lunes, 21 de mayo de 2012


MARTES, día 22


Hechos de los Apóstoles 20, 17-27
“... Y ahora me dirijo a Jerusalén, forzado por el Espíritu. No sé lo que me espera allí, sólo sé que el Espíritu Santo, de ciudad en ciudad, me asegura que me aguardan cárceles y luchas. Pero a mí no me importa la vida; lo que me importa es completar mi carrera y cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús: ser testigo del evangelio, que es la gracia de Dios...”
 CLAVES para la LECTURA
- Tras la sublevación de los orfebres de Éfeso, reemprende Pablo sus viajes. Pasa a Grecia, se detiene en Tróade (donde devuelve la vida a un muerto durante una larguísima vigilia eucarística) y a continuación baja a Mileto, en las cercanías de Éfeso, desde donde manda llamar a los responsables de esta Iglesia. Con ellos mantiene una amplia conversación. Se trata del tercer gran discurso de Pablo referido por Lucas: el primero reflejaba la predicación dirigida a los judíos (capítulo 13); el segundo, la dirigida a los paganos (capítulo 17), y el tercero, la dirigida a los pastores de la Iglesia. Se trata de un discurso clásico de despedida o de un «testamento espiritual». Está dotado de una gran densidad humana y de una notable levadura espiritual. Es natural que haya sido muy comentado.
- En él emerge la estatura de un misionero dedicado en cuerpo y alma a la causa del servicio del Señor. Un servicio total, exclusivo y continuado, que usa como criterio no la aprobación de los hombres, sino el designio de Dios. Entre las muchísimas notas que podríamos comentar, hay tres características de la acción de Pablo que parecen llamar la atención de la mirada de manera evidente. La humildad en el servicio del Señor: se trata de una virtud desconocida en el mundo pagano, engrandecida y hecha apetecible por el ejemplo del Señor Jesús, que vino a servir y no a ser servido; el valor: Pablo ha anunciado el Evangelio «con lágrimas, en medio de las pruebas», sin dejarse condicionar por las oposiciones; el desinterés, no sólo trabajando con sus propias manos, sino impulsándose hasta decir: «Nada me importa mi vida, ni es para mí estimable, con tal de llevar a buen término mi carrera». El valor más importante es el Evangelio, no la conservación de la propia vida; para Pablo, lo más importante es lo que recogen las últimas palabras de la perícopa: «Nunca dejé de anunciaros todo el designio de Dios».
- Para él personalmente, para Pablo, se perfila un futuro oscuro, un futuro cargado de prisiones y tribulaciones, iluminado por la certeza de ser «forzado por el Espíritu». Lo importante es «llevar a buen término mi carrera»: la evangelización es urgente, necesita impulso, empeño, concentración, dedicación exclusiva. Es demasiado importante como para no tomarla en serio.
CLAVES para la VIDA
- Nos encontramos con un retrato verdaderamente espléndido de este gran apóstol: dotado de una profundidad humana enorme y de una calidad espiritual que todo lo ilumina. Y es que Pablo ha dedicado todas sus energías y capacidades al servicio y a la causa del Señor Jesús, buscando siempre el designio de Dios y no precisamente la aprobación de los hombres. Inmensa, pues, su dedicación y servicio total, exclusivo y continuado para llevar adelante esa causa: nunca dejé de anunciaros todo el designio de Dios (v. 27).
- En las páginas de los Hechos que hemos ido leyendo y reflexionando, se nos ha mostrado la verdad de ese relato: su capacidad de entrega en la evangelización, su generosidad sin límites, su espíritu creativo, siempre al servicio del Señor y dejándose llevar en todo momento por el Espíritu. Y al final la síntesis: nada me importa mi vida... con tal de llevar a buen término mi carrera (v. 24). ¡Vaya... vaya! Ahí está el enorme testigo, este misionero excepcional y un líder nato.
- Sugerente siempre la figura de Pablo, su talla humana y espiritual, su fuerza interior, su talante misionero y evangelizador. También, hoy, para mí (para nosotros). ¡Cuántas cosas sugieren su vida y su estilo! Hoy que estamos tan necesitados de animadores, de pedagogos, de testigos... ¡Contempla la vida de este apóstol y déjate sugerir! ¡Déjate enamorar por Jesús, como él!

Evangelio: Juan 17, 1-11a
“... Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo... Yo te he glorificado sobre la tierra, he coronado la obra que me encomendaste... He manifestado tu nombre a los hombres que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra... Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por éstos que tú me diste y son tuyos...”
 CLAVES para la LECTURA
- La primera parte de la «Oración sacerdotal» está compuesta por dos fragmentos (vv. 1-5 y vv. 6-11a), unidos entre sí por el tema de la entrega de todos los hombres a Jesús por parte del Padre. Los vv. 1-5 se concentran en la petición de la gloria por parte del Hijo. Estamos en el momento más solemne del coloquio entre Jesús y los discípulos. Jesús es consciente de que su misión está llegando a su término, y, con el gesto típico del orante -levantar los ojos al cielo, es decir, al lugar simbólico de la morada de Dios- da comienzo a su oración.
- Lo primero que pide es que su misión llegue a su culminación definitiva con su propia glorificación. Pero esa glorificación la pide sólo para glorificar al Padre (v. 2). Jesús ha recibido todo el poder del Padre, que ha puesto todas las cosas en sus manos, hasta el poder de dar la vida eterna a los que el Padre le ha confiado. Y la vida eterna consiste en esto: en conocer al único Dios verdadero y a aquel que ha sido enviado por él a los hombres, el Hijo (v. 3). Como es natural, no se trata de la vida eterna entendida como contemplación de Dios, sino de la vida que se adquiere a través de la fe. Ésta es participación en la vida íntima del Padre y del Hijo.
- De este modo, al término de su misión de revelador, profesa Jesús que ha glorificado al Padre en la tierra, cumpliendo en su totalidad la misión que le había confiado el Padre. Jesús no quiere la gloria como recompensa, sino sólo llegar a la plenitud de la revelación con su libre aceptación de la muerte en la cruz. A continuación, piensa Jesús en sus discípulos, a quienes ha manifestado el designio del Padre. Éstos han respondido con la fe y así glorificarán al Hijo acogiendo la Palabra y practicándola en el amor.
 CLAVES para la VIDA      
- Toda la catequesis de la Última Cena nos lleva a este momento cumbre de la llamada “Oración sacerdotal”. Jesús, en plena disposición de acogida del Padre y de sus designios, quiere vivir su “Hora” en plenitud, en disponibilidad. También Él (como Pablo en la lectura de Hechos) siente que ha llevado a cabo la MISIÓN y la quiere culminar: llevar a buen término mi carrera (dice el apóstol); Jesús habla de su “HORA”, porque he coronado la obra que me encomendaste (v. 4); todo está ya realizado; sólo falta culminarla en la entrega plena y total.
- Es tal su comunión con el Padre, que realizar su voluntad es el alimento del caminar de Jesús. Él puede entregar su vida como ofrenda agradable al Padre. En esto, precisamente, consiste la vida: en conocer al Padre, vital y experiencialmente, y gustar de su proyecto de salvación. Aquí está el don de la FE que posibilita la participación en la vida íntima del Padre y del Hijo. La fe, pues, no son principios doctrinales e inamovibles; es VIDA, es relación confiada.
- Aquí nos encontramos con todas estas “confesiones” que parten de muy dentro y que nos muestran toda la hondura y profundidad de la vida y de la vivencia de Jesús: cumplir la Misión, es el objetivo final, lo que ilumina todo. ¿Cómo te sientes ante esta propuesta? ¿Voy cada día acercándome (un poco) a esta vivencia, a esta experiencia? ¡Sólo así podré parecerme a Él!

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