MARTES, día 22
Hechos de los Apóstoles 20,
17-27
“... Y ahora
me dirijo a Jerusalén, forzado por el Espíritu. No sé lo que me espera allí,
sólo sé que el Espíritu Santo, de ciudad en ciudad, me asegura que me aguardan
cárceles y luchas. Pero a mí no me importa la vida; lo que me importa es
completar mi carrera y cumplir el encargo que me dio el Señor Jesús: ser
testigo del evangelio, que es la gracia de Dios...”
CLAVES para la LECTURA
- Tras la
sublevación de los orfebres de Éfeso, reemprende Pablo sus viajes. Pasa a
Grecia, se detiene en Tróade (donde devuelve la vida a un muerto durante una
larguísima vigilia eucarística) y a continuación baja a Mileto, en las
cercanías de Éfeso, desde donde manda llamar a los responsables de esta
Iglesia. Con ellos mantiene una amplia conversación. Se trata del tercer gran
discurso de Pablo referido por Lucas: el primero reflejaba la predicación
dirigida a los judíos (capítulo 13); el segundo, la dirigida a los paganos
(capítulo 17), y el tercero, la dirigida a los pastores de la Iglesia. Se trata de
un discurso clásico de despedida o de un «testamento espiritual». Está dotado
de una gran densidad humana y de una notable levadura espiritual. Es natural
que haya sido muy comentado.
- En
él emerge la estatura de un misionero dedicado en cuerpo y alma a la causa del
servicio del Señor. Un servicio total, exclusivo y continuado, que
usa como criterio no la aprobación de los hombres, sino el designio de Dios.
Entre las muchísimas notas que podríamos comentar, hay tres características de
la acción de Pablo que parecen llamar la atención de la mirada de manera
evidente. La humildad en el
servicio del Señor: se trata de una virtud desconocida en el mundo pagano,
engrandecida y hecha apetecible por el ejemplo del Señor Jesús, que vino a
servir y no a ser servido; el valor: Pablo ha anunciado el Evangelio «con
lágrimas, en medio de las pruebas», sin dejarse condicionar por las oposiciones; el desinterés, no sólo trabajando con sus propias
manos, sino impulsándose hasta decir: «Nada me importa mi
vida, ni es para mí estimable, con tal de llevar a buen término mi carrera». El valor más importante es el
Evangelio, no la conservación de la propia vida; para Pablo, lo más importante
es lo que recogen las últimas palabras de la perícopa: «Nunca
dejé de anunciaros todo el designio de Dios».
- Para
él personalmente, para Pablo, se perfila un futuro oscuro, un futuro cargado de
prisiones y tribulaciones, iluminado por la certeza de ser «forzado
por el Espíritu». Lo importante es «llevar a buen
término mi carrera»: la evangelización es urgente, necesita
impulso, empeño, concentración, dedicación exclusiva. Es demasiado importante
como para no tomarla en serio.
CLAVES para la VIDA
- Nos
encontramos con un retrato verdaderamente espléndido de este gran apóstol:
dotado de una profundidad humana enorme y de una calidad espiritual que todo lo
ilumina. Y es que Pablo ha dedicado todas sus energías y capacidades al
servicio y a la causa del Señor Jesús, buscando siempre el designio de Dios y
no precisamente la aprobación de los hombres. Inmensa, pues, su dedicación y
servicio total, exclusivo y continuado para llevar adelante esa causa: “nunca dejé de anunciaros todo el designio de Dios”
(v. 27).
- En
las páginas de los Hechos que hemos ido leyendo y reflexionando, se nos ha
mostrado la verdad de ese relato: su capacidad de entrega en la evangelización,
su generosidad sin límites, su espíritu creativo, siempre al servicio del Señor
y dejándose llevar en todo momento por el Espíritu. Y al final la síntesis: “nada me importa mi vida... con tal de llevar a buen término
mi carrera” (v. 24). ¡Vaya... vaya! Ahí está el enorme testigo,
este misionero excepcional y un líder nato.
-
Sugerente siempre la figura de Pablo, su talla humana y espiritual, su fuerza
interior, su talante misionero y evangelizador. También, hoy, para mí
(para nosotros). ¡Cuántas cosas sugieren su vida y su estilo! Hoy que estamos
tan necesitados de animadores, de pedagogos, de testigos... ¡Contempla la vida
de este apóstol y déjate sugerir! ¡Déjate enamorar por Jesús, como él!
Evangelio: Juan 17, 1-11a
“... Padre, ha
llegado la hora, glorifica a tu Hijo... Yo te he glorificado sobre la tierra,
he coronado la obra que me encomendaste... He manifestado tu nombre a los
hombres que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran, y tú me los diste, y
ellos han guardado tu palabra... Te ruego por ellos; no ruego por el mundo,
sino por éstos que tú me diste y son tuyos...”
CLAVES para la LECTURA
- La primera parte de la
«Oración sacerdotal» está compuesta por dos fragmentos (vv. 1-5 y vv. 6-11a),
unidos entre sí por el tema de la entrega de todos los hombres a Jesús por
parte del Padre. Los vv. 1-5 se concentran en la petición de la gloria por
parte del Hijo. Estamos en el momento más solemne del coloquio entre Jesús y
los discípulos. Jesús es consciente de que su misión está llegando a su
término, y, con el gesto típico del orante -levantar los ojos al cielo, es
decir, al lugar simbólico de la morada de Dios- da comienzo a su oración.
- Lo
primero que pide es que su misión llegue a su culminación definitiva con su
propia glorificación. Pero esa glorificación la pide sólo para
glorificar al Padre (v. 2). Jesús ha recibido todo el poder del Padre, que ha
puesto todas las cosas en sus manos, hasta el poder de dar la vida eterna a los
que el Padre le ha confiado. Y la vida eterna consiste en esto: en conocer al
único Dios verdadero y a aquel que ha sido enviado por él a los hombres, el Hijo
(v. 3). Como es natural, no se trata de la vida eterna entendida como
contemplación de Dios, sino de la vida que se adquiere a través de la fe. Ésta
es participación en la vida íntima del Padre y del Hijo.
- De
este modo, al término de su misión de revelador, profesa Jesús que ha
glorificado al Padre en la tierra, cumpliendo en su totalidad la misión que le
había confiado el Padre. Jesús no quiere la gloria
como recompensa, sino sólo llegar a la plenitud de la revelación con su libre
aceptación de la muerte en la cruz. A continuación, piensa Jesús en sus
discípulos, a quienes ha manifestado el designio del Padre. Éstos han
respondido con la fe y así glorificarán al Hijo acogiendo la Palabra y practicándola en
el amor.
CLAVES para la VIDA
-
Toda la catequesis de la Última Cena nos lleva a este momento cumbre de la
llamada “Oración sacerdotal”. Jesús, en plena disposición de acogida del Padre
y de sus designios, quiere vivir su “Hora” en plenitud, en disponibilidad.
También Él (como Pablo en la lectura de Hechos) siente que ha llevado a cabo la MISIÓN y la quiere
culminar: “llevar a buen término mi carrera”
(dice el apóstol); Jesús habla de su “HORA”, porque “he
coronado la obra que me encomendaste” (v. 4); todo está ya
realizado; sólo falta culminarla en la entrega plena y total.
- Es
tal su comunión con el Padre, que realizar su voluntad es el alimento del
caminar de Jesús. Él puede entregar su vida como ofrenda agradable al Padre. En esto,
precisamente, consiste la vida: en conocer al Padre, vital y experiencialmente,
y gustar de su proyecto de salvación. Aquí está el don de la FE que posibilita la
participación en la vida íntima del Padre y del Hijo. La fe, pues, no son
principios doctrinales e inamovibles; es VIDA, es relación confiada.
-
Aquí nos encontramos con todas estas “confesiones” que parten de muy dentro y
que nos muestran toda la hondura y profundidad de la vida y de la vivencia de
Jesús: cumplir la Misión ,
es el objetivo final, lo que ilumina todo. ¿Cómo te sientes ante
esta propuesta? ¿Voy cada día acercándome (un poco) a esta vivencia, a esta
experiencia? ¡Sólo así podré parecerme a Él!
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