DOMINGO, día 19 de Enero Jornada Mundial de las Migraciones
Isaías 49, 3. 5-6
“... Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob
y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para
que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra...”
CLAVES para la LECTURA
- La primera lectura recoge parte del segundo cántico del «Siervo de
Yahvé». En total, cuatro composiciones poéticas referidas a un personaje
llamado «Siervo del Señor» (Is 42,
1-9; 49, 1-7; 50, 4-11; 52, 13 – 53, 12). La identificación del siervo resulta,
al menos, misteriosa. Reiterados intentos han querido fijar un nombre y un
rostro para este personaje. Entre otros, han sugerido que se trata del pueblo
de Israel, del mismo profeta, de Ciro, en cuanto libertador de los judíos
desterrados en Babilonia. Sin embargo, ninguno de los «candidatos» se
corresponde plenamente con los requisitos necesarios para ser identificado como
«Siervo de Yahvé», hombre elegido por
Dios, íntegro en su fe, al que se le ha confiado una misión universal. Es
necesario esperar a Jesucristo para encontrar la respuesta satisfactoria y
definitiva.
- El texto actual, en efecto, ha sido elegido para crear una conexión
entre el «Siervo de Yahvé» y el «Cordero de Dios» (del evangelio). Las
dos expresiones denotan en el lenguaje y la teología de Juan el Bautista la
misma realidad. La lectura litúrgica selecciona algunas frases del segundo
canto del siervo para subrayar su misión universal. La frase central, puesta en
los labios de Dios, suena así: «Te
convierto en luz de las naciones para que mi salvación llegue hasta los
confines de la tierra» (v. 6). El peso teológico descansa en la idea de
salvación que llega desde Dios a los hombres por la mediación del siervo;
además, tal salvación alcanza a todos.
- La figura del siervo encuentra pleno cumplimiento en Jesús, la luz
venida al mundo para alumbrar a todos los hombres, el cordero de Dios, que
quita el pecado del mundo. La humanidad no tiene que seguir esperando; por fin,
la esperanza se llena con un contenido preciso.
CLAVES para la VIDA
- El proyecto salvador de Dios ha
alcanzado su madurez y el mismo Dios -a través del Siervo-, lo va a llevar a
cabo. Y, una vez más, se recuerda que no es exclusivo de unos pocos, sino que
está abierto a todos los hombres. Así ha avanzado y caminado la historia de la
salvación y, ahora, el Siervo se convertirá en “luz de las naciones” para cuantos se abren al don, en plenitud, de
Dios. Así, pues, Dios cumple y realiza sus promesas de vida, ofrecidas a los antiguos,
a los “padres” de Israel.
- “Tú eres mi siervo, Israel, y
estoy orgulloso de ti” (v. 3): y es que el mismo espíritu de Dios es quien
anima e impulsa al Siervo. Elegido por el mismo Dios; siervo con fe profunda en
Dios, de quien se ha fiado plenamente; con una misión, encomendada de forma
singular por el mismo Dios. Esto es, el Siervo es alguien disponible para lo
que establezca su Señor, llegando hasta las últimas consecuencias. Por eso,
Dios está “orgulloso” de él. ¡Hermoso cuadro descriptivo y que, para nosotros,
se hará realidad en Jesús de Nazaret y en su vida plenamente al servicio de la
Buena Noticia de Dios y del Reino!
- ¡Realmente sugerente este “Siervo” que se nos ofrece en la reflexión
del profeta! Con conciencia clara de haber sido elegido por Dios mismo;
confiado hasta el tope de ese Dios y de su fidelidad; con una misión asumida y
que es poner en marcha el proyecto salvador de Dios... Sugerente el hecho de
descubrir que, ese Siervo “en plenitud”, ha sido Jesús; pero, también, el asumir
que de esa MISIÓN participo, como estrecho colaborador, con otros hermanos y
hermanas; y que todavía queda tarea en esa lucha por “quitar el pecado del mundo” (Evangelio de hoy). Hermano/a, tenemos
labor por realizar. ¡Ánimo!
1 Corintios 1, 1-3
“... Yo, Pablo, llamado a ser
apóstol de Jesucristo, por voluntad de Dios, y Sóstenes, nuestro hermano,
escribimos a la Iglesia de Dios en Corinto, a los consagrados por Jesucristo,
al pueblo santo que él llamó y a todos los demás que en cualquier lugar invocan
el nombre de Jesucristo Señor nuestro y de ellos. La gracia y la paz de parte
de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros...”
CLAVES para la LECTURA
- Es el comienzo de la carta de Pablo
a la comunidad de Corinto, y encontramos, como de costumbre, el saludo y sus
elementos tradicionales: el remitente, el destinatario y el anuncio inicial. En
seguida aparece una profusión de títulos y concreciones que acompañan tanto al
remitente como a los destinatarios.
- El nombre de Pablo, engrandecido con el título de «apóstol», certifica el origen de su misión. Y si no fuese
suficiente, el doble añadido -apóstol «de
Cristo Jesús» y «por voluntad de
Dios» (y. 1)- insiste en la sacralidad y oficialidad de su cometido. Lejos
de ser un título vanidoso, la conciencia apostólica de Pablo sirve para
revalorizar su modo de hablar y actuar. Pablo no actúa en nombre propio, ni
decide según criterios puramente humanos. Él es fundamentalmente un «llamado»
que responde a la solicitud divina. Pablo asocia consigo a Sóstenes,
designándolo «hermano»; existe una
delicada voluntad de asociarlo como colaborador al trabajo apostólico; el
apóstol nunca actúa como un marinero solitario; su vocación divina lo pone en
comunión con todos aquellos que Dios llama a su servicio.
- Los destinatarios de la carta son todos los creyentes, «la Iglesia de Dios», expresión
preferida de Pablo. El término ekklesía
indica la asamblea litúrgica convocada por Dios para ser su pueblo santo
mediante una vocación especial. Esta nueva comunidad, con respecto de Israel,
está marcada con el sello pascual y tiene en Jesús al verdadero cordero
inmolado. Se encuentra mencionada en referencia a una ciudad: «en Corinto», y la especificación
consiste en indicar una iglesia local. La iglesia, sin embargo, es la realidad
nacida de la confluencia entre el amor trinitario y la aceptación del hombre.
- El anuncio inicial está compuesto por un binomio que permanecerá
invariable en todas las cartas: «gracia y
paz», dones que tienen en el Padre y en Cristo su manantial; expresan la
comunión con Dios, en cuanto don gratuito, que viene de lo alto («gracia») y perdura, gracias a la
colaboración humana («paz»). El
inicio de la carta ofrece una entonación teológica que presagia la sinfonía que
se desarrollará a continuación.
CLAVES para la VIDA
- Como el “Siervo” de la primera lectura, aquí Pablo se siente “apóstol”,
también escogido por designio de Dios y para llevar a cabo la misión de reunir
en torno a Jesucristo a la nueva comunidad, en este caso de Corinto, pero
abierto a tantas y tantas realidades y comunidades, a través de los tiempos y
de los lugares. También aquí se manifiesta una conciencia clara de VOCACIÓN, de
llamada del mismo Dios. He aquí la “clave” desde la que vive y se presen-ta el
apóstol.
- Y es que los miembros de la nueva comunidad han sido, también, “consagrados por Jesucristo”. Si en el
texto del Siervo se anunciaba su misión como “ser luz de las nacio-nes”, aquí ya está presente ése que lleva a
cabo dicha misión: es Jesucristo quien realiza el plan de Dios, “consagrando”
al pueblo y haciéndolo “santo”. Es la nueva realidad, eso sí, abierta a todos,
de manera que Pablo se siente “apóstol de
los gentiles”, de partida, excluidos del don salvífico, al no pertenecer al
pueblo elegido.
- No se puede negar la fuerza que produce el tener una conciencia clara
de la vocación, de la llamada. En este caso, en el apóstol Pablo: él se siente
apóstol “por voluntad de Dios” en esa
tarea que le ha sido encomendada, y a la que asocia a otros “hermanos” para el
trabajo de la evangelización. Siempre resulta sugerente este Pablo, también
hoy, para mí, para nosotros, que seguimos compartiendo la Misión de Jesús.
Recuperar y cuidar esa conciencia “vocacional”; sentir que la fuerza está en
Él, en el que nos ha animado a compartir la misión... ¡he ahí el secreto!
Necesario ser consciente, muy consciente de ello, hermano/a! ¡Sólo así será
posible...!
Evangelio: Juan 1, 29-34
“...
Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que viene hacia él, exclama: Éste es el
cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo dije:
tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que
yo...”
CLAVES para la LECTURA
- La solemne apertura del evangelio había presentado a la Palabra eterna
del Padre entrando en la historia de los hombres y convirtiéndose en Jesús de
Nazaret. Era necesario encontrar un nexo para que Jesús pudiera vincularse
concretamente en la historia. Todos los profetas habían hablado de él. El
último, dotado de un carisma particular, el «precursor», se llama Juan: el
portavoz del actual texto evangélico.
- En un estupendo primer plano, el Bautista es presentado como el testigo
leal. Ése que empeña todo su ser en hablar de Jesús, reconociéndolo como el
Mesías y proporcionando las credenciales fundamentales. Su testimonio se
expresa con tres frases de recia teología: Jesús es «el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (v. 29); el
Espíritu se ha posado sobre él y permanece de forma estable (v. 32); Jesús es
el elegido de Dios, es decir, el «Hijo de
Dios» (v. 34). Son tres afirmaciones, ligadas entre sí, que desvelan la
idea que tiene Juan sobre el Mesías. Las tres imágenes encuentran
correspondencia parcial en los cantos del «Siervo de Yahvé» y el porqué de su
elección como primera lectura.
- La obra principal de Jesús consiste en «quitar el pecado del mundo».
Para Juan, el evangelista, existe un único pecado: rechazar la Luz que ha
venido al mundo para iluminar a todos los hombres (Jn 1, 9). Rechazar a Cristo
es el mayor y único pecado; las demás transgresiones (pecados) son
manifestaciones incompletas. Jesús cumplirá esta colosal obra de reconciliación
entre Dios y el hombre porque él mismo es Dios. El texto lo dice claramente. La
escena del bautismo sirve para mostrar la presencia del Espíritu, que desciende
sobre Jesús y permanece sobre él.
CLAVES para la VIDA
- Está claro que el testimonio de
Juan tiene como finalidad suscitar la fe del discípulo en la persona de Jesús.
El Bautista ha visto al Espíritu “permanecer”
sobre Jesús. Esto provoca el anuncio de que Jesús es verdaderamente el Mesías,
el Elegido de Dios. Ahí resuenan las
palabras “mágicas” escuchadas en el Bautismo: “Éste es mi Hijo amado”.
- Con esto estamos ya al inicio
de los tiempos nuevos: ha comenzado ya para la humanidad el camino de retorno
al Padre, se ha puesto en marcha la creación del nuevo Israel. Hasta el Jordán,
el Espíritu moraba en Jesús, pero como escondido y en silencio; sólo ahora el
Padre lo consagra en su misión profética y mesiánica.
- Y ahora es sobre cada creyente
sobre el que se posa el Espíritu del Señor y está llamado a dar testimonio de
que el único camino de salvación para el hombre es el recorrido por Cristo, y
no las fáciles ilusiones prometidas por otros libertadores de pacotilla. Aquí
nos encontramos nosotros, los creyentes y seguidores de Jesús, hoy, llamados a
acoger ese don de Jesús y enviados para darlo a conocer a los que todavía no
han tenido la suerte de encontrarse con Él. ¡Es nuestra misión, hermano/a!
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