sábado, 8 de febrero de 2014


DOMINGO, día 9 de Febrero

 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
Isaías 58, 7-10

 

“... Así dice el Señor: Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que va desnudo, y no te cierres a tu propia carne... Cuando destierres de ti la opresión, en gesto amenazador y la maledicencia, cuando partas tu pan con el hambriento y sacies el estómago del indigente, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía...”

 

CLAVES para la LECTURA

- El autor de los cc. 56-66 de Isaías, un profeta anónimo del siglo VI-V a. de C., dirigién-dose al pueblo que ha vuelto del exilio, profiere una serie de oráculos condenatorios y liberadores. El regreso a la tierra de Judá, después del entusiasmo inicial, alimentado por las expectativas de una inminente y definitiva liberación, ha conducido a Israel a un progresivo desaliento, causado, en buena medida, por una repatriación difícil y desilusionante.

 - Como mensaje central del Tercer Isaías brota un renovado anuncio de salvación (cc. 60-62), enmarcado en un cuadro temático -al que pertenece también este texto- del que emergen tonos de denuncia áspera ante un culto falso e hipócrita. Como en un pleito apasionado, Dios acusa a Israel de practicar un ayuno exterior, desprovisto de autenticidad (ayuno/ayunar, en el c. 58, son palabras claves y aparecen siete veces). El pueblo está convencido de que basta con ayunar para ganarse la benevolencia divina y, frente a la aparente lejanía de Dios (58, 3), en lugar de poner en tela de juicio su ambigua actitud, le reprocha a Dios que no ve ni considera los sacrificios realizados. En este tipo de ayuno no tiene espacio lo auténticamente necesario: las obras de justicia y misericordia.

 - En la relación de gestos requeridos (vv. 7.10) para reemplazar una práctica formal con una adhesión coherente del corazón. Dios apunta hacia un «denominador común»: la compasión. Sólo quien sabe asumir el sufrimiento y las limitaciones del otro, quien sabe comprometerse luchando contra cualquier tipo de injusticia, sin hacer distinción de personas, descubrirá la verdadera luz de Dios y se convertirá en un manantial perenne. Las obras de misericordia que el creyente está llamado a practicar implican dos opciones fundamentales: tienen que alcanzar a las víctimas de las injusticias, sin distinguir entre paisanos y extranjeros (es la perspectiva universal de la obra del Tercer Isaías, y señalada aquí en el v. 7b), y tienen que comportar un empeño personal -compartir el pan (vv. 7 y 10)- con quienes ayunan no por elección, sino porque están hambrientos debido a las vejaciones de los ricos.

 
CLAVES para la VIDA

 
- Como en tantas ocasiones, el profeta alza la voz para denunciar, de parte de Dios, ese culto externo, pero vacío de una actitud interna y que conlleva un estilo de ser y de vivir. Inmensa la tentación la que siente y en la que tantas veces tropieza Israel: la apariencia como forma de vida y de culto. Pero Dios y su profeta le ponen mirando a su corazón para que descubra la falta de autenticidad en ese comportamiento, a pesar de que la pomposidad del culto sea deslumbrante, hasta el punto crear la admiración de otros pueblos.

- Y es que la “nota” que debe caracterizar a Israel, como destaca en Dios mismo, es la COMPASIÓN; esto es, las obras de justicia y la misericordia. Sólo así podrá descubrir Israel el verdadero ROSTRO de Dios, que se  caracteriza por estas cualidades. Entonces sí que “brillará tu luz como la aurora, y tus heridas sanarán en seguida” (v. 8): es la promesa de Dios porque Él mismo cuidará del pueblo y mantendrá firmemente la Alianza sellada y pactada.

 - Está claro que “lo esencial” se va abriendo paso a lo largo de la Historia de la Salvación, y Dios -con pedagogía paciente, pero firme-, va educando a su pueblo hacia la verdad, la que autentifica e ilumina los rincones de la vida. Y esto que se propone es inmensamente suge-rente también para mí, seguidor de Jesús de Nazaret, quien llevó a una plenitud radical esa propuesta del profeta: Jesús me (nos) enseña a mirar y a vivir desde el corazón y no desde la apariencia y el exterior. ¡Enorme desafío para mí (para nosotros), en cada momento y situación de mi vida! ¡No puedo eludir su planteamiento y su exigencia. ¿Qué te parece, hermano/a?

 
1 Corintios 2, 1-5

 
“... Me presenté a vosotros débil y temeroso; mi palabra y mi predicación no fue con persuasiva sabiduría humana, sino en la manifestación y el poder del Espíritu, para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios...”

 
CLAVES para la LECTURA

 - Frente a una comunidad que amenaza con profanar la pureza de la fe cristiana con algunos principios de la mentalidad grecopagana, Pablo siente el deber de tener que llamar la atención de todos sobre el acontecimiento central del cristianismo: el misterio pascual de Cristo, el Señor.

 - En sustancia, son tres los pensamientos que remacha: «Solo Jesucristo, y éste crucificado» (v. 2) constituye el acontecimiento histórico que hemos de creer para llegar a la salvación. La mediación histórica que hemos de acoger consiste en la predicación, y ésta se caracteriza por su debilidad humana («Me presenté ante vosotros débil, asustado y temblando de miedo»: v. 3) y no por la prepotente demagogia de ciertos predicadores de otros caminos de salvación. Por último, es la fe, como acogida de la Palabra de la cruz, la que revela el poder del Dios que salva. La vida cristiana no conoce otras características, y el apóstol interviene con todo el peso de su autoridad para reconducir a los cristianos de Corinto al camino recto, aunque esto entrañe fatiga a causa del deber de abandonar determinadas prácticas que son contrarias al carácter específico de la fe en Cristo.

 - Estos tres acontecimientos -Cristo crucificado, la predicación apostólica y la fe- mantienen entre sí un orden jerárquico: Pablo es muy consciente de ello, y lo experimentó personal-mente en el camino de Damasco el día de su conversión. Sin embargo, desde el punto de vista histórico, el mensaje de Cristo crucificado llega a los potenciales creyentes por medio de la predicación apostólica, que se concentra y se agota en la proposición del mensaje pascual de Cristo muerto y resucitado. Es precisamente en este momento providencial cuando, según Pablo, se manifiesta y se vuelve eficaz la «demostración del poder del Espíritu» (v. 4), que invade tanto al que evangeliza como a los que son evangelizados.

 CLAVES para la VIDA

 - Continúa la reflexión del apóstol en torno a la “sabiduría humana” (tan querida por los griegos) comparándola con la cristiana que emana de Cristo Jesús. Y aquí su convicción es profunda: aunque parezca la mayor de las paradojas, la fuerza de Dios y su poder se mani-fiestan en ese Cristo Jesús crucificado. Y ésa es la lógica de este Dios y del que el apóstol es testigo desde el día en que se encontró con él en la experiencia de Damasco.

 - El apóstol se presenta “débil y temeroso” (v. 3): y es que lo que predica nos es fácil (Cristo crucificado); pero la palabra que anuncia tiene una fuerza intrínseca capaz de hacer fructificar y transformar la realidad. Para Dios, la fuerza verdadera está en lo sencillo y lo débil, en la “fragilidad” de la Cruz, siguiendo la mejor línea evangélica. Es la clave para entender la lógica de Dios.

 - ¡Impresiona mirar y escuchar a este testigo que es Pablo! Él que se ha formado en otros planteamientos tan diferentes, ahora siente y anuncia la NOVEDAD que ha descubierto. ¡Enorme invitación para mí (para nosotros), hoy y siempre! Y es que tampoco nuestro mundo y nuestra cultura acepta fácilmente la “lógica” de Dios, su “sabiduría”, que arranca en el amor hacia todo lo humano. ¡Tengo tantas cosas que aprender y experimentar a la “sombra” de este Crucificado...! Y tú, hermano/a, ¿te animas a acompañarme?


Evangelio: Mateo 5, 13-16


 
“... Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué salará? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una vela para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa. Alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo...”

 
CLAVES para la LECTURA

 - Esta perícopa evangélica se puede interpretar como comentario y ejemplificación -en la que el mismo Jesús se compromete- de los nueve aforismos introdu­cidos por el adjetivo sustantivado «bienaventurados» (los llamados macarismos). La primera concretización de la bienaventuranza evangélica es la conciencia que deben tener los discípulos de ser «sal de la tierra» y «luz del mundo». El «vosotros», con el que comienzan los dos períodos, interpela precisamente a los discípulos, interlo­cutores próximos a Jesús y distanciados del anonimato de la muchedumbre.

 - El «sermón del monte», a diferencia de otros contex­tos, es el único sitio en el que Jesús adopta la alegoría para representar la identidad de su discípulo. Y es tam­bién el único contexto en el que emplea el vocablo «sal». La imagen de la «luz», en cambio, se repite en la ense­ñanza de Jesús y en el vocabulario del Nuevo Testamento, señaladamente en la pers-pectiva cristológica, en la que resultan esenciales al menos un par de citas: la autobiográfica de Jesús «yo soy la luz del mundo» (Jn 8, 12;  12, 35. 46), y aquella otra de la fe eclesial convencida de que «la Palabra era la luz verdadera, que con su venida al mundo ilumina a todo hombre» (Jn 1, 9), o sea, el Verbo de la vida, luz que brilla en las tinieblas.

 - Así pues, la alegoría de la sal parece tener una identi­dad autónoma. Forma parte de la responsabilidad autó­noma del discípulo ser sal de la tierra, es decir, transfe­rir al orden de las acciones humanas y evangélicas las características de la sal: dar sabor, conservar, purificar o preservar. Ahora bien, es una responsabilidad autó­noma con riesgo: la sal puede perder su propia cuali­dad (si seguimos el aviso de Jesús, en verdad un tanto forzado, puesto que, de por sí, la composición química de la sal permanece íntegra si no es manipulada) y, al perder también su propia utilidad, se vuelve inservible. La alegoría de la luz infunde en el discípulo la seguri­dad de ser reflejo de una luz que no se extingue ni traiciona la propia naturaleza luminosa y la finalidad del iluminar: el discípulo es reflejo de la luz verda­dera que es Cristo.

 - Salar e iluminar son un servicio que Jesús confía a los discípulos. Esa confianza se transforma en certeza de bienaventuranza para los discípulos: «Bienaventurados vosotros, que sois sal de la tierra y luz del mundo».

 CLAVES para la VIDA

 
- Tras la proclamación de las Bienaventuranzas, Jesús empieza a desarrollar el estilo de vida que quiere de sus discípulos. Hoy emplea tres comparaciones para hacerles entender qué papel les toca jugar en medio de la sociedad. SAL que condimenta y da gusto, que evita la corrupción de los alimentos e incluso es símbolo de sabiduría; LUZ, que alumbre el camino, que responde a las preguntas y dudas, que disipe la oscuridad; CIUDAD puesta en lo alto, que guíe a los que andan buscando camino, que ofrezca puntos de referencia para la noche y cobijo para los viajeros.

- Y es que el mismo Jesús se presenta con esas notas y las vive intensamente en nombre del mismo Padre: ilumina el caminar de cuantos se encuentran con Él; da sentido a sus vidas, especialmente a quienes parece que no tienen nada, a los marginados y olvidados de la sociedad; Él mismo se convierte en punto de referencia imprescindible para cuantos buscan el camino para su vida.

 - Aquí nos encontramos nosotros, contemplando cuanto en ´´El se nos ofrece y, también, enviados a ser eso mismo para los demás, para los hermanos. Y es que nuestro mundo está muy necesitado de hombres y mujeres que den “luz” a los demás, “gusto” a la vida, y sean “referencia” que oriente. Y... ¿tú? Y... ¿nosotros... ? ¿Qué tal te sientes? ¿Qué tal nos encontramos?

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