Domingo
24 de Noviembre:
Fiesta de CRISTO REY
EVANGELIO: Lucas 23, 35-43
En
aquel tiempo, las autoridades hacían muecas a Jesús, diciendo:
- «A
otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el
Elegido».
Se
burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo:
- «Si
eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
Había
encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: «Éste es el rey de los
judíos».
Uno de
los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:
- «¿No
eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
Pero el
otro lo increpaba:
- «¿Ni
siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo,
porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en
nada». Y decía:
-
«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
Jesús
le respondió:
- «Te
lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso».
ACERCARNOS AL TEXTO
Es necesario que acudamos al contexto de este
acontecimiento
para acercarnos el meollo de cuanto sucede y descubrir toda la carga de mensaje que se nos ofrece. De hecho, Jesús es condenado a muerte por proclamarse
REY. Así lo pregonan sus acusadores; y así lo reconoce el propio Jesús ante
Pilato. Esa condición de rey está en la inscripción colocada en la cruz.
Si bien, dicha inscripción contrasta con la situación física
del hombre clavado en ella: ¿es ése un
rey?, ¿de qué Reino? Aquel que
se presenta como salvador no es capaz de salvarse Él mismo, piensan los jefes.
Pero, Él proclama un Reino que es una
realidad global, que escapa a la
primera mirada. En él no hay
oposición entre lo espiritual y lo temporal, lo religioso y lo histórico,
sino entre poder de dominación y PODER
DE SERVICIO. Jesús, pues, (y lo proclama) no utiliza su poder en beneficio
propio. Él enseña que todo poder
(político, religioso, intelectual) está
al servicio de los más oprimidos y desvalidos.
SERVIR y no dominar: es el principio inconmovible del
Reino de Dios.
Cuando se emplea el poder recibido -cualquiera que sea- para imponer las ideas,
mantener los privilegios u obligar a creer, se traiciona el mensaje de Jesús. Jesús clavado en la cruz entre malhechores,
despojado de todo, perdonando, escuchando, devolviendo bien por mal, ejerciendo
misericordia, es la síntesis y expresión de la Buena Noticia. Ésta
es la manifestación y herencia del Mesías. Sólo el amor, sólo el servicio salva a las personas. Sólo el amor, sólo
el servicio hace realidad el Reino de Dios.
Si el mensaje
fundamental de este acontecimiento camina por estos derroteros, se pueden destacar unas reacciones
determinadas y unas actitudes ante este acontecimiento de la crucifixión (suplicio
horrible donde los haya y destinado a los casos especiales, dada su
repercusión).
â El pueblo: El pueblo lo presenciaba. ¿Miraba desconcertado,
consternado quizá, o tenía curiosidad burlona, como los mirones de 14, 29? Es
un espectáculo. Los «reality shows» siempre, entonces (y ahora), congregan
multitudes ávidas de satisfacer una cierta curiosidad morbosa.
â Los jefes. «Los jefes, por su
parte, comentaban con sorna: A otros ha salvado; que se salve él si es el
Mesías de Dios, el Elegido» (v. 35 b). No pueden concebir un Mesías que muera, pues el Mesías de Dios ha de
salvar al pueblo; ni un Elegido abandonado de Dios. Por eso, para ellos sigue siendo un Mesías impostor
como tantos otros. Mantienen y fomentan la idea de un mesianismo
triunfante. No han discernido los signos de los tiempos, los signos de Dios
manifestados en Jesús. Tienen un Dios hecho a medida de sus intereses. El
mensaje de Jesús, «convertíos y creed la buena noticia»,
no les ha hecho mella. Ellos se creen en posesión de la verdad.
â Los soldados. «También los
soldados se acercaban para burlarse de él y le ofrecían vinagre diciendo: Si tú
eres el rey de los judíos, sálvate» (vv. 36-37). Los ejecutores
del poder romano no pueden comprender a
un rey que no hace nada para defenderse. Se burlan de él. Ellos saben cómo
actuaría un auténtico rey, el César. Para ellos, éste es un rey de pacotilla y
cachondeo. El letrero que le han puesto encima («Este es
el rey de los judíos») corrobora la irrisión de que es objeto.
â Un malhechor. «Uno de los
malhechores crucificados lo escarnecía diciendo: ¿No eres tú el Mesías? Sálvate
a ti y a nosotros» (v. 39). Sigue el ejemplo de los dirigentes y
de los soldados. Para él, la incapacidad
de Jesús para salvarlos muestra la falsedad de su pretensión mesiánica. En
todas las burlas, la idea de «salvación» es la de escapar de la muerte física;
y la de Mesías,
la de alguien con fuerza y poder político como los poderosos de la sociedad.
â El otro malhechor. Reconoce la inocencia de Jesús, mientras que él
se reconoce culpable. La muerte de Jesús
empieza a dar sus frutos: las puertas del paraíso quedarán abiertas desde ahora
de par en par para todos los que le reconozcan como rey, sea cual fuere su
pasado. El Reino de Dios («el paraíso»),
no relegado al fin de la historia, se inaugura con la muerte de Jesús, aquí y
ahora: «Hoy estarás conmigo» (v. 43).
Por lo tanto, y como
conclusión, se descubre que las palabras
de Jesús en la cruz manifiestan su misericordia y la de Dios, que es uno de
los rasgos más resaltados en el evangelio de Lucas. El mensaje de Jesús sobre
el amor al enemigo o al perdido, un tema en el que Lucas insiste especialmente
en el sermón de la llanura (Lc 6, 27-35) y en el capítulo 15, se hace aquí
acción ejemplar para el creyente. Las
palabras y hechos de Jesús tienen siempre perfecta coherencia. La cruz es quizá el momento en que se nos
revela con mayor claridad las actitudes fundamentales para vivir y construir el
Reino: amor, misericordia, perdón. Los creyentes de la comunidad lucana ven
en este amor, misericordia y perdón el origen de su vida cristiana. Nunca es tarde, recuerda Lucas, para entrar
por el camino del Evangelio. Cualquier día puede ser el «hoy» de la salvación.
PARA NUESTRA VIDA DE
CREYENTES
La imagen que nos hacemos de Cristo tiene gran
importancia, pues condiciona nuestra manera de entender y vivir el Evangelio. De ahí la importancia de tomar
conciencia de las posibles
manipulaciones y deformaciones que, consciente o inconscientemente, adulteran nuestra fe. Puede que, en
lugar de adherirnos a Cristo y escuchar su mensaje, estemos proyectando sobre
Jesús nuestros deseos, anhelos y aspiraciones, convirtiendo a Cristo en mero
símbolo de nuestra propia ideología al servicio de nuestros intereses.
Un Jesús clavado en la cruz, despojado, perdonando y
ofreciendo vida, es la viva imagen de la desacralización de todo, menos del
amor y de la vida. De manera paradójica, en este día en que celebramos la fiesta de Cristo
Rey, se nos ofrece a todos los creyentes
la imagen de Jesús reinando desde una cruz. Un Rey que establece su Reino de
vida, justicia y paz a base de su propia sangre.
Hay en la cruz un mensaje que no siempre escuchamos: Al
ser humano se le salva derramando por él nuestra propia sangre y no la de otros. Jesús muerto
en la cruz, en actitud de respeto total al hombre, nos desenmascara e interpela
a todos. Todavía tenemos un largo camino que recorrer. Es la inmensa y difícil lección a aprender y que, en tantos
momentos y circunstancias, nos plantea
una opción seria y comprometida: Sólo
desde una entrega total, hasta de la propia vida, es posible seguir las huellas
del Crucificado, porque Él así la vivió y la entregó generosamente en la Cruz.
Lógicamente, todo
esto será mucho más que llevar una cruz (¿de oro?) colgada en el pecho;
también, bastante más que participar en un “paso” en la Semana Santa; y, por
supuesto, mucho más que gritar “Viva, Cristo Rey”, mientras se desprecia a los
demás porque piensan distinto... La “ESCUELA” de la Cruz nos llama a TODOS (también a mí, y a ti)
a “otra cosa” distinta: sólo desde el
AMOR y el SERVICIO es posible salvar al ser humano. Es la “lección” de la Cruz y de esta fiesta de
Cristo Rey. ¡No lo olvidemos!
COMPROMISO DE VIDA
La
CRUZ de Jesús es toda una ESCUELA donde se puede
(y se debe) aprender a ser su seguidor. No es posible llevar a cabo este
aprendizaje sin una actitud
contemplativa ante el Crucificado.
Å Recogeré
y escribiré las PALABRAS claves o
las FRASES más significativas que
para mí recogen el mensaje de la Cruz.
Haré una lista.
Å Ahora, leeré y meditaré el Ejercicio de Tony de Mello “CONTEMPLACIÓN Y ADORACIÓN” (está
al final, después de la
Oración para esta semana)
+ intentaré hacer
mía esta contemplación
+ sacaré algunas
conclusiones para mi vida
Å Durante
este día y esta semana, utilizaré la
oración, “JESÚS ES EL SEÑOR”, de
P. Loidi (que está a continuación), tratando de hacer mías las actitudes que
sugiere.
ORACIÓN para esta SEMANA
JESÚS ES EL
SEÑOR
Jesús es el Señor.
No hay otro Señor.
No hay otra ley.
Por encima del
civismo,
por encima de la
honradez,
por encima de la
justicia,
¡Jesús es el Señor!
Por encima de la
democracia,
por encima de la
legalidad,
por encima del
derecho,
¡Jesús es el Señor!
Por encima de la
dialéctica,
por encima de la
lucha de clases,
por encima de la
revolución,
¡Jesús es el Señor!
Por encima de la
patria,
por encima de la
nación,
por encima del
estado,
¡Jesús es el Señor!
Por encima de la
sangre,
por encima de la
familia,
por encima de los
parientes,
¡Jesús es el Señor!
Por encima de la
comunidad,
por encima de la Iglesia,
por encima del
cristianismo,
¡Jesús es el Señor!
Por encima del
partido,
por encima del
sindicato,
por encima de las
organizaciones,
¡Jesús es el Señor!
Por encima de la
salud,
por encima de la
vida,
por encima de la
muerte,
¡Jesús es el Señor!
No hay otro Señor.
No hay otra ley.
¡Jesús es el Señor!
Loidi, P.
CONTEMPLACIÓN y ADORACIÓN
(Ejercicio práctico de meditación)
(Anthony de Mello)
“Momentos después de
la muerte de Jesús, me encuentro de pie sobre la colina del Calvario, ignorante
de la presencia de la multitud. Es como si estuviera yo solo, con los ojos
fijos en ese cuerpo sin vida que pende de la cruz... Observo los pensamientos y
sentimientos que brotan en mi interior mientras contemplo...
Miro al Crucificado despojado
de todo: Despojado de su dignidad, desnudo frente a sus
amigos y enemigos. Despojado de su reputación. Mi memoria revive
los tiempos en los que se hablaba bien de él... Despojado de todo triunfo. Recuerdo
los embriagadores años en que se aclamaban sus milagros y parecía como si el
reino estuviera a punto de establecerse...
Despojado de
credibilidad. De modo que no pudo bajar de la cruz... De modo que no
pudo salvarse a sí mismo... -Debió de ser un farsante-... Despojado de
todo apoyo. Incluso los amigos que no han huido son incapaces de
echarle una mano... Despojado de su Dios -el Dios a quien creía su
Padre-, de quien esperaba que iba a salvarlo en el momento de la verdad... Le veo, por
último, despojado de la vida, de esa existencia terrena a la que, como
nosotros, se aferraba tenazmente y no quería dejar escapar...
Mientras contemplo
ese cuerpo sin vida, poco a poco voy comprendiendo que estoy
contemplando el símbolo de la suprema y total liberación. En el hecho mismo de
estar clavado en la cruz adquiere Jesús la vida y la libertad. Hay aquí
una parábola de victoria, no de derrota, que suscita la envidia, no la conmiseración. Así
pues, contemplo ahora la majestad del hombre que se ha liberado a sí
mismo de todo aquello que nos hace esclavos, que destruye nuestra felicidad...
Y al observar esta
libertad, pienso en mi propia esclavitud: Soy esclavo de la opinión de los
demás. Pienso en las veces que me dejo dominar por lo que la sociedad
dirá o pensará de mí. No puedo dejar de buscar el éxito. Rememoro las veces en
que he huido del riesgo y de la dificultad, porque odio cometer errores... o
fracasar...
Soy esclavo de la
necesidad de consuelo humano: ¡Cuántas veces he dependido de la aceptación y
aprobación de mis amigos... y de su poder para aliviar mi soledad...! ¡Cuántas
veces he sido absorbente con mis amigos y he perdido mi libertad...!
Pienso en mi esclavitud
para con mi Dios. Pienso en las veces que he tratado de usarlo para
hacer mi vida segura, tranquila y carente de dolor... y también en las veces
que he sido esclavo del temor hacia él y de la necesidad de defenderme de él a
base de ritos y supersticiones...
Por último, pienso
cuán apegado estoy a la vida... cuán paralizado estoy por toda clase de
miedos, incapaz de afrontar riesgos por temor a perder amigos o reputación, por
temor a verme privado del éxito, o de la vida, o de Dios... y entonces miro
con admiración al Crucificado, que alcanzó la liberación definitiva en
su pasión, cuando luchó con sus ataduras, se liberó de ellas y triunfó.
Observo las personas
que en todas partes se postrarán de rodillas hoy para adorar al Crucificado. Yo
hago mi adoración aquí, en el Calvario, ignorando por completo a la
ruidosa multitud que me rodea: Me arrodillo y toco el suelo con mi frente,
deseando para mí la libertad y el triunfo que resplandecen en ese cuerpo que
pende de la cruz. Y
en mi adoración oigo cómo resuenan en mi interior aquellas palabras suyas: «Si deseas seguirme, debes cargar con tu cruz... ».
Y aquellas otras: «Si el grano de trigo no muere, queda solo...»”.