DOMINGO, día 7 de Abril
Hechos de los Apóstoles
5, 12-16
“… Los apóstoles hacían muchos
signos y prodigios en medio del pueblo… los demás no se atrevían a juntárseles,
aunque la gente se hacía lenguas de ellos; más aún, crecía el número de
creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor…”
CLAVES para la LECTURA
- El tercer sumario importante narrado por Lucas (5, 12-16) se centra
en los hechos extraordinarios realizados por los apóstoles. Para comprender este
sumario resulta imprescindible conocer las razones que ha tenido nuestro autor
para colocarlo en este contexto. En el relato inmediatamente anterior (5, 1-11)
nos ha referido un milagro de Pedro, castigando la simulación e impostura de
Ananías y Safira. A continuación (5, 17ss) nos ofrecerá una nueva imagen de
Iglesia perseguida. Por eso, antes de narrarnos la persecución de la Iglesia era necesario que
destacara el éxito del Evangelio que comenzaba a abrirse camino.
- Se trata, pues, de uno de los resúmenes usados en la narración de
Lucas como «puentes» entre diferentes secciones. Muestran cómo vivía la
comunidad cristiana en aquellos tiempos y, a la vez, cómo debería vivir
siempre. En este compendio se encuentran, en efecto, siete verbos en imperfecto
destinados a indicar una situación habitual de la comunidad. Ésta ha hallado un
lugar estable de encuentro junto al templo (el pórtico de Salomón), se reúne en
torno a los apóstoles y muestra poseer una identidad bien definida frente a los
otros.
- En el centro de la narración aparece la presencia y la acción de los
apóstoles, en particular la de Pedro. Éstos realizan signos y prodigios que
atestiguan el poder del Resucitado. El pueblo los exalta; aumenta el número de
los creyentes; aumenta también la fe suscitada por el poder de curación de los
apóstoles, incluso por la sombra de Pedro. Se perfilan aquí los rasgos de la Iglesia, que, mientras se
va formando, agrega siempre, por el poder del Espíritu, nuevos miembros, sobre
todo mediante la actividad de los apóstoles.
CLAVES para la VIDA
- La primera Comunidad cristiana, surgida en torno al Señor resucitado,
sigue ofreciendo los frutos que nacen del ENVÍO recibido del Señor.
Especialmente los apóstoles se convierten en una presencia viva del Espíritu y
de la misión del mismo Jesús. Tanto sus palabras como los gestos de vida que
realizan muestran que la TAREA
iniciada por Jesús sigue adelante, a pesar de los condicionantes que se van
presentando en medio de la comunidad. Aquí se refleja la vida de esa primera
Comunidad y el estilo que adopta en medio de aquella cultura y realidad
concreta.
- “… Se reunían de común acuerdo…”:
la comunidad tiene un “lugar” de encuentro, que todavía está ligado al judaísmo
y a sus estructuras, pero los signos y prodigios que van realizando tienen una
novedad absoluta, siguiendo las huellas del mismo Jesús en su caminar por los
diversos lugares de Palestina. Por la fuerza de esos signos, por cuanto ven y
contemplan, las gentes se unen a aquel primer grupo y así se convierten en esa
presencia viva del proyecto del Reino que ha sido inaugurado por el mismo Jesús
y ratificado, en la resurrección, por el mismo Dios-Padre.
- Es sugerente encontrarnos con relatos y descripciones que nos ofrecen
la vida misma de las primeras comunidades y que han surgido en la Pascua. Es estimulante tomar
conciencia de cómo perciben su propia misión; eso sí, siguiendo las mismas
huellas del Señor Jesús. Tanto sus palabras como sus gestos “hablan” de esa
novedad, y que tanto aportan a aquel entorno, necesitado de una liberación profunda
y que afecta a la raíz misma de la vida y de la fe. Ahí se nos está diciendo,
hoy, a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, cuál es la forma de realizar
y de llevar adelante nuestra misión.
Apocalipsis 1, 9-11a.
12-13. 17-19
“… Yo, Juan, vuestro hermano y
compañero en la tribulación, en el Reino y en la constancia en Jesús, estaba
desterrado en la isla de Patmos, por haber predicado la palabra de Dios y haber
dado testimonio de Jesús. Un domingo caí en éxtasis… Él puso la mano derecha
sobre mí y dijo: No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive…”
CLAVES para la LECTURA
- El Apocalipsis es, por excelencia, el libro de la «revelación» de
Jesús, aunque requiere por parte del lector el paciente trabajo de entrar en su
lenguaje cargado de símbolos. Juan recibe esta revelación en favor de los
hermanos mientras se encontraba confinado en la isla de Patmos a causa de la
fe. La profunda experiencia espiritual (v. 10) vivida por él tiene lugar
precisamente el domingo, día memorial de la resurrección del Señor. Oye a su
espalda una voz potente, «como de trompeta»,
que le ordena escribir lo que vea.
- Los elementos con los que se describe esta primera experiencia
recuerdan la revelación del Sinaí, comprendida, no obstante, en su plenitud
gracias al misterio pascual. En efecto, Juan tiene que volverse (el verbo usado
es epistréphein,
el mismo término que indica la «conversión» como retorno a Dios) y precisamente
porque se «convierte» puede ver. Se presenta entonces ante sus ojos un
misterioso personaje, «una especie de
figura humana» (v. 13) en medio de siete candelabros de siete
brazos.
- El único candelabro de siete brazos del templo de Jerusalén se ha
transformado, por consiguiente, en muchos candelabros a fin de indicar que ha
tenido lugar un paso desde el único ámbito del culto -o sea, el templo- a la
totalidad de la comunidad eclesial. En medio de ellos está Cristo resucitado,
descrito con elementos tomados del Antiguo Testamento. Éstos expresan la
función mesiánica, que ha llegado a su culminación. La larga túnica y la banda
de oro (v. 13) son un rasgo distintivo sacerdotal (Dn 10, 5); el pelo blanco (v
14a) alude al «anciano de los días» de Dn 7,
9. El Hijo del hombre es Dios mismo. Frente a él reacciona Juan con el
desconcierto propio de quien entra en contacto con Dios, pero el personaje
glorioso le tranquiliza y se presenta con cinco expresiones que le califican
como el Resucitado. En efecto, es «el primero y el
último», es decir, el creador y señor del cosmos y de la
historia (Is 44, 8; 48, 12); «el que vive»,
a saber: el que tiene la vida en sí mismo, según una terminología muy estimada
por el Antiguo Testamento. No sólo es el que vive, sino el que tiene las llaves
-esto es, el poder- de la muerte y del abismo de los muertos.
CLAVES para la VIDA
- El autor sagrado, el “vidente”, antes que nada es el
testigo de Jesús en la tribulación y en el destierro. Por lo tanto, no va a
ofrecer un algo imaginario, sino que su testimonio es real, por cuanto que se
encuentra en la situación que está por “haber predicado la
palabra y haber dado testimonio de Jesús”. Y es que anunciar a Jesús y seguir sus huellas, esto es, vivir su
estilo de vida, su escala de valores… se ha vuelto peligroso para todo seguidor
convencido. Ahí se encuentra Juan, aquel que quiere transmitir cuanto ha
descubierto y experimentado.
- Y… ¿qué es lo que ha descubierto y experimentado?
Por medio de un lenguaje plagado de simbolismos, lo que transmite es que ese
Cristo Jesús es el “principio y el fin”, “el que vive”. Esto es, el mismo que ha sido
crucificado, ése mismo es ahora proclamado como el Señor de la historia y de la Vida. Aquel que las autoridades
no han sabido reconocerlo como el enviado de Dios y el Esperado, ése es ahora el
Señor proclamado. El vidente es empujado a que escriba esto y deje constancia
para la posteridad, de modo que otros alcancen la plenitud que ahí se encierra.
- Nosotros, ahora, somos esa “posteridad”, que hemos
creído por el testimonio del discípulo amado. Hemos conocido al que es “el primero y último”, “al que
vive”, al que ha destruido la muerte para siempre. Descubrir
este mensaje, en medio de ese lenguaje extraño para nuestra mentalidad y
cultura; acogerlo como don y como regalo; vivir desde lo que nos propone… sigue
siendo un reto para nosotros, testigos, hoy, de ese Señor de la historia, que
es el Cristo resucitado. Y es que el Señor resucitado sigue estando presente en
medio de la comunidad reunida (“siete iglesias de
Asia”, que habla el texto) y sigue animando con su mismo
Espíritu a todos sus seguidores.
Evangelio: Juan 20,
19-31
“... Y
en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros... Y los
discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: Paz a
vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo... Recibid el
Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a
quienes se los retengáis les quedan retenidos... Luego dijo a Tomás: Trae tu
dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas
incrédulo... Dichosos los que crean sin haber visto...”
CLAVES para la LECTURA
- Estos dos
episodios, próximos y relacionados con un mismo tema -el de la fe- son, el eco
fiel de cuanto ha sucedido en los corazones de los apóstoles tras la muerte de
Jesús.
- En el primero de
ellos (vv. 19-22), el Resucitado se aparece a los once, que, a pesar del
anuncio de María Magdalena (v. 18), están encerrados todavía en el cenáculo por
miedo a los judíos. Jesús supera las barreras que se le interponen: pasa a
través de las puertas, manifestando que su condición es completamente nueva,
aunque no ha desaparecido nada de los sufrimientos que padeció en la carne. La
insistente referencia al costado traspasado de Jesús es propia de Juan, que, de
este modo, quiere indicar el cumplimiento de las profecías en Jesús (Ez 47, 1;
Zac 12, 10. 14). El tradicional saludo de paz asume también en sus labios un
sentido nuevo: de augurio -«la paz esté con vosotros»- se convierte
en presencia -«la paz está con vosotros». La paz, don mesiánico por excelencia,
que incluye todo bien, es, por tanto, una persona: es el Señor crucificado y
resucitado en medio de los suyos («se presentó»:
vv. 19b. 26b y, antes, v. 14). Al verlo, los discípulos quedan colmados de
alegría y confirmados en la fe. El Espíritu que Jesús sopla sobre ellos,
principio de una creación nueva (Gn 2, 7), confiere a los apóstoles una misión
que prolonga la suya en el tiempo y en el espacio y les concede el poder divino
de liberar del pecado.
- El segundo cuadro
(vv. 24-29) personaliza en Tomás las dudas y el escepticismo que atribuyen los
sinópticos, de manera genérica, a «algunos»
de los Doce, y que pueden surgir en cualquiera. Tomás ha visto la agonía de su
Maestro y se niega a creer ahora en una realidad que no sea concreta, tangible,
en cuanto al sufrimiento del que ha sido testigo (v. 25). Jesús condesciende a
la obstinada pretensión del discípulo (v. 27), pues es necesario que el grupo
de los apóstoles se muestre firme y fuerte en la fe para poder anunciar la
resurrección al mundo. Precisamente a Tomás se le atribuye la confesión de fe
más elevada y completa: «¡Señor mío y Dios
mío!» (v. 28). Aplica al Resucitado los nombres bíblicos de
Dios, Yahvé y Elohím, y el posesivo «mío» indica su plena adhesión de amor, más
que de fe, a Jesús. La visión conduce a Tomás a la fe, pero el Señor declara,
de manera abierta, para todos los tiempos: bienaventurados aquellos que crean
por la palabra de los testigos, sin pretender ver. Éstos experimentarán la
gracia de una fe pura y desnuda que, sin embargo, es confirmada por el corazón
y lo hace exultar con una alegría inefable y radiante (1 Pe 1, 8).
- Los vv. 30s
constituyen la primera conclusión del evangelio de Juan: se trata de un
testimonio escrito que no pretende ser exhaustivo, sino sólo suscitar y
corroborar la fe en que «Jesús es el
Cristo, el Hijo de Dios» (Mc 1, 1).
CLAVES para la VIDA
- El proceso de fe de los primeros seguidores de Jesús
tampoco fue nada fácil; todas las evidencias hablaban de “otra cosa”. De ahí
que ese estar “en una casa con las puertas bien cerradas”
(v. 19) es toda una muestra de cuanto estaban viviendo y experimentando en su
interior. Sólo la NUEVA
presencia del Resucitado y el don de la
PAZ es capaz de iluminar y transformar aquella situación
confusa, hasta el punto de “llenarse de
alegría” por el encuentro, nuevo y diferente, con el Señor
resucitado. Sólo así es posible el cambio, la nueva visión.
- Ahí tendrá que llegar, -en su proceso de búsqueda-,
Tomás y cuantos en él se encuentren simbolizados. El sufrimiento vivido por los
amigos de Jesús, les ha embotado los ojos y el corazón, y son incapaces de
descubrir la NOVEDAD
que tienen delante. Sólo el don mesiánico de la paz es capaz de recrear el
corazón de aquel grupo, hasta el punto de convertirlos en testigos del mismo
Señor, prolongando su misma misión de liberar a los hombres de todo tipo de
esclavitud y de pecado, causa de todos los males. “Como el
Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros” (v. 21): ésa es
la TAREA y la MISIÓN.
- Se me invita a vivir el proceso de búsqueda y de
encuentro con el Resucitado, y de ese modo recibir el encargo-misión que Él ha
iniciado y que desea compartir con todos sus seguidores. El encuentro y la fe
lleva al compromiso compartido; no es suficiente quedarse en el “tocar” sus
heridas y señales. El “Señor mío y Dios
mío” es la transformación más radical de todas las raíces de la
vida de una persona. Asumir, pues, esta misión y compartirla con el mismo Señor
resucitado es la consecuencia de la
Pascua. ¡Estamos EN CAMINO, hermano/a! ¡Ojalá lo deseemos, lo
obtengamos y nos sintamos transformados!