DOMINGO, día 27 de Abril
Hechos de los Apóstoles 2, 42-47
“... Los hermanos eran constantes en escuchar la
enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las
oraciones... Los creyentes vivían todos unidos y lo tenían todo en común...”
CLAVES para la LECTURA
-
Según su promesa, Cristo resucitado y ascendido al cielo se queda, no obstante,
con los hombres hasta el fin de los tiempos. Sin embargo, su presencia en el
tiempo de la Iglesia es diferente a la que tuvo durante su vida terrena. Ahora
es el Espíritu Santo, primer don del Resucitado a los creyentes, el que
prosigue su obra en la tierra y el que manifiesta el poder de su resurrección
en la historia. Por eso transmite Lucas, en los Hechos de los Apóstoles, como parte
esencial de la «Buena Nueva», el relato de los primeros pasos de la comunidad
cristiana, animada e impulsada por el Espíritu de Jesús.
- En
el primero de los «compendios» que describen a la Iglesia naciente aparecen las
líneas fundamentales de la vida eclesial. Por eso se ha convertido este
fragmento en paradigmático para todas las comunidades cristianas. Cuatro son
las características que distinguen a los creyentes (v. 42): la asiduidad a la
enseñanza de los apóstoles, o sea, el reconocerse necesitados de aprender a
vivir como cristianos; la «comunión»:
la expresión koinonía -que aparece
sólo aquí en la obra lucana- ha de ser entendida como aquella unión de los
corazones que se manifiesta también en el reparto concreto de los bienes
materiales; la «fracción del pan»:
ese gesto, típico de los judíos para iniciar la comida ritual, indica ahora la
Eucaristía, el «memorial»; y, por último, la oración.
- De
este modo, la primera comunidad cristiana está totalmente abierta al don del
Espíritu, que puede obrar milagros en ella «por
medio» de los apóstoles (v. 43). El relato deja aparecer el clima de
alegría y de sencillez que nace de una vida de intensa caridad fraterna (v. 44)
y de la oración unánime (vv. 46-47a). Y la cosa es tanto más sorprendente por
el hecho de que el texto no oculta tampoco fatigas y persecuciones. No se
trata, por tanto, de un cuadro utópico; más bien es preciso ver en él el modelo
ideal al que hay que conformar-se. El estilo de vida asumido por la Iglesia
naciente es en sí mismo testimonio elocuente e irradiador, una evangelización
que prepara los ánimos de muchos a recibir la gracia de Dios (v. 47).
CLAVES para la VIDA
- La comunidad, seguidora de la obra de Jesús, está
en marcha y de qué manera. Su
estilo de vida es ya signo y forma elocuente de evangelización. Sin duda, sin
grandes programa-ciones, pero es su vida y su estilo lo que provoca y “se ganaban el favor de todo el pueblo”
(v. 47), haciendo presente todo el proyecto liberador de Jesús. De ahí que su
“estilo” se convierte en modélico para cuantos quieran vivir y reproducir “lo
original” del mensaje.
- Así, tanto la asiduidad en las enseñanzas, la
comunión de bienes y de vida, la Eucaristía, como la oración... se convierten
en el estilo particular que “dan nota” a aquella comunidad, que camina con
intensidad en el seguimiento del proyecto de vida, asumido desde Jesús, su
Señor. Eso sí, sólo desde la fuerza recibida del Espíritu del mismo Jesús, será
posible reali-zar ese estilo de vida y de comunión. ¡Es el camino!
- No son necesarias grandes teorías y planteamientos
para ser signos vivos de evangeliza-ción y de anuncio liberador. Aquí lo
descubrimos y... a “ese estilo” somos animados, hoy y aquí. Y si es verdad que
los tiempos cambian, también es verdad que es necesario volver a reencontrar la
“frescura” del mensaje, y ésta se recupera, sobre todo, en el testimonio de
vida, también en nuestro mundo. ¡Claro que ser signos de la sencillez y del
compartir intenso de vida no son nada fáciles! Lo sabemos muy bien. Pero... ¡es
la propuesta, hermano/a! ¡Buen ánimo!
1 Pedro 1, 3-9
“... Bendito
sea Dios... que en su gran misericordia, por la resurrección de Jesucristo de
entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo para una esperanza viva, para
una herencia incorruptible, pura, imperecedera, que os está reservada en el
cielo....”
CLAVES para la LECTURA
- Tras
una breve presentación del remitente y de los destinatarios (vv. 1s), en la que
se ofrece ya un escorzo contemplativo sobre la obra de la salvación realizada
por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, la primera carta de Pedro desarrolla
el mismo tema, en los vv. 3-12, en forma de bendición solemne. De este modo se
introduce a los oyentes en una atmósfera sagrada que ayuda a percibir el
inmenso don que representa la vocación bautismal.
- El
Padre, en su inmenso amor, nos ha hecho renacer (Jn 3, 1-15), haciéndonos hijos
suyos, a través de la muerte-resurrección de su Hijo unigénito (v. 3a). Este
nuevo nacimiento no tiene delante la perspectiva de la muerte, sino «una esperanza viva», una promesa (v. 4)
no condicionada por la corruptibilidad de las cosas de este mundo. Su plena
posesión está reservada para nosotros «en
los cielos», pero tenemos ya desde ahora un «anticipo», una «señal», en la
medida en que vamos transformándonos interiormente, en la medida en que pasamos
de seres carnales a seres espirituales, por medio de una vida conforme con la
fe profesada en el bautismo.
-
Pedro, que se dirige a comunidades cristianas probadas por la persecución,
ofrece consuelo y luz para leer el cumplimiento del designio de salvación en
medio de las dolorosas situaciones por las que atraviesan. Los sufrimientos no
deben convertirse en motivo de escándalo, en piedra de tropiezo, sino en crisol
purificador, donde se purifica la fe para ser cada vez más pura y firme (vv.
6s). Esta fe será, en efecto, el documento con el que, el último día, daremos
testimonio de nuestro amor a Cristo, mientras que, ya desde ahora, nos
proporciona un gozo inefable y radiante en el corazón y nos conduce a la meta:
la salvación eterna de las almas (vv. 8s).
CLAVES para la
VIDA
- ¡Hermoso resumen de lo que supone la vocación
bautismal y que crea un nuevo modo de ser y de vivir en el cristiano! “Renacer a una esperanza viva, a una
herencia incorrupti-ble...” (vv. 3-4) es mucho más que algo teórico o
principios doctrinales. Es la nueva situa-ción que supone una transformación
“desde la raíz” del ser del cristiano. Y todo ello tiene su fuente y origen en
la muerte-resurrección del Hijo amado.
- “Por
ello, vivís alegres, aunque un poco
afligidos ahora...” (v. 6): y es que el seguidor de Jesús comparte el mismo
camino que su Señor. Será perseguido y vivirá situaciones dolorosas, pero ahí
podrá dar el testimonio de amor de Cristo, el Señor. Participar, pues, la causa
de su Señor; compartir, por fidelidad, su mismo caminar... es motivo de gloria
y de alabanza. Así, la comunión que alcance con su Señor será plena y total, y
para siempre.
- Compartir plenamente la causa del Señor Jesús; dar
testimonio de lo que ha vivido y experimentado, y así “revestirnos” de sus
mismos sentimientos y de su estilo de vida... es la propuesta que el apóstol
nos sugiere en esta reflexión. Mi seguimiento de Jesús, pues, no es algo
teórico sino que implica toda una vida y un estilo de ser y de vivir. Tampoco
basta con quedar en una “admiración sentimental”. Implica mucho más: hacer de
su amor y de su solidaridad para con todos nosotros (lo hemos vivido hace unos
días en la Semana Santa), el EJE de mi vida y la razón de ser de mi caminar,
allí donde me encuentre. ¡Todo un inmenso desafío! ¿Lo es también para ti,
hermano/a?
Evangelio: Juan 20, 19-31
“... Y en esto
entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros... Y los discípulos se
llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el
Padre me ha enviado, así también os envío yo... Recibid el Espíritu Santo; a
quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los
retengáis les quedan retenidos... Luego dijo a Tomás: Trae tu dedo, aquí tienes
mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo... Dichosos los que crean sin haber visto...”
CLAVES para la LECTURA
-
Estos dos episodios, próximos y relacionados con un mismo tema -el de la fe-
son, el eco fiel de cuanto ha sucedido en los corazones de los apóstoles tras
la muerte de Jesús.
- En
el primero de ellos (vv. 19-22), el Resucitado se aparece a los once, que, a
pesar del anuncio de María Magdalena (v. 18), están encerrados todavía en el
cenáculo por miedo a los judíos. Jesús supera las barreras que se le
interponen: pasa a través de las puertas, manifestando que su condición es
completamente nueva, aunque no ha desaparecido nada de los sufrimientos que
padeció en la carne. La insistente referencia al costado traspasado de Jesús es
propia de Juan, que, de este modo, quiere indicar el cumplimiento de las
profecías en Jesús (Ez 47, 1; Zac 12, 10. 14). El tradicional saludo de paz
asume también en sus labios un sentido nuevo: de augurio -«la paz esté con vosotros»- se convierte en
presencia -«la paz está con
vosotros». La paz, don mesiánico por excelencia, que incluye todo bien, es, por
tanto, una persona: es el Señor crucificado y resucitado en medio de los suyos
(«se presentó»: vv. 19b. 26b y,
antes, v. 14). Al verlo, los discípulos quedan colmados de alegría y
confirmados en la fe. El Espíritu que Jesús sopla sobre ellos, principio de una
creación nueva (Gn 2, 7), confiere a los apóstoles una misión que prolonga la
suya en el tiempo y en el espacio y les concede el poder divino de liberar del
pecado.
- El
segundo cuadro (vv. 24-29) personaliza en Tomás las dudas y el escepticismo que
atribuyen los sinópticos, de manera genérica, a «algunos» de los Doce, y que pueden surgir en cualquiera. Tomás ha
visto la agonía de su Maestro y se niega a creer ahora en una realidad que no
sea concreta, tangible, en cuanto al sufrimiento del que ha sido testigo (v.
25). Jesús condesciende a la obstinada pretensión del discípulo (v. 27), pues
es necesario que el grupo de los apóstoles se muestre firme y fuerte en la fe
para poder anunciar la resurrección al mundo. Precisamente a Tomás se le
atribuye la confesión de fe más elevada y completa: «¡Señor mío y Dios mío!» (v. 28). Aplica al Resucitado los nombres
bíblicos de Dios, Yahvé y Elohím, y el posesivo «mío» indica su plena adhesión
de amor, más que de fe, a Jesús. La visión conduce a Tomás a la fe, pero el
Señor declara, de manera abierta, para todos los tiempos: bienaventurados
aquellos que crean por la palabra de los testigos, sin pretender ver. Éstos
experimentarán la gracia de una fe pura y desnuda que, sin embargo, es
confirmada por el corazón y lo hace exultar con una alegría inefable y radiante
(1 Pe 1, 8). Los vv. 30s constituyen la primera conclusión del evangelio de
Juan: se trata de un testimonio escrito que no pretende ser exhaustivo, sino
sólo suscitar y corroborar la fe en que «Jesús
es el Cristo, el Hijo de Dios» (Mc 1, 1).
CLAVES para la VIDA
- El proceso de fe de los primeros seguidores de
Jesús tampoco fue nada fácil; todas las evidencias hablaban de “otra cosa”. De
ahí que ese estar “en una casa con las
puertas bien cerradas” (v. 19) es toda una muestra de cuanto estaban
viviendo y experimentando en su interior. Sólo la NUEVA presencia del
Resucitado y el don de la PAZ es capaz de iluminar y transformar aquella
situación confusa, hasta el punto de “llenarse
de alegría” por el en-cuentro, nuevo y diferente, con el Señor resucitado.
Sólo así es posible el cambio, la nueva visión.
- Ahí tendrá que llegar, en su proceso de búsqueda,
Tomás y cuantos en él se encuentren simbolizados. El sufrimiento vivido por los
amigos de Jesús, les ha embotado los ojos y el corazón, y son incapaces de
descubrir la NOVEDAD que tienen delante. Sólo el don mesiá-nico de la paz es
capaz de recrear el corazón de aquel grupo, hasta el punto de convertirlos en
testigos del mismo Señor, prolongando su misma misión de liberar a los hombres
de todo tipo de esclavitud y de pecado, causa de todos los males. “Como el Padre me envió a mí, así os envío
yo a vosotros” (v. 21): ésa es la TAREA y la MISIÓN.
- Se me invita a vivir el proceso de búsqueda y de
encuentro con el Resucitado, para -de ese modo- recibir el encargo-misión que
Él ha iniciado y que desea compartir con todos sus seguidores. El encuentro y
la fe lleva al compromiso compartido; no es suficiente quedarse en el “tocar”
sus heridas y señales. El “Señor mío y
Dios mío” es la transformación más radical de todas las raíces de la vida
de una persona. Asumir, pues, esta misión y comprar-tirla con el mismo Señor
resucitado es la consecuencia de la Pascua. ¡Estamos EN CAMINO, hermano/a!
¡Ojalá lo deseemos, lo obtengamos y nos sintamos transformados!