sábado, 15 de junio de 2013


DOMINGO, día 16. Domingo XI del Tiempo Ordinario

 2 Samuel 12, 7-10. 13

 
“… Dijo Natán a David: Así dice el Señor Dios de Israel… ¿Por qué has despreciado tú la palabra del Señor, haciendo lo que a él le parece mal?... David respondió a Natán: He pecado contra el Señor. Y Natán le dijo: Pues el Señor perdona tu pecado. No morirás…”

 
CLAVES para la LECTURA

 
- El arrepentimiento de David que presenta el pasaje que hemos leído es la etapa final de su pecado y de la intervención de Dios, que le guía hacia el arrepentimiento. Lo que David había hecho -el adulterio, el intento de esconderlo, la decisión de hacer morir a Urías, la instalación de Betsabé en el palacio real- había estado mal a los ojos del Señor. Sólo la intervención de Dios podía restablecer en su belleza y poder vital la relación personal que se había roto entre ambos. Y Dios ayuda a David a volver a sí mismo. «En su infinita bondad y fineza psicológica, lo libera actuando sobre sus mejores sentimientos: la lealtad, la necesidad de defender la justicia… Dirige su llamada no al David pecador, sino al David justo, leal, y por eso sale airoso» (C. M. Martini).

 - El profeta Natán, por medio de un relato sencillo reconstruido a partir de la trama de la vida de David, ayuda al rey a releer, con distanciamiento y objetividad, su propia vida personal; después le conduce a volver a entrar en sí mismo y le restituye a su personal verdad con un valiente paso: «¡Ese hombre eres tú!», precisamente ese hombre al que tú has juzgado merecedor de la muerte. En ese punto toma a David como de la mano y le ayuda a recorrer toda su historia, marcada por tantas intervenciones de la benevolencia divina. La síntesis referida aquí recuerda el texto de Isaías sobre los cuidados de Dios con su viña y todos los beneficios en favor de su pueblo, que le responde con ingratitud e infidelidad (Is 5, l-7).

 - Las palabras de Natán llegan al corazón del hombre David, que no se defiende, sino que confiesa: «He pecado contra el Señor». Es casi un eco del «estoy desnudo» de Adán (Gn 3, 10). Esta confesión restaura toda la estatura espiritual de David y le libera de aquella maraña de mentira e infidelidad en la que cada vez se iba enredando más por querer liberarse solo. El arrepentimiento de David es grande: todo su corazón está contrito, se han quebrado todas sus resistencias y vive una experiencia muy concreta de humillación interior. Sobre este rostro de la humildad humana -no adquirida, sino padecida y acogida- baja el perdón del Señor, que libera a David de la muerte: «No morirás».

 

CLAVES para la VIDA

- La Biblia está tejida de páginas bellas y ejemplares, y otras que producen repugnancia y rechazo. Así escribe Dios su historia de amor y de salvación. Hoy, en el caso de David, nos encontramos con ambas facetas. Su pecado -llevado hasta extremos insospechados y rechazables-, es algo tan vivo y real, que llama a la conciencia de David. Su respuesta a la propuesta del profeta es digna del más noble los corazones arrepentidos. Y ahí se presenta la bondad, la misericordia, el perdón del Señor reconstituyendo -desde dentro- el corazón de su siervo David, a quien ha favorecido con sus dones y gracias.

 - “He pecado contra el Señor” se convierte en la nueva clave de la vida de David. Ahora sí es posible que la vida y el Espíritu del mismo Dios puedan recomponer el maltrecho corazón de su siervo. De nuevo la amistad entre Dios y David es posible y esa relación renueva todo el ser, desde sus mismas raíces y en todas las dimensiones. Ahora la benevolencia divina ha podido sanar el mundo corrompido de la mentira y de la maldad donde ha vivido el siervo de Dios. David volverá a ser el hombre nuevo que deseaba y necesitaba.

 - Página cargada de tantas experiencias que hablan de la vida y de las aventuras que conlleva. Es hermoso escuchar esas palabras que recomponen de nuevo a la criatura: “He pecado contra el Señor”, y con ello iniciar un camino, ahora sí orientado de nuevo plenamente de cara a Dios y a sus proyectos de vida. Aquí nos encontramos, también, nosotros, hoy, creyentes en este Dios del perdón y de la misericordia. Confesar la propia fragilidad y pecado; abrirme plenamente a su don y perdón; y rehacer -desde ahí- el camino que incluye relación y amistad… ¡es algo necesario y bueno en mi vida! ¿Qué te sugiere a ti, hermano/a, esta historia de David, de su pecado y de su arrepentimiento?

 
Gálatas 2, 16. 19-21

 
“… Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. Y mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí. Yo no anulo la gracia de Dios. Pero si la justificación fuera efecto de la ley, la muerte de Cristo sería inútil…”

 

CLAVES para la LECTURA

 

- El fragmento de la Carta a los Gálatas que leemos nos ofrece una síntesis del «Evangelio» de Pablo. Podríamos releerlo a partir de su núcleo central: «Es Cristo quien vive en mí», para encontrar expresada aquí la auténtica vida cristiana y la profunda experiencia religiosa de Pablo, una vida vivida por encima del yo natural, marcada por la presencia y la irrupción de Dios en el hombre. Es la vida nueva que tiene su origen en el bautismo y en la energía renovadora de la adhesión confiada en el amor con que Jesús abraza a cada hombre.

 - Esto es el bautismo: morir a la ley, es decir, sustraerse a su influencia, a su dominio, y morir, por tanto, al pasado, al hombre exterior, al pecado, a fin de vivir para Dios, o sea, consagrado a Dios. Y esto es la fe: el hombre queda justificado, a saber: puesto moralmente recto ante Dios y capaz de obrar como tal no por las obras de la ley, sino por la salvación llevada a cabo por Jesucristo. La fe es -por así decirlo- la puerta de acceso a Jesús salvador; es la actitud con la que el hombre acoge la revelación divina manifestada en Jesucristo y con la que le responde dedicándole su propia vida. Esta justificación es, por consiguiente, un don gratuito de Dios, un don que cambia desde dentro la vida del hombre que ha entrado en contacto con Cristo mediante la fe y el bautismo.

 - En virtud de este contacto entre Cristo y el creyente se lleva a cabo algo así como un intercambio recíproco, una simbiosis. Es la vida de Cristo que se realiza en el creyente, aunque no en el sentido de que Cristo se convierta en el sujeto de las acciones humanas. El sujeto sigue siendo siempre el creyente, con su vida de carne, absolutamente humana, con el peso de sus debilidades, con su fragilidad, su miseria, pero en ella se injerta un principio de vida superior, que es el mismo Cristo. La comprensión de esta verdad llevada a cabo por la fe en la inhabitación de Cristo transforma, renovándola, la vida del hombre, hasta compenetrarse con su conciencia psicológica.

 

CLAVES para la VIDA

 
- Una vez más, el gran apóstol Pablo se centra en la reflexión sobre aquello que da sentido a su vida y a su caminar, y descubre que no es el cumplimiento de la ley lo que le produce la vida (aunque sí lo creyó en otros tiempos), sino su fe en la persona de Jesús y el don que en él se le ofrece en plenitud. Por el cumplimiento de la ley, él permanece en la muerte, porque vuelve a recaer en los mismos errores de siempre. Sólo en el encuentro personal con el Señor Jesús se transforma -de forma real y viva- su caminar y su vida.

 - Aquí surge la nueva clave de su vida: “Es Cristo quien vive en mí”: participa de su vida por medio de ese intercambio recíproco, esa simbiosis que se ha producido. Y si es verdad que su realidad está marcada por el peso de sus debilidades y fragilidades, sin embargo Cristo ha injertado en él un principio de vida superior que le hace vivir la vida de otra forma, una forma completamente nueva y llena de vitalidad. Ahora todo su ser y quehacer está movido y motivado por ese principio de vida superior que corre por sus venas y por su espíritu.

 - De nuevo es sugerente leer y meditar las reflexiones de este gran testigo que es Pablo. Fanático hasta las raíces mismas de su vida, tras el encuentro con el Señor Resucitado cambia radicalmente su forma de pensar, de ver, de sentir, de vivir, de amar y de entregarse a la nueva causa. Y ahora sabe el secreto: “Es Cristo quien vive en mí” y desde ahí todo es diferente. ¡Menuda propuesta para mí, para nosotros, hoy y aquí! Nosotros, tantas veces enredados en pequeñeces de tipo ritual o cosas similares… ¡vaya planteamiento de vida! Hermano/a, estamos llamados a “otra historia”, a otra cosa, y no precisamente a vivir en la mediocridad y vulgaridad. ¡Buen ánimo!

 
Lucas 7, 36 – 8, 3

 

“… Un fariseo rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo se recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume, y, colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se pasó a regarle los pies con sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los ungía con el perfume… Jesús tomó la palabra y le dijo: Simón, tengo algo que decirte. Él respondió: Dímelo, maestro. Jesús le dijo: Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos lo amará más? Simón contestó; Supongo que aquel a quien le perdonó más. Jesús le dijo: Has juzgado rectamente… Por eso te digo, sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor: pero al que poco se le perdona, poco ama. Y a ella le dijo: Tus pecados están perdonados…”

 

 CLAVES para la LECTURA

 
- Hay dos personajes en el fragmento evangélico de hoy que se imponen a nuestra atención interior: Simón, el fariseo, símbolo del hombre justo, autosuficiente, que se controla y respeta la ley, pero tiene el corazón endurecido para el amor; y una pecadora cuya historia desconocemos, aunque sí nos consta su estado interior de conversión, su corazón arrepentido, triturado.

 - Los gestos de esta mujer reúnen todos los matices de la gratitud. Su ir directa a Jesús, el hecho de postrarse a sus pies (gesto típico de quien ha visto salvada su propia vida), el soltarse los cabellos en señal de humillación, la unción con el perfume (signo de alegría, de abundancia, de amor y consagración) y, además, las lágrimas y los besos: expresiones todas ellas que hablan de acogida y de vida. Esta mujer expresa así el auténtico modo de estar el hombre ante Dios: sin justificación alguna y con una enorme gratitud; pronuncia de este modo el amén de su fe en el perdón de Jesús, así como su amor que acepta dejarse amar.

 - Entre el fariseo y la pecadora está Jesús, el verdadero profeta, que conoce los designios de Dios y es capaz de leer en el corazón de los hombres. Jesús ve el desprecio y la frialdad del corazón de Simón, su sentirse justo y su creer que el amor de Dios se puede merecer. Su pecado está aquí: en querer merecer el amor de Dios, que es, por esencia, pura gratuidad.

 - En el corazón de la mujer, probablemente una prostituta, Jesús capta, en cambio, la apertura y la acogida al don del amor, que se manifiesta plenamente en el perdón (perdonar). La mujer se deja amar, es decir, perdonar, y su amar más es efecto y causa al mismo tiempo del perdón. El amor y el perdón se alimentan recíprocamente: la mujer ama en cuanto es perdonada, y, en cuanto ama, se abre a acoger el perdón.

 

CLAVES para la VIDA

 

- ¡Bello cuadro el del relato evangélico que Lucas nos regala en el pasaje de hoy! Contiene todos los ingredientes para saborear su mensaje. Jesús, como Maestro cualificado que es, pone en evidencia las actitudes de vida que se pueden vivir: la frialdad para el amor y la supuesta perfección del fariseo que se siente autojustificado y con derechos ante Dios y la salvación. Por otro lado, el amor entrañable y desbordante de una pobre mujer que es capaz de significarlo de manera clamorosa y sin ningún tipo de rubor; ella acepta la salvación como don gratuito y generoso que se le brinda en la persona de Jesús; y disfruta de ello y lo agradece.

 - “Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor”: éste es el criterio a vivir y trabajar. La salvación de Dios es puro don en gratuidad y entonces el “amor” y el “perdón” se alimentan recíprocamente: ella, la mujer, ama cuando es perdonada, y, en cuanto ama, se abre a acoger el perdón. Aquí no se producen grandes “confesiones”; la única son los gestos que hablan de amor y entonces… ¡todo cambia! “Tus pecados están perdonados” es el anuncio que Jesús le hace en nombre de Dios mismo. No es, pues, el cumplimiento estricto de las normas lo que salva, sino el amor como respuesta al amor del mismo Dios.

 - ¡Inmensa página evangélica la que se nos ha ofrecido para disfrute en este día! Para nosotros, tantas veces empeñados en enredos legalistas y numéricos acerca de los pecados, Jesús nos ofrece una CLAVE totalmente diferente y válido para la vida. ¡Cuánto nos cuesta aprender de sus enseñanzas! Será porque, a lo menor, nos sentimos mejor en los enredos que optando claramente por el amor y por la aceptación clara y explícita del mensaje liberador que nos ofrece Jesús, tanto en sus gestos como en sus palabras. Y todo ello lo hace en nombre del mismo Dios. Hermano/a, ¿en qué clave se mueve tu vida? ¿Cómo vives tu relación con el mensaje nuevo y liberador que Jesús nos ofrece? ¡Buen ánimo!

 

 

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