DOMINGO, día 6 de Abril
Ezequiel 37, 12-14
“... Esto dice el Señor: Yo
mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo
mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y cuando abra vuestros sepulcros y os
saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor. Os infundiré
mi espíritu y viviréis; os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo, el
Señor, lo digo y lo hago...”
CLAVES para la LECTURA
- El
fragmento de Ezequiel está compuesto por dos partes: una visión (vv. 1-10) y su
explicación (vv. 11-14) (Nota: en la liturgia de hoy, sólo se lee la segunda
parte; conviene leer la primera parte para entender, mejor y en su profundidad, el texto proclamado).
- El
profeta es trasladado a un valle, probablemente el situado en la región de
Quebar (Babilonia), donde vivían los israelitas exiliados. El espectáculo que
se despliega ante sus ojos es sumamente desolador: un enorme montón de huesos
secos y resquebrajados (vv. 2ss). A la pregunta, aparentemente absurda, del
Señor sobre si podrán revivir aquellos huesos, le da Ezequiel una respuesta
discreta y llena de confianza: «Señor, tú
lo sabes» (v. 3b). Dios lo puede todo, todo depende de su voluntad.
Entonces le ordena el Señor profetizar sobre los huesos. Los restos de seres
humanos deben «oír» ahora la palabra divina y «saber» que él es el Señor (v.
4).
-
Viene después la explicación -es el Señor quien la da explícitamente-: los
huesos son los exiliados, privados de vida y de esperanza (vv. 11ss). El Señor
los llama con ternura «pueblo mío» y,
frente a su desconfianza, les asegura que llevará a cabo el prodigio de su
restauración. A la imagen de los huesos vueltos a la vida se añaden otras para
reforzar aún más el poder del Dios de la vida: «Yo abriré vuestras tumbas, os sacaré de ellas» (vv. 12. 13). Hasta
en las situaciones de muerte más desesperadas puede hacer nacer el Señor nueva
vida. Dios «no es un Dios de muertos,
sino de vivos» (Mc 12, 37) y «nada es
imposible para Dios» (Lc 1, 37). Al final, es el Señor mismo quien da la
respuesta a la pregunta planteada al profeta: «¿Podrán revivir estos huesos?» (v. 3). Sí: «Lo digo y lo hago» (v. 14).
CLAVES para la VIDA
-
¡Inmensa “estampa” la que ofrecen los huesos secos de la parábola y que nos
presenta el profeta! Todo un símbolo del pueblo de Israel en el destierro, con
el Templo de Jerusalén también destruido, después de la segunda deportación.
Pero es aquí donde el profeta recibe el mandato de pronunciar sobre ellos la
Palabra de parte de Dios, recibiendo nuevamente espíritu de vida. Aunque todo
está totalmente muerto, la Palabra es eficaz y Dios es Dios de vida. Es el
núcleo del mensaje.
-
“Lo digo y lo hago” (v. 14): ésta es
la fuerza de la decisión de Dios; Él mismo en persona va a obrar la
transformación de aquella situación caótica. Y es que Israel ha olvidado
fácilmente, pero su Dios es el Dios de la vida y sus proyectos son siempre
creadores de vida. Ahora renueva esas promesas y las va a cumplir, y los
“huesos secos” (Israel) tendrán vitalidad nueva, porque... “os infundiré mi Espíritu y viviréis...”.
-
¡Hermosa parábola para ofrecernos lo nuclear de nuestra fe y que, ahora, se me
ofrece a mí, a nosotros! ¡En cuántos momentos, nuestros huesos (o nuestras
vidas) pueden encontrar-se “secos”, sin vida y el mismo Dios actúa con fuerza y
transforma nuestra realidad pobre e impotente! Abrirme a su palabra de vida...
¡es una NECESIDAD! Sólo así su Espíritu residirá en mí, haciendo nuevas todas
las cosas ¿De acuerdo, hermano/a?
Romanos 8, 8-11
“... Si el
Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el
que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros
cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros...”
CLAVES para la LECTURA
-
En su Carta a los Romanos pone Pablo de relieve el carácter dramático de la
condición humana, una condición sometida a la esclavitud del pecado (7,
14b-25). Para indicar esta fragilidad congénita a la naturaleza emplea el
término «carne», vertido en nuestra
traducción por «apetitos». Los que se
dejan dominar por este principio no pueden agradar a Dios, puesto que «el
propósito de la carne es enemistad contra Dios» (v. 7 al pie de la letra).
-
¿Cómo escapar entonces de la ira divina? Hay otro principio que mora y actúa en
los bautizados: el Espíritu Santo. El bautismo nos hace morir al pecado (6,
3-6) para sumergir-nos en la muerte salvífica de Cristo (vv. 3s). Es tarea del
cristiano, por consiguiente, dejar que actúe en él cada día el dinamismo de la
muerte -al pecado- inherente al bautismo, para vivir cada vez más de la misma
vida de Dios (vv. 10-12).
- Es
el Espíritu quien hace al hombre hijo adoptivo de Dios, insertándolo en la
filiación única de Cristo. Ahora bien, esta realidad no se lleva a cabo en un
solo momento. Es un germen que se va desarrollando a diario en la medida en que
se muestra dócil a su «guía». En el centro de la carta aparece por primera vez
esta espléndida definición de los cristianos: «Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios», que por eso son
hijos de Dios (v. 14). El Espíritu confirma interiormente esta nueva adopción,
dando la libertad de orar a Dios con la misma confianza que Jesús, con su misma
invocación filial (vv. 15s), y abriendo el horizonte ilimitado de la nueva
condición: el que es hijo es también heredero del Reino de Dios junto con
Cristo, primogénito entre los hermanos.
CLAVES para la VIDA
- Este
gran testigo y, además, animador de las comunidades cristianas que es Pablo,
nos introduce en el meollo de la condición humana, en sí misma con notas
dramáticas, pero -a la vez- gracias a Cristo Jesús y su acción salvífica, una
realidad humana transformada hasta en su misma raíz y condición: la enemistad
con Dios se ha truncado en la adopción como hijos por parte de Dios. El
cristiano es llamado a gustar, disfrutar y trabajar, cada día, esta nueva
condición.
-
Porque la nueva situación está como en germen, en lo más profundo del ser
humano, y como don del bautismo. Ahora es necesario... “dejarse guiar por el Espíritu de
Dios” (v. 11). Ésta es la clave y es también la tarea, ya que ese
Espíritu hará que, donde prevalecía la fragilidad y la caducidad, surja el
hombre nuevo que vive según el Evangelio y obre el querer divino, como el mismo
Jesús que vivió y obró. Así se realizará la obra de salvación EN PLENITUD.
- Se
nos sigue proponiendo algo hermoso e inmenso en esta recta final de la
Cuaresma, si nos imbuimos del estilo de ser y de vivir del mismo Jesús, a quien
queremos acompañarle en este trance que Él se dispone a vivir. Dejarme “guiar”
por su misma fuerza y Espíritu es la condición para validar todo y pasar de las
grandes formulaciones a la realidad concreta y a la nueva situación que se nos
plantea: ser hijos, con todas las consecuencias y, también, con todas las
ventajas. ¿Cómo estás de ánimos, hermano/a? ¿No crees que merece la pena?
Evangelio: Juan 11, 1-45
“... Cuando
llegó Jesús, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado... Y dijo Marta a Jesús:
Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano... Jesús le dijo: Yo
soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y
el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre... Y dicho esto, gritó
con voz potente: Lázaro, ven afuera...”
CLAVES para la LECTURA
- La
perícopa de la “resurrección de Lázaro”, que prepara directamente los
acontecimientos pascuales, explícita uno de los aspectos fundamentales de la
cristología joanea. En un crescendo lento, en el relato se pasa de la narración
de la enfermedad (vv. 1-6), la muerte y la sepultura (vv. 7-37) hasta la
resurrección al cuarto día (vv. 38-44). Entre líneas aparece la humanidad llena
de ternura de Jesús -que no reprime las lágrimas ni los sollozos (vv. 33. 35)-,
la confidencialidad de la amistad (vv. 21-24. 32. 39s) y el misterio de la
filiación divina (vv. 4-6. 14-15. 41s).
- El
“credo” de Marta sintetiza magistralmente esta rica realidad: “Señor... tú eres el Mesías (el mesías
esperado en el judaísmo), el Hijo de Dios
(título cristológico helenístico), el que
tenía que venir al mundo (ho
erchómenos vibrante de espera escatológica)”. El punto más revelador
aparece en los vv. 25s, lapidario como la revelación del nombre de “Yahvé” del
que es una explicación: “Yo soy la
resurrección y la vida”.
- El
potente grito con que Jesús llama a Lázaro (v. 43) tiene la fuerza de la
llamada a la vida del primer Adán (Gn 2, 7) y, a la vez, el dramatismo de la
emisión del Espíritu por parte del nuevo Adán en la cruz (Lc 23, 46). En la
“casa de aflicción” o “casa del pobre” (esto significa “Betania”),
efectivamente “Yahvé ayuda”, según el significado del nombre “Lázaro”. ¿Cómo?
Dándose misericordiosamente a sí mismo y dando su vida como medicina de
inmortalidad.
CLAVES para la VIDA
-
Se da una conexión progresiva en los grandes textos (“catequesis”) de Juan,
leídos y proclamados a lo largo de los últimos domingos de Cuaresma. Después de
haber hablado del don de Dios, el agua viva (pasaje de la Samaritana); Jesús,
verdadera luz, que ha abierto los ojos al ciego de nacimiento (y anunciados en
el Bautismo), hoy se nos propone otra acción simbólica con consecuencias
inmensas: la vida nueva e imperecedera (relato de la resurrección de Lázaro).
Es el CAMINO que no ofrece la liturgia
-
“Yo soy la resurrección y la vida”:
es la gran proclamación y la revelación del mismo Señor Jesús. Ahora toda la
historia de la salvación alcanza su plenitud y todo queda iluminado y en todas
sus facetas. Incluso el mayor enemigo, que es la muerte, ha sido vencido desde
la entrega. De ahí que en Jesús vence el amor, no salvándose a sí mismo, sino
entregándose hasta la muerte. Y éste se convertirá en la ley fundamental del
cristiano: el amor, para vencer, debe saber perder, como Jesús mismo.
-
Hemos llegado ya al culmen de este proceso cuaresmal, de profundización y de
descubri-miento del misterio, del bueno: en Jesús se nos ofrece la plenitud, la
vida y una vida impere-cedera. Es cuestión de abrirme a su don, que es el don
de Dios mismo. Ésta es, pues, la última y definitiva palabra. Hermano/a: hemos
caminado junto a Él; le hemos visto y escuchado; nos hemos entusiasmado con sus
“señales” y su mensaje. ¿Estoy ahora dispues-to/a a acoger su llamada del “Ven afuera” (como a Lázaro), y vivir
como hombres/mujeres que ha experimentado el “soplo de vida” que sólo Él es
capaz de dar y de regalar? ¡Ojalá sea así! ¡Ojalá!
No hay comentarios:
Publicar un comentario