DOMINGO,
día 18 de Mayo:
PENTECOSTÉS
Hechos de los Apóstoles
2, 1-11
“... Al
llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De
repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa
donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se
repartían posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y
empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el
Espíritu le sugería...”
CLAVES para la VIDA
- Cuando el día de
Pentecostés llegaba a su conclusión -aunque el acontecimiento narrado tiene
lugar hacia las nueve de la mañana, la fiesta había comenzado ya la noche
precedente- se cumple también la promesa de Jesús (1, 1-5) en un contexto que
recuerda las grandes teofanías del Antiguo Testamento y, en particular, la de
Ex 19, preludio del don de la Ley,
que el judaísmo celebraba precisamente el día de Pentecostés (vv. 1s). Se
presenta al Espíritu como plenitud. Él es el cumplimiento de la promesa. Como
un viento impetuoso llena toda la casa y a todos los presentes; como fuego
teofánico asume el aspecto de lenguas de fuego que se posan sobre cada uno,
comunicándoles el poder de una palabra encendida que les permite hablar en
múltiples lenguas extrañas (vv. 3s).
- El acontecimiento
tiene lugar en un sitio delimitado (v. 1) e implica a un número restringido de
personas, pero a partir de ese momento y de esas personas comienza una obra
evangelizadora de ilimitadas dimensiones («todas las naciones
de la tierra»: v. 5b). El don de la Palabra, primer carisma
suscitado por el Espíritu, está destinado a la alabanza del Padre y al anuncio
para que todos, mediante el testimonio de los discípulos, puedan abrirse a la
fe y dar gloria a Dios (v. 11b).
- Dos son las
características que distinguen esta nueva capacidad de comunicación ampliada
por el Espíritu: en primer lugar, es comprensible a cada uno, consiguiendo la
unidad lingüística destruida en Babel (Gn 11, 1-9); en segundo lugar, parece
referirse a la palabra extática de los profetas más antiguos (1 Sm 10, 5-7) y,
de todos modos, es interpretada como profética por el mismo Pedro, cuando
explica lo que les ha pasado a los judíos de todas procedencias (vv. 17s).
- El Espíritu
irrumpe y transforma el corazón de los discípulos volviéndolos capaces de
intuir, seguir y atestiguar los caminos de Dios, para guiar a todo el mundo a
la plena comunión con él, en la unidad de la fe en Jesucristo, crucificado y
resucitado (vv. 22s y 38s; Ef 4, 13).
CLAVES para la VIDA
- Aunque
sea descrito con elementos propios de la cultura de su tiempo e, incluso,
anteriores, Lucas nos ofrece lo que ocurre ese día, en el que se cumple la
promesa de Jesús y el Espíritu se da como plenitud a aquel grupo,
transformándolo desde dentro, dando así comienzo a la obra evangelizadora que,
de mil formas diversas, ha recorrido los caminos tortuosos de la historia. Y es
que en aquel grupo se produce una transformación del corazón que les empuja a
vivir plenamente la Misión
iniciada por Jesús mismo: la
NOVEDAD del REINO.
- Por eso, aquellos que se encontraban “en una casa con las puertas cerradas por miedo...”
(Jn 20, 19), ahora, arrebatados con la fuerza de ese Espíritu, siguen los
caminos propuestos por Jesús e inician la inmensa tarea de dar a conocer, en
toda circunstancia y a todas las personas, a este Jesús como el único capaz de
salvar y como el camino que lleva al encuentro con Dios y a la plenitud deseada
y buscada por la humanidad. Así se inicia esta nueva etapa de la historia, siendo
una historia de Salvación.
- Y aquí
me encuentro yo, fruto de aquella tarea iniciada entonces y que me ha hecho
conocer y vivir toda la novedad del Evangelio y la propuesta de Dios mismo que
se me ofrece en Jesús de Nazaret. Aquel “fuego” de su Espíritu, que ha
transformado tantas realidades y situaciones a través de la historia, hoy sigue
empeñado en la misma causa y busca transformar desde dentro y encender, de
nuevo, su fuego en mi vida y en mi ser, con vistas a la misma MISIÓN. En todo
este tiempo Pascual ha sido éste su empeño, y seguro que lo seguirá siendo a lo
largo de los próximos meses. ¿Qué tal terminamos este tiempo especial de
Pascua, hermano/a? ¿Habrá conseguido el Resucitado y su Espíritu ese cambio
que, muy posiblemente, necesita y requiera nuestra vida? ¡Ojalá...!
1 Corintios 12, 3b-7.
12-13
“... Nadie
puede decir Jesús es Señor, si no es bajo la acción del Espíritu Santo. Hay
diversidad de dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios, pero
un mismo Señor; y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra todo
en todos...”
CLAVES para la LECTURA
- Pablo dirige a los
corintios, entusiasmados por las manifestaciones del Espíritu que tienen lugar
en su comunidad, algunas consideraciones importantes para un recto discernimiento.
¿Cómo reconocer la acción del Espíritu en una persona? No por hechos
extraordinarios, sino antes que nada por la fe profunda con la que cree y
profesa que Jesús es Dios (v. 3b).
- ¿Cómo reconocer
también la acción del Espíritu en la comunidad? El Espíritu es un incansable
operador de unidad: él es quien edifica la Iglesia como un solo cuerpo, el cuerpo místico de
Cristo (v. 12), en el que es insertado el cristiano como miembro vivo por medio
del bautismo. Esta unidad, que se encuentra en el origen de la vida cristiana y
es el término al que tiende la acción del Espíritu, se va llevando a cabo a
través de la multiplicidad de carismas (don del único Espíritu), ministerios
(servicios eclesiales confiados por el único Señor) y actividades que hace posible
el único Dios, fuente de toda realidad (vv. 4-6).
- ¿Cómo reconocer,
entonces, la autenticidad -es decir, la efectiva procedencia divina- de los
distintos carismas, ministerios y actividades presentes en la comunidad? Pablo
lo aclara en el v. 7: «A cada cual se le
concede la manifestación del Espíritu para el bien de todos», o
sea, para hacer crecer todo el cuerpo eclesial en la unidad, «en la medida que conviene a la plena madurez de Cristo»
(Ef 4, 13): por eso el mayor de todos los carismas, el indispensable, el único
que durará para siempre, es la caridad (12, 31 – 13, 13).
CLAVES para la VIDA
- La
acción del Espíritu de Jesús nos anda “por las nubes”; su quehacer es concreto.
Y con vistas a que el anuncio del Evangelio sea más directo y vivo, es el mismo
Espíritu el que trabaja -de forma empeñada- en la construcción de la Comunidad y en la unidad
que requiere. Aquí es donde el apóstol Pablo trata de insistir y, también, de
clarificar, con el objeto de que cada uno de los miembros se sienta, -además de
animado por su fuerza-, consciente de la llamada que ha recibido a construir la
unidad, como el gran signo evangelizador.
- De hecho... “en cada uno se
manifiesta el Espíritu para el bien común...” (v. 7): así de
claro. Por eso, con la bella metáfora de los diversos miembros del cuerpo que,
entre todos, forman una unidad, el apóstol propone el ideal de la comunidad
cristiana: animados por ese Espíritu, somos llamados a vivir en servicio mutuo
con vistas a ser un signo vivo de la misma comunión trinitaria, para así
anunciar el Evangelio y la nueva y definitiva FRATERNIDAD.
- La tarea, hoy y aquí, para nosotros, está definida y
clara. Todavía estamos en camino y... ¡hasta qué punto! Dejarme animar,
vitalmente, por ese Espíritu; sentir y experimentar su deseo y búsqueda de la
comunión; asumir, desde ahí, la tarea del bien común; buscar y empeñarse en la
unidad, en la fraternidad y, desde esas vivencias, SEMBRAR el ANUNCIO de la Buena Nueva...
¡sigue siendo una INMENSA MISIÓN!, realizada a través de los tiempos, pero -al
mismo tiempo-, como quien dice, recién iniciada y necesitada de empeño y de
esfuerzo. ¿Estoy de acuerdo con esta propuesta del mismo Espíritu? ¡Buen ánimo,
hermano/a!
Evangelio: Juan 20,
19-23
“... Al
anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en
una casa, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. En esto entró
Jesús, se puso en medio y les dijo... Paz a vosotros. Como el Padre me ha
enviado, así también os envío yo. Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y
les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les
quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos...”
CLAVES para la LECTURA
- La noche de
pascua, Jesús, a quien el Padre ha resucitado de entre los muertos mediante el
poder del Espíritu Santo (Rom 1, 4), se aparece a los apóstoles reunidos en el
cenáculo y les comunica el don unificador y santificador de Dios. Eso sí, las
puertas están trancadas porque los discípulos temen ser perseguidos por su
relación con el ajusticiado. El miedo será vencido por el saludo pascual, y es
que Jesús atraviesa las barreras externas (las puertas) e internas de los suyos
(el miedo y el desánimo).
- Es el Pentecostés
joáneo, que el evangelista aproxima al tiempo de la resurrección para subrayar
su particular perspectiva teológica: es única la «hora»
a la que tendía toda la existencia terrena de Jesús, es la hora en la que
glorifica al Padre mediante el sacrificio de la cruz y la entrega del Espíritu
en la muerte (19, 3ab, al pie de la letra), y es también, inseparablemente, la
hora en la que el Padre glorifica al Hijo en la resurrección. En esta hora
única Jesús transmite a los discípulos el Espíritu (v. 27) y, con ello, su paz
(vv. 19. 21), su misión (v. 21b) y el poder sobrenatural para llevarla a cabo.
-
El Espíritu, -como se repite en la fórmula sacramental de la absolución-, fue
derramado para la remisión de los pecados. El Cordero de Dios ha tomado sobre
sí el pecado del mundo (1, 29), destruyéndolo en su cuerpo inmolado en la cruz
(Col 2, 13s; Ef 2, 15-18). Y continúa su acción salvífica a través de los
apóstoles, haciendo renacer a una vida nueva y restituyendo a la pureza
originaria a los que se acercan a recibir el perdón de Dios y se abren, a
través de un arrepentimiento sincero, a recibir el don del Espíritu Santo (Hch
2, 38s).
CLAVES para la VIDA
- En esa situación complicada para los primeros
seguidores de Jesús, hasta el punto de estar encerrados y con miedo a causa de
Él, el Señor resucitado se hace presente para “recuperar” a sus amigos. De
hecho, el evangelista nos dice que “sopló”
(v. 22): recuerda, y mucho, a la primera creación del hombre (Gén 2, 7); pero
ahora, con el don del Espíritu, se da una NUEVA CREACIÓN, y nace una nueva
humanidad, más de acuerdo con el proyecto de Dios y llamada a vivir plenamente la COMUNIÓN con el Dios
Creador.
- A partir de esta nueva creación, experimentado por
los apóstoles en su propia vida, reciben el poder de sanar y de curar, desde
las mismas raíces, a la humanidad: “Como el Padre me
ha enviado, así también os envío yo” (v. 21). Ellos continuarán la MISIÓN que el mismo Señor
Jesús ha iniciado; y lo harán con la misma autoridad con que Él lo llevó a
cabo; esto es, por deseo y mandato del mismo Dios-Padre. Así, comparten para
siempre la tarea con Él, con Jesús, y para esta labor tendrán la ayuda
incomparable del Espíritu.
- Y así hasta hoy. El Señor resucitado se hace
presente en mi (nuestra) vida, y vuelve a recrear en mí (en nosotros) esa nueva
condición que Él nos aporta. Experimentado este encuentro, todo es diferente
(desaparece el miedo y el desánimo) y es entonces cuando vuelve a realizar el
ENVÍO: “Como el Padre me ha enviado...”.
Al final de este tiempo de Pascua, ojalá pueda proclamar -sin temor y sin
complejos- que he sido RECREADO por Él y por su Espíritu, y que asumo, con
valor y fuerza, el compromiso que supone el envío. Hermano/a: hemos llegado al
final de este tiempo de gracia que es la Pascua. ¿Qué tal? ¿Cuál ha sido la experiencia
DECISIVA...? ¡Enhorabuena!
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