MARTES, día 24 abril
Hechos de los Apóstoles 7, 51 – 8, 1a
“...
Esteban, lleno de Espíritu Santo, fijó la mirada en el cielo, vio la gloria de
Dios y a Jesús de pie a la derecha de Dios, y dijo: Veo el cielo abierto y al
Hijo del Hombre de pie a la derecha de Dios... Los testigos dejando sus capas a
los pies de un joven llamado Saulo, se pusieron también a apedrear a Esteban
que repetía esta invocación: Señor Jesús recibe mi espíritu. Luego... no les
tengas en cuenta este pecado...”
CLAVES para la LECTURA
- Primer cuadro: recoge la parte
conclusiva del discurso de Esteban, un discurso durísimo. En él lee la historia de Israel como la historia de un
pueblo de dura cerviz, de corazón y de oídos incircuncisos, siempre opuestos al
Espíritu Santo. Mientras Pedro intenta excusar de algún modo en sus discursos a
sus interlocutores, casi maravillándose del error fatal de la condena a muerte
de Jesús, Esteban afirma, en sustancia, que no podían dejar de condenar a
Jesús, dado que siempre han perseguido a los profetas enviados por Dios. Se
trata de una lectura extremadamente negativa de toda la historia de Israel. Una
lectura que no podía dejar de suscitar una reacción violenta.
- Segundo cuadro: el martirio de
Esteban. Éste, frente al furor de la asamblea, que está fuera de sí, aparece ahora
situado mucho más allá y muy por encima de todo y de todos, en un lugar donde
contempla la gloria de Dios y a Jesús, resucitado, de pie a la derecha del
Padre. El primer mártir se dirige sereno al encuentro con la muerte, gozando
del fruto de la muerte solitaria de Jesús. Éste, ahora Señor glorioso, anima a
sus testigos mostrando “los
cielos abiertos”, que se ofrecen como la meta gloriosa, ahora próxima.
- Muere sereno y tranquilo, confiando su
espíritu al Señor Jesús, del mismo modo que éste lo había confiado al Padre. La lapidación, que tenía lugar fuera de la ciudad, era
la suerte reservada a los blasfemos: Esteban no tiene miedo de proclamar la
divinidad de Jesús y, en este clima enardecido, debe morir. Saulo, el que
habría de proseguir la obra innovadora de Esteban, extendiéndola a los paganos,
resulta que está de acuerdo con este asesinato.
CLAVES para la
VIDA
- Impresiona la lectura, clara y dura, que
Esteban realiza de toda la historia de Israel como pueblo: su actitud de
rechazo a los planes de vida que Dios tiene; de ahí que persiga a los enviados
de Dios, que han sido los profetas; y, por lo mismo, han rechazado y condenado
al mismo Jesús, no reconociendo en Él la presencia definitiva de Dios. La ceguera de Israel es todo un símbolo ante la oferta
que en Jesús se sigue dando, también hoy.
- La semejanza entre la muerte del Maestro
y del testigo Esteban es grande; las claves son prácticamente idénticas:
serenidad y confianza en el Padre; el perdón a sus verdugos en el momento
crucial de la muerte; incluso, la acusación de “blasfemo” y la ejecución “fuera
de la ciudad”... Está claro que el testigo Esteban se ha forjado en la misma Escuela que
Jesús y se produce una fuerte identidad con todo el planteamiento del Maestro.
- Una inmensa invitación para mí, para
nosotros, hoy y aquí: participar vivamente de la ESCUELA de Jesús; irme identificando con cuanto él mismo vive y propone; llevarlo a
la vida y testimoniarlo con todas las consecuencias... ¡he ahí el CAMINO a seguir! Sólo desde la experiencia
PASCUAL será posible.
Evangelio: Juan 6, 30-35
“...
Jesús les replicó: Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo sino
que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios
es el que baja del cielo y da vida al mundo. Entonces le dijeron: Señor danos
siempre de este pan. Jesús les contestó: Yo soy el pan de vida. El que viene a
mí no pasará hambre y el que cree en mí no pasará sed...”
CLAVES para la
LECTURA
- La muchedumbre, a pesar de las variadas
pruebas dadas por Jesús en el fragmento anterior, no se muestra satisfecha aún
ni con sus signos ni con sus palabras, y pide más garantías para poder creerle
(v. 30). El milagro de los panes no es suficiente; quieren un signo particular y más
estrepitoso que todos los que ha hecho ya. La muchedumbre y Jesús tienen una
concepción diferente del “signo”. El Maestro exige una fe sin condiciones en su
obra; la muchedumbre, en cambio, fundamenta su fe en milagros extraordinarios
que ha de ver con sus propios ojos.
- Nos encontramos aquí frente a un texto
que manifiesta una viva controversia, surgida en tiempos del evangelista, entre
la sinagoga y la Iglesia en torno a la misión de
Jesús. Éste no se dejó llevar por sueños humanos ni se hizo fuerte en los
milagros, sino que buscó sólo la voluntad del Padre. La muchedumbre quiere el
nuevo milagro del maná (Sal 78, 24) para reconocer al verdadero profeta
escatológico de los tiempos mesiánicos. Pero Jesús, en realidad, les da el
verdadero maná, porque su alimento es muy superior al que comieron los padres
en el desierto: él da a todos la vida eterna. Ahora bien, sólo quien tiene fe
puede recibirla como don. El verdadero alimento no está en el don de Moisés ni
en la Ley, como pensaban los interlocutores de Jesús, sino en el don del Hijo
que el Padre regala a los hombres, porque él es el verdadero “pan
de Dios que viene del cielo” (v. 33).
- En un determinado momento, la
muchedumbre da la impresión de haber comprendido: “Señor, danos siempre de
ese pan” (v. 34). Pero la verdad es que la gente no comprende el valor de lo que piden y anda
lejos de la verdadera fe. Entonces Jesús, excluyendo cualquier equívoco,
precisa: “Yo soy el pan de vida. El que
viene a mí no volverá a tener hambre” (v. 35). Él es el don del amor, hecho por el Padre a cada hombre. Él es la Palabra que debemos creer.
Quien se adhiere a él da sentido a su propia vida y alcanza su propia
felicidad.
CLAVES para la
VIDA
- El carácter mágico vuelve a aparecer en
escena; eso es lo que el pueblo quiere de Jesús: que realice un “signo” que
lleve, de forma automática, a la aceptación plena del Profeta. En la catequesis, el evangelista presenta a Jesús como
aquel que, en continuidad pero superando el signo del maná, ofrece ahora el Pan
definitivo, aquel que puede saciar su hambre más vital y profunda. Llegar a ese
encuentro en fe, es necesario para superar otras pretensiones cuasi mágicas.
- La insistencia de Jesús es volver a lo
original: la voluntad y el querer del Padre. Ahí radica todo el secreto y ahí se encuentra la plenitud. Y Él, Jesús, lo
vive de manera única, plena y total; su identidad con ese proyecto del Padre es
tal, que hacer su voluntad es verdadero alimento, aquello que le da fuerzas
para seguir “haciendo el bien”. Llegar a ese punto y a esa situación es el
objetivo de todo proceso de fe, la que conlleva una madurez que supera estadios
anteriores.
- También al creyente y al hombre de hoy,
Jesús se ofrece como aquel que puede saciar su hambre más profunda y vital; e
incluso brinda un camino para poderlo vivir: conocer y experimentar el proyecto
del Padre-Dios. En Jesús “toma cuerpo” y se hace visible ese plan de vida. Gustarlo y
disfrutarlo, es el objetivo de esta Pascua. ¡Ánimo, hermano/a!
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