sábado, 18 de enero de 2014



DOMINGO, día 19 de Enero                                    Jornada Mundial  de las Migraciones
 
                                   
 
 
 

 
 
 

Isaías 49, 3. 5-6


“... Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob y conviertas a los supervivientes de Israel; te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra...”

 
CLAVES para la LECTURA

 
- La primera lectura recoge parte del segundo cántico del «Siervo de Yahvé». En total, cuatro composiciones poéticas referidas a un personaje llamado «Siervo del Señor» (Is 42, 1-9; 49, 1-7; 50, 4-11; 52, 13 – 53, 12). La identificación del siervo resulta, al menos, misteriosa. Reiterados intentos han querido fijar un nombre y un rostro para este personaje. Entre otros, han sugerido que se trata del pueblo de Israel, del mismo profeta, de Ciro, en cuanto libertador de los judíos desterrados en Babilonia. Sin embargo, ninguno de los «candidatos» se corresponde plenamente con los requisitos necesarios para ser identificado como «Siervo de Yahvé», hombre elegido por Dios, íntegro en su fe, al que se le ha confiado una misión universal. Es necesario esperar a Jesucristo para encontrar la respuesta satisfactoria y definitiva.

 - El texto actual, en efecto, ha sido elegido para crear una conexión entre el «Siervo de Yahvé» y el «Cordero de Dios» (del evangelio). Las dos expresiones denotan en el lenguaje y la teología de Juan el Bautista la misma realidad. La lectura litúrgica selecciona algunas frases del segundo canto del siervo para subrayar su misión universal. La frase central, puesta en los labios de Dios, suena así: «Te convierto en luz de las naciones para que mi salvación llegue hasta los confines de la tierra» (v. 6). El peso teológico descansa en la idea de salvación que llega desde Dios a los hombres por la mediación del siervo; además, tal salvación alcanza a todos.

 
- La figura del siervo encuentra pleno cumplimiento en Jesús, la luz venida al mundo para alumbrar a todos los hombres, el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. La humanidad no tiene que seguir esperando; por fin, la esperanza se llena con un contenido preciso.

 
CLAVES para la VIDA

 
- El proyecto salvador de Dios ha alcanzado su madurez y el mismo Dios -a través del Siervo-, lo va a llevar a cabo. Y, una vez más, se recuerda que no es exclusivo de unos pocos, sino que está abierto a todos los hombres. Así ha avanzado y caminado la historia de la salvación y, ahora, el Siervo se convertirá en “luz de las naciones” para cuantos se abren al don, en plenitud, de Dios. Así, pues, Dios cumple y realiza sus promesas de vida, ofrecidas a los antiguos, a los “padres” de Israel.

 - “Tú eres mi siervo, Israel, y estoy orgulloso de ti” (v. 3): y es que el mismo espíritu de Dios es quien anima e impulsa al Siervo. Elegido por el mismo Dios; siervo con fe profunda en Dios, de quien se ha fiado plenamente; con una misión, encomendada de forma singular por el mismo Dios. Esto es, el Siervo es alguien disponible para lo que establezca su Señor, llegando hasta las últimas consecuencias. Por eso, Dios está “orgulloso” de él. ¡Hermoso cuadro descriptivo y que, para nosotros, se hará realidad en Jesús de Nazaret y en su vida plenamente al servicio de la Buena Noticia de Dios y del Reino!

 - ¡Realmente sugerente este “Siervo” que se nos ofrece en la reflexión del profeta! Con conciencia clara de haber sido elegido por Dios mismo; confiado hasta el tope de ese Dios y de su fidelidad; con una misión asumida y que es poner en marcha el proyecto salvador de Dios... Sugerente el hecho de descubrir que, ese Siervo “en plenitud”, ha sido Jesús; pero, también, el asumir que de esa MISIÓN participo, como estrecho colaborador, con otros hermanos y hermanas; y que todavía queda tarea en esa lucha por “quitar el pecado del mundo” (Evangelio de hoy). Hermano/a, tenemos labor por realizar. ¡Ánimo!

 

1 Corintios 1, 1-3

 
“... Yo, Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo, por voluntad de Dios, y Sóstenes, nuestro hermano, escribimos a la Iglesia de Dios en Corinto, a los consagrados por Jesucristo, al pueblo santo que él llamó y a todos los demás que en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo Señor nuestro y de ellos. La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros...”

 

CLAVES para la LECTURA

 
- Es el comienzo de la carta de Pablo a la comunidad de Corinto, y encontramos, como de costumbre, el saludo y sus elementos tradicionales: el remitente, el destinatario y el anuncio inicial. En seguida aparece una profusión de títulos y concreciones que acompañan tanto al remitente como a los destinatarios.

 - El nombre de Pablo, engrandecido con el título de «apóstol», certifica el origen de su misión. Y si no fuese suficiente, el doble añadido -apóstol «de Cristo Jesús» y «por voluntad de Dios» (y. 1)- insiste en la sacralidad y oficialidad de su cometido. Lejos de ser un título vanidoso, la conciencia apostólica de Pablo sirve para revalorizar su modo de hablar y actuar. Pablo no actúa en nombre propio, ni decide según criterios puramente humanos. Él es fundamentalmente un «llamado» que responde a la solicitud divina. Pablo asocia consigo a Sóstenes, designándolo «hermano»; existe una delicada voluntad de asociarlo como colaborador al trabajo apostólico; el apóstol nunca actúa como un marinero solitario; su vocación divina lo pone en comunión con todos aquellos que Dios llama a su servicio.

 - Los destinatarios de la carta son todos los creyentes, «la Iglesia de Dios», expresión preferida de Pablo. El término ekklesía indica la asamblea litúrgica convocada por Dios para ser su pueblo santo mediante una vocación especial. Esta nueva comunidad, con respecto de Israel, está marcada con el sello pascual y tiene en Jesús al verdadero cordero inmolado. Se encuentra mencionada en referencia a una ciudad: «en Corinto», y la especificación consiste en indicar una iglesia local. La iglesia, sin embargo, es la realidad nacida de la confluencia entre el amor trinitario y la aceptación del hombre.

 - El anuncio inicial está compuesto por un binomio que permanecerá invariable en todas las cartas: «gracia y paz», dones que tienen en el Padre y en Cristo su manantial; expresan la comunión con Dios, en cuanto don gratuito, que viene de lo alto («gracia») y perdura, gracias a la colaboración humana («paz»). El inicio de la carta ofrece una entonación teológica que presagia la sinfonía que se desarrollará a continuación.

 
CLAVES para la VIDA

 
- Como el “Siervo” de la primera lectura, aquí Pablo se siente “apóstol”, también escogido por designio de Dios y para llevar a cabo la misión de reunir en torno a Jesucristo a la nueva comunidad, en este caso de Corinto, pero abierto a tantas y tantas realidades y comunidades, a través de los tiempos y de los lugares. También aquí se manifiesta una conciencia clara de VOCACIÓN, de llamada del mismo Dios. He aquí la “clave” desde la que vive y se presen-ta el apóstol.

 - Y es que los miembros de la nueva comunidad han sido, también, “consagrados por Jesucristo”. Si en el texto del Siervo se anunciaba su misión como “ser luz de las nacio-nes”, aquí ya está presente ése que lleva a cabo dicha misión: es Jesucristo quien realiza el plan de Dios, “consagrando” al pueblo y haciéndolo “santo”. Es la nueva realidad, eso sí, abierta a todos, de manera que Pablo se siente “apóstol de los gentiles”, de partida, excluidos del don salvífico, al no pertenecer al pueblo elegido.

 - No se puede negar la fuerza que produce el tener una conciencia clara de la vocación, de la llamada. En este caso, en el apóstol Pablo: él se siente apóstol “por voluntad de Dios” en esa tarea que le ha sido encomendada, y a la que asocia a otros “hermanos” para el trabajo de la evangelización. Siempre resulta sugerente este Pablo, también hoy, para mí, para nosotros, que seguimos compartiendo la Misión de Jesús. Recuperar y cuidar esa conciencia “vocacional”; sentir que la fuerza está en Él, en el que nos ha animado a compartir la misión... ¡he ahí el secreto! Necesario ser consciente, muy consciente de ello, hermano/a! ¡Sólo así será posible...!

  

Evangelio: Juan 1, 29-34

 
“... Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que viene hacia él, exclama: Éste es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste es aquel de quien yo dije: tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo...”

 
CLAVES para la LECTURA

 
- La solemne apertura del evangelio había presentado a la Palabra eterna del Padre entrando en la historia de los hombres y convirtiéndose en Jesús de Nazaret. Era necesario encontrar un nexo para que Jesús pudiera vincularse concretamente en la historia. Todos los profetas habían hablado de él. El último, dotado de un carisma particular, el «precursor», se llama Juan: el portavoz del actual texto evangélico.

 - En un estupendo primer plano, el Bautista es presentado como el testigo leal. Ése que empeña todo su ser en hablar de Jesús, reconociéndolo como el Mesías y proporcionando las credenciales fundamentales. Su testimonio se expresa con tres frases de recia teología: Jesús es «el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (v. 29); el Espíritu se ha posado sobre él y permanece de forma estable (v. 32); Jesús es el elegido de Dios, es decir, el «Hijo de Dios» (v. 34). Son tres afirmaciones, ligadas entre sí, que desvelan la idea que tiene Juan sobre el Mesías. Las tres imágenes encuentran correspondencia parcial en los cantos del «Siervo de Yahvé» y el porqué de su elección como primera lectura.

 - La obra principal de Jesús consiste en «quitar el pecado del mundo». Para Juan, el evangelista, existe un único pecado: rechazar la Luz que ha venido al mundo para iluminar a todos los hombres (Jn 1, 9). Rechazar a Cristo es el mayor y único pecado; las demás transgresiones (pecados) son manifestaciones incompletas. Jesús cumplirá esta colosal obra de reconciliación entre Dios y el hombre porque él mismo es Dios. El texto lo dice claramente. La escena del bautismo sirve para mostrar la presencia del Espíritu, que desciende sobre Jesús y permanece sobre él.

 
CLAVES para la VIDA

 
- Está claro que el testimonio de Juan tiene como finalidad suscitar la fe del discípulo en la persona de Jesús. El Bautista ha visto al Espíritu “permanecer” sobre Jesús. Esto provoca el anuncio de que Jesús es verdaderamente el Mesías, el Elegido de Dios. Ahí  resuenan las palabras “mágicas” escuchadas en el Bautismo: “Éste es mi Hijo amado”.

 - Con esto estamos ya al inicio de los tiempos nuevos: ha comenzado ya para la humanidad el camino de retorno al Padre, se ha puesto en marcha la creación del nuevo Israel. Hasta el Jordán, el Espíritu moraba en Jesús, pero como escondido y en silencio; sólo ahora el Padre lo consagra en su misión profética y mesiánica.

 - Y ahora es sobre cada creyente sobre el que se posa el Espíritu del Señor y está llamado a dar testimonio de que el único camino de salvación para el hombre es el recorrido por Cristo, y no las fáciles ilusiones prometidas por otros libertadores de pacotilla. Aquí nos encontramos nosotros, los creyentes y seguidores de Jesús, hoy, llamados a acoger ese don de Jesús y enviados para darlo a conocer a los que todavía no han tenido la suerte de encontrarse con Él. ¡Es nuestra misión, hermano/a!

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