LUNES,
día 16, Nuestra Señora del Carmen
Lectura del libro del profeta Zacarías 2.14-17
“Canta de gozo y
regocíjate, Jerusalén, pues vengo a vivir en medio de ti, dice el Señor. Muchas
naciones se unirán al Señor en aquel día; ellas también serán mi pueblo y yo
habitaré en medio de ti y sabrás que el Señor de los ejércitos me ha enviado a
ti. El Señor tomará nuevamente a Judá como su propiedad personal en la tierra
santa y Jerusalén volverá a ser la ciudad elegida”.
¡Que todos guarden
silencio ante el Señor, pues él se levanta ya de su santa morada!
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
Salmo responsorial
(Lc 1)
R ¡Dichosa tú, Virgen María, porque
llevaste en tu seno al Hijo del eterno Padre!
Mi alma glorifica al Señor
y mi espíritu se llena de júbilo en
Dios, mi salvador,
porque puso sus ojos en la humildad de
su esclava /R
Desde ahora me llamarán dichosa todas
las generaciones,
porque ha hecho en mí grandes cosas el
que todo lo puede.
Santo es su nombre.
Y su misericordia llega de generación en
generación a los que lo temen /R
Ha hecho sentir el poder de su brazo:
dispersó a los de corazón altanero.
Destronó a los potentados y exaltó a los
humildes.
A los hambrientos los colmó de bienes y
a los ricos los despidió sin nada /R
Acordándose de su misericordia,
vino en ayuda de Israel, su siervo,
como lo había prometido a nuestros
padres,
a Abraham y a su descendencia, para
siempre /R
Evangelio
(Mt 12,46-50)
Lectura del santo Evangelio según san
Mateo
Gloria a ti, Señor
En aquel tiempo, Jesús
estaba hablando a la muchedumbre, cuando su madre y sus parientes se acercaron
y trataban de hablar con él. Alguien le dijo entonces a Jesús: “Oye, ahí fuera
están tu madre y tus hermanos, y quieren hablar contigo”.
Pero él respondió al que
se lo decía: “¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?” Y señalando con
la mano a sus discípulos, dijo: “Estos son mi Padre y mis hermanos. Pues todo
el que cumple la voluntad de mi Padre, que está en los cielos, ése es mi
hermano, mi hermana y mi madre”.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Isaías 1, 10-17 (De feria)
“... Cuando extendéis las manos,
cierro los ojos; aunque multipliquéis las plegarias, no os escucharé. Vuestras
manos están llenas de sangre. Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras
malas acciones: cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad la justicia,
defended al oprimido; sed abogados del huérfano, defensores de la viuda...”
CLAVES para la LECTURA
- El pasaje presenta
uno de los oráculos introductorios del libro de Isaías. El profeta, que
desarrolla su misión en el Reino de Judá durante la segunda mitad del siglo
VIII a. de C., en un período de prosperidad económica y de relajamiento moral,
condena en especial el formalismo religioso de las clases más ricas. Los que a
ellas pertenecen, cerrados en el egoísmo de su riqueza e insensibles a las
necesidades de los cada vez más numerosos indigentes, practican un culto que es
inútil porque está separado de la vida.
- Empleando la forma
literaria de un juicio emprendido por Yahvé contra su pueblo -al que de manera significativa
se llama «Sodoma y Gomorra», las ciudades pecadoras por antonomasia (v. 10)-,
reivindica Isaías a Dios sus derechos y recuerda al pueblo los deberes
sancionados por la alianza sinaítica. Dios confiesa que le disgusta la ofrenda
de los sacrificios cruentos e incruentos, la observancia de las fiestas y de
las prescripciones rituales (vv. 11-14), dado que a eso no le corresponde un
corazón dócil, atento a las necesidades del prójimo. Dios no mira ni escucha a
quien cree rendirle honores y luego pisotea a los débiles y a los pobres (v.
15ab).
- Entre el culto y
la vida no puede haber contradicción: no es posible ofrecer la sangre de una
víctima sacrificial con manos manchadas por la sangre de los homicidios
cometidos (v. 15c). La conversión del corazón («Dejad
de hacer el mal, aprended a hacer el bien»: vv. 16d-17a) es la
condición fundamental para que la alianza de Dios con su pueblo sea real y
eficaz. Dios renueva la invitación a una purificación tanto interior, del
corazón, como exterior, del comportamiento, para restituir la verdad al culto
practicado y poner las bases de la justicia social.
CLAVES para la VIDA
-
Al profeta Isaías, el escritor más importante de Israel, le vemos actuando con
gran valentía. Se hace portavoz de un Dios que se queja de su pueblo; Dios no
aparece como juez, sino como parte litigante: no quiere el culto que se realiza
en el Templo porque está vacío, hecho sólo de palabras y mucho incienso,
pero... “con las manos llenas de sangre”
(v. 15). Resulta que es una liturgia que no va acompañada de justicia social.
-
Una vez más, Dios se solidariza con los débiles y oprimidos y se rebela contra
todo aquello que aplasta a los más indefensos, tantas veces en nombre del mismo
Dios o “tapados” con un culto artificial y vacío. Los caminos de Dios son
otros: “buscad el derecho, proteged al oprimido,
socorred al huérfano, defended a la viuda” (v. 17): he ahí lo
que Dios desea y busca.
-
¡Enorme denuncia y con validez plena, también hoy, para nosotros y para nuestra
cultura e historia! El profeta nos plantea con fuerza que nuestras liturgias no
pueden ser encubridoras de nuestras falsas actitudes o tranquilizante de
nuestra desidia y pereza. Dios quiere otra cosa muy diferente. Interrogantes
hirientes y que nos puedan molestar, pero que es necesario acoger para dejarnos
interpelar por ellos. ¿Estás de ánimo, hermano/a?
Evangelio: Mateo 10, 34 – 11,
1
“... No penséis que he venido a la tierra a sembrar paz; no he
venido a sembrar paz, sino espadas…El que quiere a su padre o a su madre más
que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí
no es digno de mí; y el que no coge su cruz y me sigue, no es digno de mí. El
que encuentre su vida la perderá, y el que pierde su vida por mí, la
encontrará. El que os recibe a vosotros, me recibe a mí, y el que me recibe,
recibe al que me ha enviado... El que dé a beber, aunque no sea más que un vaso
de agua fresca, a uno de esos pobrecillos sólo porque es mi discípulo, no
perderá su paga, os lo aseguro...”
CLAVES para la LECTURA
- El texto que
acabamos de leer del evangelio de Mateo es uno de los pasajes más difíciles de
comprender por la aparente contradicción que presenta. Jesús, que un poco más
adelante dirá que debemos aprender de él porque es «sencillo
y humilde de corazón» (Mt
11, 29), dice ahora que ha venido a traer la discordia y no la paz a la tierra
(10, 34). ¿Cómo podemos conciliar estos dos extremos? ¿En qué sentido debemos
interpretar sus palabras? En casos como éste, es el contexto literario el que
nos ayuda a comprenderlo de una manera adecuada.
- El pasaje que hoy
nos ocupa está situado en un contexto de persecución a causa de la fe en
Cristo. En efecto, Jesús dice en Mt 10, 32: «Si
alguno se declara a mi favor delante de los hombres, yo también me declararé a
su favor delante de mi Padre celestial». Esto nos ilumina el camino y nos muestra que la división entre
personas de la misma familia no surge por cuestiones de temperamento, de
disidencias o luchas personales, sino por su fidelidad o infidelidad a Cristo.
Algunos creerán en él, otros no. En este caso, Jesús ha venido a traer la
división; es decir, se convierte en motivo de discordia entre los hombres,
entre los que creerán y los que rechazarán la fe.
- El Evangelio habla
claro. El Evangelio, que predica la paz y la concordia, cuando trata el tema de
la verdadera fe en Cristo o de nuestra adhesión a él prefiere la división, el
contraste, la intolerancia -diríamos incluso-, en favor de los que le han
seguido y han creído en él. Por eso, y siempre en la misma línea, Jesús se pone
por encima de todos los valores, incluso por encima de los más sagrados valores
de la familia. Y añade que, para seguirle, es preciso cargar con la cruz, echar
mano de la renuncia, estar dispuesto a dar la propia vida. Estas exigencias
pueden parecer excesivas, a no ser por la verdad que contienen y por la
excelencia de Aquel que las formuló y las pretendió, signo de su autoridad y de
su supremacía sobre todas las cosas.
CLAVES para la VIDA
-
Nos encontramos al final del “discurso de la Misión ” de Mateo, con estas afirmaciones
paradójicas de Jesús y que incluso nos pueden confundir (al menos a primera
vista). Y es que, efectivamente, la causa de Jesús y su seguimiento va a
producir división y discordia. Esta experiencia la vivieron sus seguidores de
forma inmediata en su propia existencia: expulsados de las sinagogas,
perseguidos, malinterpretados y acosados, etc... Y todo ello por vivir el
estilo que Jesús propone.
-
De ahí que el Maestro pueda invitar a algo que aparentemente sea inhumano: “el que no tome la cruz y me
siga no es digno de mí”
(v. 38): y es que seguir las huellas del mismo Jesús es el objetivo final de
sus seguidores. Y aceptar a Jesús conlleva la cruz, porque él asume la cruz de
sus hermanos, se hace solidario. Quien no entienda y acepte este planteamiento,
no podrá ser su seguidor.
-
¡Con cuánta facilidad me canso de vivir así!.. Y al mismo tiempo... ¡en cuántos
momentos me apasionan las palabras de Jesús, y su propuesta despierta los
mejores deseos de generosidad, de entrega por la causa de la fraternidad y del
Reino! “¡Háblame, Señor, que tu siervo escucha!..”.
¿No te animas a escucharle, hermano/a?
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