miércoles, 23 de mayo de 2012


JUEVES, día  24


Hechos de los Apóstoles 22, 30; 23, 6-11
“... Hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseo y me juzgan porque espero la resurrección de los muertos. Apenas dijo esto, se produjo un altercado entre fariseos y saduceos y la asamblea quedó dividida... La noche siguiente el Señor se le presentó y le dijo: ¡Ánimo! Lo mismo que has dado testimonio a favor mío en Jerusalén tienes que darlo en Roma...”

CLAVES para la LECTURA
- Es el segundo discurso de Pablo en su nueva condición de prisionero. Había subido a Jerusalén para visitar a aquella comunidad y había seguido, con «incauta» condescendencia, el consejo de Santiago de subir al templo. Lo descubren en él y, si no hubiera sido salvado por el tribuno romano, que le permite hablar a la muchedumbre, casi le cuesta la vida. De este modo tiene ocasión de contar, una vez más, su conversión, relato al que siguió una nueva intervención del tribuno romano ordenando a los soldados que lo llevaran al cuartel. Una vez allí, Pablo declara su ciudadanía romana. Al día siguiente le llevan ante el Sanedrín, donde pronuncia este habilidoso discurso.
- Pablo juega con las divisiones entre fariseos y saduceos a propósito de la resurrección de los muertos. Con ello despierta un furor teológico que les hace llegar a las manos. Los fariseos, superando la prudente posición del mismo Gamaliel, se alinean con Pablo y en contra del adversario común. Los romanos tienen que salvar otra vez al apóstol. La particular belicosidad de los judíos -belicosidad que se verifica en esta visita de Pablo- es un indicador de la tensión nacionalista que estaba subiendo en el ambiente: todo lo que tenía visos de amenazar la identidad nacional era rechazado, hasta el punto de llegar a la abierta rebelión contra Roma.
- Son páginas que reproducen el clima de exasperación nacionalista que conducirá al drama de la destrucción de la ciudad. Pablo es consolado y tranquilizado de nuevo sobre su alta misión de «testigo», no sólo en Jerusalén, sino en el mismo corazón del mundo conocido. Fue una vida heroica la de Pablo, empleada exclusivamente al servicio del evangelio.

CLAVES para la VIDA
- La historia de Pablo se precipita hacia el fin; en la selección de textos que leeremos estos días, se nos ofrecen unos cuadros donde se nos narran algunos de los pasajes. Y una cosa está clara: que la astucia de Pablo es notoria, e incluso en esas situaciones de confusión es capaz de anunciar el núcleo de su fe en Jesús, y éste resucitado. Con ello, además de librarse de un linchamiento público, él sigue cumpliendo su misión, hasta llevar a cabo su carrera.
- Pero la tensión se palpa, y el mismo apóstol recibe, una vez más, la visita del Señor: Ánimo. Lo mismo que has dado testimonio a favor mío...” (v. 11). Y es que el apóstol está apoyado por aquél a quien él anuncia. Es una experiencia vocacional de llamada y de envío que se hace presente y le fortalece en estos momentos de sufrimiento, y que le llevarán a la entrega total, imitando así a su Maestro y Señor.
- Infatigable en su tarea, en su entrega, hasta el final. Su conciencia vocacional está presente y viva en el apóstol. Las dificultades no le achican ni le hacen guardarse y quedarse escondido. ¡Inmensa lección de entrega heroica al servicio del evangelio! Ahí es nada. ¿Cómo me encuentro yo en la tarea evangelizadora? ¿Achicado y en actitud de reserva y de miedo? Ánimo... has dado testimonio...”. ¡Ojalá lo experimentemos!

Evangelio: Juan 17, 20-26
“... Padre Santo, no sólo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también lo sean en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado...”

CLAVES para la LECTURA
- En la tercera parte de su «Oración sacerdotal» dilata Jesús el horizonte. Antes había invocado al Padre por sí mismo y por la comunidad de los discípulos. Ahora su oración se extiende en favor de todos los futuros creyentes (vv. 20-26). Tras una invocación general (v. 20), siguen dos partes bien distintas: la oración por la unidad (vv. 21-23) y la oración por la salvación (vv. 24-26).
- Jesús, después de haber presentado a las personas por las que pretende orar, le pide al Padre el don de la unidad en la fe y en el amor para todos los creyentes. Esta unidad tiene su origen y está calificada por «lo mismo que» (=kathós), es decir, por la copresencia del Padre y del Hijo, por la vida de unión profunda entre ellos, fundamento y modelo de la comunidad de los creyentes. En este ambiente vital, todos se hacen «uno» en la medida en que acogen a Jesús y creen en su Palabra. Este alto ideal, inspirado en la vida de unión entre las personas divinas, encierra para la comunidad cristiana una vigorosa llamada a la fe y es signo luminoso de la misma misión de Jesús. La unidad entre Jesús y la comunidad cristiana se representa así como una inhabitación: «Yo en ellos y tú en mí» (v. 23a). En Cristo se realiza, por tanto, el perfeccionamiento hacia la unidad.
- A continuación, Jesús manifiesta los últimos deseos en los que asocia a los discípulos con los creyentes de todas las épocas de la historia, y para los cuales pide el cumplimiento de la promesa ya hecha a los discípulos (v. 24). En la petición final, Jesús vuelve al tema de la gloria, recupera el de la misión, es decir, el tema de hacer conocer al Padre (vv. 25s), y concluye pidiendo que todos sean admitidos en la intimidad del misterio, donde existe desde siempre la comunión de vida en el amor entre el Padre y el Hijo. La unidad con el Padre, fuente del amor, tiene lugar, no obstante, en el creyente por medio de la presencia interior del Espíritu de Jesús.

CLAVES para la VIDA
- La Oración Sacerdotal de Jesús nos alcanza, hoy, a todos nosotros, porque se expande a través de los tiempos y lugares. Y es que su misión no se cierra en las estrechas fronteras del judaísmo, ni en su entorno más inmediato. Sale fuera, llega a todos los rincones. Puesto que el secreto de todo está en la UNIDAD que esos seguidores vivan con el mismo Jesús: que los que me confiaste estén conmigo, donde yo estoy (v. 24). Es así como podremos captar la gloria del Padre que reside en el mismo Jesús.
- De nuevo, Jesús insiste en que les he dado a conocer quién eras...” (v. 26): ésta es la Misión que marca su vida, a la que dedica todas sus energías y su entrega. En la medida en que sus discípulos entiendan el secreto de esta unión entre el Padre y Jesús, estarán en disposición de anunciar al mundo el regalo del amor de Dios, como lo ha hecho el mismo Jesús. Es su tarea.
- Y es nuestra TAREA porque participamos de su misma misión. Trabajar y construir la unidad es el deseo y la plegaria que dirige al Padre a favor nuestro. Y ésta es la encomienda que nos deja para que... el mundo crea. ¡Nos queda campo de trabajo!.. Todos los empeños serán pocos, pero todos serán necesarios.

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