lunes, 4 de junio de 2012


MARTES, día 5


2 Pedro 3, 12-15a. 17-18
“... Considerad que la paciencia de nuestro Señor es nuestra salvación. Así, pues, vosotros, queridos hermanos, estáis prevenidos; tened cuidado de que no os arrastre el error de esos hombres sin principios y perdáis pie. Creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, a quien sea la gloria ahora y hasta el día eterno. Amén...”

            CLAVES para la LECTURA
- El fragmento de hoy es una reflexión sobre el estado del cristiano que «espera la venida del día de Dios» (v. 12), día que pertenece a Dios por excelencia. El autor de la carta pretende recordar a los creyentes el objeto y el sentido de esta espera.
- En primer lugar, lo que esperamos son «unos cielos nuevos y una tierra nueva» (Is 65, 17; 66, 22), en los que se manifestará Cristo y se manifestará en todos los ámbitos -en la «justicia»- el proyecto de Dios, que ahora es sólo un deseo. Ahora bien, esta espera es algo completamente distinto a una espera pasiva. Quien vive ya desde ahora en medio de la piedad y la santidad puede apresurar incluso la venida del día del Señor, puesto que realiza ya en esta tierra, en la pequeñez de su historia, lo que será la justicia típica del día de Dios. Por eso invita el autor de la carta a sus destinatarios a ser «limpios», como las víctimas ofrecidas a Dios en el culto del Antiguo Testamento, e «irreprochables ante él», «en paz con Dios» (v. 14), como ocurrirá en el domingo sin ocaso de la vida futura.
- En estas circunstancias, se vuelve secundario el problema del «cuándo» vendrá este «día de Dios». Lo que cuenta es la magnanimidad del Señor, que organiza los tiempos y la historia siguiendo una amorosa perspectiva de salvación. Ese designio es desconocido para los impíos, mientras que es objeto de conocimiento progresivo por parte del creyente. Este último sabe que aún tiene que seguir descubriendo a Cristo hasta la manifestación completa del día del Señor. A él sea la gloria, ahora y tal como aparecerá en aquel día. El «amén» final indica que el escrito debe ser leído en la asamblea dominical de los cristianos.
             CLAVES para la VIDA
- El autor sagrado, a los cristianos de ayer y de hoy, invita a “crecer”, a seguir adelante con esmero, sin dejarse arrastrar por el error que amenaza continuamente a quienes quieren vivir desde la óptica de la fe cristiana. Porque la vida cristiana se halla llena de alegría, pero a la vez de exigencia. No es posible olvidarlo, sino que es necesario asumirlo con buen ánimo, para así poder vivir en fidelidad.
- Y es que la promesa es clara y hermosa: según la promesa de Dios, esperamos unos cielos nuevos y una tierra nueva (v. 13): aquí está el “secreto” de esa espera, confiada y tensa, en crecimiento y fidelidad para no verse atrapados por otras dinámicas, por el error de los malvados (v. 17), que siempre acechan al creyente. La forma de vivir este tiempo es creced en gracia y conocimiento de nuestro Salvador Jesucristo (v. 18): es el mejor antídoto para afrontar este momento de espera.
- A pesar del lenguaje y de las expresiones, hoy y aquí, para nosotros creyentes y seguidores, es sugerente esta reflexión del autor de esta carta. También hoy nos encontramos acosados por el error en sus múltiples y “nuevas” expresiones. De ahí que creced en gracia y conocimiento sigue siendo un quehacer para mí, una respuesta coherente a la situación. Sólo desde ahí, desde esa actitud podré ser testigo y posibilitar también el que otros “crezcan” en ese seguimiento. Y tú, hermano/a... ¿qué? ¿Cómo te sientes ante esta propuesta?

Evangelio: Marcos 12, 13-17
“... Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa de nadie, porque no te fijas en apariencias, sino que enseñas el camino de Dios sinceramente. ¿Es lícito pagar impuestos al César o no?... Traedme un denario, que lo vea. Se lo trajeron. Y él les preguntó: ¿De quién es esta cara y esta inscripción? Le contestaron: Del César. Les replicó: Lo que es del César pagárselo al César, y lo que es de Dios a Dios. Se quedaron admirados...”

            CLAVES para la LECTURA
- Los fariseos y los herodianos -enviados por las autoridades-, quieran o no, trazan un cuadro muy positivo de Jesús. Han venido para someterle a insidias, pero se ven obligados a reconocer su fuerte personalidad (vv. 13ss). Jesús es un hombre «sincero» y transparente, sin trampas ni hipocresías. Es alguien que dice lo que verdaderamente piensa. No es parcial con nadie. Justo lo contrario es la figura de las autoridades que les envían y la de los mismos que le interrogan. Fingiendo interés, intentan poner a Jesús en una situación embarazosa: son unos hombres astutos, hipócritas, dedicados a poner trampas.
- La afirmación central está constituida por estas palabras: «Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios» (v. 17). Los fariseos y los herodianos plantearon a Jesús una cuestión candente. Si respondía de manera negativa, habría suscitado la reacción de la autoridad romana. Si respondía afirmativamente, habría perdido la simpatía de la muchedumbre. En torno a si era o no lícito pagar los tributos al emperador romano había posiciones diferentes: los herodianos eran favorables a los romanos; los celotas, por el contrario, predicaban abiertamente el rechazo y la resistencia armada; los fariseos rechazaban la rebelión abierta y pagaban los tributos para evitar lo peor.
- La respuesta de Jesús es completamente inesperada y coge por sorpresa a sus interlocutores, porque se sustrae a la lógica de las diferentes formaciones. No se trata de una respuesta evasiva. Escapa al dilema, pero no por miedo a comprometerse. Lleva el discurso más hacia atrás, justo al lugar donde se encuentra el centro inspirador, es decir, la concepción justa de la dependencia de Dios y, por consiguiente, la justa libertad frente al Estado. Con su respuesta, Jesús no pone a Dios y al César en el mismo plano. En las palabras: «Pues dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios», el acento recae en la segunda parte. Lo que le preocupa a Jesús es, antes que nada, salvaguardar los derechos de Dios en cualquier situación política. El Estado no puede erigirse en valor absoluto: ningún poder político -romano o no, cristiano o no- puede arrogarse derechos que sólo competen a Dios, no puede absorber todo el corazón del hombre, no puede reemplazar a la conciencia. El hombre del Evangelio se niega a hacer coincidir su conciencia con los intereses del Estado. Se niega a caer en la lógica de la «razón de Estado».
             CLAVES para la VIDA
- El joven rabí (Maestro) quiere ser atrapado por sus enemigos en un tema delicado y espinoso para la situación que aquel pueblo está viviendo y que dividía entre sí a los diversos grupos. Jesús aprovecha el momento para brindar un criterio decisivo para la vida del cristiano: la primacía de Dios y la dependencia que el creyente vive respecto de ese Dios. Es el criterio primero y decisivo.
- Y aquí nace la justa libertad de conciencia frente a otros poderes, y el respeto a los mismos, pero sin confundir los planos. Como en otras ocasiones similares, Jesús aboga por los “derechos de Dios” ante una situación en la que se le quieren negar; para la conciencia creyente la primacía está en la “raíz” de su vida, esto es, un Dios mismo que respeta siempre al hombre en su integridad (lo que no ocurrirá con los Estados).
- Una vez más, se me propone un criterio de vida concreto: “lo primero es primero, y lo segundo siempre es después”. Esta “frasecita” manifiesta un estilo de ser y de vivir. ¡Cuántas veces, hoy y en mi vida, puede estar ocurriendo un “cambio” de orden! ¡Qué fácil dejarme confundir y dejarme atrapar por otros criterios donde la primacía no es precisamente la propuesta de Dios, con todas sus consecuencias!.. ¿Qué tal te sientes tú, hermana/o, ante estas situaciones? ¡Buen ánimo!

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