jueves, 31 de mayo de 2012


Viernes, día 1:  San Justino, mártir

Primera lectura: 1 Pedro 4,7-13
Queridos: Se aproxima el fin de todas las cosas. Sed, pues, moderados y vivid sobriamente para dedicaron a la oración.  Ante todo, amaos intensamente unos a otros, pues el amor alcanza el perdón de muchos pecados. Practicad de buen grado unos con otros la hospitalidad. Cada uno ha recibido su don; ponedlo al servicio de los demás como buenos admi­nistradores de la multiforme gracia de Dios…
Alegraos, más bien, porque compartís los padecimientos de Cristo, para que también os regocijéis alborozados cuando se manifieste su gloria.

Dando un salto notable, se nos envía a la sección conclusiva de la carta. La acreditación de la verdadera gracia de Dios, en la que el apóstol pide que permanezcamos firmes (5,12), culmina en la petición de permanecer en Cristo. Con su resurrección ha entrado la historia en su fase última, está encaminada a su cum­plimiento. Esta condición desemboca en un nuevo modo de existir que se refleja en todas las expresiones de la exis­tencia. Moderación, oración, caridad, hospitalidad recí­proca, valoración de los carismas para la construcción del pueblo, glorificación del Padre en Jesús: constituyen expresiones armónicas de esta vida regenerada. Ésta es, al mismo tiempo, filial, fraterna, partícipe de los su­frimientos de Cristo, y está entretejida con la esperanza de la revelación de su gloria. El fundamento de todo es la moderación (1,13; 4,7; 5,8) de los deseos (1,14; 2,11; 4,2ss), marco de la rectitud del vivir y del obrar. Los de­seos, abandonados a sí mismos, obstaculizan la oración (3,7; 4,7) y nos impiden dedicarnos a la misma.
La oración, a su vez, alimenta la caridad, y cuando ésta es entendida como recíproca, sincera y cordial, constituye el antídoto contra la malicia, el fraude, la hi­pocresía, la envidia, la maledicencia, esto es, contra los pecados que acechan la paz comunitaria. El amor a los hermanos (1,2; 3,8) y la fraternidad (2,17; 5,9) son, por lo demás, centrales en la visión del apóstol.
La caridad se manifiesta en el estilo de la acogida recíproca; cuando ésta reina, disipa el clima de chismo­rreo y de murmuración, de sospecha, de juicio y de fal­ta de confianza que corroe como la carcoma las rela­ciones comunitarias. La solicitud por los débiles en la fe es una clara prerrogativa ulterior de comunidades vivas, potenciadas por estilos de vida en los que las personas se abren unas a otras y valoran la multiforme gracia de Dios de la que están dotadas.
Aparecen mencionadas de manera concreta dos expresiones de la misma por el vínculo particular que tienen con el crecimiento de la comunidad: el servicio de la Palabra de Dios, para la transmisión y la defensa del evangelio, y las diferentes modalidades de la parti­cipación en las responsabilidades comunes (el servicio litúrgico, la ayuda a los pobres, etc.).
La doxología final, caso único en el Nuevo Testamento, está dirigida al Padre por medio de Jesús y a Jesús mismo, «a fin de que en todo Dios sea glorificado por Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por siempre. Amén» (v. 11).

Evangelio: Marcos 11,11-26
Cuando llegaron a Jerusalén, Jesús entró en el templo y comenzó a echar a los que vendían y compraban en el templo. Volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los que vendían las palomas, y no consentía que nadie pasase por el templo llevando cosas. Luego se puso a enseñar diciéndoles:
- ¿No está escrito: Mi casa será casa de oración para todos los pueblos? Vosotros, sin embargo, la habéis convertido en una cueva de ladrones.
Los jefes de los sacerdotes y los maestros de la Ley se enteraron y buscaban el modo de acabar con Jesús, porque le temían, ya que toda la gente estaba asombrada de su enseñanza.
Cuando se hizo de noche, salieron de la ciudad.

El acercamiento practicado por la liturgia, que lee de manera seguida los tres hechos -la higuera (w. 12-14), los profanadores expulsados del templo (vv. 15-19), la exhortación a la fe (vv. 22-25)-, nos invita a captar su conexión. Jesús tiene hambre y busca algún fruto en la higuera, pero no lo encuentra. Marcos, para subrayar el hecho, señala que «no era tiempo de higos».
El acon­tecimiento tiene que ser encuadrado en el marco de la revelación que está llevando a cabo Jesús. El tiempo de la fe es salvífico, no cronológico. Jesús revela que el Padre, en él, tiene hambre, tiene sed (cf_ la sed de la cruz), no de alimento o de bebida, sino de amor, de justicia, de rectitud, de respeto a su morada, de que se deje de profanar ese templo santo que somos nosotros.
Para saciar esta hambre y esta sed, es bueno todo tiempo y todo lugar. Dios tiene sed de nuestra fe, de nuestra confianza sincera, no calculadora, de nuestra misericordia que perdona y cultiva la esperanza. Estas prerrogativas de los corazones libres insensibilizan cuando no se entregan, cuando lo más profundo de nosotros mismos no es va casa de oración, sino sede de tráficos ilícitos, de trueques, de compromisos. No podemos decir que una cosa es imposible si Jesús la pide: él conoce nuestros recursos, esos mismos que nosotros ignoramos o preferimos desatender para le­gitimar el hecho de que no los usemos. Su demanda nos revela nuestro propio ser a nosotros mismos.
  MEDITATIO
Tu petición, Señor, es palabra de vida. Tú no pides cosas imposibles. Tú revelas las posibilidades que tu Palabra suscita, la vitalidad que se desarrolla cuando te correspondemos. Resulta arduo entrar en esta lógica de la Palabra que hace nueva la creación e inserta en ella la posibilidad de la docilidad y del consenso. Cada vez que siento a mi alrededor la petición de saciar el ham­bre física y moral y me eximo de escucharla porque me considero separado de ti, no me doy cuenta de que la petición que me llega del que tiene hambre procede de ti, de que tienes hambre y sed de aquello que tú mismo pones en mí como germen y cuyo fruto quieres recoger.
También Pedro había pescado en vano toda una noche. Pero tuvo el coraje de no desobedecerte y su red recogió un número misterioso de peces. Cada vez que me aíslo de ti me empobrezco, experimento una pobre­za que me perjudica  a mí más y antes que a los otros. El único efecto seguro es que yo no concurro al bien de los otros. En ocasiones, éstos obtienen por otros caminos lo que piden: no lo reciben de mí, que, estéril, seco, árido, intento recoger bienes sirviéndome de prerrogativas y posibilidades que me han sido dadas para ser tu templo santo, alabanza de tu gloria.

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