DOMINGO, día 12 de mayo:
LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
Hechos de
los Apóstoles 1, 1-11
“... Una vez que comían
juntos, les recomendó: No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la
promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua; dentro
de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo... Dicho esto, lo
vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista... El mismo Jesús
que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto
marcharse...”
CLAVES para
la LECTURA
- Este breve
prólogo une el libro de los Hechos de los Apóstoles al evangelio según san
Lucas, como la segunda parte («discurso», v. 1 al pie de la letra)
de un mismo escrito y ofrece una síntesis del cuadro del ministerio terreno de Jesús
(vv. 1-3). Se trata de un resumen que contiene preciosas indicaciones: Lucas
quiere subrayar, en efecto, que los apóstoles, elegidos en el Espíritu, son
testigos de toda la obra, enseñanza, pasión y resurrección de Jesús, y
depositarios de las instrucciones particulares dadas por el Resucitado antes de
su ascensión al cielo. Su autoridad, por consiguiente, ha sido querida por el
Señor, que los ha puesto como fundamento de la Iglesia de todos los tiempos (Ef
2, 20; Ap 12, 14). Jesús muestra tener un designio que escapa a los suyos (vv.
6s). El Reino de Dios del que habla (v. 3b) no coincide con el reino mesiánico
de Israel; los tiempos o momentos de su cumplimiento sólo el Padre los conoce.
Sus fronteras son «los confines de la tierra»
(vv. 7s).
- Los apóstoles
reciben, por tanto, una misión, pero no les corresponde a ellos «programarla».
Sólo deben estar completamente disponibles al Espíritu prometido por el Padre
(vv. 4-8). Como hizo en un tiempo Abrahán, también los apóstoles deben salir de
su tierra -de su seguridad, de sus expectativas- y llevar el Evangelio a
tierras lejanas, sin tener miedo de las persecuciones, fatigas, rechazos. La
encomienda de la misión concluye la obra salvífica de Cristo en la tierra.
Cumpliendo las profecías ligadas a la figura del Hijo del hombre apocalíptico,
se eleva a lo alto, al cielo (esto es, a Dios), ante los ojos de los apóstoles
-testigos asimismo, por consiguiente, de su glorificación- hasta que una nube
lo quitó de su vista (Dn 7, 13).
-
Lucas presenta todo el ministerio de Jesús como una ascensión (desde Galilea a
Jerusalén, y desde Jerusalén al cielo) y como un éxodo, que ahora llega a su
cumplimiento definitivo: en la ascensión se realiza plenamente el «paso»
(pascua) al Padre. Como anuncian dos hombres «con vestidos
blancos» -es decir, dos enviados celestiales-, vendrá un día,
glorioso, sobre las nubes (v. 11). No es preciso escrutar ahora con ansiedad
los signos de los tiempos, puesto que se tratará de un acontecimiento tan
manifiesto como su partida. Tendrá lugar en el tiempo elegido por el Padre (v.
7) para el último éxodo, el paso de la historia a la eternidad, la pascua desde
el orden creado a Dios, la ascensión de la humanidad al abrazo trinitario.
CLAVES para
la VIDA
- Jesús ha
concluido ya su “primera” misión, su ministerio
terreno. De ahí que ofrece y abre a los apóstoles a la tarea de seguir
anunciando lo que Él mismo ha iniciado. Y esa misión alcanza hasta “los confines de la tierra” (v. 7): ya no hay
límites que valgan; a toda la humanidad se le ofrece el don salvador de Dios.
Sus seguidores tendrán que empeñarse, si bien recibirán la ayuda del don del
Espíritu. Se abre así el tiempo del Espíritu y de la Iglesia o Comunidad de Jesús.
- Por
lo tanto, no es cuestión de quedarse “plantados mirando
al cielo...” (v. 11), aunque sea en actitud contemplativa. Al
contrario, poseídos de la fuerza del Espíritu, serán testigos hasta los mismos
confines de la tierra. Es la hora de los TESTIGOS: Jesús los considera ya
adultos y el RELEVO se produce de inmediato. Sólo necesitarán la PRESENCIA
NUEVA de Jesús en el ESPÍRITU, y entonces sí que se producirá la transformación
necesaria para llevar a cabo la Misión encomendada.
- Y
aquí nos encontramos nosotros, como frutos de aquel envío y de aquella tarea.
También, hoy, necesitados del Espíritu y de su fuerza para asumir de nuevo la
MISIÓN y no conformarnos con quedar mirando al cielo, por muy “sagrado” que
pueda parecer. Se vuelve a repetir el cuadro: Él, el Maestro y Señor, nos envía
“hasta los confines de la tierra”, y, además,
con la misma Misión que recibieron los primeros seguidores. Y es que... ¡la
verdad es que queda tarea para rato! A veces, sin duda, la gran tentación es
quedarnos mirando al cielo, como “disfrutando” del don recibido, pero sin
expandirlo, sin darlo abiertamente. ¿Cuál es tu actitud HABITUAL, hermano/a? La
fiesta de la Ascensión nos interroga seriamente.
Efesios 1,
17-23
“... Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé
espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo... Y todo lo puso bajo sus
pies, y lo dio a la Iglesia, como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo,
plenitud del que lo acaba todo en todos...”
CLAVES para la LECTURA
- Tras haber
contemplado el gran misterio de la voluntad redentora del Padre, Pablo se alegra
porque, informado de la fe de los destinatarios de su carta, los ve como
partícipes de la magnífica herencia adquirida por Cristo, una herencia que se
hace visible ya ahora en la caridad activa de estas Iglesias.
- Para
que sigan firmes en la vida nueva pide Pablo incesantemente al Padre el don del
«espíritu de sabiduría y una revelación» que
les permita penetrar cada vez más en su misterio. «El
Espíritu, en efecto, lo escudriña todo, incluso las profundidades de Dios...
Del mismo modo, sólo el Espíritu de Dios conoce las cosas de Dios»
(1 Cor 2, 10b. 11b). Ahora bien, el Espíritu Santo es amor: el amor engendra,
por consiguiente, el conocimiento, y el conocimiento engendra el amor.
- La
cima de este conocimiento amoroso es el saberse amado: la experiencia de este
amor hace que podamos percibir qué grandes son los bienes que esperamos («la esperanza a la que habéis sido llamados»:
v. 18a), qué espléndida es la dignidad de la que Dios nos hace partícipes («la inmensa gloria otorgada en herencia a su pueblo»:
v. 18b), qué poderosamente eficaz es la acción salvífica de Dios, que obra en
nosotros lo que ya ha realizado en Cristo al resucitarlo y poner todo ser bajo
su dominio (vv. 20ss).
-
Sometida a Cristo, la cabeza, está la Iglesia, que recibe de su Señor la vida y
todos los bienes y que, en cuanto cuerpo, aunque esté sometida a los límites de
sus miembros, debe crecer para alcanzar «en plenitud la
talla de Cristo» (4, 13b).
CLAVES para
la VIDA
- A Pablo le
llena de satisfacción la fe y el amor a todos que caracteriza a la comunidad de
Éfeso. Pero en su oración, pide que progresen más: que Dios les conceda
sabiduría para conocerle mejor, ilumine sus ojos, que les llene de esperanza
con vistas a gustar plenamente la riqueza de Dios mismo concederá en herencia a
los suyos. Así expresa el apóstol toda la grandeza que supone la NUEVA
SITUACIÓN de la que participa su comunidad.
- “La esperanza a la que habéis sido llamados”
(v. 18): todo ello como fruto del amor original del mismo Dios y desplegado
para nosotros en Cristo Jesús. Aquí está la síntesis de toda esa historia de
amor y de salvación, llevada a cabo a través de los tiempos, y como don de la
fidelidad del mismo Dios. Ahora, pues, podemos vivir en él y como él, como
Cristo, el Señor. Con ello ya está todo dicho y somos llamados a vivir
profundamente esta situación completamente nueva e insospechada.
- Todo
esto es algo así como demasiado hermoso y posiblemente no lo disfruto en toda
su intensidad, porque casi no me lo creo. ¡Cuán diferente es conocerlo (de
memoria) a ser una convicción que transforma toda la realidad de mi existencia,
mi visión de la vida y de la historia, de mis motivaciones para amar y vivir al
estilo del mismo Jesús! Pero a esto soy invitado: ésta es la gracia que se me
otorga y que hoy mismo se me vuelve a recordar y ofrecer. ¿Qué tal hermano/a?
¿Es tu espiritualidad de este estilo, como la de esta propuesta...?
Evangelio:
Lucas 24, 46-53
“… Así estaba escrito: el Mesías padecerá,
resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre predicará la
conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos… Y vosotros sois
testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido… Después los sacó
hacia Betania, y levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se
separó de ellos (subiendo hacia el cielo). Ellos se volvieron a Jerusalén con
gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios…”
CLAVES para
la LECTURA
- El relato de la ascensión de Jesús en el evangelio
según san Lucas tiene muchos rasgos en común con el que se nos presenta en
Hechos de los Apóstoles; con todo, los matices y acentos diferentes son
significativos. El acontecimiento aparece narrado inmediatamente a continuación
de la pascua, significando de este modo que se trata de un único misterio: la
victoria de Cristo sobre la muerte coincide con su exaltación a la gloria por
obra del Padre (v. 51: «Fue llevado al
cielo»).
- Al aparecerse a los discípulos, el Resucitado «les abrió la mente a la inteligencia de las Escrituras»,
mostrándoles a través de ellas que toda su obra terrena formaba parte de un
designio de Dios, que ahora se extiende directamente a los discípulos, llamados
a dar testimonio de él. En efecto, a todas las naciones deberá llegar la
invitación a la conversión para el perdón de los pecados, a fin de participar
en el misterio pascual de Cristo (vv. 47s). Jerusalén, hacia la que tendía toda
la misión de Jesús en el tercer evangelio, se convierte ahora en punto de
partida de la misión de los apóstoles: en ella es donde deben esperar el don
del Espíritu, que, según había prometido Dios en las Escrituras (Jl 3, ls; Ez
36, 24-27; etc.), les enviará Jesús desde el Padre (v. 40).
- Una vez les hubo dado las últimas consignas,
Jesús llevó fuera a los discípulos, recorriendo al revés el camino que le había
llevado a la ciudad el día de las Palmas. Sobre el monte de los Olivos, donde
se encuentra Betania, y con un gesto sacerdotal de bendición, se separa de los
suyos. Elevado al cielo, entra para siempre en el santuario celestial (Heb 9,
24). Los discípulos, postrados ante él en actitud de adoración, reconocen su
divinidad; a renglón seguido, cumpliendo el mandamiento de Jesús, se vuelven
llenos de alegría a Jerusalén, donde frecuentan asiduamente el templo, alabando
a Dios (vv. 52s): el evangelio concluye allí donde había empezado (1, 7-10). El
tiempo de Cristo acaba con la espera del Espíritu, cuya venida abre el tiempo
de la Iglesia, preparado en medio de la oración y de la alabanza, repleto de la
alegría del Resucitado.
CLAVES para
la VIDA
- A veces,
el cristianismo es vivido como fenómeno mágico o milagrero, o como religión que
se basa en creencias extraordinarias. Preocupan excesivamente los exorcismos,
las curaciones milagrosas, los fenómenos de hablar en lenguas desconocidas y de
tener poder contra serpientes y venenos. Más que proclamar la Buena Nueva,
pedimos, buscamos, nos agarramos o mantenemos la fe en signos extraordinarios.
Otras veces, permanecemos pasivos, mirando al cielo, en vez de vivir
comprometidos activamente en la construcción del Reino de Dios. No es raro el
oír que estamos demasiado atentos al cielo futuro y poco comprometidos en la
tierra presente.
- Y
frecuentemente, en vez de abrimos «al mundo entero» y salir a predicar por
todas partes, nos centramos en nosotros mismos o nos quedamos en el mundo más
fácil y cercano, o justificamos nuestra nula misión por las dificultades, el
momento negativo, el desinterés de las personas, etc. Distorsionamos la misión
y el proyecto de Dios y nos quedamos tan anchos. Precisamente la fiesta de hoy
corrige esas desviaciones.
- La
Iglesia y los cristianos recibimos la misión de Jesús. Somos enviados a
proclamar la Buena Noticia, no a crear dudas o presagiar castigos. Todos los
signos que acompañan a los que creen tienen una dimensión positiva para esta
vida. Y es que anunciar el Evangelio tiene que ver con la liberación integral
de las personas y el mundo. La Buena Nueva no es un mensaje al margen de la
realidad que vivimos. No podía ser de otra forma cuando quien nos envía a
anunciarla es quien luchó hasta el fin y dio su vida en favor de los más
débiles y necesitados. Hermano/a… ¡no lo podemos olvidar!
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