sábado, 21 de diciembre de 2013


DOMINGO 4 – ADVIENTO     22 de diciembre del 2013




 


 

 

 


 
 
 
 
EVANGELIO: Mateo 1, 18-24

 

Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.

 

El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera: La madre de Jesús estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo, por obra del Espíritu Santo.

 

José, su esposo, que era bueno y no quería denunciarla, decidió repudiarla en secreto. Pero apenas había tomado esta resolución se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo:

 

- «José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados».

 

Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que había dicho el Señor por el profeta: «Mirad: la Virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”».

 

Cuando José se despertó hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a su mujer.

 

 

ACERCARNOS AL TEXTO

 

Al acercarnos a los llamados “Relatos de la infancia”, hemos de tener en cuenta que poseen unas características particulares que los diferencian notablemente del resto del evangelio. No son puro relato histórico sino testimonios sobre Jesús formados a la luz de la fe, si bien contienen múltiples recuerdos históricos. Este texto por ejemplo, no intenta tanto transmitimos la verdad histórica sobre el nacimiento de Jesús cuanto manifestarnos quién es el que nace y cuál es su misión.

Por su estilo y género literario, los capítulos dedicados a la infancia tienen otras peculiaridades que los diferencian: la abundancia de lo maravilloso, mucho más marcada que en otras partes del NT; el recurso constante al AT, más que en ningún otro lado... ¡Los cinco relatos que componen el evangelio de la infancia de Mateo tienen referencia a la Escritura!

Aquí reseñamos algunos “datos” que nos posibilitan un acercamiento más pro-fundo e interesante de cara a estos relatos y, en concreto, al texto evangélico de este día y que nos pueden ayudar también en otras ocasiones:

- «María, su madre, estaba prometida a José» (v. 18): entre los judíos esta promesa comportaba un compromiso matrimonial casi definitivo, hasta el punto que si la pareja tenía un hijo, éste era considerado legítimo de ambos. En caso de infidelidad, la ley de Moisés preveía dos soluciones: la denuncia pública y consiguiente lapidación (Dt 22, 3-21); o la separación en privado (Dt 24, 1). José, que era justo, sin dejar de ser obediente a la ley, elige la segunda.

 - El relato está lleno de detalles prodigiosos: la aparición de un mensajero de Dios, la manifestación de la voluntad divina a través del sueño, la natural perplejidad de José... Todos ellos confluyen en un mismo punto: Jesús no es sólo hijo de Abrahán y de David, sino que es, sobre todo, Hijo de Dios. Si en la genealogía (Mt 1, 1-17) aparece vinculado a Abrahán y a David, aunque sólo sea de forma legal, aquí, por la acción del Espíritu Santo, se nos desvela que es Hijo de Dios.

 El que Jesús nazca de María, antes de vivir juntos, por la acción del Espíritu Santo, es una forma de expresar la divinidad y mesianidad de Jesús. Pero no pensemos que el Espíritu Santo realiza la función del varón en su concepción. El Espíritu Santo es principio de vida y nos muestra el origen divino de Jesús, pero no podemos pensar, sin entrar en una contradicción, que su acción sea al modo humano.

 - El evangelio nos recuerda un hecho aparentemente intrascendente y sin importancia alguna para nosotros. A José se le indica que ponga a su hijo el nombre de JESÚS, porque «él salvará a su pueblo de los pecados» (v. 21). Sin embargo, para la mentalidad semita, el nombre no es algo indiferente y casual, sino que expresa el ser mismo de la persona, su misión, su destino. Por ello, los primeros cristianos descubrieron en el nombre hebreo de Jesús (Yehosua = «Yavhé salva») el contenido profundo de su vida y misión.

 - En Mt 1, 23 hallamos la primera de las llamadas «citas de reflexión» que Mateo ha ido colocando a lo largo de su evangelio. Son citas del AT introducidas por una fórmula fija: «Todo esto sucedió para que se cumpliera...», cuyo propósito es subrayar que en Jesús se han cumplido las promesas que Dios había hecho a su pueblo. Es probable que reflejen el trabajo de una escuela de escribas cristianos especialmente preocupados por mostrar a los judíos, de dentro y de fuera de la comunidad, que Jesús es verdaderamente el Mesías anunciado en la Escritura. Al citar a Isaías (7, 14), Mateo subraya el nombre del niño que nacerá: «Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros». Reafirma así la certeza que tienen sus destinatarios de que, en Jesús, Dios se nos hace cercano.

 Con breves pinceladas Mateo nos ha hecho la primera presentación de Jesús: hijo de Abrahán y de David, Mesías prometido. Hijo de Dios y presencia cercana suya entre nosotros (Emmanuel).

 «José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, decidió separarse de ella en secreto» (v. 19). Para muchos, José es justo porque observa la ley (que obligaba al marido a disolver el matrimonio en caso de adulterio) y, además, porque mitiga con la magnanimidad el rigor de la misma (evita la difamación pública). Pero según otros comentaristas no es éste el sentido que tiene la palabra «justo» en Mateo. José es justo, sobre todo, porque, comprobando una presencia de Dios, un plan divino que le supera, no quiere ser obstáculo y se retira sin pretensiones. «Justo» tiene entonces el sentido de aceptación del plan de Dios, aunque éste desconcierte y ponga patas arriba el propio. Y de esto es modelo José. El hombre que tuvo sus dudas, que no vio claro ni entendió, acepta, sin embargo, la acción de Dios y, al aceptarla, su actuación se convierte en algo muy importante. En los capítulos 1 y 2 de Mateo, la figura de José domina la escena, aunque su protagonismo está siempre al servicio del plan de Dios.

 
REFLEXIONES PARA NUESTRA VIDA DE CREYENTES

 Nuestra fe cristiana se fundamenta en una afirmación sencilla y escandalosa: Dios ha querido hacerse hombre. Ha querido compartir con nosotros la aventura de la vida, saber por experiencia propia qué es vivir en este mundo y caminar con nosotros hacia la salvación. Así, pues, ser cristiano no es creer que Dios existe, imaginar «Algo» que desde una lejanía misteriosa da origen y sostiene la creación entera.

 Ser cristiano es descubrir con gozo que «Dios-está-con-nosotros»; intuir desde la fe que Dios está en el corazón de nuestra existencia y en el fondo de nuestra historia humana, compartiendo nuestros problemas y aspiraciones, conviviendo la vida de cada persona. Este gesto de Dios, que se solidariza con nosotros y comparte nuestra historia, es el que sostiene, en definitiva, nuestra esperanza. Dios ha querido ser uno de los nuestros. Su nombre propio es Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”. Ya no puede dejar de preocuparse por esta historia nuestra en la que se ha encarnado y a la que él mismo pertenece. No estamos solos.

 Afirmado lo anterior, tenemos que confesar que la figura del bueno de JOSÉ nos ayuda precisamente a “entender” a este Dios, cercano y compartiendo nuestro camino y nuestra historia. Fue la actitud más clara que los relatos evangélicos nos destacan de José y su participación en este momento de la historia de la salvación: él, confuso ante le plan salvador de Dios, no quiere ser obstáculo al mismo y opta por retirarse, sin más pretensiones y renunciando a su amor por María. Pero ahí les espera Dios.

 Después de “entender” el proceder de Dios y su camino trazado, José ASUME plenamente y se dispone a participar en dicho proyecto. He aquí por qué es “Justo” y así lo confiesa el evangelista. Así, también, lo ha entendida la Comunidad Cristiana a través de los tiempos. Con todo, también hoy en día, es necesario recuperar la figura de José, en toda su originalidad y con esa fuerza que se nos ofrece.

 Por lo tanto, de José y su actuación hay mucho que aprender: aceptar el plan de Dios, no ponerle obstáculos, estar a su servicio, saber caminar aún en el desconcierto, no juzgar ni herir a las personas, aceptar el misterio aunque nos supere, no intentar ser protagonistas, creer en un Dios encarnado, gozar su salvación, etc.

 COMPROMISO DE VIDA

Recuperar lo más nuclear de mi fe cristiana, es una tarea constante que no puedo olvidar en ningún momento, sin el riesgo de desvirtuarlo. Este día nos anima, a los creyentes de hoy, a profundizar en ese proyecto querido, deseado y vivido por Dios y que se da en Jesús.

 Ä Crearé en mí una ACTITUD CONTEMPLATIVA que estos días requieren: volveré a leer y meditar el texto evangélico de hoy; me ayudaré de las “reflexiones” que se me ofrecen, con el fin de comprender el mensaje del relato.

 Ä Hoy, examinaré mi actitud ante los PROYECTOS de Dios-Padre: ¿los busco con pasión?, ¿trato de vivirlos en mi vida de cada día? (Es la invitación que me hace el “bueno” de José).

 Ä A solas, utilizaré la ORACIÓN que se me ofrece a continuación “MI CORAZÓN CANTA AGRADECIDO”; la meditaré con paz, haciéndola mía.

 

 

ORACIÓN para estos DÍAS


 

 

MI CORAZÓN CANTA AGRADECIDO


 

Señor, mi corazón rebosa de agradecimiento

por tantos dones y bendiciones tuyas.

No bastaría el canto del corazón y de los labios,

si no pusiera mi vida a tu servicio,

para darte testimonio con mis acciones.

 

A Ti la gratitud y la alabanza.

Tú me has sacado de la nada y me has hecho tu elegido;

me has hecho feliz con tu amor y tu presencia.

No te conozco bien,

no conozco siquiera mis necesidades.

Pero Tú, ¡oh Padre!, Tú nos conoces por entero.

Soy incapaz de amarme a mí mismo como Tú me amas.

Tú, ¡oh Señor!, me has creado con un solo corazón,

para que sea para Ti, sólo para Ti.

 

Señor, estar ante Ti es lo más grato que pensar se puede.

En este momento me presento ante Ti.

Acéptame cuando y como quieras.

Haz de mí según tus deseos.

Tú eres mío y yo soy tuyo.

Me has creado a tu imagen, de un poco de polvo,

y me has hecho hijo tuyo.

Honor, gloria y alabanza para Ti,

por los siglos de los siglos. Amén.

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