sábado, 18 de mayo de 2013


DOMINGO, día 18 de Mayo:

PENTECOSTÉS

 
Hechos de los Apóstoles 2, 1-11

 
“... Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería...”

 
CLAVES para la VIDA

 
- Cuando el día de Pentecostés llegaba a su conclusión -aunque el acontecimiento narrado tiene lugar hacia las nueve de la mañana, la fiesta había comenzado ya la noche precedente- se cumple también la promesa de Jesús (1, 1-5) en un contexto que recuerda las grandes teofanías del Antiguo Testamento y, en particular, la de Ex 19, preludio del don de la Ley, que el judaísmo celebraba precisamente el día de Pentecostés (vv. 1s). Se presenta al Espíritu como plenitud. Él es el cumplimiento de la promesa. Como un viento impetuoso llena toda la casa y a todos los presentes; como fuego teofánico asume el aspecto de lenguas de fuego que se posan sobre cada uno, comunicándoles el poder de una palabra encendida que les permite hablar en múltiples lenguas extrañas (vv. 3s).

 - El acontecimiento tiene lugar en un sitio delimitado (v. 1) e implica a un número restringido de personas, pero a partir de ese momento y de esas personas comienza una obra evangelizadora de ilimitadas dimensiones («todas las naciones de la tierra»: v. 5b). El don de la Palabra, primer carisma suscitado por el Espíritu, está destinado a la alabanza del Padre y al anuncio para que todos, mediante el testimonio de los discípulos, puedan abrirse a la fe y dar gloria a Dios (v. 11b).

 - Dos son las características que distinguen esta nueva capacidad de comunicación ampliada por el Espíritu: en primer lugar, es comprensible a cada uno, consiguiendo la unidad lingüística destruida en Babel (Gn 11, 1-9); en segundo lugar, parece referirse a la palabra extática de los profetas más antiguos (1 Sm 10, 5-7) y, de todos modos, es interpretada como profética por el mismo Pedro, cuando explica lo que les ha pasado a los judíos de todas procedencias (vv. 17s).

 - El Espíritu irrumpe y transforma el corazón de los discípulos volviéndolos capaces de intuir, seguir y atestiguar los caminos de Dios, para guiar a todo el mundo a la plena comunión con él, en la unidad de la fe en Jesucristo, crucificado y resucitado (vv. 22s y 38s; Ef 4, 13).

 

CLAVES para la VIDA

 
- Aunque sea descrito con elementos propios de la cultura de su tiempo e, incluso, anteriores, Lucas nos ofrece lo que ocurre ese día, en el que se cumple la promesa de Jesús y el Espíritu se da como plenitud a aquel grupo, transformándolo desde dentro, dando así comienzo a la obra evangelizadora que, de mil formas diversas, ha recorrido los caminos tortuosos de la historia. Y es que en aquel grupo se produce una transformación del corazón que les empuja a vivir plenamente la Misión iniciada por Jesús mismo: la NOVEDAD del REINO.

 - Por eso, aquellos que se encontraban “en una casa con las puertas cerradas por miedo...” (Jn 20, 19), ahora, arrebatados con la fuerza de ese Espíritu, siguen los caminos propuestos por Jesús e inician la inmensa tarea de dar a conocer, en toda circunstancia y a todas las personas, a este Jesús como el único capaz de salvar y como el camino que lleva al encuentro con Dios y a la plenitud deseada y buscada por la humanidad. Así se inicia esta nueva etapa de la historia, siendo una historia de Salvación.

 - Y aquí me encuentro yo, fruto de aquella tarea iniciada entonces y que me ha hecho conocer y vivir toda la novedad del Evangelio y la propuesta de Dios mismo que se me ofrece en Jesús de Nazaret. Aquel “fuego” de su Espíritu, que ha transformado tantas realidades y situaciones a través de la historia, hoy sigue empeñado en la misma causa y busca transformar desde dentro y encender, de nuevo, su fuego en mi vida y en mi ser, con vistas a la misma MISIÓN. En todo este tiempo Pascual ha sido éste su empeño, y seguro que lo seguirá siendo a lo largo de los próximos meses. ¿Qué tal terminamos este tiempo especial de Pascua, hermano/a? ¿Habrá conseguido el Resucitado y su Espíritu ese cambio que, muy posiblemente, necesita y requiera nuestra vida? ¡Ojalá...!

 
1 Corintios 12, 3b-7. 12-13

 
“... Nadie puede decir Jesús es Señor, si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos...”

 
CLAVES para la LECTURA

 
- Pablo dirige a los corintios, entusiasmados por las manifestaciones del Espíritu que tienen lugar en su comunidad, algunas consideraciones importantes para un recto discernimiento. ¿Cómo reconocer la acción del Espíritu en una persona? No por hechos extraordinarios, sino antes que nada por la fe profunda con la que cree y profesa que Jesús es Dios (v. 3b).

 - ¿Cómo reconocer también la acción del Espíritu en la comunidad? El Espíritu es un incansable operador de unidad: él es quien edifica la Iglesia como un solo cuerpo, el cuerpo místico de Cristo (v. 12), en el que es insertado el cristiano como miembro vivo por medio del bautismo. Esta unidad, que se encuentra en el origen de la vida cristiana y es el término al que tiende la acción del Espíritu, se va llevando a cabo a través de la multiplicidad de carismas (don del único Espíritu), ministerios (servicios eclesiales confiados por el único Señor) y actividades que hace posible el único Dios, fuente de toda realidad (vv. 4-6).

 - ¿Cómo reconocer, entonces, la autenticidad -es decir, la efectiva procedencia divina- de los distintos carismas, ministerios y actividades presentes en la comunidad? Pablo lo aclara en el v. 7: «A cada cual se le concede la manifestación del Espíritu para el bien de todos», o sea, para hacer crecer todo el cuerpo eclesial en la unidad, «en la medida que conviene a la plena madurez de Cristo» (Ef 4, 13): por eso el mayor de todos los carismas, el indispensable, el único que durará para siempre, es la caridad (12, 31 – 13, 13).

 
CLAVES para la VIDA

 
- La acción del Espíritu de Jesús nos anda “por las nubes”; su quehacer es concreto. Y con vistas a que el anuncio del Evangelio sea más directo y vivo, es el mismo Espíritu el que trabaja -de forma empeñada- en la construcción de la Comunidad y en la unidad que requiere. Aquí es donde el apóstol Pablo trata de insistir y, también, de clarificar, con el objeto de que cada uno de los miembros se sienta, -además de animado por su fuerza-, consciente de la llamada que ha recibido a construir la unidad, como el gran signo evangelizador.

 - De hecho... “en cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común...” (v. 7): así de claro. Por eso, con la bella metáfora de los diversos miembros del cuerpo que, entre todos, forman una unidad, el apóstol propone el ideal de la comunidad cristiana: animados por ese Espíritu, somos llamados a vivir en servicio mutuo con vistas a ser un signo vivo de la misma comunión trinitaria, para así anunciar el Evangelio y la nueva y definitiva FRATERNIDAD.

 - La tarea, hoy y aquí, para nosotros, está definida y clara. Todavía estamos en camino y... ¡hasta qué punto! Dejarme animar, vitalmente, por ese Espíritu; sentir y experimentar su deseo y búsqueda de la comunión; asumir, desde ahí, la tarea del bien común; buscar y empeñarse en la unidad, en la fraternidad y, desde esas vivencias, SEMBRAR el ANUNCIO de la Buena Nueva... ¡sigue siendo una INMENSA MISIÓN!, realizada a través de los tiempos, pero -al mismo tiempo-, como quien dice, recién iniciada y necesitada de empeño y de esfuerzo. ¿Estoy de acuerdo con esta propuesta del mismo Espíritu? ¡Buen ánimo, hermano/a!

 
Evangelio: Juan 20, 19-23

 
“... Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo... Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos...”

 
CLAVES para la LECTURA

 
- La noche de pascua, Jesús, a quien el Padre ha resucitado de entre los muertos mediante el poder del Espíritu Santo (Rom 1, 4), se aparece a los apóstoles reunidos en el cenáculo y les comunica el don unificador y santificador de Dios. Eso sí, las puertas están trancadas porque los discípulos temen ser perseguidos por su relación con el ajusticiado. El miedo será vencido por el saludo pascual, y es que Jesús atraviesa las barreras externas (las puertas) e internas de los suyos (el miedo y el desánimo).

 - Es el Pentecostés joáneo, que el evangelista aproxima al tiempo de la resurrección para subrayar su particular perspectiva teológica: es única la «hora» a la que tendía toda la existencia terrena de Jesús, es la hora en la que glorifica al Padre mediante el sacrificio de la cruz y la entrega del Espíritu en la muerte (19, 3ab, al pie de la letra), y es también, inseparablemente, la hora en la que el Padre glorifica al Hijo en la resurrección. En esta hora única Jesús transmite a los discípulos el Espíritu (v. 27) y, con ello, su paz (vv. 19. 21), su misión (v. 21b) y el poder sobrenatural para llevarla a cabo.

 - El Espíritu, -como se repite en la fórmula sacramental de la absolución-, fue derramado para la remisión de los pecados. El Cordero de Dios ha tomado sobre sí el pecado del mundo (1, 29), destruyéndolo en su cuerpo inmolado en la cruz (Col 2, 13s; Ef 2, 15-18). Y continúa su acción salvífica a través de los apóstoles, haciendo renacer a una vida nueva y restituyendo a la pureza originaria a los que se acercan a recibir el perdón de Dios y se abren, a través de un arrepentimiento sincero, a recibir el don del Espíritu Santo (Hch 2, 38s).

 
CLAVES para la VIDA

 
- En esa situación complicada para los primeros seguidores de Jesús, hasta el punto de estar encerrados y con miedo a causa de Él, el Señor resucitado se hace presente para “recuperar” a sus amigos. De hecho, el evangelista nos dice que “sopló” (v. 22): recuerda, y mucho, a la primera creación del hombre (Gén 2, 7); pero ahora, con el don del Espíritu, se da una NUEVA CREACIÓN, y nace una nueva humanidad, más de acuerdo con el proyecto de Dios y llamada a vivir plenamente la COMUNIÓN con el Dios Creador.

 - A partir de esta nueva creación, experimentado por los apóstoles en su propia vida, reciben el poder de sanar y de curar, desde las mismas raíces, a la humanidad: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo” (v. 21). Ellos continuarán la MISIÓN que el mismo Señor Jesús ha iniciado; y lo harán con la misma autoridad con que Él lo llevó a cabo; esto es, por deseo y mandato del mismo Dios-Padre. Así, comparten para siempre la tarea con Él, con Jesús, y para esta labor tendrán la ayuda incomparable del Espíritu.

 - Y así hasta hoy. El Señor resucitado se hace presente en mi (nuestra) vida, y vuelve a recrear en mí (en nosotros) esa nueva condición que Él nos aporta. Experimentado este encuentro, todo es diferente (desaparece el miedo y el desánimo) y es entonces cuando vuelve a realizar el ENVÍO: “Como el Padre me ha enviado...”. Al final de este tiempo de Pascua, ojalá pueda proclamar -sin temor y sin complejos- que he sido RECREADO por Él y por su Espíritu, y que asumo, con valor y fuerza, el compromiso que supone el envío. Hermano/a: hemos llegado al final de este tiempo de gracia que es la Pascua. ¿Qué tal? ¿Cuál ha sido la experiencia DECISIVA...? ¡Enhorabuena!

sábado, 11 de mayo de 2013


DOMINGO, día 12 de mayo:

LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

 

Hechos de los Apóstoles 1, 1-11

 

“... Una vez que comían juntos, les recomendó: No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua; dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo... Dicho esto, lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista... El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse...”

 

CLAVES para la LECTURA

- Este breve prólogo une el libro de los Hechos de los Apóstoles al evangelio según san Lucas, como la segunda parte («discurso», v. 1 al pie de la letra) de un mismo escrito y ofrece una síntesis del cuadro del ministerio terreno de Jesús (vv. 1-3). Se trata de un resumen que contiene preciosas indicaciones: Lucas quiere subrayar, en efecto, que los apóstoles, elegidos en el Espíritu, son testigos de toda la obra, enseñanza, pasión y resurrección de Jesús, y depositarios de las instrucciones particulares dadas por el Resucitado antes de su ascensión al cielo. Su autoridad, por consiguiente, ha sido querida por el Señor, que los ha puesto como fundamento de la Iglesia de todos los tiempos (Ef 2, 20; Ap 12, 14). Jesús muestra tener un designio que escapa a los suyos (vv. 6s). El Reino de Dios del que habla (v. 3b) no coincide con el reino mesiánico de Israel; los tiempos o momentos de su cumplimiento sólo el Padre los conoce. Sus fronteras son «los confines de la tierra» (vv. 7s).

 - Los apóstoles reciben, por tanto, una misión, pero no les corresponde a ellos «programarla». Sólo deben estar completamente disponibles al Espíritu prometido por el Padre (vv. 4-8). Como hizo en un tiempo Abrahán, también los apóstoles deben salir de su tierra -de su seguridad, de sus expectativas- y llevar el Evangelio a tierras lejanas, sin tener miedo de las persecuciones, fatigas, rechazos. La encomienda de la misión concluye la obra salvífica de Cristo en la tierra. Cumpliendo las profecías ligadas a la figura del Hijo del hombre apocalíptico, se eleva a lo alto, al cielo (esto es, a Dios), ante los ojos de los apóstoles -testigos asimismo, por consiguiente, de su glorificación- hasta que una nube lo quitó de su vista (Dn 7, 13).

 - Lucas presenta todo el ministerio de Jesús como una ascensión (desde Galilea a Jerusalén, y desde Jerusalén al cielo) y como un éxodo, que ahora llega a su cumplimiento definitivo: en la ascensión se realiza plenamente el «paso» (pascua) al Padre. Como anuncian dos hombres «con vestidos blancos» -es decir, dos enviados celestiales-, vendrá un día, glorioso, sobre las nubes (v. 11). No es preciso escrutar ahora con ansiedad los signos de los tiempos, puesto que se tratará de un acontecimiento tan manifiesto como su partida. Tendrá lugar en el tiempo elegido por el Padre (v. 7) para el último éxodo, el paso de la historia a la eternidad, la pascua desde el orden creado a Dios, la ascensión de la humanidad al abrazo trinitario.

 

CLAVES para la VIDA

 

- Jesús ha concluido ya su “primera” misión, su ministerio terreno. De ahí que ofrece y abre a los apóstoles a la tarea de seguir anunciando lo que Él mismo ha iniciado. Y esa misión alcanza hasta “los confines de la tierra” (v. 7): ya no hay límites que valgan; a toda la humanidad se le ofrece el don salvador de Dios. Sus seguidores tendrán que empeñarse, si bien recibirán la ayuda del don del Espíritu. Se abre así el tiempo del Espíritu y de la Iglesia o Comunidad de Jesús.

 - Por lo tanto, no es cuestión de quedarse “plantados mirando al cielo...” (v. 11), aunque sea en actitud contemplativa. Al contrario, poseídos de la fuerza del Espíritu, serán testigos hasta los mismos confines de la tierra. Es la hora de los TESTIGOS: Jesús los considera ya adultos y el RELEVO se produce de inmediato. Sólo necesitarán la PRESENCIA NUEVA de Jesús en el ESPÍRITU, y entonces sí que se producirá la transformación necesaria para llevar a cabo la Misión encomendada.

 - Y aquí nos encontramos nosotros, como frutos de aquel envío y de aquella tarea. También, hoy, necesitados del Espíritu y de su fuerza para asumir de nuevo la MISIÓN y no conformarnos con quedar mirando al cielo, por muy “sagrado” que pueda parecer. Se vuelve a repetir el cuadro: Él, el Maestro y Señor, nos envía “hasta los confines de la tierra”, y, además, con la misma Misión que recibieron los primeros seguidores. Y es que... ¡la verdad es que queda tarea para rato! A veces, sin duda, la gran tentación es quedarnos mirando al cielo, como “disfrutando” del don recibido, pero sin expandirlo, sin darlo abiertamente. ¿Cuál es tu actitud HABITUAL, hermano/a? La fiesta de la Ascensión nos interroga seriamente.

 

Efesios 1, 17-23

 

“... Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo... Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia, como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos...”

 

 CLAVES para la LECTURA

 

- Tras haber contemplado el gran misterio de la voluntad redentora del Padre, Pablo se alegra porque, informado de la fe de los destinatarios de su carta, los ve como partícipes de la magnífica herencia adquirida por Cristo, una herencia que se hace visible ya ahora en la caridad activa de estas Iglesias.

 - Para que sigan firmes en la vida nueva pide Pablo incesantemente al Padre el don del «espíritu de sabiduría y una revelación» que les permita penetrar cada vez más en su misterio. «El Espíritu, en efecto, lo escudriña todo, incluso las profundidades de Dios... Del mismo modo, sólo el Espíritu de Dios conoce las cosas de Dios» (1 Cor 2, 10b. 11b). Ahora bien, el Espíritu Santo es amor: el amor engendra, por consiguiente, el conocimiento, y el conocimiento engendra el amor.

 - La cima de este conocimiento amoroso es el saberse amado: la experiencia de este amor hace que podamos percibir qué grandes son los bienes que esperamos («la esperanza a la que habéis sido llamados»: v. 18a), qué espléndida es la dignidad de la que Dios nos hace partícipes («la inmensa gloria otorgada en herencia a su pueblo»: v. 18b), qué poderosamente eficaz es la acción salvífica de Dios, que obra en nosotros lo que ya ha realizado en Cristo al resucitarlo y poner todo ser bajo su dominio (vv. 20ss).

 - Sometida a Cristo, la cabeza, está la Iglesia, que recibe de su Señor la vida y todos los bienes y que, en cuanto cuerpo, aunque esté sometida a los límites de sus miembros, debe crecer para alcanzar «en plenitud la talla de Cristo» (4, 13b).

 

CLAVES para la VIDA

 

- A Pablo le llena de satisfacción la fe y el amor a todos que caracteriza a la comunidad de Éfeso. Pero en su oración, pide que progresen más: que Dios les conceda sabiduría para conocerle mejor, ilumine sus ojos, que les llene de esperanza con vistas a gustar plenamente la riqueza de Dios mismo concederá en herencia a los suyos. Así expresa el apóstol toda la grandeza que supone la NUEVA SITUACIÓN de la que participa su comunidad.

 - “La esperanza a la que habéis sido llamados” (v. 18): todo ello como fruto del amor original del mismo Dios y desplegado para nosotros en Cristo Jesús. Aquí está la síntesis de toda esa historia de amor y de salvación, llevada a cabo a través de los tiempos, y como don de la fidelidad del mismo Dios. Ahora, pues, podemos vivir en él y como él, como Cristo, el Señor. Con ello ya está todo dicho y somos llamados a vivir profundamente esta situación completamente nueva e insospechada.

 - Todo esto es algo así como demasiado hermoso y posiblemente no lo disfruto en toda su intensidad, porque casi no me lo creo. ¡Cuán diferente es conocerlo (de memoria) a ser una convicción que transforma toda la realidad de mi existencia, mi visión de la vida y de la historia, de mis motivaciones para amar y vivir al estilo del mismo Jesús! Pero a esto soy invitado: ésta es la gracia que se me otorga y que hoy mismo se me vuelve a recordar y ofrecer. ¿Qué tal hermano/a? ¿Es tu espiritualidad de este estilo, como la de esta propuesta...?

 

Evangelio: Lucas 24, 46-53

 

“… Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos… Y vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido… Después los sacó hacia Betania, y levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos (subiendo hacia el cielo). Ellos se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios…”

 

CLAVES para la LECTURA

 

- El relato de la ascensión de Jesús en el evangelio según san Lucas tiene muchos rasgos en común con el que se nos presenta en Hechos de los Apóstoles; con todo, los matices y acentos diferentes son significativos. El acontecimiento aparece narrado inmediatamente a continuación de la pascua, significando de este modo que se trata de un único misterio: la victoria de Cristo sobre la muerte coincide con su exaltación a la gloria por obra del Padre (v. 51: «Fue llevado al cielo»).

 - Al aparecerse a los discípulos, el Resucitado «les abrió la mente a la inteligencia de las Escrituras», mostrándoles a través de ellas que toda su obra terrena formaba parte de un designio de Dios, que ahora se extiende directamente a los discípulos, llamados a dar testimonio de él. En efecto, a todas las naciones deberá llegar la invitación a la conversión para el perdón de los pecados, a fin de participar en el misterio pascual de Cristo (vv. 47s). Jerusalén, hacia la que tendía toda la misión de Jesús en el tercer evangelio, se convierte ahora en punto de partida de la misión de los apóstoles: en ella es donde deben esperar el don del Espíritu, que, según había prometido Dios en las Escrituras (Jl 3, ls; Ez 36, 24-27; etc.), les enviará Jesús desde el Padre (v. 40).

 - Una vez les hubo dado las últimas consignas, Jesús llevó fuera a los discípulos, recorriendo al revés el camino que le había llevado a la ciudad el día de las Palmas. Sobre el monte de los Olivos, donde se encuentra Betania, y con un gesto sacerdotal de bendición, se separa de los suyos. Elevado al cielo, entra para siempre en el santuario celestial (Heb 9, 24). Los discípulos, postrados ante él en actitud de adoración, reconocen su divinidad; a renglón seguido, cumpliendo el mandamiento de Jesús, se vuelven llenos de alegría a Jerusalén, donde frecuentan asiduamente el templo, alabando a Dios (vv. 52s): el evangelio concluye allí donde había empezado (1, 7-10). El tiempo de Cristo acaba con la espera del Espíritu, cuya venida abre el tiempo de la Iglesia, preparado en medio de la oración y de la alabanza, repleto de la alegría del Resucitado.

 

CLAVES para la VIDA

 

- A veces, el cristianismo es vivido como fenómeno mágico o milagrero, o como religión que se basa en creencias extraordinarias. Preocupan excesivamente los exorcismos, las curaciones milagrosas, los fenómenos de hablar en lenguas desconocidas y de tener poder contra serpientes y venenos. Más que proclamar la Buena Nueva, pedimos, buscamos, nos agarramos o mantenemos la fe en signos extraordinarios. Otras veces, permanecemos pasivos, mirando al cielo, en vez de vivir comprometidos activamente en la construcción del Reino de Dios. No es raro el oír que estamos demasiado atentos al cielo futuro y poco comprometidos en la tierra presente.

 - Y frecuentemente, en vez de abrimos «al mundo entero» y salir a predicar por todas partes, nos centramos en nosotros mismos o nos quedamos en el mundo más fácil y cercano, o justificamos nuestra nula misión por las dificultades, el momento negativo, el desinterés de las personas, etc. Distorsionamos la misión y el proyecto de Dios y nos quedamos tan anchos. Precisamente la fiesta de hoy corrige esas desviaciones.

 - La Iglesia y los cristianos recibimos la misión de Jesús. Somos enviados a proclamar la Buena Noticia, no a crear dudas o presagiar castigos. Todos los signos que acompañan a los que creen tienen una dimensión positiva para esta vida. Y es que anunciar el Evangelio tiene que ver con la liberación integral de las personas y el mundo. La Buena Nueva no es un mensaje al margen de la realidad que vivimos. No podía ser de otra forma cuando quien nos envía a anunciarla es quien luchó hasta el fin y dio su vida en favor de los más débiles y necesitados. Hermano/a… ¡no lo podemos olvidar!

 

sábado, 4 de mayo de 2013


DOMINGO, día 5 de Mayo

 
Hechos de los Apóstoles 15, 1-2. 22-29

 
“… Unos que bajaban de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban como manda la ley de Moisés, no podían salvarse… Hemos decidido, por unanimidad, elegir algunos y enviároslos con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que han dedicado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo…”

 

CLAVES para la LECTURA
 
- La difusión del Evangelio entre los paganos pone, casi de inmediato, a la Iglesia naciente frente al grave problema de su relación con la ley de Moisés: ¿qué valor sigue teniendo la Torá, con todas sus prescripciones cultuales, después de Cristo? Esto lleva a la Iglesia a sentir la necesidad de hacer frente a algunas cuestiones fundamentales para su misma vida y para su misión evangelizadora.

 - Con la asamblea de Jerusalén tiene lugar el primer concilio «ecuménico»: una acontecimiento de importancia central, paradigmático para la Iglesia de todos los tiempos. De su éxito dependían la comunión interna y su difusión. Es, en efecto, el deseo de comunión interna en la verdad lo que impulsa a la comunidad de Antioquía, que era donde surgió el problema, a enviar a Bernabé y Pablo a Jerusalén para consultar a «los apóstoles y demás responsables» (v. 2). La Iglesia-madre los recibe y discute animadamente el problema (vv. 4-7a). La intervención de Pedro, el informe de Bernabé y Pablo, que atestiguan las maravillas realizadas por Dios entre los paganos, y, por último, la palabra autorizada de Santiago, responsable de la Iglesia de Jerusalén, ayudan a discernir los caminos del Espíritu (v. 28). Bajo su guía, llegan a un acuerdo pleno («los apóstoles y demás responsables, de acuerdo con el resto de la comunidad, decidieron...»: vv. 22-25), dado a conocer en un documento oficial donde afirman que no se puede imponer las «observancias judías» a los pueblos paganos.

 - En cierto sentido, como Jesús recogió todos los preceptos en el único mandamiento del amor, ahora las distintas prescripciones de orden cultual han sido «superadas» en lo que corresponde a la letra, para hacer emerger lo esencial, o sea, la necesidad del camino de conversión, la muerte al pecado. Si aún subsisten algunas normas no es tanto por su valor en sí mismas, cuanto por favorecer la serena convivencia eclesial entre judeocristianos y paganos convertidos. La historia no procede sólo por principios abstractos, sino que requiere discernimiento, que es la sabiduría de esperar el momento oportuno para proponer cambios, de modo que sirvan para el crecimiento y no sean causa de divisiones más graves.
 

CLAVES para la VIDA

- Seguimos aprendiendo de aquella primera Comunidad Cristiana: tras el discernimiento profundo, intenso y, muy probablemente, tenso, han llegado a una conclusión y la comparten con otras comunidades. Se abre una nueva vía de evangelización y, así, Antioquía, será la nueva plataforma de irradiación del Evangelio; desde ahí partirá Pablo en sus caminatas, tanto para el anuncio como para la implantación de nuevas comunidades y su organización.

 - Detrás de este discernimiento y decisión hay una convicción profunda y teológica: la salvación viene de Jesús y no es necesario pasar por el judaísmo para participar en esa plenitud; es la tesis de Pablo y Bernabé; ha triunfado la tesis de la tolerancia; ha quedado claro en dónde radica el núcleo de todo, y éste no es otro que Jesús. ¡Enorme lección, básica pero muy interesante! Si bien muy olvidada a través de la historia.

 - Esta afirmación “el Espíritu Santo y nosotros hemos decidido...” se convierte en todo un estilo y forma de hacer las cosas. ¡Vaya desafío! Lo malo es que creamos que tenemos “más Espíritu” que los demás. En cualquier campo de mi vida... ¿cómo trabajo la corresponsabilidad? ¿cómo busco el discernimiento y el consenso compartido? ¿soy tolerante y acogedor...?

 

Apocalipsis 21, 10-14. 22-23

 
“… El ángel me transportó en éxtasis a un monte altísimo y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios trayendo la gloria de Dios… La ciudad no necesita sol ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero…”

 

CLAVES para la LECTURA

- Con la visión de la Jerusalén celestial concluye el libro del Apocalipsis y llega a su final toda la revelación bíblica. En claro contraste con la visión precedente de la ciudad del mal, Babilonia la prostituta, y con el castigo a que es sometida (capítulos 17s), describe Juan ahora la espléndida realidad que «bajaba del cielo», es decir, como don divino: Jerusalén, la esposa del Cordero, la ciudad santa. En ella se manifiesta la misma belleza de Dios, y el fulgor iridiscente que emana de ella es semejante al suyo (v. 11;  4, 3).

 - La perfección de la ciudad está descrita con imágenes tomadas de los profetas (Ez 40, 2; Is 54, 11s; 60, 1-22; Zac 14; etc.) e incrustadas en una síntesis nueva y más elevada. Tres elementos simbólicos recuerdan su edificación: la muralla, las puertas y los pilares. La muralla indica delimitación, carácter compacto, seguridad, pero no clausura. En efecto, a cada lado, hacia cada uno de los cuatro puntos cardinales, se abren tres puertas (Ez 48, 30-35), por las que entran en la ciudad todos los pueblos de la tierra, llegando a constituir el único pueblo de Dios, al que se entrega la revelación. Por otra parte, en las puertas están escritos los nombres de las doce tribus de Israel y son custodiadas por doce ángeles, mediadores de la ley antigua (vv. 12s). Los pilares de las murallas son los apóstoles de Cristo crucificado y resucitado, sobre cuyo testimonio se edifica la Iglesia (Ef 2, 19s).

 - Ahora bien, en la ciudad falta el lugar santo por excelencia, el templo, que hacía de la Jerusalén terrena «la ciudad santa». Esta aparente falta constituye su mayor «plenitud»: el Todopoderoso y el Cordero son el Templo. El encuentro con Dios no se realiza ya en un lugar particular con exclusión de todos los demás. El encuentro con Dios en la Jerusalén celestial es una realidad nupcial, una comunión de vida: Dios y el Cordero serán todo en todos (1 Cor 15, 28), la Presencia gloriosa de Dios (shekhînah) y del Cristo resucitado es la luz que lo envuelve todo y en la que todos se sumergen (vv. 22-24; Is 60, 19s).
 

CLAVES para la VIDA

- Aquí el profeta-poeta describe algo grande y espectacular,  con un lenguaje propio de su cultura, pero con un MENSAJE lleno de vida. Y es que habla de una renovación total que afecta tanto al cielo como a la tierra. Esto es, queda modificado por completo la relación entre el mundo de Dios y el mundo de los hombres, y esto se lleva a cabo por medio del Cordero. La “nueva ciudad” no es nada de lo viejo, sino algo totalmente diferente y que se apoya única y exclusivamente en la entrega sin condiciones del Cordero.

 - En esta nueva realidad se dan unos elementos a tener en cuenta. Así, ya no existe el templo concreto, como lugar sagrado (algo inconcebible para un judío), ya que el Cordero es el lugar de encuentro con Dios. Asimismo, en medio de la simbología utilizada, hay una llamada al universalismo; esto es, el trato con Dios no está vinculado a una determinada cultura, a un determinado pueblo, a unas determinadas personas, o a unos determinados lugares sagrados. Al contrario, todo el universo se convierte en ese templo y lugar de encuentro don el Dios salvador.

 - Con estas reflexiones del profeta-poeta va a terminar el libro del Apocalipsis y, con ello, concluirá la revelación del proyecto de Dios para con la humanidad; todo termina con ese “sueño” final de plenitud y abierto a todas las criaturas, ya sin ningún tipo de exclusivismo. Esa nueva realidad que tienen su origen y fundamento en el mismo Cordero, en quien Dios lleva a plenitud toda su historia de amor. Recordarnos esta verdad final y en este clima pascual es el objetivo que busca la liturgia en este día. Estamos llamados a la plenitud; éste es el proyecto definitivo. Hermano/a, éste es el plan y a él estamos convocados y llamados. ¡Buen ánimo!
 

EVANGELIO: Juan 14, 23-29

 
“… El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él… Os he hablado ahora que estoy a vuestro lado pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho… La Paz os dejo, mi Paz os doy…”

  

CLAVES para la LECTURA
 

- Jesús, en la víspera de su partida, consuela a sus discípulos con la promesa de que volverá y se manifestará aún a los que le aman (v. 21b), esto es, a los que guardan sus palabras. El amor a Jesús es caridad activa, arraigada en la fe de que él es el Enviado del Padre, venido a la tierra para revelarlo y anunciar todo lo que le ha oído (v. 24b; 15, 15). El que, creyendo, dispone sus días en la obediencia a la Palabra, se vuelve morada de Dios (v. 23) y conoce por gracia -o sea, en el Espíritu- la comunión con el Padre y con el Hijo.

- La hora para los discípulos es grave, pero no deben temer quedarse huérfanos. El Padre les enviará al Espíritu Santo como guía para el camino del último tiempo. En efecto, la obra de la salvación está totalmente realizada con la pasión-muerte-resurrección de Cristo. Sin embargo, es preciso que cada uno de nosotros entre en ella y se deje salvar. Ésa es la tarea del Espíritu: abrir los corazones de los hombres a la comprensión del misterio divino y moverlos a la conversión. Por obra del Espíritu es como Cristo sigue siendo contemporáneo de cada hombre que nace. Por obra del Espíritu son las Escrituras Palabra viva, dirigida al corazón de cada uno.

 - El Espíritu tiene la misión de «recordar» y «explicar» todo cuanto Jesús ha dicho y hecho en su vida terrena. Ese recuerdo y esa explicación no llevan, sin embargo, muy lejos en el tiempo y en el espacio, pero proporcionan una visión profunda sobre el presente, porque es en el presente donde Jesús, el Emmanuel, está-con-nosotros. Él mismo lo afirmó cuando añadió un don a la promesa del Espíritu: «Os dejo la paz, os doy mi propia paz». Ahora bien, la paz es él mismo. Por eso es diferente de la que el mundo puede ofrecer: es una persona, es vida eterna, es amor. Volvemos así al principio: Jesús habita en el corazón del hombre para hacerle capaz de amar; el hombre, amando, se abre cada vez más a Dios y se vuelve cooperador de la salvación, irradiación de paz y profecía del cielo con él.
 

CLAVES para la VIDA

- De todo esto es fácil deducir que el creyente no está solo, no es un huérfano. Primero, porque el PADRE no es Alguien lejano y distante; más bien, somos santuario y morada de Dios mismo: “vendremos a él y haremos morada en él” (v. 23). Esto lógicamente supone unas relaciones NUEVAS con Dios-Padre: no es posible vivir como si todo fuera como antes; desde Jesús, todo ha cambiado. ¡Cuánto nos cuesta entender a los creyentes esta novedad! ¡Cuán lejos está nuestra espiritualidad de cada día de esta inusitada novedad que se propone y a la que se nos convida! ¡No nos enteramos!

 - Pero es que, además, la muerte y la resurrección de Jesús ha sido ocasión para ser llenados por la presencia viva del ESPÍRITU, quien vive en nosotros, está en nosotros y nos enseña el arte de vivir en verdad. Por eso, el creyente vive animado por el Espíritu creador que hace nacer el gozo de la fe y vive desde esa convicción. ¡Quién sabe si la presencia del Espíritu forma parte o no de nuestro estilo de creyente! Posiblemente, el mejor regalo de Jesús, que es el Espíritu, sea el “Gran Desconocido” en la espiritualidad cristiana. Es una simple constatación con visos de realidad. ¡Qué pena! ¡Hemos rechazado el gran regalo de Jesús!

 - Pero... sin ese Espíritu, estamos abocados al fracaso, achicados y encerrados en nuestros “castillos” de seguridad, pero perdiendo nuestra actitud de testigos “locos”, porque nos sentimos empujados por esa fuerza. De ahí que en momentos de crisis y de dificultad, nuestra tentación es aferrarnos a normas, a “defensas de la verdad” a toda costa y así aguantar el temporal. La consecuencia: perder prácticamente la NOVEDAD del Espíritu, de Jesús mismo. ¡Atentos  al tema!