DOMINGO, día 8 de Septiembre
- La enseñanza última del libro de la Sabiduría es,
precisamente, la oración. Del mismo modo que la sabiduría ha asistido a Dios
desde la aurora de la creación, así asiste también al hombre para que continúe «gobernando el
mundo con santidad y justicia» (9, 3). La vida del hombre es, en
esencia, una relación límpida y transparente con la sabiduría para alcanzar de
ella la luz necesaria para gobernar el mundo. En este sentido, la vida del
hombre no puede ser nada más que oración. La vida del hombre es considerada por
el libro sagrado como una maravillosa relación con la sabiduría, y esta
relación es oración: «Concédeme la sabiduría» (9, 4). Ahora bien,
se trata de una relación misteriosa, que se basa en la experiencia de nuestra
propia fragilidad y de nuestro propio pecado y que, por eso, sólo puede ser
vivida en el clima de la acogida de un amor y de una luz irresistibles y
respetuosos con nuestra humanidad. Ninguna perfección, por muy rica que sea,
puede ser suficiente para la obra a la que Dios llama al hombre: «Sin tu
sabiduría, sería estimado en nada» (9, 6). Sólo el don de la
sabiduría nos hace contemplar el esplendor de la creación.
- A buen seguro, el hombre se siente débil y frágil para llevar a cabo
los planes de Dios (vv. 13-19). ¿Cómo puede conocer y llevar a cabo el deseo de
Dios? «¿Quién
conocería tu designio si tú no le dieras la sabiduría y enviaras tu santo
espíritu desde los cielos?» (v. 17), dice el libro de la
sabiduría. Sin embargo, el hombre sabe asimismo que Dios le asistirá también
esta vez con su gracia. El hombre sabe que Dios le ha iluminado y guiado
siempre con su sabiduría. Sabe que «aprendieron los hombres qué es lo que te agrada, y se
salvaron por la sabiduría» (v. 18). Dios también nos puede
asistir hoy. Por eso pedimos continuamente a Dios el don de la divina
sabiduría: «Envíala
de los cielos santos» (9, 10).
-
“¿Quién conocerá tus designios, si tú no le das sabiduría…?”:
he aquí la clave. La fuente de ese conocimiento es Dios mismo y el don de su
sabiduría. Sólo desde esa concesión gratuita, el hombre podrá corresponder
dignamente a todo el proyecto que, con amor inmenso, Dios ha trazado para la
humanidad, para todas las criaturas. Desde ahí que la súplica insistente es
precisamente aquella de “envíala de sus
santos cielos” (v. 10). Así, el hombre estará disponible a los
deseos de Dios y podrá ser la imagen presente del estilo mismo de Dios.
-
Hermosa y sugerente súplica que nace del corazón del hombre creyente y que se
siente necesitado de la ayuda de lo alto y que lo expresa en la palabra
“SABIDURÍA”. Y es que no basta la vida y la creación. Además, es necesario
saber “leer” y descubrir en todo ello la mano del creador. Y eso sólo es
posible gracias al don de la sabiduría; sólo desde ella, el hombre es capaz de
ver y descubrir la realidad en toda su profundidad y en todo su ser. Para
nosotros, hombres/mujeres racionales y llenos de conocimientos, no está nada
mal esta oferta y don. Hermano/a, insistamos con la plegaría: “envíala de los cielos santos”.
- Pablo, «anciano ya, y al presente además prisionero por Cristo
Jesús» (v. 9), podría retener muy bien al esclavo Onésimo junto
a él. No, a buen seguro, como esclavo, sino «para que me sirviera en tu lugar ahora que
estoy encadenado por causa del Evangelio» (v. 13), o sea, como
esclavo y servidor de Cristo. Sin embargo, le envía de nuevo a Filemón. Deja
que sea éste quien decida retenerle o enviarle de nuevo a Pablo. De este modo,
Pablo no sólo libera a Onésimo de la esclavitud, sino que pide además a Filemón
algo mucho más costoso, le invita a una expropiación todavía más fuerte: que
reciba a Onésimo no ya como esclavo, sino «como un hermano muy querido» (v. 16) al que debe amar ante el
Señor.
- En efecto, mediante el amor de Pablo, Onésimo se ha vuelto para
Filemón un hombre como él, auténticamente vivo, en posesión de un tesoro que no
perecerá nunca. Se trata de que vuelva a tener a Onésimo no ya para un simple
beneficio temporal, para un «momento», sino «precisamente para que ahora lo recuperes
de forma definitiva» (v. 15).
-
Lógicamente este cambio de situación tiene, pues, unas connotaciones propias y
determinadas. Al apóstol, prisionero por el Evangelio y necesitado de ayuda, le
vendría bien la ayuda del que fuera esclavo, pero la libertad y la fraternidad
son las notas dominantes de esa nueva realidad. Y eso está por encima de todo.
Ahora, el que viviera en otros tiempos en la esclavitud, está en posesión de un
tesoro y no puede renunciar a ello.
-
Hasta de las situaciones más especiales, el gran apóstol Pablo es capaz de
sacar a flote el ANUNCIO de la
Buena Nueva. Así, proclamar la libertad y la fraternidad como
las nuevas claves de la vida es una realidad y no desaprovecha la oportunidad.
Hermano/a, todo tiempo, lugar y situación es bueno para anunciar y comunicar lo
esencial de nuestra fe, del TESORO que se nos ha dado de forma plena y
gratuita. ¡No nos achiquemos anta la vida! Anunciémoslo con todas nuestras
fuerzas.
- Jesús exige para él, por ser el Hijo de Dios, «todo el corazón, todas las fuerzas». Nada puede oponerse a
este amor. Jesús quiere ser amado como el único amor, como la única riqueza y
el único proyecto que llena el corazón. Quien no «renuncia a todo lo que tiene»
(v. 33) no puede pretender ser discípulo suyo. Está incluido aquí todo lo que
podamos poseer: no sólo los bienes materiales, sino también las relaciones con
otras personas, como los parientes más próximos. En el fondo, la sabiduría
cristiana está toda aquí: desvinculamos de todo lo que nos aleja o nos separa
de Dios, para llegar a vivir nuestra vocación de discípulos.
- Las parábolas nos enseñan en última instancia que, para seguir a
Jesús, es menester tener la sagacidad de los hombres de este mundo. El que
construye una casa se pregunta antes de empezar las obras si le van a salir las
cuentas. Igualmente, el rey que se compromete en una batalla calcula bien si
podrá hacer frente al enemigo con los medios de que dispone. Jesús extrae de
estos ejemplos la siguiente conclusión: «Del mismo modo, aquel de vosotros que no renuncia a todo lo
que tiene no puede ser discípulo mío» (v. 33). Seguir a Jesús es
una empresa dura. Es menester reflexionar antes, con seriedad, si estamos
dispuestos a renunciar a todos los bienes para construir el edificio cristiano,
y a combatir únicamente con la sabiduría divina y no con nuestra propia
astucia. Por otra parte, Jesús nos pide que realicemos esta reflexión en
silencio.
- Aquí se nos
presenta no sólo una enseñanza del Maestro, sino -sobre todo- una forma de ver
la vida, de entenderla y de vivirla. Los bienes, la familia… son dones de Dios
mismo. Pues ahora hay un bien superior que es la causa del Reino y por la que,
según Jesús, merece la pena dejarlo todo en segundo plano. Él así lo vive; ésa
es la propuesta a los suyos; es también la invitación a todo aquel que quiera
convertirse en su seguidor. Aunque parezca y sea duro, así es.
- Claro que “creer
en Jesús” es mucho más tararear unas fórmulas o enunciados doctrinales. Si
tomamos en serio la página evangélica, seguirle es todo un estilo de vida, de
ver y de entenderla; de afrontar con un estilo y talante determinados. Si todo
queda en “segundo término” ante la opción de su seguimiento, claro que es
exigente y radical la propuesta. Hermano/a, no podemos eludir su planteamiento.
No podemos mirar hacia el otro para que asuma el desafío; la propuesta es para
mí, para cada uno. ¿De acuerdo?
Sabiduría 9, 13-18
“... ¿Qué hombre conoce el designio de Dios, quién comprende lo que
Dios quiere?... ¿Pues quién rastreará las cosas del cielo, quién conocerá tu
designio, si tú no le das sabiduría enviando tu santo espíritu desde el cielo?
Sólo así fueron rectos los caminos de los terrestres, los hombres aprendieron
lo que te agrada; y la sabiduría los salvó...”
CLAVES para la LECTURA
- La liturgia nos ofrece hoy la última parte de la oración que Salomón
dirigió a Dios para obtener la sabiduría (Sab 9). Se trata de una oración de un
valor incomparable, que figura entre las más elevadas de la Escritura tanto por su
contenido espiritual como por su forma estilística, aunque en una primera
lectura pueda dar la impresión de ser más bien seca. Es una oración que nos
sitúa, de una manera inexpresable, en el haz de luz de la misericordia de Dios
que desciende sobre nosotros.
CLAVES para la VIDA
-
Hermosa plegaria la del autor sagrado que sabe mucho de la vida y del corazón
humano. De ahí que desea ardientemente ese don que tiene su origen en el
corazón del mismo Dios, y es que, sin esa sabiduría, el hombre se siente
perdido e incapaz de llevar adelante los planes que Dios desea, tanto en lo
referente a la creación como en lo referente a la vida. Por lo tanto, la
sabiduría no consiste tanto en una acumulación de conocimientos, sino en la
capacidad de “ver” y de sentir a Dios en la vida y en la creación.
Filemón 9b-10. 12-17
“... Yo, Pablo, anciano y prisionero por Cristo Jesús, te
recomiendo a Onésimo, mi hijo, a quien he engendrado en la prisión. Te lo envío
como algo de mis entrañas. Me hubiera gustado retenerlo junto a mí, para que me
sirviera en tu lugar en esta prisión que sufro por el Evangelio; pero no he querido
retenerlo sin contar contigo: así me harás este favor no a la fuerza, sino con
toda libertad...”
CLAVES para la LECTURA
- En la carta que le dirige, Pablo quiere educar a su hermano Filemón
en esta renuncia sapiencial. Lo hace con una discreción y un tacto
verdaderamente admirables, repletos de una profunda y delicada sabiduría
cristiana. Podría «mandarle» que le dejara a su esclavo Onésimo, que había
huido de su patrón después de haberle robado. Sin embargo, dado que conoce su
generosidad, estima más conveniente aducir motivos de caridad.
CLAVES para la VIDA
-
El apóstol Pablo ha entendido perfectamente cuál es la nueva situación de la
criatura que ha “nacido” de la fe en Cristo: ya no importa de dónde proviene,
aunque sea de la condición de la esclavitud; ahora la realidad ha cambiado
desde la misma raíz. Ahora, el amor mutuo es el fundamento de la nueva
comunidad, liberado desde el don de Cristo, el Señor. Ya no vale la lógica del
poder o de la esclavitud, sino la acogida del otro como hermano por amor. La
caridad es la suprema norma de la convivencia entre los hombres.
Evangelio: Lucas 14,
25-33
“... Si
algún o se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a
sus hijos, a sus hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser
discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo
mío... el que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío...”
CLAVES para la LECTURA
- Este fragmento del evangelio de Lucas contiene dos parábolas (vv.
28-30 y 31ss) y tres máximas fundamentales de la sabiduría cristiana (vv. 26. 27.
33). La verdadera sabiduría, la que nos enseña Jesús en el evangelio, consiste
en abandonarlo todo, en prescindir de todo, en despojarnos de todo, en llegar a
ser por fin libres, para seguir a Jesús y sumergirnos en el océano del Amor. El
don de la sabiduría consiste precisamente en seguir a Jesús, a nadie más que a
él. Las parábolas nos enseñan, en efecto, que la sabiduría del cristiano
consiste en ir a Jesús «renunciando a
todo lo que tiene»,
como sugiere Lucas: «Si alguno quiere venir conmigo y no está dispuesto a
renunciar a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, hermanos y
hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío» (v.
25). Esto es lo que se exige para seguir a Jesús.
CLAVES para la VIDA
- Página exigente y
radical la que nos propone Jesús, el Maestro. Así lo entiende él: toda la vida
está fundamentalmente llamada a construir el proyecto del Reino, que es la
voluntad del Padre del cielo. Todo está, pues, supeditado a este objetivo
central y primordial. Ante esto, ni los valores tradicionales ni familiares
pueden ser freno, ni mucho menos impedimento. Y eso simplemente para “ser
discípulo”.
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