sábado, 24 de noviembre de 2012


DOMINGO, día 25

 

Daniel 7, 13-14


“… Mientras miraba, en la visión nocturna vi venir en las nubes del cielo como un hijo de hombre, que se acercó al anciano y se presentó ante él. Le dieron poder real y dominio; todos los pueblos, naciones y lenguas lo respetarán. Su dominio es eterno y no pasa, su reino no tendrá fin…”


CLAVES para la LECTURA


- El significado profundo de este fragmento aparece cuando lo consideramos en el contexto del capítulo 7 de Daniel. Al profeta se le ha revelado el misterio de la historia. Ve la sucesión de diferentes reinos, representados simbólicamente por cuatro fieras espantosas, pero su prepotencia está destinada a desaparecer. Mientras los acontecimientos se suceden en el tiempo, en la dimensión copresente al mismo de la eternidad, la historia es juzgada por Dios sobre la base de las acciones de los hombres (vv. 9ss).

- Las potencias de este mundo han sido condenadas y algunas ya sufren la pena (v. 11); otras, en cambio, la ven diferida «sólo hasta un determinado momento» (v. 12). Y he aquí que aparece en la trascendencia divina («sobre las nubes») «un hijo de hombre», a quien Dios le da un poder eterno y un reino invencible, que abarcará a todos los pueblos. Eso significa que su persona y su señorío son celestiales y terrenos, divinos y humanos al mismo tiempo. Contra su reino, que coincide con el Reino de los santos del Altísimo (VV. 17. 32), se levantará aún la violencia de los poderosos de este mundo y parecerá victoriosa (vv. 24ss).

- Ahora bien, cuando el juicio de Dios se haga definitivo, el Reino del Hijo del hombre, o bien de los santos del Altísimo, triunfará para siempre (v. 26). Para expresar de manera eficaz esta realidad, Pablo adoptará la imagen del cuerpo místico, cuya cabeza es Cristo y los fieles sus miembros.


CLAVES para la VIDA


- Una vez más y aunque sea en un lenguaje “extraño”, el vidente nos ofrece una visión determinada de la historia que es necesario tener en cuenta: si bien las fuerzas del mal (la fieras espantosas, del texto más amplio) parecen que van a triunfar sobre los justos y la historia humana, de hecho no es así. El Reino definitivo tiene un cariz completamente diferente, donde el proyecto de Dios prevalece sobre todas las fuerzas del mal. Las promesas de Dios a través de la historia de la salvación van a hacerse realidad y de forma definitiva.

- Ahora no tienen la figura espantosa de los monstruos, sino una figura de “hombre”, que viene del mismo cielo (esto es, de Dios mismo) y a quien se le concede todo “poder, honor y reino” y ese poder no tendrá fin. Así, la historia de la salvación adquiere su madurez total y plena y ahora sí, aunque sea como anuncio profético, esa presencia es concreta y real y culminará en el Mesías, que todavía el autor del libro de Daniel lo identifica con el pueblo santo del Altísimo, pero que se realizará en Jesús de Nazaret, plenitud de las promesas y presencia definitiva de Dios en medio de la historia.

- Sin quedarnos en el “lenguaje” utilizado por el vidente, es bueno tomar conciencia -una vez más- de que Dios es fiel a sus promesas y las lleva a cabo porque ése es su plan de salvación. Vienen de las “nubes del cielo”, esto es, es DON divino y no creación humana. Por lo tanto, es necesario asumirlo y aceptarlo como don y regalo que se nos ofrece. Tarea nuestra será aceptar ese don y vivir en sintonía con su propuesta. Recordar estos elementos, como síntesis final del Año Litúrgico, es necesario para alimentar nuestra espiritualidad, que tiene su origen en el don de Dios que se nos ofrece en Jesús de Nazaret. ¡No lo podemos olvidar, hermano/a!


Apocalipsis 1, 5-8


“… A Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra. A aquel que nos amó, nos ha liberado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios. su Padre, a Él, la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén. ¡Mirad! Él viene en las nubes… Dice Dios: Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso…”


CLAVES para la LECTURA


- En estos versículos, tomados del prólogo del Apocalipsis, se presenta esencialmente la realeza de Jesucristo como la realeza del Hijo del hombre («viene entre las nubes»: v. 7a). Aludiendo a la profecía de Daniel, el vidente puede afirmar, por tanto, que Jesús es el revelador del Padre digno de fe («testigo fidedigno»), puesto que procede de Dios mismo. En cuanto Resucitado, es el arquetipo de una nueva estirpe destinada a la vida eterna. Por último, es «soberano de los reyes de la tierra», porque ha venido a traer a la tierra el Reino de Dios al que todos estarán sometidos al final.

- El Hijo del hombre, Jesús, es el crucificado, «traspasado» por la incredulidad y por la violencia de muchos. Y precisamente de este modo ha manifestado su amor por nosotros y nos ha liberado de los pecados (v. 5), dándonos la posibilidad de que se cumpla la antigua promesa: «Si me obedecéis y guardáis mi alianza, vosotros seréis el pueblo de mi propiedad entre todos los pueblos, porque toda la tierra es mía; seréis para mí un reino de sacerdotes, una nación santa» (Ex 19, 6).

- Cuando llegue la hora siempre inminente de su venida gloriosa, hasta los que le han rechazado deberán reconocerle y comprender el mal que han cometido. Ahora bien, los que desde ahora acogen el señorío de Cristo en su vida participan de su función real y sacerdotal. De este modo entran en comunión con Dios, principio y fin de todo lo que existe, origen eterno del tiempo, que, sin embargo, viene a la historia para asumir la fatiga de todas las criaturas y llevarlas con el poder del amor a la libertad y a la salvación (v. 8).


CLAVES para la VIDA


- Lo que anunciaba el vidente (en la primera lectura), ahora ya se ha hecho realidad en el “testigo fidedigno”, que es Cristo Jesús, en el que el Reino definitivo se ha realizado en plenitud. Las promesas de Dios ya han madurado; sus palabras-promesas no son vacías, sino que se cumplen en la historia y a favor SIEMPRE de la humanidad. En Cristo, que se entrega a favor de los hermanos, Dios derrama todo don y toda bondad a favor de sus hijos, con quienes desea vivir en relación estrecha y comprometida.

- Este Cristo Jesús, muerto y Resucitado, es la plenitud de todo y en Él entramos en comunión con el Dios que salva y que sigue viniendo constantemente al corazón mismo de la historia de los hombres para seguirlo salvando, hasta que esa historia llegue a ser sometida por la fuerza liberadora del Señor Jesús resucitado. De ahí que él es el principio y fin de todo lo que existe y, por supuesto, de cuantos creen en él.

- Se nos sigue ofreciendo el mismo mensaje liberador: en Cristo todo adquiere una nueva perspectiva, porque se hacen realidad todos los anuncios que se han ido produciendo -en forma profética- a través de la historia. Ahora podemos sentir la seguridad total de que las promesas de Dios ya se han hecho realidad. ¡Cuántas veces nos podemos “perder en el lenguaje”, sin gustar y disfrutar de lo que nos quieren decir como don y como regalo! En esta fiesta de Cristo Rey se nos vuelve a recordar, una vez más, lo esencial; es necesario no olvidarlo, con el fin de no perder el sentido de nuestras vidas. ¿De acuerdo, hermano/a?


Evangelio: Juan 18, 33b-37


“… En aquel tiempo, preguntó Pilatos a Jesús: ¿Eres tú el rey de los judíos? Jesús le contestó: ¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí? Pilatos replicó: ¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí: ¿Qué has hecho? Jesús le contestó: Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí. Pilatos le dijo: Conque, ¿tú eres rey? Jesús le contestó: Tú lo dices: Soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz…”


CLAVES para la LECTURA


- El relato del proceso de Jesús ante Pilato tiene un gran relieve en el evangelio de Juan. La reflexión sobre el tema de la realeza está presente en todo el episodio, incluso en la declaración de Pilato: «¡Aquí tenéis a vuestro rey!» (19, 14). Ahora bien, la «pretensión» de ser Hijo de Dios (19, 7) es demasiado elevada para los judíos; ellos prefieren que este Mesías sea crucificado, y, obrando de este modo, reniegan de la historia de Israel y de sus mismas expectativas: «No tenemos otro rey que el César» (19, 15).

- Esta perícopa representa el centro teológico del relato joáneo. Se confrontan aquí conceptos muy diferentes de realeza: Pilato tenía el concepto político-militar que se podía hacer un romano (v. 37), pero aparece también el teocrático y a la vez político de los judíos (vv. 33ss); sin embargo, la realeza de Jesús pertenece a otra esfera: «no es de este mundo»; más aún, puede dejarse aplastar por éste y resultar, de todos modos, vencedora (v. 36). Jesús es verdaderamente rey, pero no «de aquí abajo». Ha venido a este mundo a traer su Reino sobrenatural sin imponer su absoluta superioridad, asumiendo nuestra condición («para eso nací y para eso vine al mundo») para iluminarla con la luz de la verdad y hacer al hombre capaz de elegir el Reino de Dios.

- La venida de Cristo obra, por consiguiente, una discriminación entre los que acogen su testimonio y los que lo rechazan. Es un testimonio verdadero sobre Dios -cuyo rostro revela Jesús en sí mismo- y, al mismo tiempo, sobre el hombre, tal como es según el designio del Padre («¡Ecce homo!»: 19, 5): acogerlo significa entrar ya desde ahora en su Reino. En cambio, el que lo rechaza se somete al príncipe de este mundo (12, 31): no es posible mantenerse en un escepticismo neutral, como intenta hacer Pilato (18, 38). Quien reconoce a Jesús como rey no se preocupa de triunfar en este mundo, sino más bien de escuchar la voz de su Señor y de seguirle (v. 37b), para extender aquí abajo su Reino de verdad y de amor.


CLAVES para la VIDA


- Es el testimonio del “discípulo amado” en este pasaje evangélico, que va mucho más allá del relato mismo, y como síntesis nos quiere ofrecer el modelo de grandeza y de realeza de Jesús. Antes, ha presentado al Maestro limpiando los pies a sus discípulos; ahora lo propone con esa majestuosidad, muy superior al poder de Pilatos y de su secuaces. De ahí que sea lógico que su pueblo y sus dirigentes no acepten a un Mesías de este estilo; esperaban otra cosa y este Mesías no coincide con esa imagen que ellos viven. Hasta tal punto se crea la distancia, que confiesan: “No tenemos otro rey que el César” (v. 15).

- Y es que la realeza que Jesús propone y vive es diferente del todo. Él es capaz de dejarse aplastar por el poder político o militar y, con todo, salir airoso y vencedor, entregando lo más grande que tiene, que es la propia vida. Así lo ve el “discípulo amado”, y por eso mismo la serenidad que presenta es plena y absoluta, aún en los momentos más duros y crueles de la Pasión. Y él ha venido para eso, para “ser testigo de la verdad”: porque éste es el proceder de Dios y no otro (aunque a veces los hombres y la misma Iglesia lo hayamos interpretado de forma muy diferente). “Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”: así de simple, de sencillo y de hermoso.

- Terminar el Año Litúrgico con esta imagen es realmente sugerente, porque SEGUIR a este Rey… da gusto, al menos en teoría. Aceptar su estilo, que no es otro que el SERVICIO como forma de vida, es un enorme desafío, hoy y aquí, para cada uno de los queremos ser sus seguidores, y el que diga que no… simplemente es un mentirosillo. Y en Él, aceptarle al Dios que propone y presenta, es realmente una gozada, pero algo muy complicado al mismo tiempo. Aquí estamos, hermano/a. ¿Qué tal de ánimos para servir a tal Señor? ¡Es una hermosa posibilidad!


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