DOMINGO, día 16. Domingo XI del Tiempo Ordinario
2 Samuel 12, 7-10. 13
“… Dijo Natán a David: Así dice el Señor Dios de Israel… ¿Por qué
has despreciado tú la palabra del Señor, haciendo lo que a él le parece mal?...
David respondió a Natán: He pecado contra el Señor. Y Natán le dijo: Pues el Señor
perdona tu pecado. No morirás…”
CLAVES para la LECTURA
- El arrepentimiento de David que presenta el pasaje
que hemos leído es la etapa final de su pecado y de la intervención de Dios, que
le guía hacia el arrepentimiento. Lo que David había hecho -el adulterio, el
intento de esconderlo, la decisión de hacer morir a Urías, la instalación de
Betsabé en el palacio real- había estado mal a los ojos del Señor. Sólo la
intervención de Dios podía restablecer en su belleza y poder vital la relación
personal que se había roto entre ambos. Y Dios ayuda a David a volver a sí
mismo. «En su infinita bondad y fineza psicológica, lo libera actuando sobre
sus mejores sentimientos: la lealtad, la necesidad de defender la justicia…
Dirige su llamada no al David pecador, sino al David justo, leal, y por eso
sale airoso» (C. M. Martini).
- El profeta Natán, por medio de un relato sencillo
reconstruido a partir de la trama de la vida de David, ayuda al rey a releer,
con distanciamiento y objetividad, su propia vida personal; después le conduce
a volver a entrar en sí mismo y le restituye a su personal verdad con un
valiente paso: «¡Ese hombre eres tú!», precisamente ese hombre al que tú has juzgado merecedor de la
muerte. En ese punto toma a David como de la mano y le ayuda a recorrer toda su
historia, marcada por tantas intervenciones de la benevolencia divina. La
síntesis referida aquí recuerda el texto de Isaías sobre los cuidados de Dios
con su viña y todos los beneficios en favor de su pueblo, que le responde con
ingratitud e infidelidad (Is 5, l-7).
- Las palabras de Natán llegan al corazón del hombre
David, que no se defiende, sino que confiesa: «He pecado contra el Señor».
Es casi un eco del «estoy desnudo» de Adán (Gn 3, 10).
Esta confesión restaura toda la estatura espiritual de David y le libera de
aquella maraña de mentira e infidelidad en la que cada vez se iba enredando más
por querer liberarse solo. El arrepentimiento de David es grande: todo su corazón
está contrito, se han quebrado todas sus resistencias y vive una experiencia
muy concreta de humillación interior. Sobre este rostro de la humildad humana
-no adquirida, sino padecida y acogida- baja el perdón del Señor, que libera a
David de la muerte: «No morirás».
CLAVES para la VIDA
-
La Biblia está
tejida de páginas bellas y ejemplares, y otras que producen repugnancia y
rechazo. Así escribe Dios su historia de amor y de salvación. Hoy, en el caso
de David, nos encontramos con ambas facetas. Su pecado -llevado hasta extremos
insospechados y rechazables-, es algo tan vivo y real, que llama a la
conciencia de David. Su respuesta a la propuesta del profeta es digna del más
noble los corazones arrepentidos. Y ahí se presenta la bondad, la misericordia,
el perdón del Señor reconstituyendo -desde dentro- el corazón de su siervo
David, a quien ha favorecido con sus dones y gracias.
-
“He pecado contra el Señor” se convierte en
la nueva clave de la vida de David. Ahora sí es posible que la vida y el Espíritu
del mismo Dios puedan recomponer el maltrecho corazón de su siervo. De nuevo la
amistad entre Dios y David es posible y esa relación renueva todo el ser, desde
sus mismas raíces y en todas las dimensiones. Ahora la benevolencia divina ha
podido sanar el mundo corrompido de la mentira y de la maldad donde ha vivido
el siervo de Dios. David volverá a ser el hombre nuevo que deseaba y
necesitaba.
-
Página cargada de tantas experiencias que hablan de la vida y de las aventuras
que conlleva. Es hermoso escuchar esas palabras que recomponen de nuevo a la
criatura: “He pecado contra el Señor”, y
con ello iniciar un camino, ahora sí orientado de nuevo plenamente de cara a
Dios y a sus proyectos de vida. Aquí nos encontramos, también, nosotros, hoy,
creyentes en este Dios del perdón y de la misericordia. Confesar la propia
fragilidad y pecado; abrirme plenamente a su don y perdón; y rehacer -desde
ahí- el camino que incluye relación y amistad… ¡es algo necesario y bueno en mi
vida! ¿Qué te sugiere a ti, hermano/a, esta historia de David, de su pecado y
de su arrepentimiento?
Gálatas 2, 16. 19-21
“… Estoy crucificado con Cristo: vivo yo, pero no soy yo, es Cristo
quien vive en mí. Y mientras vivo en esta carne, vivo de la fe en el Hijo
de Dios, que me amó hasta entregarse por mí. Yo no anulo la gracia de Dios.
Pero si la justificación fuera efecto de la ley, la muerte de Cristo sería
inútil…”
CLAVES para la LECTURA
- El fragmento de la Carta a los Gálatas que leemos nos ofrece una
síntesis del «Evangelio» de Pablo. Podríamos releerlo a partir de su núcleo
central: «Es
Cristo quien vive en mí»,
para encontrar expresada aquí la auténtica vida cristiana y la profunda
experiencia religiosa de Pablo, una vida vivida por encima del yo natural,
marcada por la presencia y la irrupción de Dios en el hombre. Es la vida nueva
que tiene su origen en el bautismo y en la energía renovadora de la adhesión
confiada en el amor con que Jesús abraza a cada hombre.
- Esto es el bautismo: morir a la ley, es decir,
sustraerse a su influencia, a su dominio, y morir, por tanto, al pasado, al
hombre exterior, al pecado, a fin de vivir para Dios, o sea, consagrado a Dios.
Y esto es la fe: el hombre queda justificado, a
saber: puesto moralmente recto ante Dios y capaz de obrar como tal no por las
obras de la ley, sino por la salvación llevada a cabo por Jesucristo. La fe es
-por así decirlo- la puerta de acceso a Jesús salvador; es la actitud con la
que el hombre acoge la revelación divina manifestada en Jesucristo y con la que
le responde dedicándole su propia vida. Esta justificación es, por
consiguiente, un don gratuito de Dios, un don que cambia desde dentro la vida
del hombre que ha entrado en contacto con Cristo mediante la fe y el bautismo.
- En virtud de este contacto entre Cristo y el
creyente se lleva a cabo algo así como un intercambio recíproco, una simbiosis.
Es la vida de Cristo que se realiza en el creyente, aunque no en el sentido de
que Cristo se convierta en el sujeto de las acciones humanas. El sujeto sigue
siendo siempre el creyente, con su vida de carne, absolutamente humana, con el
peso de sus debilidades, con su fragilidad, su miseria, pero en ella se injerta
un principio de vida superior, que es el mismo Cristo. La comprensión de esta
verdad llevada a cabo por la fe en la inhabitación de Cristo transforma,
renovándola, la vida del hombre, hasta compenetrarse con su conciencia
psicológica.
CLAVES para la VIDA
-
Una vez más, el gran apóstol Pablo se centra en la reflexión sobre aquello que
da sentido a su vida y a su caminar, y descubre que no es el cumplimiento de la
ley lo que le produce la vida (aunque sí lo creyó en otros tiempos), sino su fe
en la persona de Jesús y el don que en él se le ofrece en plenitud. Por el
cumplimiento de la ley, él permanece en la muerte, porque vuelve a recaer en
los mismos errores de siempre. Sólo en el encuentro personal con el Señor Jesús
se transforma -de forma real y viva- su caminar y su vida.
-
Aquí surge la nueva clave de su vida: “Es Cristo quien
vive en mí”: participa de su vida por medio de ese intercambio
recíproco, esa simbiosis que se ha producido. Y si es verdad que su realidad
está marcada por el peso de sus debilidades y fragilidades, sin embargo Cristo
ha injertado en él un principio de vida superior que le hace vivir la vida de
otra forma, una forma completamente nueva y llena de vitalidad. Ahora todo su
ser y quehacer está movido y motivado por ese principio de vida superior que
corre por sus venas y por su espíritu.
-
De nuevo es sugerente leer y meditar las reflexiones de este gran testigo que
es Pablo. Fanático hasta las raíces mismas de su vida, tras el encuentro con el
Señor Resucitado cambia radicalmente su forma de pensar, de ver, de sentir, de
vivir, de amar y de entregarse a la nueva causa. Y ahora sabe el secreto: “Es Cristo quien vive en mí” y desde ahí todo
es diferente. ¡Menuda propuesta para mí, para nosotros, hoy y aquí! Nosotros,
tantas veces enredados en pequeñeces de tipo ritual o cosas similares… ¡vaya
planteamiento de vida! Hermano/a, estamos llamados a “otra historia”, a otra
cosa, y no precisamente a vivir en la mediocridad y vulgaridad. ¡Buen ánimo!
Lucas 7, 36 – 8, 3
“… Un fariseo
rogaba a Jesús que fuera a comer con él. Jesús, entrando en casa del fariseo se
recostó a la mesa. Y una mujer de la ciudad, una pecadora, al enterarse de que
estaba comiendo en casa del fariseo, vino con un frasco de perfume, y,
colocándose detrás junto a sus pies, llorando, se pasó a regarle los pies con
sus lágrimas, se los enjugaba con sus cabellos, los cubría de besos y se los
ungía con el perfume… Jesús tomó
la palabra y le dijo: Simón, tengo algo que decirte. Él respondió: Dímelo,
maestro. Jesús le dijo: Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía
quinientos denarios y el otro
cincuenta. Como no tenían con qué pagar, los perdonó a los dos. ¿Cuál de los
dos lo amará más? Simón contestó; Supongo que aquel a quien le perdonó más.
Jesús le dijo: Has juzgado rectamente… Por eso te digo, sus muchos pecados
están perdonados, porque tiene mucho amor: pero al que poco se le perdona, poco
ama. Y a ella le dijo: Tus pecados están perdonados…”
CLAVES para la LECTURA
- Hay dos personajes en el fragmento evangélico de hoy que se imponen a
nuestra atención interior: Simón, el fariseo, símbolo del hombre justo,
autosuficiente, que se controla y respeta la ley, pero tiene el corazón
endurecido para el amor; y una pecadora cuya historia desconocemos, aunque sí
nos consta su estado interior de conversión, su corazón arrepentido, triturado.
- Los gestos de esta mujer reúnen todos los matices de la gratitud. Su
ir directa a Jesús, el hecho de postrarse a sus pies (gesto típico de quien ha
visto salvada su propia vida), el soltarse los cabellos en señal de
humillación, la unción con el perfume (signo de alegría, de abundancia, de amor
y consagración) y, además, las lágrimas y los besos: expresiones todas ellas
que hablan de acogida y de vida. Esta mujer expresa así el auténtico modo de
estar el hombre ante Dios: sin justificación alguna y con una enorme gratitud;
pronuncia de este modo el amén de su fe en el perdón de Jesús, así como su amor
que acepta dejarse amar.
- Entre el fariseo y la pecadora está Jesús, el
verdadero profeta, que conoce los designios de Dios y es capaz de leer en el
corazón de los hombres. Jesús ve el desprecio y la frialdad del corazón de
Simón, su sentirse justo y su creer que el amor de Dios se puede merecer. Su
pecado está aquí: en querer merecer el
amor de Dios, que es, por esencia, pura gratuidad.
- En el corazón de la mujer, probablemente una prostituta,
Jesús capta, en cambio, la apertura y la acogida al don del amor, que se
manifiesta plenamente en el perdón (perdonar). La mujer se deja amar, es decir,
perdonar, y su amar más es
efecto y causa al mismo tiempo del perdón. El amor y el perdón se alimentan
recíprocamente: la mujer ama en cuanto es perdonada, y, en cuanto ama, se abre
a acoger el perdón.
CLAVES para la VIDA
-
¡Bello cuadro el del relato evangélico que Lucas nos regala en el pasaje de
hoy! Contiene todos los ingredientes para saborear su mensaje. Jesús, como
Maestro cualificado que es, pone en evidencia las actitudes de vida que se
pueden vivir: la frialdad para el amor y la supuesta perfección del fariseo que
se siente autojustificado y con derechos ante Dios y la salvación. Por otro lado,
el amor entrañable y desbordante de una pobre mujer que es capaz de
significarlo de manera clamorosa y sin ningún tipo de rubor; ella acepta la
salvación como don gratuito y generoso que se le brinda en la persona de Jesús;
y disfruta de ello y lo agradece.
-
“Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho
amor”: éste es el criterio a vivir y trabajar. La salvación de
Dios es puro don en gratuidad y entonces el “amor” y el “perdón” se alimentan
recíprocamente: ella, la mujer, ama cuando es perdonada, y, en cuanto ama, se
abre a acoger el perdón. Aquí no se producen grandes “confesiones”; la única
son los gestos que hablan de amor y entonces… ¡todo cambia! “Tus pecados están perdonados” es el anuncio
que Jesús le hace en nombre de Dios mismo. No es, pues, el cumplimiento
estricto de las normas lo que salva, sino el amor como respuesta al amor del
mismo Dios.
-
¡Inmensa página evangélica la que se nos ha ofrecido para disfrute en este día!
Para nosotros, tantas veces empeñados en enredos legalistas y numéricos acerca
de los pecados, Jesús nos ofrece una CLAVE totalmente diferente y válido para
la vida. ¡Cuánto nos cuesta aprender de sus enseñanzas! Será porque, a lo
menor, nos sentimos mejor en los enredos que optando claramente por el amor y por
la aceptación clara y explícita del mensaje liberador que nos ofrece Jesús,
tanto en sus gestos como en sus palabras. Y todo ello lo hace en nombre del
mismo Dios. Hermano/a, ¿en qué clave se mueve tu vida? ¿Cómo vives tu relación
con el mensaje nuevo y liberador que Jesús nos ofrece? ¡Buen ánimo!
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