sábado, 24 de mayo de 2014


DOMINGO, día 25 de Mayo                       PASCUA – 6ª semana

 

  
 


 

 

Hechos de los Apóstoles 8, 5-8. 14-17

 

“... Felipe bajó a la ciudad de Samaría y predicaba allí a Cristo... Cuando los apóstoles, que estaban en Jerusalén, se enteraron de que Samaría había recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan, ellos bajaron hasta allí y oraron por los fieles, para que recibieran el Espíritu Santo...”

 
CLAVES para la LECTURA

 - La persecución desencadenada contra los discípulos tras el martirio de Esteban provoca su dispersión fuera de Jerusalén, con excepción de los apóstoles (vv. 1-4). Es una nueva siembra de la Palabra (Mc 4, 3), mediante la cual se va cumpliendo el programa trazado por Jesús antes de la ascensión, cuando afirmaba que es preciso dar testimonio de él, más allá de Jerusalén, en Judea y en Samaría y hasta los confines de la tierra (Hch 1, 8).

 - El diácono Felipe se pone a predicar el Evangelio a los samaritanos y encuentra los ánimos bien dispuestos, ávidos de escuchar sus palabras, entusiasmados por los milagros que acompañan y confirman la predicación. Estos samaritanos muestran la autenticidad de su adhesión a Cristo mediante una conversión concreta. En efecto, los que reciben el anuncio de la salvación no vacilan en rechazar la fascinación ilusoria de la magia (vv. 9-13).

 - La fe se convierte en vida, y vida inundada por una «gran alegría», don del Espíritu: es el Espíritu quien empuja a los discípulos, guía la actividad misionera y hace crecer la Iglesia, no sólo en extensión, sino también en cohesión y unidad. Aunque alejadas desde el punto de vista geográfico, las distintas comunidades permanecen, en efecto, sólidamente arraigadas en el fundamento de los apóstoles (Ef 2, 20). Estos últimos deciden, de manera unánime, enviar desde Jerusalén a Pedro y Juan. En consecuencia, bajan a Samaría para transmitirles, mediante la imposición de las manos, el don del Espíritu del Resucitado (Jn 20, 22s), una tarea propia del ministerio de los apóstoles. De este modo se establece un vínculo de comunión que edifica la Iglesia en la unidad.

 
CLAVES para la VIDA

 
- La primera comunidad de Jesús se abre a la tarea y la va realizando, aunque el punto de partida sea una persecución con motivo del martirio de Esteban. Así hace bueno el programa del mismo Jesús, de que la Buena Nueva era necesario hacerla llegar a todos los rincones. Empujados por el Espíritu, asumen nuevos desafíos de evangelización con las dificultades que conlleva y siempre cuidando la unidad con las otras comunidades y con los mismos apóstoles.

 - Eso sí: esa evangelización, animada por el Espíritu, incluye palabra-mensaje-anuncio, pero también los signos de vida, haciendo realidad la Buena Nueva que aporta Jesús y el encuentro con Él. De este modo, el mismo actuar y estilo utilizado por Jesús se vuelve hacer presente en las diversas circunstancias y situaciones de la vida. Aquí radica la fuerza de aquel anuncio; la consecuencia es que “... la ciudad se llenó de alegría” (v. 8), y es que donde penetra el Evangelio transforma la realidad.

 - Interesante descubrir lo que vive la primera comunidad de los seguidores de Jesús: ante la dificultad y la persecución, se expande, llevando la Buena Nueva a los distintos rincones; en vez de achicarse, se pone en marcha. Pero es que su anuncio va acompañado de signos de vida, que provocan una gozosa acogida entre las gentes. Por lo tanto, el kerigma está unido a la vida, transformándola. Y aquí nos encontramos nosotros, anunciadores, hoy, del Evangelio: acaso... ¿achicados? ¿Nuestro mensaje va acompañado con los signos que realizan aquello que anuncian...? ¡Vaya desafío que tenemos delante! ¿Qué tal, hermano/a?

  

1 Pedro 3, 15-18

 
“... Porque también Cristo murió una vez por los pecados y una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios. Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida...”

 

CLAVES para la LECTURA


 
- Si queremos ser auténticos cristianos -afirma Pedro- no podemos evitar la persecución, sea cual sea la condición social a la que pertenezcamos. Para glorificar con nuestra vida el nombre de Cristo, es preciso no tener miedo de sufrir. El apóstol, citando Is 8, 12b-13, exhorta a permanecer unidos al Señor. De ahí brota la fuerza limpia cuando se da razón de la propia fe. Si en el mundo domina la violencia, el cristiano debe resplandecer por la virtud de la fortaleza, que le hace manso y dulce en las palabras, siempre dispuesto a obrar conforme al Evangelio, y por eso incontestable (v. 16). En esas condiciones, cualquier sufrimiento padecido será «un sacrificio santo y agradable a Dios» (Rom 12, 1), unido al de Cristo (v. 17).

 - Él, con su muerte expiatoria, ha liberado de la esclavitud del pecado a los hombres de todos los tiempos, tal como había profetizado Isaías (53, 11b) del Siervo de Yahvé. De este modo, toda la humanidad es reconducida a Dios, en calidad de ofrenda consagrada a él.
 
- El final de la perícopa (v. 18b) expresa de modo recargado y lapidario el significado de la pascua del Señor: «En cuanto hombre sufrió la muerte» -por haber asumido la carne de la humanidad para poder cargar sobre sí y expiar el pecado del hombre-, pero «fue devuelto a la vida por el Espíritu», porque el amor que le impulsó a la entrega total de sí mismo es más fuerte que la muerte. En este paso -pascua- se revela la gloria de Dios. Sólo adorando en su propio corazón este misterio, tendrá el cristiano la fuerza necesaria para hacer frente a la persecución como su Señor, y dará testimonio con la palabra y con la vida de la esperanza que lo sostiene.

 
CLAVES para la VIDA

 - Imitar y seguir al Maestro no es algo teórico o ilusorio, sino que conlleva correr la misma suerte que Él, incluso de consecuencias fatales, como la persecución. El seguimiento, pues, lleva adosado la cruz y el sufrimiento. Así, esa ofrenda sacrificial del seguidor, unida  a la del mismo Señor, se convierte en ofrenda agradable a Dios; y también le posibilita el vivir el “paso”, la Pascua, por la fuerza del mismo Espíritu. Por lo tanto, el seguidor participa de la suerte de Cristo, el Señor, en todos los aspectos.

 - Así, el apóstol anima a los seguidores de Jesús: “estad siempre prontos a dar razón de nuestra esperanza a todo el que os la pidiere...” (v. 15): desde la participación en la vida y entrega de Cristo, desde ahí puede dar razón de su esperanza, que es la que le hace mantenerse en la fidelidad y viviendo el mismo estilo de su Señor. De este modo, el Espíritu volverá a realizar su tarea; esto es, “devolver a la vida” (v. 18) a quienes así viven, como sucedió con el mismo Señor Jesús.

 - Aquí nos encontramos nosotros en medio de nuestra cultura, que también necesita de testigos que “den razón de la esperanza”, en medio de tantas realidades que “hablan” de otras cosas. Asumir, pues, que el seguimiento conlleva sufrimiento y cruz; desear y buscar que el mismo Espíritu que animó a Jesús me siga fortaleciendo y empujando para vivir participando de su causa; y, desde ahí, seguir ofreciendo esa “pequeña razón” de la esperanza... ¡toda una tarea y misión, hoy y aquí! ¡No hay más remedio que asumirlo! ¿Qué tal te encuentras de ánimos, hermano/a? ¿Con buen temple o...?

 
Evangelio: Juan 14, 15-21

 

“... Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad... No os dejaré desamparados, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo...”

 
CLAVES para la LECTURA

 

- En el «discurso de despedida», Jesús ayuda a sus discípulos a comprender el sentido y el valor de su «ir al Padre», y les consuela por la pena que esta separación produce en ellos. Ese consuelo toma el significado concreto de una salida de sí para adherirse plenamente a la voluntad de Dios. La pascua estará completa si también los discípulos hacen su éxodo como Cristo. El éxodo que deben realizar no es ya de naturaleza geográfica, sino de orden espiritual, y se condensa en una actitud de obediencia: «Si me amáis, obedeceréis mis mandamientos» (v. 15).

 - El amor a Jesús no es un sentimiento, sino una vida fiel a su Palabra; tampoco es un sentimiento el amor de Jesús por los hombres. El amor es una persona, es Dios mismo, es el Espíritu Santo, que une al Hijo con el Padre en la eternidad y que ha sido derramado en el corazón de los creyentes (Rom 5, 5). En el cuarto evangelio se designa al Espíritu con un término tomado del vocabulario forense: Paráclito, «abogado defensor» o, mejor aún -puesto que esta función era desconocida para el derecho judío-, el «testigo a favor». De ahí la traducción: «Consolador». Jesús es el primer «paráclito» enviado por el Padre: tras su partida intercederá ante Dios para que envíe «otro paráclito», que permanecerá para siempre con los suyos. El «mundo» ignora su presencia, porque no es perceptible a los sentidos, aunque quienes están atentos a las cosas de Dios la conocen.

 - En la vida de la Iglesia todo se mueve al son del Espíritu: él es quien ora en los que oran; él es quien guía a la verdad completa; es también él quien mueve al arrepentimiento a los que han caído en pecado y abre los corazones a la conversión; él es quien hace comprender la inefable unidad entre el Padre y Jesús, y quien introducirá en ella a los discípulos (v. 20). Su presencia es para cada hombre la prenda de la misma vida eterna (v. 19), de la manifestación plena del rostro de Dios y de la comunión total con él: «El que acepta mis preceptos y los pone en práctica, ése me ama... y me manifestaré a él» (v. 21).

 CLAVES para la VIDA

 - La “Hora” de Jesús ya está cerca; no le han dejado más tiempo. Él ha sido el primer paráclito (el defensor) enviado por el Padre. A pesar de las dificultades en ciertos momentos, los discípulos se han sentido seguros a su lado. Pero, ahora, es necesario que sientan una NUEVA -y que será definitiva- vinculación con el Maestro. Esta nueva realidad será posible por la acción especialísima del “Espíritu de la verdad”, el gran don que Jesús regala a los suyos y que no les abandonará NUNCA.

 - La tarea del Espíritu será decisiva: ser testigo de la verdad en medio de los seguidores, de todo cuanto Jesús ha dicho y realizado; esto es, memoria constante y viva. Trabajar la comprensión y la aceptación de la comunión del Padre con Jesús, y de Jesús con sus seguidores. Realizar y llevar a cabo la obra iniciada por Jesús en los discípulos y que se resume en el cumplimiento de los mandamientos; esto es, en el amor. Asimismo, ese continuo “revelarse” de Jesús y del Padre a cuantos viven y siguen el camino de Jesús. Por lo tanto, el Espíritu será el defensor que esté con los seguidores para llevar adelante la CAUSA de Jesús.

 - Muy sugerente cuanto en la despedida de Jesús con los suyos se nos revela y ofrece. Saber que no estaré solo en la tarea; más bien, la garantía constante de su presencia... es lo que produce la seguridad de cara a la Misión. El saber que su mismo Espíritu estará presente siempre y en las labores de ser una especie de “testigo a favor” junto a mí... es la palabra y la promesa de Jesús. Sólo así podré ir comprendiendo cuanto de hermoso se me sigue ofreciendo de la comunión de Jesús y su Padre; y sólo así podré experimentar el amor del Padre con todo lo que supone de gozo y alegría en la lucha. Por lo tanto, “no os dejaré huérfanos...” (v. 18): es la garantía, hermano/a. ¿Queda claro?

 

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