lunes, 9 de julio de 2012


MARTES, día 10

Primera lectura: Oseas 8,4-7.11-13
Así dice el Señor:
…Con su plata y su oro se han hecho ídolos, para su propia ruina.
…Siembran viento y cosechan tempestades; su grano no dará mies, ni la espiga, harina; y si la da, extranjeros la devorarán. Efraín ha multiplicado los altares, pero sólo para pecar.  Aunque les escriba miles de leyes, las considerarán como de un extraño…
Les gusta ofrecerme sacrificios y comer la carne inmolada. Pero el Señor no los acepta, sino que recordará su iniquidad, les tomará cuenta de sus pecados y tendrán que volver a Egipto.
El profeta Oseas manifiesta el amor de un Dios que es grande en fidelidad y rico en misericordia. Sin embargo, proclama asimismo la plena desaprobación de Dios respecto a la conducta de un Israel corrupto, cuyo corazón ya no está con el Señor. Estamos en tiempos de Jeroboán II y de las intrigas que siguieron a su muerte: tiempos de egoísmos desencadenados y de una religiosidad insincera. Se trata de la alienación del querer gobernarse por sí mismos, volviendo a elegir jefes no designados por Dios. El mismo culto, al exteriorizarse cada vez más, se había contaminado, hasta construir, en tierra de Samaria, un becerro, que aunque no era al principio un ídolo, sino la expresión de la presencia invisible de YHWH, se deslizó después hacia la idolatría.
Oseas alude al estallido de la «cólera de Dios»: una categoría bíblica que hemos de comprender de manera adecuada. No es Dios un personaje colérico y vengador, sino alguien que se expresa como Amor en todos los sentidos del término. Precisamente por haber creado al hombre libre y responsable de sus decisiones, lo deja a merced de las consecuencias de la idolatría. Que experimenten los hombres lo que es un viento tempestuoso que destruye el grano, lo que es un tallo sin la espiga, lo que es una cosecha presa de los extranjeros. El castigo -la «cólera- es, por tanto, consecuencia del pecado y no un juicio externo y arbitrario de Dios.
Cuando la vida no está en sintonía con el culto, multiplicar los altares es sinónimo de pecado. Se trata de una clara alusión a la Ley del Sinaí. La alianza nupcial es la relación de fondo establecida por Dios con su pueblo, aunque en las condiciones precisas expresadas por la Ley. Por consiguiente, sacrificar a Dios, olvidando lo que él quiere, es la insinceridad que condena Oseas en nombre del Señor. Precisamente esta insinceridad de la vida conducirá a Israel a la es­clavitud del exilio babilónico en el nuevo Egipto.
Evangelio: Mateo 9,32-38

En aquel tiempo,  mientras los ciegos se iban, le presen­taron un hombre mudo poseído por un demonio.  Jesús ex­pulsó al demonio y el mudo recobró el habla. Y la gente decía maravillada: -Jamás se vio cosa igual en Israel.
Pero los fariseos decían: -Expulsa los demonios con el poder del príncipe de los demonios.
Jesús recorría todos los pueblos y aldeas, enseñando en sus sinagogas, anunciando la Buena Noticia del Reino y curando todas las enfermedades y dolencias. Al ver a la gente, sintió compasión de ellos, porque esta­ban cansados y abatidos como ovejas sin pastor.
Entonces dijo a sus discípulos:  -La mies es abundante, pero los obreros son pocos. Ro­gad por tanto al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.

   La perícopa está estructurada en dos partes. En la primera, tras el milagro de volver a dar la vista a dos cie­gos (9,27-31), libera Jesús del demonio y restituye el uso de la palabra a un mudo. La reacción es doble: gente maravillada, inclinada a reconocer las maravillas de Dios y, en claro contraste, los fariseos insinuando que la obra de Jesús es una acción satánica. Inmediatamente después, introduce Mateo el tema de la misión, presen­tando el carácter itinerante de la predicación del Señor. Este no es, en efecto, uno de los maestros al uso, que disponían de una morada fija a la que acudían los dis­cípulos. En 4,23 lo describe Mateo recorriendo toda la Galilea, pero aquí se abre a una dimensión universal. Jesús va por todos los pueblos y ciudades proclaman­do el Evangelio y curando todas las enfermedades (cf. v. 35).
El punto focal del pasaje se encuentra allí donde el evangelista capta el corazón de Cristo compadeciéndose de la gente cansada, oprimida, sin pastor (cf v. 36). Para comprender toda la intensidad que aquí se encierra bas­ta con referirnos al texto original griego, donde la expre­sión «sintió compasión» traduce el verbo  reservado sólo a Jesús y a alguna parábola que simboliza su «sentir» o el del Padre. El término correspondiente en hebreo significa «útero», «vísceras». Se trata, por consiguiente, de la cualidad materna del amor de Jesús por nosotros. Nuestro mal le conmueve hasta tal punto que se com-padece (= con-sufrir) hasta hacerse cargo de nosotros en su misterio de muerte y resurrección.
A continuación, compromete Jesús a los discípulos a que pidan al Padre que suscite otras personas dispuestas a seguirle en una evangelización que asemeja a la fatiga de quienes van a trabajar en la siega. La imagen de la mies se «mantiene» aún: una oración litúrgica actual nos asimila a Jesús y nos hace orar así: «Oh Dios, mira la magnitud de tu mies y envía obreros para que se anuncie el Evangelio a toda criatura».

Para nuestra vida
    El "endemoniado mudo" se puede (y se debe) referir a dos hechos que aceden todos los días y por todas partes: 1) El hecho de la incomunicación, que se manifiesta en la falta de transparencia, de confianza, de sin­ceridad o (lo que es más grave) en el bloqueo del que se cierra en sí mis­mo, se aísla, establece distancias y así hace, de su vida y de la de los demás, un infierno. 2) El hecho del que calla lo que tendría que decir, pero no lo dice, para no complicarse la vida, no crearse problemas, no comprometer sus propios intereses. El silencio de los que tendrían que hablar y no hablan es un comportamiento demoníaco. Porque eso hace que el mal se perpetúe.
   Lo que la gente ve como una bendición, los observantes religiosos lo interpretan como cosa del demonio. El distanciamiento y el enfrenta­miento entre el "pueblo" y los "religiosos" no es de ahora. Ha ocurrido quizá siempre. Ocurrió sin duda en vida de Jesús. Y según el Evangelio, era el pueblo el que conectaba con Jesús, mientras que los más religiosos veían en eso al demonio. La religión, con extraña frecuencia, endure­ce el corazón de los más observantes. Y los aleja del pueblo.
   El Evangelio asocia la actividad de Jesús y el anuncio del Reino de Dios con lo más humano que se puede hacer en la vida, que es ser tan sensi­ble al sufrimiento de la pobre gente, que se va de acá para allá, a donde haga falta, para remediar tanto dolor, tanta pena, tanta humillación. Toda la pastoral de los "pastores" no sirve para nada, si no hacen esto.

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