sábado, 14 de diciembre de 2013


DOMINGO, día 15  de Diciembre     3 – ADVIENTO

 




Is 35, l-6a. l0


 

“... Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios. Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis...”

 

CLAVES para la LECTURA

 

- La presente lectura del profeta Isaías presenta una visión totalmente impregnada de gozo. No es necesario indagar el momento histórico en que se pronunció; habla, de hecho, de una transformación que no sólo los oyentes de Isaías, sino los oyentes de todos los tiempos y lugares, pueden interpretar según la propia situación.

 

- Al comienzo se enuncia el tema: una transformación radical, anunciada con el símbolo de la estepa o desierto convertido en jardín (vv. l-2a). Se explica a continuación (vv. 2b-4) que dicho cambio radical es posible porque el Señor viene y manifiesta su gloria: «Mirad a vuestro Dios: trae la venganza y el desquite; viene en persona a salvaros». Dios se pone de parte del pobre y se compromete a hacerle justicia (el «desquite») puesto que reconoce el valor de los sufrimientos padecidos y distingue entre el mal y el bien (la «recompensa»), llevando al hombre a la plenitud que ansía: el reconocimiento de su dignidad, la paz interior, la comunión con Dios (la «salvación»). La venida de Dios capacita de nuevo al hombre para la acción (las «manos débiles»), vuelve a poner en marcha a los inseguros (las «rodillas vacilantes») e imprime una nueva personalidad (el «corazón») capaz de decidirse con valentía. Un signo particular de la salvación será la curación de los necesitados (vv. 5-6a). Cualquier categoría desafortunada ya no lo será cuando reconozca a Dios presente.

 

- Finalmente, el símbolo de la «calzada»: será una calzada llana: la «Via sacra» que conducirá a los liberados hasta Sión, lugar de la presencia divina (v. 6). Es una promesa válida para siempre (v. 10), la de un Dios que, haciendo verdaderamente libre al hombre, le permite caminar hacia él, encontrar los hermanos en casa, de la que no están excluidos ni “ciegos” ni “cojos” ni “sordos”.

 

CLAVES para la VIDA

 

- De nuevo, nos quedamos perplejos ante este cuadro idílico. Es como un poema gozoso del retorno al Paraíso, una especie de fiesta cósmica y humana. La razón es que Dios ha perdo-nado a su pueblo, le libra de las tribulaciones y le vuelve a prometer todos los bienes del comienzo de la historia, del mismo Paraíso.

 

- El sentido profundo de esta página lo adquiere en la proclamación del evangelio de hoy: en Cristo Jesús tenemos de nuevo todos los bienes que habíamos perdido. Él es el médico de toda enfermedad, el agua que fecunda nuestra tierra, la luz de los que ansiaban ver, la valentía de los que se sentían acobardados. Él es el que libera de todos los males, según la respuesta dada por Él mismo a los mensajeros de Juan, el Bautista.

 

- Jesús salva, cura, perdona: éste es el mensaje evangélico de hoy. Resulta que lo que prometía Isaías se quedó corto, pues se hace realidad -con creces- esa utopía: “Id a contar a Juan lo que estáis viendo y oyendo...” (vv. 4-5). Ahí nos encontramos, también nosotros, invitados a abrirnos a esa NOVEDAD, gozosa y desbordante, cuando se espera con actitud humilde y acogedora. ¡Es la hora de la APERTURA! ¡Buen ánimo, hermano/a!

 

 


Santiago 5, 7-10


 

“... Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor... Tomad, hermanos, como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los profetas, que hablaron en nombre de Dios...”

 

CLAVES para la LECTURA

 

- Las presentes líneas de la carta de Santiago constituyen un buen ejemplo de “sabiduría” cristiana, en la que confluyen la tradición judía, de la que Santiago es un hijo ilustre, la enseñanza de Jesús y la reflexión de la Iglesia primitiva. Todo lo que Santiago enseña aquí, lo hace a la luz, de la «venida del Señor» (repetidas veces). El autor educa a sus destina-tarios en una espiritualidad marcada por esta espera: nos prepara a una cita con el Señor. De ahí se desprenden muchos consejos estupendos de los que sólo algunos recoge la lectura de hoy (Sería provechoso ver también lo que sigue, leyendo entero el fragmento bíblico hasta el v. 20).

 

- El consejo fundamental puesto hoy de relieve es el de la «paciencia» o, mejor todavía, de la «magnanimidad». De hecho sólo puede ser paciente -en el sentido de saber aguantar situaciones difíciles- quien sea magnánimo con una esperanza sólida y fuerte.

 

- La paciencia, a su vez, se expresa en sus diversos matices: «mirad al labrador», dice Santiago (v. 7). Se pone al agricultor como ejemplo de quien sabe esperar, pero no con una paciencia pasiva: tiene el gusto y el valor de sembrar porque tiene la certeza de que la semilla dará su fruto. En la misma dirección apunta la enseñanza de la paciencia de los profetas, que han hablado en nombre de Dios y han tenido la osadía de hacerlo, aunque el fruto con frecuencia era poco alentador, pero conscientes de que el éxito lo conocía el Señor.

 

- Un segundo aspecto de la paciencia es el buen uso de la palabra en nuestras relaciones con los demás: el paciente tiene ánimo y sabe animar («tened buen ánimo», v. 8), y a la vez sabe evitar las continuas lamentaciones que no llevan a nada.

 

CLAVES para la VIDA

 

- Hay claves que ayudan a crear un estilo determinado de creyente y, en esta lectura, el apóstol trata de evidenciarlo de forma nítida y clara: la actitud de ESPERA es determinante en la figura del seguidor de Jesús. Y eso a pesar de los condicionantes y dificultades que se puedan dar en el caminar creyente. Aquí es donde propone la PACIENCIA como ingredien-te apto para vivir con dignidad esa espera; una espera, pues, ACTIVA.

 

- Tanto la actitud del labrador, -que siembra la semilla (a pesar de las dificultades) y luego espera-, como el ejemplo y el testimonio de los profetas, es un camino adecuado para vivir esa espera activa. Y es que el objetivo es “tened buen ánimo” (v.8); esto es, el seguidor de Jesús no es un amargado, sino que consciente de los dones  con que ha sido colmado, camina con ese talante que da el saberse iluminado y ayudado por el mismo Señor. ¡Ésta es la convicción y su situación!

 

- ¡Buenas actitudes las que propone el apóstol a todo seguidor de Jesús y, lógicamente, también a mí, hoy, intentado seguir sus huellas. Esa “espera activa” es todo un estilo de vivir y de actuar; con  la “paciencia” como la nota que ayuda a sobrellevar las dificultades y contrariedades; y con “buen ánimo”, toda una actitud para afrontar la vida en todas sus dimensiones y facetas. Muy posiblemente no sea nada fácil, pero es la propuesta, la que se realiza desde los inicios de la primera comunidad de Jesús. Hermano/a, ¿qué tal te sientes ante la reflexión del apóstol? ¿Con “buen ánimo” o... con destemples?

 

 

Mateo 11, 2-11

 

“... ¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro? Jesús les respondió: Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia... Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista, aunque el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él...”

 

CLAVES para la LECTURA

 

- La pregunta del Bautista: «¿Eres tú el que tenía que venir?», que domina la presente página del evangelio de Mateo, no expresa una mera curiosidad religiosa. Juan estaba convencido de que el Mesías iba a inaugurar el Reino de Dios. Llevaba una vida ascética ejemplar llamando a penitencia a sus contemporáneos y fustigó las costumbres de los poderosos hasta ser encarcelado por tal motivo. Desde la prisión, manda a informarse acerca de los fundamentos de la “buena noticia” porque se ha jugado la vida sobre el sentido de lo que ha vivido hasta el presente. Ni siquiera el Bautista es una excepción en la oscuridad de la fe, ni goza desde el principio de una plena comprensión del proyecto de Dios que le puede preservar del escándalo (v. 6).

 

- Jesús responde indicando lo que está haciendo: sus palabras (anuncia el evangelio a los pobres), sus acciones («Id a contar a Juan lo que estáis viendo y oyendo...»: v. 4), las Escrituras, mediante las cuales se pueden entender sus palabras y acciones (de hecho, espiga unas citas, tomadas la mayor parte de Is 35: «Los ciegos ven...»). Jesús sabe que a alguien que está disponible como el Bautista, el evangelio le habla por sí mismo; él comprenderá que Jesús es el que viene en nombre de Dios. Pero como el Bautista ha anunciado un Mesías un tanto diverso, juez severo, ministro de la ira de Dios, deberá estar dispuesto a rectificar su misma visión de Mesías. También él debe convertirse.

 

- Mateo reserva al final una palabra dirigida a1 discípulo de Jesús: el Bautista era grande, pero no era más que un precursor, mientras que el discípulo ha conocido en plenitud el don de Dios, y por eso es más grande que el Bautista (v. 11). Su grandeza no estriba en una mayor estatura ascética y moral, sino en el don de Dios que ahora, en Jesús, se manifiesta plenamente.

 


CLAVES para la VIDA

 

- Las promesas de los profetas se hacen realidad -¡y de qué manera!- en la persona y acciones de Jesús. Ésta es su respuesta a los mensajeros que Juan, el Bautista, le ha enviado. El “sueño” antiguo que atribuía al Mesías y su quehacer liberador, una serie de acciones portentosas (“los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios...”, v. 5), se están ya realizando en la persona de Jesús. Ya no hay duda alguna: la presencia y la novedad plena de Dios se da en la persona de Jesús. El mismo Jesús lo aclara.

 

- Y, sin embargo, “el más pequeño en el Reino de los cielos es mayor que él” (v. 11): así es la grandeza de quien ha sido “sorprendido” con el don inmenso del encuentro con Jesús y su Buena Nueva. Juan ha sido el precursor, cerrando la etapa de la espera; ahora, quien se ha encontrado con Él, resulta que se ha topado con algo insospechado, y todo su ser y toda su existencia y caminar queda lleno de vida y plenitud. ¡Es la grandeza del Reino! ¡Es la maravilla del DON de Dios para cuantos se abren a su Novedad!

 

- Aquí me encuentro yo, con todas las ventajas que supone el pertenecer al Reino y a su plenitud! Hoy puedo contemplar las palabras y acciones de Jesús, el Salvador; hoy puedo volver a escuchar su invitación a participar plenamente del don del Reino; hoy volveré a ser enviado, para que otros hermanos y hermanas puedan disponer también del inmenso gozo del Reino y sus consecuencias a través de mis palabras y de las acciones salvadoras que realice, al estilo del mismo Jesús, compartiendo así su misma misión. ¡Ahí es nada! ¡Es mi nueva condición, que ha alcanzado su madurez y plenitud...!

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