sábado, 12 de mayo de 2012

DOMINGO, día 13

Hechos de los Apóstoles 10, 25-26. 34-35. 44-48
“… ¿Se puede negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros? Y mandó bautizarlos en el nombre de Jesucristo. Le rogaron que se quedara unos días con ellos…”
 CLAVES para la LECTURA
- Dios nos invita a mirar a los otros con sus propios ojos: ésta podría ser la síntesis del importantísimo capítulo 10 de los Hechos de los Apóstoles. El acontecimiento narrado es determinante no sólo para la Iglesia de los orígenes, sino también para la Iglesia de todos los tiempos. En cierto sentido, es un modelo de lo que debe ser la apertura de los cristianos al designio de Dios. El episodio es conocido, por lo general, con el título de «conversión de Cornelio», aunque también lo podríamos llamar «conversión de Pedro». En efecto, es el mismo Espíritu de Dios el que, con una triple visión (Hech 10, 9-16. 28), impulsa a Pedro a salir de su concepción restringida para abrirse a la universalidad de la salvación que el sacrificio redentor de Cristo ha adquirido para toda la humanidad, no sólo para Israel.
- Tras cierta resistencia inicial, Pedro se dirige con sinceridad a Cornelio, que no es judío, y le dice: «Verdaderamente ahora comprendo que Dios no hace distinción de personas» (v. 34), sino que le es grato todo hombre que, como Cornelio, le teme y practica la justicia. El «temor de Dios» se refiere a la rectitud de conciencia por la que el hombre se reconoce criatura dependiente de Alguien, aunque todavía no lo conoce rectamente; mientras que la «justicia» se refiere a un comportamiento social honesto.
- En consecuencia, podemos ver en Cornelio el «tipo de hombre» que pone en práctica, aunque sea de una manera inconsciente, el doble mandamiento del amor -a Dios y al prójimo-, que es el distintivo de los discípulos de Cristo. Esta actitud es la que le dispone a acoger la salvación de Dios. A renglón seguido, hemos de señalar que también Cornelio recibe una misión de Dios; a raíz de ella, manda llamar al apóstol y lo recibe en su casa. Ambos -el judío y el pagano- salen de su particularismo y, bajo la guía del Espíritu, se encuentran para dar vida a una realidad nueva. Esta novedad consistirá, en el caso de Pedro, en anunciar a todos la Palabra que Dios ha confiado a los hijos de Israel.
 CLAVES para la VIDA
- Está claro que el protagonista principal de la primera Comunidad Cristiana no es otro que el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús, que es quien va abriendo los caminos, rompiendo los prejuicios y puritanismos, en este caso, representados por Pedro. Y es que el don de la salvación, aportado por Jesús, no se reduce al círculo judío (mentalidad de los primeros discípulos), sino que el Espíritu abre las puertas de la Vida a TODOS, para que formen parte del Nuevo Pueblo que nace en la Pascua.
- Por lo tanto, aquel Pedro que, en un primer momento, “se resiste” a aceptar los caminos del Espíritu, animado por ese mismo Espíritu, asume plenamente el estilo evangélico del Maestro, en servicio e igualdad (Levántate, que soy hombre como tú, v. 33), y se abre a la novedad, que es la universalidad del don para toda la humanidad. Los “viejos” criterios no sirven para la novedad del Espíritu; los “cálculos” no valen como criterios de vida y de evangelización. Aquí algo nuevo y distinto se está proponiendo.
- Es sugerente descubrir el caminar de la primera comunidad de Jesús, abriéndose a los nuevos tiempos, aunque ello suponga (y con dolor) renunciar a sus esquemas mentales, a los “de siempre”. Y por eso mismo, también hoy, somos invitados a desinstalarnos y a abrirnos a la novedad que el Espíritu está sugiriendo constantemente. ¡Cuánto de esto está necesitando nuestra pobre Iglesia, y cada uno de nosotros! Pero… la “seguridad” tiene su propia magia y nos bloquea. ¿Qué te sugiere a ti, hermano/a?

 1 Juan 4, 7-10
“... Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama, no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados...”

 CLAVES para la LECTURA
- Esta pequeña joya del discípulo amado es una reflexión posterior sobre el tema del amor fraterno, del que el autor ha hablado ya en la carta desde el punto de vista negativo (3, 11-15). Ahora el acento está puesto sobre el mandamiento del amor, pero en clave positiva: el amor es necesario porque el amor procede de Dios (v. 7) y porque Dios es amor (v. 8). Y precisamente porque la identidad de Dios es amor, él ama, perdona y se nos entrega. Todo auténtico amor humano encuentra su fundamento en el amor de Dios. El que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios (v. 7).
- Si ésta es la esencia de Dios, para llegar al amor auténtico hay un solo camino: amar. Sin embargo, no como pensaban los gnósticos o los enemigos de la Comunidad, que creían amar a Dios porque sentían la curiosidad de conocerlo.
- La naturaleza del amor, para Juan, se fundamenta sobre el hecho de que Dios nos ha amado “primero”, por gratuita iniciativa suya. Este amor se ha manifestado en la Encarnación del Hijo de Dios, sin el cual los hombres no hubieran podido conocer el verdadero amor sin poseer la vida (vv. 9-10). Jesús nos ha demostrado un amor concreto, desinteresado, de dedicación y de total liberación, hasta entregar la vida. El amor del hombre por Dios, por tanto, es siempre una respuesta al amor procedente del Padre.
 CLAVES para la VIDA
- Aquí está esta nueva reflexión, ahondando en lo que anteriormente nos ha ofrecido el “discípulo amado”, aquel que ha tenido esa experiencia singular y única de Jesús y de su mensaje. Y el núcleo está definido y claro: el amor siempre procede de Dios y es gratuito. Nada de componendas ni historias raras.
- Por lo tanto, aquí nace la espiritualidad de la GRATUIDAD. La razón es muy sencilla: la iniciativa siempre es de Dios y nuestro amor es una respuesta a ese amor descubierto y actuante en nosotros. La expresión máxima de ese amor de Dios es Jesús mismo, que es encarnación viva y palpable del proyecto de Dios para con nosotros y para siempre.
- De aquí nace el NUEVO CREYENTE: sin esa experiencia, sentida y asumida, del amor gratuito de Dios, ni es posible ser creyente y mucho menos seguirle con el gozo y la alegría del que ha descubierto el auténtico tesoro de su vida. La fe, pues, es fundamentalmente y originariamente una EXPERIENCIA GRATUITA del amor de Dios manifestado en Jesús. Todo el resto es consecuencia. ¡Buen ánimo, hermano/a! Y... ¡qué suerte!

Evangelio: Juan 15, 9-17
“... Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Éste es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos..."
 CLAVES para la VIDA
- La perícopa evangélica prosigue y profundiza en el tema del amor. Jesús, prosiguiendo con la analogía de la vid y los sarmientos, añade matices siempre nuevos para hacer comprender cuál es la relación que le une al Padre y a los hombres. La expresión permanecer en él (vv. 4-7) se explica ahora en el sentido de permanecer en su amor, es decir, en esa circulación de caridad, de pura donación, que es la vida trinitaria en sí misma y en su apertura al hombre (v. 9).
- A Jesús, como bien atestiguan sus parábolas, no le gusta el lenguaje abstracto. Si habla, es para ofrecer palabras que son «espíritu y vida» y, por consiguiente, tienen que poder ser comprendidas y vividas por todos. Permanecer en su amor es así sinónimo de «observar sus mandamientos». Una vez más el modelo que se propone al hombre es la vida trinitaria: Jesús permanece en la caridad del Padre y es una sola cosa con él porque acoge, ama y realiza plenamente su voluntad (v. 10). Como dice el himno cristológico de Flp 2, «se hizo obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó...». Esta unión de voluntades, con la seguridad de que el designio del Padre es el verdadero bien, es la alegría del Hijo, y él, al pedir la observación de sus mandamientos, no hace otra cosa que invitar al discípulo a participar de su misma alegría (v. 11).
- Su mandamiento es el amor recíproco, hasta estar dispuesto a ofrecer la vida por los otros (vv. 12s). Ese amor es el que hace caer todas las barreras, hace «prójimo» a todo hombre, hace nacer una amistad que sabe compartir las cosas más importantes. Su realización perfecta se encuentra en Jesús, que, antes de morir, dice a sus discípulos: «Ya no os llamo siervos, sino amigos», aunque sabe que muy pronto le dejarían solo.
 CLAVES para la VIDA
- Nos encontramos en una de estas Catequesis profundas y vitales que el discípulo amado nos ofrece para comprender todo el misterio de la persona de Jesús. Y aquí hallamos, una vez más, la clave maestra de toda la vida de Jesús: es su relación con el Padre, pero no como algo teórico y racional, sino algo profundamente vital. Hasta tal punto es así, que realizar la voluntad del Padre es para Jesús “el alimento”, y es la causa de su alegría, la fuente de todas sus satisfacciones. Ahí llega su comunión con él.
- Por eso, permanecer en él es la clave para el discípulo porque es en esa unión profunda donde adquirirá el conocimiento, la experiencia que necesita y que moverá su vida. Ahí aprenderá el discípulo que el “amor” y permanecer en ese amor, es lo que le hará parecerse a Jesús y vivir lo que él mismo vivió: Ya no os llamo siervos, sino amigos: he ahí la nueva realidad a la que Jesús invita a sus seguidores.
- Por lo tanto, su invitación es bien concreta: compartir con él cuanto él mismo ha vivido en su comunión con el Padre; su alegría reside en vivir esa relación filial. El discípulo, hoy, (yo, nosotros) es invitado a gustar y experimentar esa misma relación y a expresarlo en el amor a los hermanos. Es la GRAN invitación. ¿Te animas?

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