DOMINGO, día 23 de Febrero
Levítico 19,1-2.17-18 : Amarás a tu prójimo como a
ti mismo
El Señor habló a Moisés:
"Habla a la asamblea de los hijos de Israel y diles: "Seréis santos,
porque yo, el Señor, vuestro Dios, soy santo. No odiarás de corazón a tú
hermano. Reprenderás a tu pariente, para que no cargues tú con su pecado. No te
vengarás ni guardarás rencor a tus parientes, sino que amarás a tu prójimo como
a ti mismo. Yo soy el Señor."
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La "ley de santidad" sección central y la más compacta
del Levítico (Lv 17-26), se trata de modelar el orden humano a partir de la
santidad de Dios. Santidad es aquí un concepto que no habla tanto de Dios en
sí, cuanto de Dios como fundamento del mundo. De ahí que sea una exigencia radical
del mundo mismo para ser verdaderamente lo que es o está llamado a ser. La ley
se dirige al pueblo de Dios en el mundo, para enseñarle el camino de acceso a
la santidad de Dios o a la plena realización de sí mismo.
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Según un pequeño código de preceptos que se inserta en el centro
de la ley de santidad, el hombre no tiene que dar muchos rodeos para responder
a la exigencia de ser santo. El camino es el hombre hermano, el prójimo. En
este pequeño código, eco en su forma y en su contenido del decálogo mosaico, el
prójimo se llama también pariente, conciudadano, hermano. Es el hombre de la
comunidad humana, en la que todos tienen derechos y deberes. El cumplimiento de
los deberes hace que el prójimo obtenga sus derechos; en la recta relación está
la realización del uno y de todos. Y esto es lo que exige del mundo el Dios
santo. (...).
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Tal vez de lo más impresionante en este código de preceptos
fundamentales de relación humana es su exigencia no sólo de obras, sino hasta
de actitudes y sentimientos hacia el otro; de ellos son hijas las obras. Llama
por su nombre a las actitudes que no pueden llegar a ningún compromiso con la
santidad: el odio, el rencor, la venganza; y a las que son exigidas por ella:
la corrección o reprensión justa, el amor. Los primeros son sentimientos que
niegan al otro, lo destruyen; por supuesto, destruyen también al sujeto del que
emanan. La corrección del culpable y la denuncia del mal son exigencias
radicales en el que busca el bien, y son también justicia que el hombre le debe
al que está en el error. Es la señal de que busca afirmarlo.
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Pero la suprema afirmación del otro la hace el amor. El amor
verdadero no es un superficial y caprichoso sentimiento, que puede encubrir un
solapado amor propio. Se salvaguarda de cualquier malentendido en un criterio y
en una medida que debe valer para acreditarlo: amor al otro como a sí mismo.
Este es el reto más grande que se puede hacer a la relación del hombre con el
hombre. El yo es llamado a desplazarse hacia el tú que está delante, a considerarlo
como un yo y a comportarse con él como consigo mismo.
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Este precepto compromete al hombre en sus obras y en sus
sentimientos y nunca podrá decir que lo ha cumplido cabalmente; su
incumplimiento le estará denunciando siempre. Jesús estimó este precepto del Lv
como la esencia de toda la Ley y lo hizo centro de su mensaje, en su palabra y
en su obra (Mc 12. 31 y par.). El hombre no está nunca tan cerca de la santidad
de Dios como cuando ama a su prójimo.
Salmo responsorial: 102 El Señor es compasivo y misericordioso.
Bendice, alma mía, al Señor, / y todo mi ser a su santo nombre. /
Bendice, alma mía, al Señor, / y no olvides sus beneficios. R.
Él perdona todas tus culpas / y cura todas tus enfermedades; / él
rescata tu vida de la fosa / y te colma de gracia y de ternura. R.
El Señor es compasivo y misericordioso, / lento a la ira y rico en
clemencia; / no nos trata como merecen nuestros pecados / ni nos paga según
nuestras culpas. R.
Como dista el oriente del ocaso, / así aleja de nosotros nuestros
delitos. / Como un padre siente ternura por sus hijos, / siente el Señor
ternura por sus fieles. R.
1Corintios 3,16-23 : Todo
es vuestro, vosotros de Cristo, y Cristo de Dios
Hermanos: ¿No sabéis que sois
templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno destruye
el templo de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el templo de Dios es santo:
ese templo sois vosotros. Que nadie se engañe. Si alguno de vosotros se cree
sabio en este mundo, que se haga necio para llegar a ser sabio. Porque la
sabiduría de este mundo es necedad ante Dios, como está escrito: "Él caza
a los sabios en su astucia." Y también: "El señor penetra los
pensamientos de los sabios y conoce que son vanos." Así, pues, que nadie
se gloríe en los hombres, pues todo es vuestro: Pablo, Apolo, Cefas, el mundo,
la vida, la muerte, lo presente, lo futuro. Todo es vuestro, vosotros de
Cristo, y Cristo de Dios.
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El tema del amor de la primera y tercera lectura tiene su base en
esta segunda, donde se expone la actitud humana de la que ha de brotar. En el
proceso de esta carta, Pablo termina el tema de la sabiduría divina,
recapitulando lo ya expuesto en perícopas anteriores. Pero con matices: uno de
ellos es el mostrar cómo el abrirse a Cristo-sabiduría no es cuestión de
pensamiento sólo, sino que implica la inhabitación del Espíritu en todo el
hombre, lo que implica también un modo de vivir en consonancia con esa
realidad.
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Esta es la actitud básica de la que brotará el amor. Y además
tiene otra consecuencia, a primera vista inesperada, que aparece en los últimos
versículos: quien se encuentra de esa forma unido con Dios es libre y está por
encima de todo.
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Efectivamente, el final de las palabras que leemos son la mayor
proclamación de libertad que puede soñarse. Toda la creación está a disposición
del hombre; no debe preocuparse por pequeñeces o tonterías, ha de superarlas;
no se dejará amilanar por las dificultades presentes o futuras ni le
ensoberbecerán los éxitos.
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«Todo es nuestro.» Notable la amplitud de expresiones del apóstol,
usando términos del todo generales y abarcantes. Pero ello sólo es real
teniendo en cuenta el final: "Vosotros de Cristo y Cristo de Dios".
Unión con él, fuente de esa actitud y, como es obvio, unión de Cristo con el
Padre, en el proceso recapitulador de la creación para que "Dios sea todo
en todas las cosas" (1 Cor 15,28).
Mateo 5,38-48: Amad a vuestros enemigos
En aquel tiempo, dijo Jesús a
sus discípulos: "Habéis oído que se dijo: "Ojo por ojo, diente por
diente." Yo, en cambio, os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al
contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que
quiera ponerte pleito para quitarte la túnica; dale también la capa; a quien te
requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al
que te pide prestado, no lo rehuyas.
Habéis oído que se dijo:
"Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo. Yo, en cambio, os
digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis
hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos
y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a los que os
aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si
saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo
mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre
celestial es perfecto."
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El ejemplo de la "ley del talión" (Ex 21, 23-25) nos
dará una manera sorprendente de ser fiel al espíritu de una ley, a la vez que
cambiará radicalmente su aplicación. La Ley era la siguiente: "... Si
resultare daño, darás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por
mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, cardenal por
cardenal" (Ex 21, 23-25).
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Habéis oído lo mandado: "ojo por ojo, diente por
diente". Pues Yo os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al
contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, vuélvele también la otra.
La "ley del talión", al imponer un castigo "igual" a la
ofensa, quería limitar los excesos de la venganza: ¡no exijáis más de un ojo
por ojo! Esto era ya querer atenuar el instinto natural: ¡dos ojos por ojo
dañado! Prolongando el espíritu de esta ley, Jesús dice: "No os venguéis
en absoluto".
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Esta ley bíblica y estas fórmulas evangélicas, nos parecen, a
primera vista, completamente superadas, hechas para otra época distinta de la
nuestra, en verdad. Y, sin embargo... ¡cuántas ciudades bombardeadas por
represalias, en nuestro tiempo... y cuántas luchas raciales, nacionales,
sociales a las que se aplica el rigor de "la escalada!"... ¡AI más
fuerte, al que devolverá los golpes! Se habla púdicamente de "correlación
de fuerzas": pero es siempre el viejo adagio violento "ojo por
ojo", apartado de su sentido bíblico. No transformemos la sal del
evangelio en insipidez. Debemos atrevernos a recibir las palabras de Jesús de
frente, sin reservas.
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Si uno te abofetea en la mejilla derecha... vuélvele también la
otra. Al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, déjale también la
capa. A quien te fuerza a caminar una milla, acompáñalo dos. Al que quiere que
le prestes, no le vuelvas la espalda.
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Jesús era un predicador concreto, en la vida: así era también su
discurso. Nada hay más difícil de comentar que estas palabras. No parece que
Jesús haya querido abolir toda justicia civil y todo "derecho": estos
principios no pueden aplicarse a la sociedad civil de modo unilateral pues esto
llevaría a la supresión del Derecho, y a la opresión de los débiles por los
fuertes. Hay circunstancias en las que uno tiene el derecho de defenderse y de
defender a los demás.
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Recordemos, también, que el mismo Jesús no tendió la otra mejilla
cuando recibió la bofetada del servidor del Gran Sacerdote; se enderezó noble y
dignamente: "¿por qué me pegas?" De otra parte, tampoco sería honrado
aplicar estas fórmulas a los demás, ni en particular a los que tienen algún
derecho sobre nosotros exigiéndoles en nombre del evangelio que cedan en su
postura, que no se resistan... Ciertamente Jesús no ha querido consagrar un
estado anormal de opresión pidiendo a los débiles que sean resignados. Pero,
puestos estos matices, es necesario dejarnos interrogar por estas fórmulas que
recomiendan la no-violencia "no hacer frente al que nos agravia". No
tenemos derecho de endulzar el pensamiento de Jesús. Las actitudes propuestas
aquí de ningún modo no son actitudes de debilidad, sino de una gran fuerza
interior.
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¡Debemos vencer en nosotros el espíritu de venganza! No se domina
el mal cuando se le responde con la misma dureza. El mal recibido, queda
siempre, en el fondo, exterior a nosotros... pero cuando lo hace uno mismo, al
devolverlo, el mal gana una victoria suplementaria: entra en nosotros. Jesús
abre otro camino a la humanidad: vencer el mal con el bien, responder al odio
con el amor. ¡Que sean muchos los hombres con tal osadía!