sábado, 4 de mayo de 2013


DOMINGO, día 5 de Mayo

 
Hechos de los Apóstoles 15, 1-2. 22-29

 
“… Unos que bajaban de Judea se pusieron a enseñar a los hermanos que, si no se circuncidaban como manda la ley de Moisés, no podían salvarse… Hemos decidido, por unanimidad, elegir algunos y enviároslos con nuestros queridos Bernabé y Pablo, que han dedicado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo…”

 

CLAVES para la LECTURA
 
- La difusión del Evangelio entre los paganos pone, casi de inmediato, a la Iglesia naciente frente al grave problema de su relación con la ley de Moisés: ¿qué valor sigue teniendo la Torá, con todas sus prescripciones cultuales, después de Cristo? Esto lleva a la Iglesia a sentir la necesidad de hacer frente a algunas cuestiones fundamentales para su misma vida y para su misión evangelizadora.

 - Con la asamblea de Jerusalén tiene lugar el primer concilio «ecuménico»: una acontecimiento de importancia central, paradigmático para la Iglesia de todos los tiempos. De su éxito dependían la comunión interna y su difusión. Es, en efecto, el deseo de comunión interna en la verdad lo que impulsa a la comunidad de Antioquía, que era donde surgió el problema, a enviar a Bernabé y Pablo a Jerusalén para consultar a «los apóstoles y demás responsables» (v. 2). La Iglesia-madre los recibe y discute animadamente el problema (vv. 4-7a). La intervención de Pedro, el informe de Bernabé y Pablo, que atestiguan las maravillas realizadas por Dios entre los paganos, y, por último, la palabra autorizada de Santiago, responsable de la Iglesia de Jerusalén, ayudan a discernir los caminos del Espíritu (v. 28). Bajo su guía, llegan a un acuerdo pleno («los apóstoles y demás responsables, de acuerdo con el resto de la comunidad, decidieron...»: vv. 22-25), dado a conocer en un documento oficial donde afirman que no se puede imponer las «observancias judías» a los pueblos paganos.

 - En cierto sentido, como Jesús recogió todos los preceptos en el único mandamiento del amor, ahora las distintas prescripciones de orden cultual han sido «superadas» en lo que corresponde a la letra, para hacer emerger lo esencial, o sea, la necesidad del camino de conversión, la muerte al pecado. Si aún subsisten algunas normas no es tanto por su valor en sí mismas, cuanto por favorecer la serena convivencia eclesial entre judeocristianos y paganos convertidos. La historia no procede sólo por principios abstractos, sino que requiere discernimiento, que es la sabiduría de esperar el momento oportuno para proponer cambios, de modo que sirvan para el crecimiento y no sean causa de divisiones más graves.
 

CLAVES para la VIDA

- Seguimos aprendiendo de aquella primera Comunidad Cristiana: tras el discernimiento profundo, intenso y, muy probablemente, tenso, han llegado a una conclusión y la comparten con otras comunidades. Se abre una nueva vía de evangelización y, así, Antioquía, será la nueva plataforma de irradiación del Evangelio; desde ahí partirá Pablo en sus caminatas, tanto para el anuncio como para la implantación de nuevas comunidades y su organización.

 - Detrás de este discernimiento y decisión hay una convicción profunda y teológica: la salvación viene de Jesús y no es necesario pasar por el judaísmo para participar en esa plenitud; es la tesis de Pablo y Bernabé; ha triunfado la tesis de la tolerancia; ha quedado claro en dónde radica el núcleo de todo, y éste no es otro que Jesús. ¡Enorme lección, básica pero muy interesante! Si bien muy olvidada a través de la historia.

 - Esta afirmación “el Espíritu Santo y nosotros hemos decidido...” se convierte en todo un estilo y forma de hacer las cosas. ¡Vaya desafío! Lo malo es que creamos que tenemos “más Espíritu” que los demás. En cualquier campo de mi vida... ¿cómo trabajo la corresponsabilidad? ¿cómo busco el discernimiento y el consenso compartido? ¿soy tolerante y acogedor...?

 

Apocalipsis 21, 10-14. 22-23

 
“… El ángel me transportó en éxtasis a un monte altísimo y me enseñó la ciudad santa, Jerusalén, que bajaba del cielo, enviada por Dios trayendo la gloria de Dios… La ciudad no necesita sol ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero…”

 

CLAVES para la LECTURA

- Con la visión de la Jerusalén celestial concluye el libro del Apocalipsis y llega a su final toda la revelación bíblica. En claro contraste con la visión precedente de la ciudad del mal, Babilonia la prostituta, y con el castigo a que es sometida (capítulos 17s), describe Juan ahora la espléndida realidad que «bajaba del cielo», es decir, como don divino: Jerusalén, la esposa del Cordero, la ciudad santa. En ella se manifiesta la misma belleza de Dios, y el fulgor iridiscente que emana de ella es semejante al suyo (v. 11;  4, 3).

 - La perfección de la ciudad está descrita con imágenes tomadas de los profetas (Ez 40, 2; Is 54, 11s; 60, 1-22; Zac 14; etc.) e incrustadas en una síntesis nueva y más elevada. Tres elementos simbólicos recuerdan su edificación: la muralla, las puertas y los pilares. La muralla indica delimitación, carácter compacto, seguridad, pero no clausura. En efecto, a cada lado, hacia cada uno de los cuatro puntos cardinales, se abren tres puertas (Ez 48, 30-35), por las que entran en la ciudad todos los pueblos de la tierra, llegando a constituir el único pueblo de Dios, al que se entrega la revelación. Por otra parte, en las puertas están escritos los nombres de las doce tribus de Israel y son custodiadas por doce ángeles, mediadores de la ley antigua (vv. 12s). Los pilares de las murallas son los apóstoles de Cristo crucificado y resucitado, sobre cuyo testimonio se edifica la Iglesia (Ef 2, 19s).

 - Ahora bien, en la ciudad falta el lugar santo por excelencia, el templo, que hacía de la Jerusalén terrena «la ciudad santa». Esta aparente falta constituye su mayor «plenitud»: el Todopoderoso y el Cordero son el Templo. El encuentro con Dios no se realiza ya en un lugar particular con exclusión de todos los demás. El encuentro con Dios en la Jerusalén celestial es una realidad nupcial, una comunión de vida: Dios y el Cordero serán todo en todos (1 Cor 15, 28), la Presencia gloriosa de Dios (shekhînah) y del Cristo resucitado es la luz que lo envuelve todo y en la que todos se sumergen (vv. 22-24; Is 60, 19s).
 

CLAVES para la VIDA

- Aquí el profeta-poeta describe algo grande y espectacular,  con un lenguaje propio de su cultura, pero con un MENSAJE lleno de vida. Y es que habla de una renovación total que afecta tanto al cielo como a la tierra. Esto es, queda modificado por completo la relación entre el mundo de Dios y el mundo de los hombres, y esto se lleva a cabo por medio del Cordero. La “nueva ciudad” no es nada de lo viejo, sino algo totalmente diferente y que se apoya única y exclusivamente en la entrega sin condiciones del Cordero.

 - En esta nueva realidad se dan unos elementos a tener en cuenta. Así, ya no existe el templo concreto, como lugar sagrado (algo inconcebible para un judío), ya que el Cordero es el lugar de encuentro con Dios. Asimismo, en medio de la simbología utilizada, hay una llamada al universalismo; esto es, el trato con Dios no está vinculado a una determinada cultura, a un determinado pueblo, a unas determinadas personas, o a unos determinados lugares sagrados. Al contrario, todo el universo se convierte en ese templo y lugar de encuentro don el Dios salvador.

 - Con estas reflexiones del profeta-poeta va a terminar el libro del Apocalipsis y, con ello, concluirá la revelación del proyecto de Dios para con la humanidad; todo termina con ese “sueño” final de plenitud y abierto a todas las criaturas, ya sin ningún tipo de exclusivismo. Esa nueva realidad que tienen su origen y fundamento en el mismo Cordero, en quien Dios lleva a plenitud toda su historia de amor. Recordarnos esta verdad final y en este clima pascual es el objetivo que busca la liturgia en este día. Estamos llamados a la plenitud; éste es el proyecto definitivo. Hermano/a, éste es el plan y a él estamos convocados y llamados. ¡Buen ánimo!
 

EVANGELIO: Juan 14, 23-29

 
“… El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él… Os he hablado ahora que estoy a vuestro lado pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho… La Paz os dejo, mi Paz os doy…”

  

CLAVES para la LECTURA
 

- Jesús, en la víspera de su partida, consuela a sus discípulos con la promesa de que volverá y se manifestará aún a los que le aman (v. 21b), esto es, a los que guardan sus palabras. El amor a Jesús es caridad activa, arraigada en la fe de que él es el Enviado del Padre, venido a la tierra para revelarlo y anunciar todo lo que le ha oído (v. 24b; 15, 15). El que, creyendo, dispone sus días en la obediencia a la Palabra, se vuelve morada de Dios (v. 23) y conoce por gracia -o sea, en el Espíritu- la comunión con el Padre y con el Hijo.

- La hora para los discípulos es grave, pero no deben temer quedarse huérfanos. El Padre les enviará al Espíritu Santo como guía para el camino del último tiempo. En efecto, la obra de la salvación está totalmente realizada con la pasión-muerte-resurrección de Cristo. Sin embargo, es preciso que cada uno de nosotros entre en ella y se deje salvar. Ésa es la tarea del Espíritu: abrir los corazones de los hombres a la comprensión del misterio divino y moverlos a la conversión. Por obra del Espíritu es como Cristo sigue siendo contemporáneo de cada hombre que nace. Por obra del Espíritu son las Escrituras Palabra viva, dirigida al corazón de cada uno.

 - El Espíritu tiene la misión de «recordar» y «explicar» todo cuanto Jesús ha dicho y hecho en su vida terrena. Ese recuerdo y esa explicación no llevan, sin embargo, muy lejos en el tiempo y en el espacio, pero proporcionan una visión profunda sobre el presente, porque es en el presente donde Jesús, el Emmanuel, está-con-nosotros. Él mismo lo afirmó cuando añadió un don a la promesa del Espíritu: «Os dejo la paz, os doy mi propia paz». Ahora bien, la paz es él mismo. Por eso es diferente de la que el mundo puede ofrecer: es una persona, es vida eterna, es amor. Volvemos así al principio: Jesús habita en el corazón del hombre para hacerle capaz de amar; el hombre, amando, se abre cada vez más a Dios y se vuelve cooperador de la salvación, irradiación de paz y profecía del cielo con él.
 

CLAVES para la VIDA

- De todo esto es fácil deducir que el creyente no está solo, no es un huérfano. Primero, porque el PADRE no es Alguien lejano y distante; más bien, somos santuario y morada de Dios mismo: “vendremos a él y haremos morada en él” (v. 23). Esto lógicamente supone unas relaciones NUEVAS con Dios-Padre: no es posible vivir como si todo fuera como antes; desde Jesús, todo ha cambiado. ¡Cuánto nos cuesta entender a los creyentes esta novedad! ¡Cuán lejos está nuestra espiritualidad de cada día de esta inusitada novedad que se propone y a la que se nos convida! ¡No nos enteramos!

 - Pero es que, además, la muerte y la resurrección de Jesús ha sido ocasión para ser llenados por la presencia viva del ESPÍRITU, quien vive en nosotros, está en nosotros y nos enseña el arte de vivir en verdad. Por eso, el creyente vive animado por el Espíritu creador que hace nacer el gozo de la fe y vive desde esa convicción. ¡Quién sabe si la presencia del Espíritu forma parte o no de nuestro estilo de creyente! Posiblemente, el mejor regalo de Jesús, que es el Espíritu, sea el “Gran Desconocido” en la espiritualidad cristiana. Es una simple constatación con visos de realidad. ¡Qué pena! ¡Hemos rechazado el gran regalo de Jesús!

 - Pero... sin ese Espíritu, estamos abocados al fracaso, achicados y encerrados en nuestros “castillos” de seguridad, pero perdiendo nuestra actitud de testigos “locos”, porque nos sentimos empujados por esa fuerza. De ahí que en momentos de crisis y de dificultad, nuestra tentación es aferrarnos a normas, a “defensas de la verdad” a toda costa y así aguantar el temporal. La consecuencia: perder prácticamente la NOVEDAD del Espíritu, de Jesús mismo. ¡Atentos  al tema!

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