DOMINGO,
día 4 de Abril. Tercer Domingo de Pascua
Hechos
de los Apóstoles 2, 14. 22-33
“... El día de Pentecostés
Pedro de pie con los Once pidió atención y les dirigió la palabra: Judíos y
vecinos todos de Jerusalén... Os hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios
acreditó ante vosotros realizando por su medio los milagros, signos y prodigios
que conocéis, os lo entregaron y vosotros lo matasteis en una cruz. Pero Dios
lo resucitó...”
CLAVES para la LECTURA
- La
bajada del Espíritu Santo en Pentecostés transforma a los apóstoles en hombres
nuevos, en testigos ardientes y animosos del Resucitado, conscientes de que
ahora se realiza la promesa escatológica de Dios (Hch 2, 16-21), mediante la
cual hemos entrado «en los últimos
tiempos». El cambio acontecido en el grupo de los discípulos está bien
atestiguado en el primer discurso de Pedro referido en los Hechos de los
Apóstoles. Si bien el autor del texto sagrado ha retocado la forma y la
estructura, el contenido originario emerge de manera inconfundible.
- Los
vv. 22-24, prototipo del kerigma
apostólico, contienen expresiones propias de la cristología más antigua: se
habla en ella de Jesús como del «hombre a
quien Dios acreditó»; se muestra que la cruz -que escandalizó a todos los
apóstoles- formaba parte de un sabio designio de Dios, el cual entregó a su
Hijo único a los hombres por amor. Todos son responsables de lo sucedido: «Vosotros lo matasteis. Dios, sin embargo,
lo resucitó...» (vv. 23s).
- Al kerigma le sigue el testimonio de las
Escrituras, que sólo a la luz del misterio pascual son plenamente
comprensibles. Por eso explica Pedro el Sal 15 (vv. 25-31), que ha encontrado
en Cristo su plena realización: él es el Mesías, y su alma no ha sido
abandonada en el abismo ni ha conocido la corrupción, sino que ha sido colmado
de gozo en la presencia del Padre. Los apóstoles, en virtud del Espíritu
derramado sobre ellos, son testigos de la resurrección de Cristo y la anuncian
con claridad a todo Israel y hasta los confines de la tierra.
CLAVES para la
VIDA
- El “tono” de lo que estamos celebrando ha
cambiado. Por eso aquí nos encontramos con la primera predicación apostólica y
lo que será el perenne anuncio de la Comunidad de Jesús. Lo que es curioso es
que aquel Pedro asustado ante los guardias y los criados del palacio, ahora se
ha ENCONTRADO con el Señor Jesús Resucitado, y ha cambiado radicalmente su
vida; su palabra y su testimonio nos aseguran que algo completamente diferente
ha sucedido y esto hay que proclamarlo y anunciarlo como la GRAN noticia.
- Ese anuncio sorprendente no es una idea, sino un
hecho, inimaginable e imprevisible, y que muestra -de manera rotunda y clara-,
la voluntad positiva de Dios con vistas al mundo y a la historia, su capacidad
de reconstruir todo, incluso lo que la maldad humana había destruido. Éste es
el núcleo del anuncio, del hecho de la resurrección, expresado en palabras
humanas; y lo proclama así.
- Todo el tiempo de Pascua será una llamada a cada
uno de nosotros a convertirnos en apóstoles de este anuncio y de esta realidad:
sentirme identificado con él, y repetirlo -en las mil formas de la vida
diaria-, que el mal ha sido vencido y que será vencido; que el amor ha sido y
será más fuerte que el odio; que no hay tinieblas que no puedan ser vencidas
por el poder de Dios, porque Cristo ha resucitado. Anuncio en la vida, actitud
positiva hacia la vida, con el optimismo de quien sabe que el Padre quiere
liberarme también a mí, también a nosotros, “de
las ataduras de la muerte”; vivir como quien sabe que su amor está en
acción y le lleva a la VIDA en plenitud. Éste es el anuncio.
1 Pedro
1, 17-21
“... Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder
inútil recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata,
sino a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha,
previsto antes de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos
por nuestro bien...”
CLAVES para la LECTURA
- En
su exordio, la primera carta de Pedro conduce a los fieles a contemplar la
gracia de la regeneración llevada a cabo por el Padre, a través de Cristo, en
el Espíritu (vv. 3-5.10-12). Por eso se detiene a considerar en concreto qué
significa vivir de la fe, ofreciendo una clave de interpretación cristiana del
misterio del sufrimiento, considerado como prueba purifica-dora y como
participación en los sufrimientos de Cristo (vv. 6-9).
-
Sobre este sólido fundamento puede mostrar el apóstol, por tanto, las
exigencias de la vida cristiana, una vida que es camino de santificación y de
configuración con Cristo (vv. 13-16; Lv 19, 2). Éstas no se reducen a prácticas
exteriores, sino que son una actitud interior, que determina toda la
orientación de la existencia.
- Por medio del bautismo nos convertimos en hijos de
Dios y recibimos el privilegio de llamar «Padre»
al justo Juez de todos los seres vivos. La conciencia de semejante dignidad
llena a los cristianos de «santo temor», término que no significa en la Biblia
«miedo», sino más bien amor lleno de veneración y empapado del sentido de la
propia pequeñez e indignidad. En efecto, la gracia recibida le ha costado un
precio muy elevado al mismo Cristo, el verdadero Cordero, cuya sangre ha
librado a la humanidad de la esclavitud del pecado y de la muerte eterna (Ex
12, 23). La nueva relación de parentesco con el Señor hace ciertamente que la
vida sobre la tierra sea tomada como peregrinación, mientras que la verdadera
patria es el cielo (v. 17). En este vuelco se ha llevado a cabo, en plenitud,
el designio de Dios. Jesús, con su resurrección, ha inaugurado los «últimos tiempos», caracteri-zados por
la tensión hacia lo alto. Esta tensión debe ser sostenida constantemente por
una vida de fe y de esperanza (v. 21) y por la memoria viva de todo lo que ha
realizado el Señor para nuestra salvación.
CLAVES para la VIDA
- A pesar de las diversas perspectivas y, también,
diferentes lenguajes, el Kerigma que los primeros seguidores de Jesús nos
ofrecen es claro y uniforme: algo novedoso ha ocurrido y en Jesús y su mensaje
todo se hace nuevo, todo alcanza una perspectiva distinta. Así, el proceder
anterior, -caduco e inútil-, ha sido superado con creces y definitivamente en
las palabras y obras del Señor Jesús. Eso sí, el precio pagado para ello ha
sido elevado: nada menos que la propia sangre ha sido derramada para conseguir
nuestra libertad.
- Pero
ahora... “por Cristo vosotros creéis en Dios” (v. 21): ésta es la
definición misma del cristiano. Todas las búsquedas anteriores ya no sirven,
puesto que es EN Cristo y POR MEDIO de Cristo como se accede a Dios, a quien
podemos llamarle “Padre”. De ahí que, ahora sí, nos convertimos en “hijos de
Dios”, con todos los derechos y llenando toda la vida y el caminar del creyente
de un amor agradecido y lleno de ternura por este proyecto de vida, querido y
deseado por Dios mismo desde siempre, y llevado a cabo en Cristo Jesús. Es la
nueva condición, regalo y don inmerecido, pero plenamente real.
- Aquí
me encuentro yo, participando -en plenitud y de forma consciente-, esta nueva
situación, que ilumina totalmente mi caminar. Ésta sí que es novedad de la
Pascua, del Señor Resucitado. “Ser consciente” de ello; estar convencido y
ofrecerlo abiertamente a cuantos se van encontrando conmigo en los caminos de
la vida... es la TAREA y MISIÓN que nace, específicamente, en el gozo de la
Pascua. ¿A qué te “suena”, hermano/a? ¿A “música celestial”? Es el MENSAJE
central de que aquí se desprende.
Evangelio:
Lucas 24, 13-35
“... Dos discípulos de Jesús
iban andando aquel mismo día a una aldea llamada Emaús... Mientras conversaban
y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos... Ya
cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le
apremiaron diciendo: Quédate con nosotros porque atardece y el día va de
caída... Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo
partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo recono-cieron...”
CLAVES para la
LECTURA
- El episodio de la aparición de Jesús resucitado a
los discípulos de Emaús presenta el camino de fe de la vida cristiana basado en
el doble fundamento de la Palabra de Dios y de la Eucaristía. Esta experiencia
del Señor aparece descrita a lo largo de dos momentos decisivos: a) el
alejamiento de los discípulos de Jerusalén, es decir, de la comunidad, de la fe
en Jesús, para volver a su viejo mundo (vv. 13-29); b) la vuelta a Jerusalén
con la recuperación de la alegría y la fe por parte de la comunidad de los
discípulos (vv. 30-35).
- En el primer momento de desconcierto, Jesús, con
el aspecto de un viajante, se acerca a los discípulos desalentados y tristes,
y, conversando con ellos, les ayuda, por medio del recurso a la Escritura, a
leer el plan de Dios y a recuperar la esperanza perdida: “Y empezando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó
lo que decían las Escrituras” (v. 27).
- La
catequesis de Lucas es muy clara: cuando una comunidad se muestra disponible a
la escucha de la Palabra de Dios, que está presente en las Escrituras, y pone
la Eucaristía en el centro de su propia vida, llega gradualmente a la fe y hace
la experiencia del Señor resuci-tado. La Palabra y la Eucaristía constituyen la
única gran mesa de la que se alimenta la Igle-sia en su peregrinación hacia la
casa del Padre. Los discípulos de Emaús, a través de la ex-periencia que
tuvieron con Jesús, comprendieron que el Resucitado está allí donde se
en-cuentran reunidos los hermanos en torno a Simón Pedro.
CLAVES para la
VIDA
- ¡Enorme Catequesis la que nos ofrece Lucas como
testimonio de su fe y el de la Comuni-dad en la que participa! Todos los
detalles están recogidos con exquisita sensibilidad y sicología. Los
discípulos, desanimados y desmoronados en su fe mal fundamentada (sus “ideas”
del Mesías), emprenden el viaje de ida, vuelven a su viejo mundo: “nosotros espe-rábamos...” (v. 21);
ahora están tristes y derrotados; y, además, sus ojos están embotados y no le
reconocen. Al contrario, el viaje de vuelta es completamente diferente: llenos
de alegría, los ojos abiertos ahora a la inteligencia de las Escrituras,
comentando entre ellos la experiencia vivida, impacientes por anunciarla a la
comunidad, y el encuentro con los hermanos. Todo un camino recorrido.
- Las Escrituras, su comprensión y profundización,
les ayudan a aceptar la presencia nueva del Resucitado; el “partir el pan”, la Eucaristía, termina por abrirles los ojos y... “lo reconocieron” (v. 31). Las
Escrituras han despertado su corazón; la Eucaristía ha transfor-mado la visión
de su vida. Desde ahí, emprenden el retorno a la Comunidad, a los hermanos, que
seguían reunidos,
experimentando también la presencia nueva del Resucitado.
- Lucas nos ofrece los elementos necesarios para
poder realizar el camino de encuentro con el Resucitado: garantizando que él se
hará presente (aunque no le reconozcamos, a la prime-ra), ahí están las
Escrituras, ahí está la Eucaristía o fracción del pan; ahí está la Comunidad y
los hermanos. Ahí se hace presente y... ¡de qué forma! el Resucitado. ¿Lo son
también para ti, hermano/a? ¿Los vives así? ¡Ojalá sea verdad y se produzca en
ti la misma experien-cia!
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