sábado, 30 de noviembre de 2013


Domingo 1 de Diciembre 2013. I Domingo de Adviento ciclo A





Monición de Entrada: MOTIVACIÓN

Hermanos: comenzamos un nuevo Año Litúrgico y, con él, un nuevo Adviento: es un tiempo de gracia y esperanza; un tiempo para estar vigilantes, para descubrir la presencia de Dios y su fuerza salvadora. Hemos de estar, así, dispuestos a reconocerle el día de su última venida.

Hermanos: tenemos que despertar. Dios nos vuelve a dirigir su Palabra entrañable de Padre. Esa Palabra nos invita a hacer la experiencia de la esperanza en medio de la duda que nos envuelve y el miedo que nos acosa. Por eso,
 el evangelio nos anima a permanecer despiertos y a leer con atención los signos de su venida, pues no conocemos el día ni la hora.

Iniciamos esta celebración y esta nueva OPORTUNIDAD que Dios nos brinda, una vez más.

1ª Lectura: Isaías 2, 1-5

El profeta Isaías, en un momento de crisis política-religiosa, revela la actuación de Dios en la historia de Israel. Contempla también a Jerusalén como la ciudad de la verdadera sabiduría, de la justicia y de la paz. Allí las armas de guerra se convierten en instrumentos de paz. El profeta no espera la salvación proveniente de los hombres, sino únicamente de Dios. Por eso invita al pueblo a caminar en la luz del Señor.

2ª Lectura: Romanos 13, 11-14

El apóstol Pablo recuerda a los romanos el día en que comenzaron a creer. Desde ahí, les exhorta a vivir el momento presente en el que Dios salva y les amonesta a comportarse con dignidad según las obras de la luz. Porque la fe no es una adquisición de una vez para siempre, sino que implica un proceso de crecimiento constante. Acogemos esta hermosa reflexión.

Evangelio: Mateo 24, 37-44

Desde hoy, con el comienzo del Adviento, comenzamos un nuevo ciclo de lecturas. El ciclo es el del evangelista San Mateo. El mensaje de la lectura de hoy es claro: el Señor vendrá y lo hará de improviso. De ahí que Jesús recomienda a sus oyentes estar preparados y vigilantes para que cuando llegue el Señor los encuentre en vela. Acogemos su invitación.


“Muéstranos, Señor, tu misericordia
y danos tu salvación”


Hoy iniciamos
 el NUEVO AÑO LITÚRGICO. Y esto supone algo muy especial para un grupo de creyentes: nos disponemos a vivir, celebrar y alimentarnos -a lo largo de los próximos meses- de esa HISTORIA de AMOR de DIOS, de su “historia de salvación” para con nosotros. Esto es lo que la Comunidad Cristiana celebra en la liturgia. ¡Cuántas veces podemos olvidar este punto de partida y… entonces, son aburridas todas nuestras celebraciones! ¡Qué pena y qué oportunidad perdida!

El primer momento
 clave de esa historia de Amor de Dios es la PRESENCIA de ALGUIEN; es el nacimiento de Alguien esperado y deseado; Alguien que dé esperanza a ese hombre en tensión, en búsqueda, deseando encontrar un sentido a su vida, a la historia e, incluso, a la muerte. Por eso, el ADVIENTO es el tiempo de la espera, un tiempo a disponernos a preparar los CAMINOS del SEÑOR: sólo desde esa apertura-disponibilidad será posible RECONOCERLE. Así será Navidad: vivir su presencia como salvación.

De ahí que la invitación de este primer domingo sea
 “estad en vela”, porque a mi vida puede llegar en cualquier momento. Es necesario: sólo así tendrá sentido este Adviento, y nuestra fe y esperanza en el “Señor que viene”. JESÚS es NUESTRA ESPERANZA.

¡Dichosos nosotros:
TODO EMPIEZA A SER NUEVO!


sábado, 23 de noviembre de 2013


 Domingo 24 de Noviembre:


  
 


Fiesta de CRISTO REY


 

EVANGELIO: Lucas 23, 35-43


 
En aquel tiempo, las autoridades hacían muecas a Jesús, diciendo:

- «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».

 Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo:

- «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».

 Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: «Éste es el rey de los judíos».

 Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:

- «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».

 Pero el otro lo increpaba:

- «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada». Y decía:

- «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».

 Jesús le respondió:

- «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso».

 

ACERCARNOS AL TEXTO


 

Es necesario que acudamos al contexto de este acontecimiento para acercarnos el meollo de cuanto sucede y descubrir toda la carga de mensaje que se nos ofrece. De hecho, Jesús es condenado a muerte por proclamarse REY. Así lo pregonan sus acusadores; y así lo reconoce el propio Jesús ante Pilato. Esa condición de rey está en la inscripción colocada en la cruz.

 Si bien, dicha inscripción contrasta con la situación física del hombre clavado en ella: ¿es ése un rey?, ¿de qué Reino? Aquel que se presenta como salvador no es capaz de salvarse Él mismo, piensan los jefes. Pero, Él proclama un Reino que es una realidad global, que escapa a la primera mirada. En él no hay oposición entre lo espiritual y lo temporal, lo religioso y lo histórico, sino entre poder de dominación y PODER DE SERVICIO. Jesús, pues, (y lo proclama) no utiliza su poder en beneficio propio. Él enseña que todo poder (político, religioso, intelectual) está al servicio de los más oprimidos y desvalidos.

 SERVIR y no dominar: es el principio inconmovible del Reino de Dios. Cuando se emplea el poder recibido -cualquiera que sea- para imponer las ideas, mantener los privilegios u obligar a creer, se traiciona el mensaje de Jesús. Jesús clavado en la cruz entre malhechores, despojado de todo, perdonando, escuchando, devolviendo bien por mal, ejerciendo misericordia, es la síntesis y expresión de la Buena Noticia. Ésta es la manifestación y herencia del Mesías. Sólo el amor, sólo el servicio salva a las personas. Sólo el amor, sólo el servicio hace realidad el Reino de Dios.

 Si el mensaje fundamental de este acontecimiento camina por estos derroteros, se pueden destacar unas reacciones determinadas y unas actitudes ante este acontecimiento de la crucifixión (suplicio horrible donde los haya y destinado a los casos especiales, dada su repercusión).

 â El pueblo: El pueblo lo presenciaba. ¿Miraba desconcertado, consternado quizá, o tenía curiosidad burlona, como los mirones de 14, 29? Es un espectáculo. Los «reality shows» siempre, entonces (y ahora), congregan multitudes ávidas de satisfacer una cierta curiosidad morbosa.

 â Los jefes. «Los jefes, por su parte, comentaban con sorna: A otros ha salvado; que se salve él si es el Mesías de Dios, el Elegido» (v. 35 b). No pueden concebir un Mesías que muera, pues el Mesías de Dios ha de salvar al pueblo; ni un Elegido abandonado de Dios. Por eso, para ellos sigue siendo un Mesías impostor como tantos otros. Mantienen y fomentan la idea de un mesianismo triunfante. No han discernido los signos de los tiempos, los signos de Dios manifestados en Jesús. Tienen un Dios hecho a medida de sus intereses. El mensaje de Jesús, «convertíos y creed la buena noticia», no les ha hecho mella. Ellos se creen en posesión de la verdad.

 â Los soldados. «También los soldados se acercaban para burlarse de él y le ofrecían vinagre diciendo: Si tú eres el rey de los judíos, sálvate» (vv. 36-37). Los ejecutores del poder romano no pueden comprender a un rey que no hace nada para defenderse. Se burlan de él. Ellos saben cómo actuaría un auténtico rey, el César. Para ellos, éste es un rey de pacotilla y cachondeo. El letrero que le han puesto encima («Este es el rey de los judíos») corrobora la irrisión de que es objeto.

 â Un malhechor. «Uno de los malhechores crucificados lo escarnecía diciendo: ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti y a nosotros» (v. 39). Sigue el ejemplo de los dirigentes y de los soldados. Para él, la incapacidad de Jesús para salvarlos muestra la falsedad de su pretensión mesiánica. En todas las burlas, la idea de «salvación» es la de escapar de la muerte física; y la de Mesías, la de alguien con fuerza y poder político como los poderosos de la sociedad.

 â El otro malhechor. Reconoce la inocencia de Jesús, mientras que él se reconoce culpable. La muerte de Jesús empieza a dar sus frutos: las puertas del paraíso quedarán abiertas desde ahora de par en par para todos los que le reconozcan como rey, sea cual fuere su pasado. El Reino de Dios («el paraíso»), no relegado al fin de la historia, se inaugura con la muerte de Jesús, aquí y ahora: «Hoy estarás conmigo» (v. 43).

 Por lo tanto, y como conclusión, se descubre que las palabras de Jesús en la cruz manifiestan su misericordia y la de Dios, que es uno de los rasgos más resaltados en el evangelio de Lucas. El mensaje de Jesús sobre el amor al enemigo o al perdido, un tema en el que Lucas insiste especialmente en el sermón de la llanura (Lc 6, 27-35) y en el capítulo 15, se hace aquí acción ejemplar para el creyente. Las palabras y hechos de Jesús tienen siempre perfecta coherencia. La cruz es quizá el momento en que se nos revela con mayor claridad las actitudes fundamentales para vivir y construir el Reino: amor, misericordia, perdón. Los creyentes de la comunidad lucana ven en este amor, misericordia y perdón el origen de su vida cristiana. Nunca es tarde, recuerda Lucas, para entrar por el camino del Evangelio. Cualquier día puede ser el «hoy» de la salvación.

 

PARA NUESTRA VIDA DE CREYENTES


 
La imagen que nos hacemos de Cristo tiene gran importancia, pues condiciona nuestra manera de entender y vivir el Evangelio. De ahí la importancia de tomar conciencia de las posibles manipulaciones y deformaciones que, consciente o inconscientemente, adulteran nuestra fe. Puede que, en lugar de adherirnos a Cristo y escuchar su mensaje, estemos proyectando sobre Jesús nuestros deseos, anhelos y aspiraciones, convirtiendo a Cristo en mero símbolo de nuestra propia ideología al servicio de nuestros intereses.

 Un Jesús clavado en la cruz, despojado, perdonando y ofreciendo vida, es la viva imagen de la desacralización de todo, menos del amor y de la vida. De manera paradójica, en este día en que celebramos la fiesta de Cristo Rey, se nos ofrece a todos los creyentes la imagen de Jesús reinando desde una cruz. Un Rey que establece su Reino de vida, justicia y paz a base de su propia sangre.

 Hay en la cruz un mensaje que no siempre escuchamos: Al ser humano se le salva derramando por él nuestra propia sangre y no la de otros. Jesús muerto en la cruz, en actitud de respeto total al hombre, nos desenmascara e interpela a todos. Todavía tenemos un largo camino que recorrer. Es la inmensa y difícil lección a aprender y que, en tantos momentos y circunstancias, nos plantea una opción seria y comprometida: Sólo desde una entrega total, hasta de la propia vida, es posible seguir las huellas del Crucificado, porque Él así la vivió y la entregó generosamente en la Cruz.

 Lógicamente, todo esto será mucho más que llevar una cruz (¿de oro?) colgada en el pecho; también, bastante más que participar en un “paso” en la Semana Santa; y, por supuesto, mucho más que gritar “Viva, Cristo Rey”, mientras se desprecia a los demás porque piensan distinto... La “ESCUELA” de la Cruz nos llama a TODOS (también a mí, y a ti) a “otra cosa” distinta: sólo desde el AMOR y el SERVICIO es posible salvar al ser humano. Es la “lección” de la Cruz y de esta fiesta de Cristo Rey. ¡No lo olvidemos!

 

COMPROMISO DE VIDA


 
La CRUZ de Jesús es toda una ESCUELA donde se puede (y se debe) aprender a ser su seguidor. No es posible llevar a cabo este aprendizaje sin una actitud contemplativa ante el Crucificado.

 Å Recogeré y escribiré las PALABRAS claves o las FRASES más significativas que para mí recogen el mensaje de la Cruz. Haré una lista.

 Å Ahora, leeré y meditaré el Ejercicio de Tony de Mello “CONTEMPLACIÓN Y ADORACIÓN” (está al final, después de la Oración para esta semana)

 + intentaré hacer mía esta contemplación

+ sacaré algunas conclusiones para mi vida

 Å Durante este día y esta semana, utilizaré la oración, “JESÚS ES EL SEÑOR”, de P. Loidi (que está a continuación), tratando de hacer mías las actitudes que sugiere.

 

ORACIÓN para esta SEMANA


 

 JESÚS ES EL SEÑOR

 

Jesús es el Señor.

No hay otro Señor.

No hay otra ley.

 

Por encima del civismo,

por encima de la honradez,

por encima de la justicia,

¡Jesús es el Señor!

 

Por encima de la democracia,

por encima de la legalidad,

por encima del derecho,

¡Jesús es el Señor!

 

Por encima de la dialéctica,

por encima de la lucha de clases,

por encima de la revolución,

¡Jesús es el Señor!

 

Por encima de la patria,

por encima de la nación,

por encima del estado,

¡Jesús es el Señor!

 

Por encima de la sangre,

por encima de la familia,

por encima de los parientes,

¡Jesús es el Señor!

 

Por encima de la comunidad,

por encima de la Iglesia,

por encima del cristianismo,

¡Jesús es el Señor!

 

Por encima del partido,

por encima del sindicato,

por encima de las organizaciones,

¡Jesús es el Señor!

 

Por encima de la salud,

por encima de la vida,

por encima de la muerte,

¡Jesús es el Señor!

 

No hay otro Señor.

No hay otra ley.

¡Jesús es el Señor!

 

Loidi, P.

 

 
CONTEMPLACIÓN y ADORACIÓN

(Ejercicio práctico de meditación)

(Anthony de Mello)

 

“Momentos después de la muerte de Jesús, me encuentro de pie sobre la colina del Calvario, ignorante de la presencia de la multitud. Es como si estuviera yo solo, con los ojos fijos en ese cuerpo sin vida que pende de la cruz... Observo los pensamientos y sentimientos que brotan en mi interior mientras contemplo...

 Miro al Crucificado despojado de todo: Despojado de su dignidad, desnudo frente a sus amigos y enemigos. Despojado de su reputación. Mi memoria revive los tiempos en los que se hablaba bien de él... Despojado de todo triunfo. Recuerdo los embriagadores años en que se aclamaban sus milagros y parecía como si el reino estuviera a punto de establecerse...

 Despojado de credibilidad. De modo que no pudo bajar de la cruz... De modo que no pudo salvarse a sí mismo... -Debió de ser un farsante-... Despojado de todo apoyo. Incluso los amigos que no han huido son incapaces de echarle una mano... Despojado de su Dios -el Dios a quien creía su Padre-, de quien esperaba que iba a salvarlo en el momento de la verdad... Le veo, por último, despojado de la vida, de esa existencia terrena a la que, como nosotros, se aferraba tenazmente y no quería dejar escapar...

 Mientras contemplo ese cuerpo sin vida, poco a poco voy comprendiendo que estoy contemplando el símbolo de la suprema y total liberación. En el hecho mismo de estar clavado en la cruz adquiere Jesús la vida y la libertad. Hay aquí una parábola de victoria, no de derrota, que suscita la envidia, no la conmiseración. Así pues, contemplo ahora la majestad del hombre que se ha liberado a sí mismo de todo aquello que nos hace esclavos, que destruye nuestra felicidad...

 Y al observar esta libertad, pienso en mi propia esclavitud: Soy esclavo de la opinión de los demás. Pienso en las veces que me dejo dominar por lo que la sociedad dirá o pensará de mí. No puedo dejar de buscar el éxito. Rememoro las veces en que he huido del riesgo y de la dificultad, porque odio cometer errores... o fracasar...

 Soy esclavo de la necesidad de consuelo humano: ¡Cuántas veces he dependido de la aceptación y aprobación de mis amigos... y de su poder para aliviar mi soledad...! ¡Cuántas veces he sido absorbente con mis amigos y he perdido mi libertad...!

 Pienso en mi esclavitud para con mi Dios. Pienso en las veces que he tratado de usarlo para hacer mi vida segura, tranquila y carente de dolor... y también en las veces que he sido esclavo del temor hacia él y de la necesidad de defenderme de él a base de ritos y supersticiones...

 Por último, pienso cuán apegado estoy a la vida... cuán paralizado estoy por toda clase de miedos, incapaz de afrontar riesgos por temor a perder amigos o reputación, por temor a verme privado del éxito, o de la vida, o de Dios... y entonces miro con admiración al Crucificado, que alcanzó la liberación definitiva en su pasión, cuando luchó con sus ataduras, se liberó de ellas y triunfó.

 Observo las personas que en todas partes se postrarán de rodillas hoy para adorar al Crucificado. Yo hago mi adoración aquí, en el Calvario, ignorando por completo a la ruidosa multitud que me rodea: Me arrodillo y toco el suelo con mi frente, deseando para mí la libertad y el triunfo que resplandecen en ese cuerpo que pende de la cruz. Y en mi adoración oigo cómo resuenan en mi interior aquellas palabras suyas: «Si deseas seguirme, debes cargar con tu cruz... ». Y aquellas otras: «Si el grano de trigo no muere, queda solo...»”.

sábado, 16 de noviembre de 2013

Domingo, día 17 de noviembre              


 TIFÓN HAIYAN










UNIDOS EN LA ESPERANZA Y SOLIDARIDAD

EVANGELIO: Lucas 21, 5-19

En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo, por la calidad de la piedra y los exvotos. Jesús les dijo:
- «Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido».

Ellos le preguntaron:
- «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?».

Él contestó:
- «Cuidado con que nadie os engañe. Porque muchos vendrán usurpando mi nombre, diciendo: “Yo soy”, o bien: “El momento está cerca”; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida».

Luego les dijo:
- «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países epidemias y hambre. Habrá también espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores, por causa mía. Así tendréis ocasión de dar testimonio.

Haced propósito de no preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa mía. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».



ACERCARNOS AL TEXTO

Como los otros evangelios (Mc 13; Mt 24-25), Lucas concluye la predicación de Jesús en Jerusalén con un discurso escatológico (esto es, acerca de los acontecimientos del fin). Al evocarlos, el evangelista transmite su visión de la historia de la salvación en tres momentos: destrucción de Jerusalén, tiempo de misión o de la Iglesia y, por último, la venida del Hijo del hombre, que traerá la plenitud del Reino de Dios.

Para Lucas la destrucción de Jerusalén es el fin de toda una etapa de la historia salvífica, pero no el signo de la llegada del fin. Es verdad que a lo largo del discurso escatológico aparecen afirmaciones que expresan proximidad del fin del mundo (vv. 27, 28, 31, 32, 36). Sin embargo, vemos también cómo el cristianismo lucano empieza a aceptar en su concepción de la historia el retraso de la parusía (vv. 9, 24).

Hay en el evangelio una clara advertencia a los que esperaban impacientemente la vuelta del Señor, enfrentándolos al TIEMPO del TESTIMONIO, el que está viviendo la comunidad. Existía el peligro, en la corriente de entusiasmo apocalíptico, de perder el contacto con la realidad histórica y cotidiana. Pero si el Señor ha vencido a la muerte, piensa Lucas, el fin hacia el que caminamos no es una utopía anónima, sino Jesús resucitado, a quien encontramos también, oculta y sacramentalmente, en la Iglesia y en el mundo.

Así, pues, la finalidad de este discurso en Lucas no es tanto describir los acontecimientos que se van a suceder en el futuro, como dar a los creyentes de su comunidad la fuerza y el coraje para que puedan vivir, en este TIEMPO de TESTIMONIO, el seguimiento de Jesús, en medio de las pruebas y dificultades, recordándoles el valor del tiempo presente.

El templo no sirve: será destruido (vv. 5-6): «Como algunos comentaban la belleza del templo por la calidad de la piedra y los exvotos, dijo: Eso que contempláis llegará un día en que lo derribarán hasta que no quede piedra sobre piedra» (vv. 5-6). El templo era para los judíos el símbolo de su fe y de su nacionalidad, como también de la alianza y presencia de Dios en medio de su pueblo. Por eso existía la creencia de que era imposible que fuera destruido. De hecho, Jesús fue acusado de blasfemo ante el Sanedrín por haber osado hacer semejante profecía.

Por tanto, la destrucción del templo así como de Jerusalén representan, desde la perspectiva de Jesús, el FINAL de la ANTIGUA ALIANZA entre Dios y el pueblo de Israel, el derrumbamiento de una forma de entender la religión de forma legalista, cultual y farisea. En el Reino de Dios que él inaugura ya no se necesitará templo, ni ciudad santa, ni sacrificios, porque toda la humanidad es el gran templo de Dios.

A partir de ahí se suceden los mensajes en el texto evangélico y que suponen un estilo de vida y unas actitudes concretas (vv. 7-19):

1.- Es necesario, según el evangelista, APRENDER A DISCERNIR: Lucas alerta a las comunidades cristianas sobre posibles signos engañosos (falsos profetas, impostores, anunciadores de catástrofes y de la inminencia del fin, vendedores de utopías y paraísos, de fórmulas mágicas, ficticios salvadores): «Cuidado con dejarse extraviar; porque van a venir muchos usando mi título, diciendo «ése soy yo» y que el momento está cerca. No los sigáis. Y cuando oigáis estruendos de batallas, no tengáis pánico...» (vv. 8-9). En aquellos tiempos, que muchos consideraban los últimos, exaltados de todo tipo se presentaban como salvadores definitivos, uniendo su mesianismo con la caída de Jerusalén y el fin del mundo. Después, a lo largo de la historia, ha habido fanáticos que han seducido a multitudes y las han abocado a locuras, barbaridades y situaciones de muerte. Así, pues, no a la fiebre mesiánica o escatológica que en momentos de crisis, de conflicto, de cambio -sea cultural, religioso, sociológico, político, psicológico, personal...- aflora, buscando la salvación inmediata, la liberación inmediata, la seguridad inmediata, la solución inmediata.

2.- Si bien, «Os perseguirán» (v. 12), pero no preparéis vuestra defensa: «Por tanto, meteos en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras tan acertadas que ningún adversario os podrá hacer frente o contradeciros» (vv. 14-15). Y tened confianza. «Ni un cabello de vuestra cabeza se perderá» (v. 18). Si perseveráis, conseguiréis la vida. ¡Hasta eso!

3.- Al recoger el mensaje de Jesús sobre el final de los tiempos, Lucas se preocupa de subrayar que «el final no vendrá en seguida» (v. 9). La historia de la humanidad se prolongará. Una historia que avanza, pero en la que no faltarán momentos de crisis, violencia y enfrentamientos; situaciones en las que todo lo que afianza la vida parecerá tambalearse. La paz será destruida por la violencia y los enfrentamientos. La solidaridad entre los hombres se romperá: se llegará al odio y a la muerte. El mismo universo parecerá negarse a sostener la vida. ¡Hay que perseverar y tener esperanza! La intención de Jesús no es la de hacernos vivir sobrecogidos, esperando casi con morbosidad cuándo ocurrirá todo esto. Jesús nos invita, por el contrario, a enfrentarnos con lucidez y responsabilidad a una historia larga, difícil y conflictiva.

Y concretamente, subraya una actitud fundamental: la PERSEVERANCIA. Lo que puede llevarnos a los hombres a la verdadera salvación no es la violencia que lo pretende resolver todo por la fuerza, ni el abandono y la dimisión de los que se cansan de seguir luchando por un futuro mejor. Sólo el trabajo constante y tenaz de los incansables abre un porvenir de vida y salvación.



PARA NUESTRA VIDA DE CREYENTES

Hemos recorrido el camino que nos ha hecho revivir toda la Historia de la Salvación, esa Historia de AMOR, la de Dios para con la humanidad, para con nosotros. Estamos en el penúltimo domingo del Año Litúrgico y, por eso mismo, la liturgia nos habla e ilumina la realidad última de la historia.

Y ante tanto catastrofismo como se anuncia, también hoy y en nuestro mundo, el evangelio nos sigue ofreciendo al DIOS de la VIDA que, definitivamente, va a hacer justicia en favor de los más débiles y marginados de este mundo.

De ahí que JESÚS, -la palabra definitiva de Dios-, nos libera de los miedos ante el fin. Ese fin ha comenzado en Jesucristo y Él nos enseña a esperar en el futuro viviendo el presente. La segunda venida de Jesús no puede producir miedo ni angustia porque es una PROMESA, no una amenaza. Él nos ha precedido para preparar el lugar. La vida cristiana se alimenta en esta esperanza.

¿Cuál es la RESPUESTA del creyente? Lo propone el mismo Jesús en el Evangelio: “Manteneos firmes y alcanzaréis la vida”. Esto es, ante la realidad y la vida donde tantas veces predomina el miedo, o que parece que todo se tambalea, es importante sentir dentro estas palabras llenas de esperanza. Eso sí: también hay una invitación a la PERSEVERANCIA. Dios está a nuestro favor (diría Jesús), porque Él es un Dios AMIGO de la VIDA (domingo pasado). Merece la pena la perseverancia porque es el camino de la vida.

¡Dichosos los que creen en la PROMESA de Jesús!




ORACIÓN para esta SEMANA

ES LA HORA DEL APRIETO

Con tanto avance y tecnología,
con tanta madurez humana,
con la fe ya acrisolada,
con una parte de la vida vivida,
caminando en solidaridad y justicia,
estando en tu comunidad cristiana,
creí que esto no llegaría;
que los aprietos y pruebas
ya no podían mellar
mi ánimo ni el ánima mía.

Y de la noche a la mañana
todo se me hace difícil,
todo es cuesta arriba,
todo es negro y no hay horizonte,
y parece que tampoco salida posible.
Me cuesta mantener el espíritu despierto
y evitar que el mal me envuelva por completo
desde la punta de los dedos a los rincones viscerales.

Es la hora del aprieto,
presente, no superada,
a la que hay que hacer frente.

Quiero vivir cristianamente.
Pero a veces, como catarata
y otras como losa aplastante, siento
miedo y acoso,
apuro y compromiso,
dilema y conflicto,
dificultad y aprieto,
brete y trance,
sueño y vigilia,
ridiculez y aplausos,
y me cuesta mucho ser yo mismo
y, más, dejarme guiar por el Espíritu.

No sé para qué vale tanto aprieto,
no sé en qué terminará esta lucha,
no sé qué será de nuestra tierra,
no sé cómo germinarán nuestros sueños,
no sé qué será de los que sufren y esperan,
no sé qué será de los que te testimonian,
no sé a dónde irán nuestras vidas,
pero yo pongo todo ello en tus manos
con la esperanza de que nada se pierda,
nada de cuanto ahora peno, sufro y quiero.

En esta hora negra y dura
me pongo en tus manos
porque confío en ti,
en la paz y ternura de tu regazo,
y en el poder de vida que llevas contigo.

Ulibarri, Fl.