sábado, 18 de mayo de 2013


DOMINGO, día 18 de Mayo:

PENTECOSTÉS

 
Hechos de los Apóstoles 2, 1-11

 
“... Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería...”

 
CLAVES para la VIDA

 
- Cuando el día de Pentecostés llegaba a su conclusión -aunque el acontecimiento narrado tiene lugar hacia las nueve de la mañana, la fiesta había comenzado ya la noche precedente- se cumple también la promesa de Jesús (1, 1-5) en un contexto que recuerda las grandes teofanías del Antiguo Testamento y, en particular, la de Ex 19, preludio del don de la Ley, que el judaísmo celebraba precisamente el día de Pentecostés (vv. 1s). Se presenta al Espíritu como plenitud. Él es el cumplimiento de la promesa. Como un viento impetuoso llena toda la casa y a todos los presentes; como fuego teofánico asume el aspecto de lenguas de fuego que se posan sobre cada uno, comunicándoles el poder de una palabra encendida que les permite hablar en múltiples lenguas extrañas (vv. 3s).

 - El acontecimiento tiene lugar en un sitio delimitado (v. 1) e implica a un número restringido de personas, pero a partir de ese momento y de esas personas comienza una obra evangelizadora de ilimitadas dimensiones («todas las naciones de la tierra»: v. 5b). El don de la Palabra, primer carisma suscitado por el Espíritu, está destinado a la alabanza del Padre y al anuncio para que todos, mediante el testimonio de los discípulos, puedan abrirse a la fe y dar gloria a Dios (v. 11b).

 - Dos son las características que distinguen esta nueva capacidad de comunicación ampliada por el Espíritu: en primer lugar, es comprensible a cada uno, consiguiendo la unidad lingüística destruida en Babel (Gn 11, 1-9); en segundo lugar, parece referirse a la palabra extática de los profetas más antiguos (1 Sm 10, 5-7) y, de todos modos, es interpretada como profética por el mismo Pedro, cuando explica lo que les ha pasado a los judíos de todas procedencias (vv. 17s).

 - El Espíritu irrumpe y transforma el corazón de los discípulos volviéndolos capaces de intuir, seguir y atestiguar los caminos de Dios, para guiar a todo el mundo a la plena comunión con él, en la unidad de la fe en Jesucristo, crucificado y resucitado (vv. 22s y 38s; Ef 4, 13).

 

CLAVES para la VIDA

 
- Aunque sea descrito con elementos propios de la cultura de su tiempo e, incluso, anteriores, Lucas nos ofrece lo que ocurre ese día, en el que se cumple la promesa de Jesús y el Espíritu se da como plenitud a aquel grupo, transformándolo desde dentro, dando así comienzo a la obra evangelizadora que, de mil formas diversas, ha recorrido los caminos tortuosos de la historia. Y es que en aquel grupo se produce una transformación del corazón que les empuja a vivir plenamente la Misión iniciada por Jesús mismo: la NOVEDAD del REINO.

 - Por eso, aquellos que se encontraban “en una casa con las puertas cerradas por miedo...” (Jn 20, 19), ahora, arrebatados con la fuerza de ese Espíritu, siguen los caminos propuestos por Jesús e inician la inmensa tarea de dar a conocer, en toda circunstancia y a todas las personas, a este Jesús como el único capaz de salvar y como el camino que lleva al encuentro con Dios y a la plenitud deseada y buscada por la humanidad. Así se inicia esta nueva etapa de la historia, siendo una historia de Salvación.

 - Y aquí me encuentro yo, fruto de aquella tarea iniciada entonces y que me ha hecho conocer y vivir toda la novedad del Evangelio y la propuesta de Dios mismo que se me ofrece en Jesús de Nazaret. Aquel “fuego” de su Espíritu, que ha transformado tantas realidades y situaciones a través de la historia, hoy sigue empeñado en la misma causa y busca transformar desde dentro y encender, de nuevo, su fuego en mi vida y en mi ser, con vistas a la misma MISIÓN. En todo este tiempo Pascual ha sido éste su empeño, y seguro que lo seguirá siendo a lo largo de los próximos meses. ¿Qué tal terminamos este tiempo especial de Pascua, hermano/a? ¿Habrá conseguido el Resucitado y su Espíritu ese cambio que, muy posiblemente, necesita y requiera nuestra vida? ¡Ojalá...!

 
1 Corintios 12, 3b-7. 12-13

 
“... Nadie puede decir Jesús es Señor, si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos...”

 
CLAVES para la LECTURA

 
- Pablo dirige a los corintios, entusiasmados por las manifestaciones del Espíritu que tienen lugar en su comunidad, algunas consideraciones importantes para un recto discernimiento. ¿Cómo reconocer la acción del Espíritu en una persona? No por hechos extraordinarios, sino antes que nada por la fe profunda con la que cree y profesa que Jesús es Dios (v. 3b).

 - ¿Cómo reconocer también la acción del Espíritu en la comunidad? El Espíritu es un incansable operador de unidad: él es quien edifica la Iglesia como un solo cuerpo, el cuerpo místico de Cristo (v. 12), en el que es insertado el cristiano como miembro vivo por medio del bautismo. Esta unidad, que se encuentra en el origen de la vida cristiana y es el término al que tiende la acción del Espíritu, se va llevando a cabo a través de la multiplicidad de carismas (don del único Espíritu), ministerios (servicios eclesiales confiados por el único Señor) y actividades que hace posible el único Dios, fuente de toda realidad (vv. 4-6).

 - ¿Cómo reconocer, entonces, la autenticidad -es decir, la efectiva procedencia divina- de los distintos carismas, ministerios y actividades presentes en la comunidad? Pablo lo aclara en el v. 7: «A cada cual se le concede la manifestación del Espíritu para el bien de todos», o sea, para hacer crecer todo el cuerpo eclesial en la unidad, «en la medida que conviene a la plena madurez de Cristo» (Ef 4, 13): por eso el mayor de todos los carismas, el indispensable, el único que durará para siempre, es la caridad (12, 31 – 13, 13).

 
CLAVES para la VIDA

 
- La acción del Espíritu de Jesús nos anda “por las nubes”; su quehacer es concreto. Y con vistas a que el anuncio del Evangelio sea más directo y vivo, es el mismo Espíritu el que trabaja -de forma empeñada- en la construcción de la Comunidad y en la unidad que requiere. Aquí es donde el apóstol Pablo trata de insistir y, también, de clarificar, con el objeto de que cada uno de los miembros se sienta, -además de animado por su fuerza-, consciente de la llamada que ha recibido a construir la unidad, como el gran signo evangelizador.

 - De hecho... “en cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común...” (v. 7): así de claro. Por eso, con la bella metáfora de los diversos miembros del cuerpo que, entre todos, forman una unidad, el apóstol propone el ideal de la comunidad cristiana: animados por ese Espíritu, somos llamados a vivir en servicio mutuo con vistas a ser un signo vivo de la misma comunión trinitaria, para así anunciar el Evangelio y la nueva y definitiva FRATERNIDAD.

 - La tarea, hoy y aquí, para nosotros, está definida y clara. Todavía estamos en camino y... ¡hasta qué punto! Dejarme animar, vitalmente, por ese Espíritu; sentir y experimentar su deseo y búsqueda de la comunión; asumir, desde ahí, la tarea del bien común; buscar y empeñarse en la unidad, en la fraternidad y, desde esas vivencias, SEMBRAR el ANUNCIO de la Buena Nueva... ¡sigue siendo una INMENSA MISIÓN!, realizada a través de los tiempos, pero -al mismo tiempo-, como quien dice, recién iniciada y necesitada de empeño y de esfuerzo. ¿Estoy de acuerdo con esta propuesta del mismo Espíritu? ¡Buen ánimo, hermano/a!

 
Evangelio: Juan 20, 19-23

 
“... Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo... Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos...”

 
CLAVES para la LECTURA

 
- La noche de pascua, Jesús, a quien el Padre ha resucitado de entre los muertos mediante el poder del Espíritu Santo (Rom 1, 4), se aparece a los apóstoles reunidos en el cenáculo y les comunica el don unificador y santificador de Dios. Eso sí, las puertas están trancadas porque los discípulos temen ser perseguidos por su relación con el ajusticiado. El miedo será vencido por el saludo pascual, y es que Jesús atraviesa las barreras externas (las puertas) e internas de los suyos (el miedo y el desánimo).

 - Es el Pentecostés joáneo, que el evangelista aproxima al tiempo de la resurrección para subrayar su particular perspectiva teológica: es única la «hora» a la que tendía toda la existencia terrena de Jesús, es la hora en la que glorifica al Padre mediante el sacrificio de la cruz y la entrega del Espíritu en la muerte (19, 3ab, al pie de la letra), y es también, inseparablemente, la hora en la que el Padre glorifica al Hijo en la resurrección. En esta hora única Jesús transmite a los discípulos el Espíritu (v. 27) y, con ello, su paz (vv. 19. 21), su misión (v. 21b) y el poder sobrenatural para llevarla a cabo.

 - El Espíritu, -como se repite en la fórmula sacramental de la absolución-, fue derramado para la remisión de los pecados. El Cordero de Dios ha tomado sobre sí el pecado del mundo (1, 29), destruyéndolo en su cuerpo inmolado en la cruz (Col 2, 13s; Ef 2, 15-18). Y continúa su acción salvífica a través de los apóstoles, haciendo renacer a una vida nueva y restituyendo a la pureza originaria a los que se acercan a recibir el perdón de Dios y se abren, a través de un arrepentimiento sincero, a recibir el don del Espíritu Santo (Hch 2, 38s).

 
CLAVES para la VIDA

 
- En esa situación complicada para los primeros seguidores de Jesús, hasta el punto de estar encerrados y con miedo a causa de Él, el Señor resucitado se hace presente para “recuperar” a sus amigos. De hecho, el evangelista nos dice que “sopló” (v. 22): recuerda, y mucho, a la primera creación del hombre (Gén 2, 7); pero ahora, con el don del Espíritu, se da una NUEVA CREACIÓN, y nace una nueva humanidad, más de acuerdo con el proyecto de Dios y llamada a vivir plenamente la COMUNIÓN con el Dios Creador.

 - A partir de esta nueva creación, experimentado por los apóstoles en su propia vida, reciben el poder de sanar y de curar, desde las mismas raíces, a la humanidad: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo” (v. 21). Ellos continuarán la MISIÓN que el mismo Señor Jesús ha iniciado; y lo harán con la misma autoridad con que Él lo llevó a cabo; esto es, por deseo y mandato del mismo Dios-Padre. Así, comparten para siempre la tarea con Él, con Jesús, y para esta labor tendrán la ayuda incomparable del Espíritu.

 - Y así hasta hoy. El Señor resucitado se hace presente en mi (nuestra) vida, y vuelve a recrear en mí (en nosotros) esa nueva condición que Él nos aporta. Experimentado este encuentro, todo es diferente (desaparece el miedo y el desánimo) y es entonces cuando vuelve a realizar el ENVÍO: “Como el Padre me ha enviado...”. Al final de este tiempo de Pascua, ojalá pueda proclamar -sin temor y sin complejos- que he sido RECREADO por Él y por su Espíritu, y que asumo, con valor y fuerza, el compromiso que supone el envío. Hermano/a: hemos llegado al final de este tiempo de gracia que es la Pascua. ¿Qué tal? ¿Cuál ha sido la experiencia DECISIVA...? ¡Enhorabuena!

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