MIÉRCOLES, día 26:
Fiesta de SAN ISIDORO
1 Corintios 2, 1-10
“...
Me presenté a vosotros débil y temeroso; mi palabra y mi predicación no fue con
persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu,
para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el
poder de Dios...”
CLAVES para la LECTURA
- Frente a una comunidad
que amenaza con profanar la pureza de la fe cristiana con algunos principios de
la mentalidad grecopagana, Pablo siente el deber de llamar la atención de todos
sobre el acontecimiento central del cristianismo: el misterio pascual de
Cristo, el Señor.
- En sustancia, son tres
los pensamientos que remacha: «Sólo Jesucristo, y éste
crucificado» (v. 2) constituye el acontecimiento
histórico que hemos de creer para llegar a la salvación. La mediación histórica
que hemos de acoger consiste en la predicación, y ésta se caracteriza por su
debilidad humana («Me presenté ante vosotros débil, asustado y
temblando de miedo»: v. 3) y no por la prepotente demagogia
de ciertos predicadores de otros caminos de salvación. Por último, es la fe,
como acogida de la Palabra de la cruz, la que
revela el poder del Dios que salva. La vida cristiana no conoce otras
características, y el apóstol interviene con todo el peso de su autoridad para
reconducir a los cristianos de Corinto al camino recto, aunque esto entrañe
fatiga a causa del deber de abandonar determinadas prácticas que son contrarias
al carácter específico de la fe en Cristo.
- Estos tres acontecimientos -Cristo crucificado, la predicación apostólica
y la fe- mantienen entre sí un orden jerárquico: Pablo es muy consciente de
ello, y lo experimentó personalmente en el camino de Damasco el día de su
conversión. Sin embargo, desde el punto de vista histórico, el mensaje de
Cristo crucificado llega a los potenciales creyentes por medio de la
predicación apostólica, que se concentra y se agota en la proposición del mensaje
pascual de Cristo muerto y resucitado. Es precisamente en este momento
providencial cuando, según Pablo, se manifiesta y se vuelve eficaz la «demostración
del poder del Espíritu» (v. 4), que invade tanto
al que evangeliza como a los que son evangelizados.
CLAVES para la VIDA
- Una vez más, el gran
apóstol Pablo nos “ofusca” con cuanto vive y por el cómo lo vive: aquel Señor
Jesús, con quien se ha encontrado de manera tan singular, le ha transformado
totalmente; ahora es otra persona. De eso da testimonio, y de forma incansable: la Cruz de Cristo es la única luz capaz de
iluminar los caminos de la historia, porque manifiesta la fuerza del amor de
Dios.
- Si bien, la
predicación del apóstol está condicionada por la propia debilidad: “me
presenté a vosotros débil... temblando de miedo” (v. 3): Pablo sabe de su historia pasada, sabe de sus limitaciones actuales
y, además, es consciente de la suma “fragilidad” de su mensaje dentro del mundo
cultural griego, poco dado a aceptar a un “salvador” desde la Cruz. Aquí es donde recibe el “poder
del Espíritu” (v. 4) que hace posible
el don de la fe y, su consecuencia, el anuncio salvador.
- Pablo siempre es un
estímulo, también para los seguidores de hoy en día: su experiencia singular y
transformante es una llamada, hoy, para mí, para nosotros. Descubrir la fuerza
que contiene la Cruz; dejar que esa fuerza “cure” tus
males, y convertirte en anuncio permanente de esa “locura” de Dios... es la Misión que vive el apóstol y nos invita...
nuevamente en esta fiesta de un pastor como San Isidoro.
Evangelio: Mateo 5, 13-16
“...
Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué
salará? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros
sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un
monte. Tampoco se enciende una vela para meterla debajo del celemín, sino para
ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra
luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro
Padre que está en el cielo...”
CLAVES para la LECTURA
- Esta perícopa evangélica se puede interpretar como comentario y
ejemplificación -en la que el mismo Jesús se compromete- de los nueve aforismos introducidos por el adjetivo sustantivado «bienaventurados» (los llamados macarismos). La primera
concretización de la bienaventuranza evangélica es la conciencia que deben
tener los discípulos de ser «sal
de la tierra» y «luz
del mundo». El «vosotros» con el que comienzan los dos períodos interpela precisamente a los
discípulos, interlocutores próximos a Jesús y distanciados del anonimato de la
muchedumbre.
- El «sermón del monte», a diferencia de otros contextos, es el único sitio
en el que Jesús adopta la alegoría para representar la identidad de su
discípulo. Y es también el único contexto en el que emplea el vocablo «sal». La imagen de la «luz», en cambio, se repite en la enseñanza de Jesús y en el vocabulario del Nuevo
Testamento, señaladamente en la perspectiva cristológica, en la que resultan
esenciales al menos un par de citas: la autobiográfica de Jesús «yo
soy la luz del mundo» (Jn 8, 12; 12, 35. 46),
y aquella otra de la fe eclesial convencida de que «la
Palabra era la luz verdadera, que
con su venida al mundo ilumina a todo hombre» (Jn 1, 9), o sea, el Verbo de la vida, luz que brilla en las tinieblas.
- Así pues, la alegoría de la sal parece tener una identidad autónoma. Forma parte de la responsabilidad
autónoma del discípulo ser sal de la tierra, es decir, transferir al orden de
las acciones humanas y evangélicas las características de la sal: dar sabor,
conservar, purificar o preservar. Ahora bien, es una responsabilidad autónoma
con riesgo: la sal puede perder su propia cualidad (si seguimos el aviso de Jesús,
en verdad un tanto forzado, puesto que, de por sí, la composición química de la
sal permanece íntegra si no es manipulada) y, al perder también su propia
utilidad, se vuelve inservible. La alegoría de la luz infunde en el discípulo la seguridad de ser reflejo de una luz que no se
extingue ni traiciona la propia naturaleza luminosa y la finalidad del
iluminar: el discípulo es reflejo de la luz verdadera que es Cristo.
- Salar e iluminar son un servicio que Jesús confía a los discípulos. Esa confianza se transforma en certeza
de bienaventuranza para los discípulos: «Bienaventurados vosotros,
que sois sal de la tierra y luz del mundo».
CLAVES para la VIDA
- Tras la proclamación
de las Bienaventuranzas, Jesús empieza a desarrollar el estilo de vida que quiere
de sus discípulos. Hoy emplea tres comparaciones para hacerles entender qué
papel les toca jugar en medio de la sociedad. “SAL” que condimenta y da gusto, que evita la corrupción de los alimentos e
incluso es símbolo de sabiduría; “LUZ”, que alumbre el camino,
que responde a las preguntas y dudas, que disipe la oscuridad; “CIUDAD” puesta en lo alto, que guíe a los que andan buscando camino, que ofrezca
puntos de referencia para la noche y cobijo para los viajeros.
- Y es que el mismo
Jesús se presenta con esas notas y las vive intensamente en nombre del mismo
Padre: ilumina el caminar de cuantos se encuentran con él; da sentido a sus
vidas, especialmente a quienes parece que no tienen nada, a los marginados y
olvidados de la sociedad; él mismo se convierte en punto de referencia
imprescindible para cuantos buscan el camino para su vida.
- Aquí nos encontramos
nosotros, contemplando cuanto en él se nos ofrece y, también, enviados a ser
eso mismo para los demás, para los hermanos. Y es que nuestro mundo está muy
necesitado de hombres y mujeres que den “luz” a los demás, “gusto” a la vida, y sean “referencia” que oriente. Y... ¿tú? Y... ¿nosotros? ¿Qué tal te sientes? ¿Qué tal nos
encontramos?
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