donde él mismo dijo que estaba.

 

No es necesario un análisis muy profundo para descubrir las actitudes de autodefensa, recelo y evasión que adoptamos ante quienes pueden perturbar nuestra tranquilidad. Se diría que vivimos en actitud de guardia permanente ante todo aquel y todo aquello que puede ser un peligro en potencia para nuestro estilo de vida. Y cuando no encontramos otra manera mejor de justificar nuestra evasión ante los problemas y sufrimientos de personas que nos necesitan, siempre podemos recurrir al hecho de que «estamos muy ocupados». Ahora bien, según Jesús, sólo hay una manera de «tener vida». Y no es la del sacerdote y levita que ven al necesitado y «dan un rodeo» para seguir su camino, sino la del samaritano, que detiene el viaje de los negocios propios para ayudar al que está necesitado.

 

La parábola establece, además, otras precisiones. El amor al prójimo es, en primer lugar, auténtico amor humano, que se conmueve ante la persona maltratada y herida. Y por eso mismo se concreta en una iniciativa que es acción inteligente y eficaz: «curó personalmente las heridas, lo llevó a una posada y pagó para que lo atendieran debidamente». La eficacia es nítidamente reclamada en la parábola por el amor evangélico al prójimo. No basta hacer cualquier cosa para salir de la situación o compromiso; hay que realizar lo que un atento análisis de la necesidad (personal, social, material, afectiva, etc.) reclama como adecuado para responder y resolverla. El amor al prójimo, y en la misma medida el amor a Dios del que es expresión inseparable, se realiza en la práctica. Dirigiéndose al maestro de la Ley Jesús concluye con un tajante (o suave y sibilino): «Anda, haz tú lo mismo» (v. 37). En la acción solidaria se verifica el amor y encuentra así solución precisa la dificultad teórica. Para ello es necesario, como el samaritano, salir de nuestro camino y entrar en la ruta del otro; aparcar nuestros proyectos y detenerse ante la vida maltratada; abrir los ojos y guiarse sin prejuicios; tener un corazón compasivo y un actuar inteligente.

 

Inmensas lecciones para nuestro caminar como hombres y mujeres y, cómo no, como creyentes y seguidores de Jesús. ¡Cuántas veces damos “un rodeo” para no vernos y sentirnos “complicados” en tantos asuntos que nos incomodan! ¡Nos queda TAREA en nuestro caminar como TESTIGOS de la Buena Nueva del Evangelio!

 

 

 

COMPROMISO DE VIDA


 

¡Vaya “examen” el que nos posibilita el Evangelio de este día! Es necesario que lo afronte, para así adecuar mi vida con la propuesta de Jesús.

 

Å ¿Cuál es mi actitud HABITUAL de vida:

- ¿interesado/a por los demás, cercano/a a sus necesidades, comprometido/a por sus causas...?

- o... ¿encerrado/a en mis “mundillos” personales y al margen de toda situación que requiere una repuesta de mi parte...?

 

Å Hoy mismo... ¿quiénes son mis “prójimos-próximos” que requieren de mí una respuesta? Pongo “nombre y rostro” a esas personas.

 

Å Utilizaré la oración de esta semana y la meditaré para seguir profundizando en mi compromiso creyente.

 

 

 

ORACIÓN para esta SEMANA


 

 

NO TIENES MANOS


 

Jesús, no tienes manos.

Tienes sólo nuestras manos para construir

un mundo donde habite la justicia.

 

Jesús, no tienes pies.

Tienes sólo nuestros pies para poner

en marcha la libertad y el amor.

 

Jesús, no tienen labios.

Tienes sólo nuestros labios para anunciar

por el mundo la Buena Noticia de los pobres.

 

Jesús, no tienes medios.

Tienes sólo nuestra acción para lograr

que todos los hombres sean hermanos.

 

Jesús, nosotros somos tu Evangelio,

el único Evangelio que la gente puede leer,

si nuestras vidas son obras y palabras eficaces.

 

Jesús, danos tu musculatura moral

para desarrollar nuestros talentos

y hacer bien todas las cosas.