sábado, 11 de mayo de 2013


DOMINGO, día 12 de mayo:

LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

 

Hechos de los Apóstoles 1, 1-11

 

“... Una vez que comían juntos, les recomendó: No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua; dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo... Dicho esto, lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista... El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse...”

 

CLAVES para la LECTURA

- Este breve prólogo une el libro de los Hechos de los Apóstoles al evangelio según san Lucas, como la segunda parte («discurso», v. 1 al pie de la letra) de un mismo escrito y ofrece una síntesis del cuadro del ministerio terreno de Jesús (vv. 1-3). Se trata de un resumen que contiene preciosas indicaciones: Lucas quiere subrayar, en efecto, que los apóstoles, elegidos en el Espíritu, son testigos de toda la obra, enseñanza, pasión y resurrección de Jesús, y depositarios de las instrucciones particulares dadas por el Resucitado antes de su ascensión al cielo. Su autoridad, por consiguiente, ha sido querida por el Señor, que los ha puesto como fundamento de la Iglesia de todos los tiempos (Ef 2, 20; Ap 12, 14). Jesús muestra tener un designio que escapa a los suyos (vv. 6s). El Reino de Dios del que habla (v. 3b) no coincide con el reino mesiánico de Israel; los tiempos o momentos de su cumplimiento sólo el Padre los conoce. Sus fronteras son «los confines de la tierra» (vv. 7s).

 - Los apóstoles reciben, por tanto, una misión, pero no les corresponde a ellos «programarla». Sólo deben estar completamente disponibles al Espíritu prometido por el Padre (vv. 4-8). Como hizo en un tiempo Abrahán, también los apóstoles deben salir de su tierra -de su seguridad, de sus expectativas- y llevar el Evangelio a tierras lejanas, sin tener miedo de las persecuciones, fatigas, rechazos. La encomienda de la misión concluye la obra salvífica de Cristo en la tierra. Cumpliendo las profecías ligadas a la figura del Hijo del hombre apocalíptico, se eleva a lo alto, al cielo (esto es, a Dios), ante los ojos de los apóstoles -testigos asimismo, por consiguiente, de su glorificación- hasta que una nube lo quitó de su vista (Dn 7, 13).

 - Lucas presenta todo el ministerio de Jesús como una ascensión (desde Galilea a Jerusalén, y desde Jerusalén al cielo) y como un éxodo, que ahora llega a su cumplimiento definitivo: en la ascensión se realiza plenamente el «paso» (pascua) al Padre. Como anuncian dos hombres «con vestidos blancos» -es decir, dos enviados celestiales-, vendrá un día, glorioso, sobre las nubes (v. 11). No es preciso escrutar ahora con ansiedad los signos de los tiempos, puesto que se tratará de un acontecimiento tan manifiesto como su partida. Tendrá lugar en el tiempo elegido por el Padre (v. 7) para el último éxodo, el paso de la historia a la eternidad, la pascua desde el orden creado a Dios, la ascensión de la humanidad al abrazo trinitario.

 

CLAVES para la VIDA

 

- Jesús ha concluido ya su “primera” misión, su ministerio terreno. De ahí que ofrece y abre a los apóstoles a la tarea de seguir anunciando lo que Él mismo ha iniciado. Y esa misión alcanza hasta “los confines de la tierra” (v. 7): ya no hay límites que valgan; a toda la humanidad se le ofrece el don salvador de Dios. Sus seguidores tendrán que empeñarse, si bien recibirán la ayuda del don del Espíritu. Se abre así el tiempo del Espíritu y de la Iglesia o Comunidad de Jesús.

 - Por lo tanto, no es cuestión de quedarse “plantados mirando al cielo...” (v. 11), aunque sea en actitud contemplativa. Al contrario, poseídos de la fuerza del Espíritu, serán testigos hasta los mismos confines de la tierra. Es la hora de los TESTIGOS: Jesús los considera ya adultos y el RELEVO se produce de inmediato. Sólo necesitarán la PRESENCIA NUEVA de Jesús en el ESPÍRITU, y entonces sí que se producirá la transformación necesaria para llevar a cabo la Misión encomendada.

 - Y aquí nos encontramos nosotros, como frutos de aquel envío y de aquella tarea. También, hoy, necesitados del Espíritu y de su fuerza para asumir de nuevo la MISIÓN y no conformarnos con quedar mirando al cielo, por muy “sagrado” que pueda parecer. Se vuelve a repetir el cuadro: Él, el Maestro y Señor, nos envía “hasta los confines de la tierra”, y, además, con la misma Misión que recibieron los primeros seguidores. Y es que... ¡la verdad es que queda tarea para rato! A veces, sin duda, la gran tentación es quedarnos mirando al cielo, como “disfrutando” del don recibido, pero sin expandirlo, sin darlo abiertamente. ¿Cuál es tu actitud HABITUAL, hermano/a? La fiesta de la Ascensión nos interroga seriamente.

 

Efesios 1, 17-23

 

“... Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo... Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia, como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos...”

 

 CLAVES para la LECTURA

 

- Tras haber contemplado el gran misterio de la voluntad redentora del Padre, Pablo se alegra porque, informado de la fe de los destinatarios de su carta, los ve como partícipes de la magnífica herencia adquirida por Cristo, una herencia que se hace visible ya ahora en la caridad activa de estas Iglesias.

 - Para que sigan firmes en la vida nueva pide Pablo incesantemente al Padre el don del «espíritu de sabiduría y una revelación» que les permita penetrar cada vez más en su misterio. «El Espíritu, en efecto, lo escudriña todo, incluso las profundidades de Dios... Del mismo modo, sólo el Espíritu de Dios conoce las cosas de Dios» (1 Cor 2, 10b. 11b). Ahora bien, el Espíritu Santo es amor: el amor engendra, por consiguiente, el conocimiento, y el conocimiento engendra el amor.

 - La cima de este conocimiento amoroso es el saberse amado: la experiencia de este amor hace que podamos percibir qué grandes son los bienes que esperamos («la esperanza a la que habéis sido llamados»: v. 18a), qué espléndida es la dignidad de la que Dios nos hace partícipes («la inmensa gloria otorgada en herencia a su pueblo»: v. 18b), qué poderosamente eficaz es la acción salvífica de Dios, que obra en nosotros lo que ya ha realizado en Cristo al resucitarlo y poner todo ser bajo su dominio (vv. 20ss).

 - Sometida a Cristo, la cabeza, está la Iglesia, que recibe de su Señor la vida y todos los bienes y que, en cuanto cuerpo, aunque esté sometida a los límites de sus miembros, debe crecer para alcanzar «en plenitud la talla de Cristo» (4, 13b).

 

CLAVES para la VIDA

 

- A Pablo le llena de satisfacción la fe y el amor a todos que caracteriza a la comunidad de Éfeso. Pero en su oración, pide que progresen más: que Dios les conceda sabiduría para conocerle mejor, ilumine sus ojos, que les llene de esperanza con vistas a gustar plenamente la riqueza de Dios mismo concederá en herencia a los suyos. Así expresa el apóstol toda la grandeza que supone la NUEVA SITUACIÓN de la que participa su comunidad.

 - “La esperanza a la que habéis sido llamados” (v. 18): todo ello como fruto del amor original del mismo Dios y desplegado para nosotros en Cristo Jesús. Aquí está la síntesis de toda esa historia de amor y de salvación, llevada a cabo a través de los tiempos, y como don de la fidelidad del mismo Dios. Ahora, pues, podemos vivir en él y como él, como Cristo, el Señor. Con ello ya está todo dicho y somos llamados a vivir profundamente esta situación completamente nueva e insospechada.

 - Todo esto es algo así como demasiado hermoso y posiblemente no lo disfruto en toda su intensidad, porque casi no me lo creo. ¡Cuán diferente es conocerlo (de memoria) a ser una convicción que transforma toda la realidad de mi existencia, mi visión de la vida y de la historia, de mis motivaciones para amar y vivir al estilo del mismo Jesús! Pero a esto soy invitado: ésta es la gracia que se me otorga y que hoy mismo se me vuelve a recordar y ofrecer. ¿Qué tal hermano/a? ¿Es tu espiritualidad de este estilo, como la de esta propuesta...?

 

Evangelio: Lucas 24, 46-53

 

“… Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos… Y vosotros sois testigos de esto. Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido… Después los sacó hacia Betania, y levantando las manos, los bendijo. Y mientras los bendecía, se separó de ellos (subiendo hacia el cielo). Ellos se volvieron a Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios…”

 

CLAVES para la LECTURA

 

- El relato de la ascensión de Jesús en el evangelio según san Lucas tiene muchos rasgos en común con el que se nos presenta en Hechos de los Apóstoles; con todo, los matices y acentos diferentes son significativos. El acontecimiento aparece narrado inmediatamente a continuación de la pascua, significando de este modo que se trata de un único misterio: la victoria de Cristo sobre la muerte coincide con su exaltación a la gloria por obra del Padre (v. 51: «Fue llevado al cielo»).

 - Al aparecerse a los discípulos, el Resucitado «les abrió la mente a la inteligencia de las Escrituras», mostrándoles a través de ellas que toda su obra terrena formaba parte de un designio de Dios, que ahora se extiende directamente a los discípulos, llamados a dar testimonio de él. En efecto, a todas las naciones deberá llegar la invitación a la conversión para el perdón de los pecados, a fin de participar en el misterio pascual de Cristo (vv. 47s). Jerusalén, hacia la que tendía toda la misión de Jesús en el tercer evangelio, se convierte ahora en punto de partida de la misión de los apóstoles: en ella es donde deben esperar el don del Espíritu, que, según había prometido Dios en las Escrituras (Jl 3, ls; Ez 36, 24-27; etc.), les enviará Jesús desde el Padre (v. 40).

 - Una vez les hubo dado las últimas consignas, Jesús llevó fuera a los discípulos, recorriendo al revés el camino que le había llevado a la ciudad el día de las Palmas. Sobre el monte de los Olivos, donde se encuentra Betania, y con un gesto sacerdotal de bendición, se separa de los suyos. Elevado al cielo, entra para siempre en el santuario celestial (Heb 9, 24). Los discípulos, postrados ante él en actitud de adoración, reconocen su divinidad; a renglón seguido, cumpliendo el mandamiento de Jesús, se vuelven llenos de alegría a Jerusalén, donde frecuentan asiduamente el templo, alabando a Dios (vv. 52s): el evangelio concluye allí donde había empezado (1, 7-10). El tiempo de Cristo acaba con la espera del Espíritu, cuya venida abre el tiempo de la Iglesia, preparado en medio de la oración y de la alabanza, repleto de la alegría del Resucitado.

 

CLAVES para la VIDA

 

- A veces, el cristianismo es vivido como fenómeno mágico o milagrero, o como religión que se basa en creencias extraordinarias. Preocupan excesivamente los exorcismos, las curaciones milagrosas, los fenómenos de hablar en lenguas desconocidas y de tener poder contra serpientes y venenos. Más que proclamar la Buena Nueva, pedimos, buscamos, nos agarramos o mantenemos la fe en signos extraordinarios. Otras veces, permanecemos pasivos, mirando al cielo, en vez de vivir comprometidos activamente en la construcción del Reino de Dios. No es raro el oír que estamos demasiado atentos al cielo futuro y poco comprometidos en la tierra presente.

 - Y frecuentemente, en vez de abrimos «al mundo entero» y salir a predicar por todas partes, nos centramos en nosotros mismos o nos quedamos en el mundo más fácil y cercano, o justificamos nuestra nula misión por las dificultades, el momento negativo, el desinterés de las personas, etc. Distorsionamos la misión y el proyecto de Dios y nos quedamos tan anchos. Precisamente la fiesta de hoy corrige esas desviaciones.

 - La Iglesia y los cristianos recibimos la misión de Jesús. Somos enviados a proclamar la Buena Noticia, no a crear dudas o presagiar castigos. Todos los signos que acompañan a los que creen tienen una dimensión positiva para esta vida. Y es que anunciar el Evangelio tiene que ver con la liberación integral de las personas y el mundo. La Buena Nueva no es un mensaje al margen de la realidad que vivimos. No podía ser de otra forma cuando quien nos envía a anunciarla es quien luchó hasta el fin y dio su vida en favor de los más débiles y necesitados. Hermano/a… ¡no lo podemos olvidar!

 

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