sábado, 24 de mayo de 2014


DOMINGO, día 25 de Mayo                       PASCUA – 6ª semana

 

  
 


 

 

Hechos de los Apóstoles 8, 5-8. 14-17

 

“... Felipe bajó a la ciudad de Samaría y predicaba allí a Cristo... Cuando los apóstoles, que estaban en Jerusalén, se enteraron de que Samaría había recibido la palabra de Dios, enviaron a Pedro y a Juan, ellos bajaron hasta allí y oraron por los fieles, para que recibieran el Espíritu Santo...”

 
CLAVES para la LECTURA

 - La persecución desencadenada contra los discípulos tras el martirio de Esteban provoca su dispersión fuera de Jerusalén, con excepción de los apóstoles (vv. 1-4). Es una nueva siembra de la Palabra (Mc 4, 3), mediante la cual se va cumpliendo el programa trazado por Jesús antes de la ascensión, cuando afirmaba que es preciso dar testimonio de él, más allá de Jerusalén, en Judea y en Samaría y hasta los confines de la tierra (Hch 1, 8).

 - El diácono Felipe se pone a predicar el Evangelio a los samaritanos y encuentra los ánimos bien dispuestos, ávidos de escuchar sus palabras, entusiasmados por los milagros que acompañan y confirman la predicación. Estos samaritanos muestran la autenticidad de su adhesión a Cristo mediante una conversión concreta. En efecto, los que reciben el anuncio de la salvación no vacilan en rechazar la fascinación ilusoria de la magia (vv. 9-13).

 - La fe se convierte en vida, y vida inundada por una «gran alegría», don del Espíritu: es el Espíritu quien empuja a los discípulos, guía la actividad misionera y hace crecer la Iglesia, no sólo en extensión, sino también en cohesión y unidad. Aunque alejadas desde el punto de vista geográfico, las distintas comunidades permanecen, en efecto, sólidamente arraigadas en el fundamento de los apóstoles (Ef 2, 20). Estos últimos deciden, de manera unánime, enviar desde Jerusalén a Pedro y Juan. En consecuencia, bajan a Samaría para transmitirles, mediante la imposición de las manos, el don del Espíritu del Resucitado (Jn 20, 22s), una tarea propia del ministerio de los apóstoles. De este modo se establece un vínculo de comunión que edifica la Iglesia en la unidad.

 
CLAVES para la VIDA

 
- La primera comunidad de Jesús se abre a la tarea y la va realizando, aunque el punto de partida sea una persecución con motivo del martirio de Esteban. Así hace bueno el programa del mismo Jesús, de que la Buena Nueva era necesario hacerla llegar a todos los rincones. Empujados por el Espíritu, asumen nuevos desafíos de evangelización con las dificultades que conlleva y siempre cuidando la unidad con las otras comunidades y con los mismos apóstoles.

 - Eso sí: esa evangelización, animada por el Espíritu, incluye palabra-mensaje-anuncio, pero también los signos de vida, haciendo realidad la Buena Nueva que aporta Jesús y el encuentro con Él. De este modo, el mismo actuar y estilo utilizado por Jesús se vuelve hacer presente en las diversas circunstancias y situaciones de la vida. Aquí radica la fuerza de aquel anuncio; la consecuencia es que “... la ciudad se llenó de alegría” (v. 8), y es que donde penetra el Evangelio transforma la realidad.

 - Interesante descubrir lo que vive la primera comunidad de los seguidores de Jesús: ante la dificultad y la persecución, se expande, llevando la Buena Nueva a los distintos rincones; en vez de achicarse, se pone en marcha. Pero es que su anuncio va acompañado de signos de vida, que provocan una gozosa acogida entre las gentes. Por lo tanto, el kerigma está unido a la vida, transformándola. Y aquí nos encontramos nosotros, anunciadores, hoy, del Evangelio: acaso... ¿achicados? ¿Nuestro mensaje va acompañado con los signos que realizan aquello que anuncian...? ¡Vaya desafío que tenemos delante! ¿Qué tal, hermano/a?

  

1 Pedro 3, 15-18

 
“... Porque también Cristo murió una vez por los pecados y una vez para siempre: el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios. Como era hombre, lo mataron; pero, como poseía el Espíritu, fue devuelto a la vida...”

 

CLAVES para la LECTURA


 
- Si queremos ser auténticos cristianos -afirma Pedro- no podemos evitar la persecución, sea cual sea la condición social a la que pertenezcamos. Para glorificar con nuestra vida el nombre de Cristo, es preciso no tener miedo de sufrir. El apóstol, citando Is 8, 12b-13, exhorta a permanecer unidos al Señor. De ahí brota la fuerza limpia cuando se da razón de la propia fe. Si en el mundo domina la violencia, el cristiano debe resplandecer por la virtud de la fortaleza, que le hace manso y dulce en las palabras, siempre dispuesto a obrar conforme al Evangelio, y por eso incontestable (v. 16). En esas condiciones, cualquier sufrimiento padecido será «un sacrificio santo y agradable a Dios» (Rom 12, 1), unido al de Cristo (v. 17).

 - Él, con su muerte expiatoria, ha liberado de la esclavitud del pecado a los hombres de todos los tiempos, tal como había profetizado Isaías (53, 11b) del Siervo de Yahvé. De este modo, toda la humanidad es reconducida a Dios, en calidad de ofrenda consagrada a él.
 
- El final de la perícopa (v. 18b) expresa de modo recargado y lapidario el significado de la pascua del Señor: «En cuanto hombre sufrió la muerte» -por haber asumido la carne de la humanidad para poder cargar sobre sí y expiar el pecado del hombre-, pero «fue devuelto a la vida por el Espíritu», porque el amor que le impulsó a la entrega total de sí mismo es más fuerte que la muerte. En este paso -pascua- se revela la gloria de Dios. Sólo adorando en su propio corazón este misterio, tendrá el cristiano la fuerza necesaria para hacer frente a la persecución como su Señor, y dará testimonio con la palabra y con la vida de la esperanza que lo sostiene.

 
CLAVES para la VIDA

 - Imitar y seguir al Maestro no es algo teórico o ilusorio, sino que conlleva correr la misma suerte que Él, incluso de consecuencias fatales, como la persecución. El seguimiento, pues, lleva adosado la cruz y el sufrimiento. Así, esa ofrenda sacrificial del seguidor, unida  a la del mismo Señor, se convierte en ofrenda agradable a Dios; y también le posibilita el vivir el “paso”, la Pascua, por la fuerza del mismo Espíritu. Por lo tanto, el seguidor participa de la suerte de Cristo, el Señor, en todos los aspectos.

 - Así, el apóstol anima a los seguidores de Jesús: “estad siempre prontos a dar razón de nuestra esperanza a todo el que os la pidiere...” (v. 15): desde la participación en la vida y entrega de Cristo, desde ahí puede dar razón de su esperanza, que es la que le hace mantenerse en la fidelidad y viviendo el mismo estilo de su Señor. De este modo, el Espíritu volverá a realizar su tarea; esto es, “devolver a la vida” (v. 18) a quienes así viven, como sucedió con el mismo Señor Jesús.

 - Aquí nos encontramos nosotros en medio de nuestra cultura, que también necesita de testigos que “den razón de la esperanza”, en medio de tantas realidades que “hablan” de otras cosas. Asumir, pues, que el seguimiento conlleva sufrimiento y cruz; desear y buscar que el mismo Espíritu que animó a Jesús me siga fortaleciendo y empujando para vivir participando de su causa; y, desde ahí, seguir ofreciendo esa “pequeña razón” de la esperanza... ¡toda una tarea y misión, hoy y aquí! ¡No hay más remedio que asumirlo! ¿Qué tal te encuentras de ánimos, hermano/a? ¿Con buen temple o...?

 
Evangelio: Juan 14, 15-21

 

“... Si me amáis, guardaréis mis mandamientos. Yo le pediré al Padre que os dé otro Defensor que esté siempre con vosotros, el Espíritu de la verdad... No os dejaré desamparados, volveré. Dentro de poco el mundo no me verá pero vosotros me veréis y viviréis, porque yo sigo viviendo...”

 
CLAVES para la LECTURA

 

- En el «discurso de despedida», Jesús ayuda a sus discípulos a comprender el sentido y el valor de su «ir al Padre», y les consuela por la pena que esta separación produce en ellos. Ese consuelo toma el significado concreto de una salida de sí para adherirse plenamente a la voluntad de Dios. La pascua estará completa si también los discípulos hacen su éxodo como Cristo. El éxodo que deben realizar no es ya de naturaleza geográfica, sino de orden espiritual, y se condensa en una actitud de obediencia: «Si me amáis, obedeceréis mis mandamientos» (v. 15).

 - El amor a Jesús no es un sentimiento, sino una vida fiel a su Palabra; tampoco es un sentimiento el amor de Jesús por los hombres. El amor es una persona, es Dios mismo, es el Espíritu Santo, que une al Hijo con el Padre en la eternidad y que ha sido derramado en el corazón de los creyentes (Rom 5, 5). En el cuarto evangelio se designa al Espíritu con un término tomado del vocabulario forense: Paráclito, «abogado defensor» o, mejor aún -puesto que esta función era desconocida para el derecho judío-, el «testigo a favor». De ahí la traducción: «Consolador». Jesús es el primer «paráclito» enviado por el Padre: tras su partida intercederá ante Dios para que envíe «otro paráclito», que permanecerá para siempre con los suyos. El «mundo» ignora su presencia, porque no es perceptible a los sentidos, aunque quienes están atentos a las cosas de Dios la conocen.

 - En la vida de la Iglesia todo se mueve al son del Espíritu: él es quien ora en los que oran; él es quien guía a la verdad completa; es también él quien mueve al arrepentimiento a los que han caído en pecado y abre los corazones a la conversión; él es quien hace comprender la inefable unidad entre el Padre y Jesús, y quien introducirá en ella a los discípulos (v. 20). Su presencia es para cada hombre la prenda de la misma vida eterna (v. 19), de la manifestación plena del rostro de Dios y de la comunión total con él: «El que acepta mis preceptos y los pone en práctica, ése me ama... y me manifestaré a él» (v. 21).

 CLAVES para la VIDA

 - La “Hora” de Jesús ya está cerca; no le han dejado más tiempo. Él ha sido el primer paráclito (el defensor) enviado por el Padre. A pesar de las dificultades en ciertos momentos, los discípulos se han sentido seguros a su lado. Pero, ahora, es necesario que sientan una NUEVA -y que será definitiva- vinculación con el Maestro. Esta nueva realidad será posible por la acción especialísima del “Espíritu de la verdad”, el gran don que Jesús regala a los suyos y que no les abandonará NUNCA.

 - La tarea del Espíritu será decisiva: ser testigo de la verdad en medio de los seguidores, de todo cuanto Jesús ha dicho y realizado; esto es, memoria constante y viva. Trabajar la comprensión y la aceptación de la comunión del Padre con Jesús, y de Jesús con sus seguidores. Realizar y llevar a cabo la obra iniciada por Jesús en los discípulos y que se resume en el cumplimiento de los mandamientos; esto es, en el amor. Asimismo, ese continuo “revelarse” de Jesús y del Padre a cuantos viven y siguen el camino de Jesús. Por lo tanto, el Espíritu será el defensor que esté con los seguidores para llevar adelante la CAUSA de Jesús.

 - Muy sugerente cuanto en la despedida de Jesús con los suyos se nos revela y ofrece. Saber que no estaré solo en la tarea; más bien, la garantía constante de su presencia... es lo que produce la seguridad de cara a la Misión. El saber que su mismo Espíritu estará presente siempre y en las labores de ser una especie de “testigo a favor” junto a mí... es la palabra y la promesa de Jesús. Sólo así podré ir comprendiendo cuanto de hermoso se me sigue ofreciendo de la comunión de Jesús y su Padre; y sólo así podré experimentar el amor del Padre con todo lo que supone de gozo y alegría en la lucha. Por lo tanto, “no os dejaré huérfanos...” (v. 18): es la garantía, hermano/a. ¿Queda claro?

 

sábado, 17 de mayo de 2014


 

 

 

DOMINGO, día 18 de Mayo       5ª semana PASCUA

 
 
 
 
 



 












Hechos de los Apóstoles 6, 1-7

 
“... No nos parece bien descuidar la Palabra de Dios para ocuparnos de la admi-nistración... Eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, a Felipe, Prócoro,  Nicanor, Simón, Parmenas y Nicolás, prosélito de Antioquía. Se los presentaron a los apóstoles y ellos les impusieron las manos orando...”

 

CLAVES para la LECTURA


 
- El cuadro ideal de la primera comunidad cristiana, presentado por Lucas en los «compendios» de los Hechos de los Apóstoles, da la impresión de que está estropeado por las tintas más oscuras introducidas con el episodio de Ananías y Sátira (5, 1-11) y el relacionado con el descontento de los helenistas a causa de cierto descuido en la distribución de los bienes a los pobres. Sin embargo, estos hechos nos ayudan a comprender la verdadera naturaleza de la Iglesia, que ni está a salvo de las penas ni se compone de santos. La comunión que se busca en ella de manera constante, el bien al que tiende, son resultado de un camino no exento de problemas y dificultades, afrontados y superados mediante una colaboración cotidiana y paciente, dejándose guiar por el Espíritu, que conduce a todos hacia la unidad perfecta a través de la multiplicidad de los carismas y de los ministerios (Ef 4, 11-13).

 - En el fragmento que se nos presenta hoy, se puede percibir el resultado de la atención otorgada por los Doce a las cuestiones planteadas por un grupo de discípulos. El hecho tiene una importancia fundamental: no sólo la dificultad no se vuelve motivo de desencuentro y de división, sino que lleva a los cristianos a tomar una mayor conciencia de su propio papel en la sociedad y a encontrar soluciones nuevas para poder hacerse «todo con todos». Poniéndose a la humilde escucha del Espíritu reciben luz para establecer una primera diferenciación en los servicios eclesiales. Los Doce examinan el problema, convocan a todos los discípulos y proponen una solución (vv. 2-4), que es aprobada y entra en vigor. Con todo ello manifiestan que la Iglesia es una realidad viva, en continuo crecimiento.

 - En esta nueva situación, los apóstoles saben discernir cuál ha de ser su tarea insustituible: presidir la oración, transmitir con fidelidad las enseñanzas de Jesús, orientar a la comunidad para que elija de manera responsable en su seno a los hombres adecuados («de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría») para ejercer un servicio caritativo que no excluya a nadie y difunda por todas partes el buen perfume de Cristo. El versículo con el que concluye la perícopa casi parece su coronación: la sabia articulación de los servicios en el interior de la Iglesia tiene como resultado la difusión de la Palabra de Dios y el incremen-to masivo de la comunidad cristiana con nuevas e inesperadas conversiones.

 

CLAVES para la VIDA


 - Es realmente sugerente descubrir cómo la joven Iglesia se plantea los temas de conflicto y los resuelve desde las necesidades reales que están viviendo sus diversos miembros. Y es que la presencia del Espíritu del Señor resucitado sigue animando la vida de aquel grupo, y lo anima en todos los sentidos de la vida. Por eso, responder a una necesidad económica y cultural de un grupo más “débil” y marginado, lo siente como un deber, lo plantea y ofrece una solución.

 - Y es a partir de ahí de donde afirma... “la Palabra de Dios iba cundiendo... e iba en aumento el número de los discípulos” (v. 7): animados, pues, por el Espíritu, se resitúan los diversos aspectos de la vida y sigue un proceso de crecimiento el anuncio de la Buena Noticia, inaugurada en Cristo Jesús. Los testigos más directos, los apóstoles, seguirán en la tarea del “ministerio de la Palabra”.

 - Enormes “lecciones” las que nos sigue brindando aquella joven Comunidad; por un lado, abierta y sensible a las necesidades concretas de sus miembros; y, por otra, con audacia para abrir nuevos caminos, COMPARTIENDO tareas y ministerios, que no son exclusiva, ni siquiera de los Doce. Es bueno que también hoy se nos recuerden estas cosas para que no nos dejemos vencer por la tentación del “exclusivismo”,  o del acaparar, o cosas parecidas, que a la postre nos bloqueen y ahoguen. O... ¿no?

 

1 Pedro 2, 4-9

 
“... Acercándose al Señor, la piedra viva desechada por los hombres, pero escogida y preciosa ante Dios, también vosotros, como piedras vivas, entráis en la construc-ción del templo del Espíritu, formando un sacerdocio sagrado para ofrecer sacrifi-cios espirituales que Dios acepta por Jesucristo...”

 

CLAVES para la LECTURA


 
- El tema de la santidad, vocación propia de todos y cada uno de los cristianos, compromiso inderogable para el bautizado, es un tema central en la Primera carta de Pedro. Tras haber tratado el asunto desde el punto de vista espiritual (1, 13-21) y práctico (1, 22 - 2, 1), fija ahora el apóstol su atención en el punto fundamental.

 - Santidad no es sinónimo de «buena conducta», ni tampoco simplemente de «lucha contra el pecado», sino de vida en Cristo, fuente de la «perfección», camino que conduce a ella. El autor, para explicar su pensamiento, se sirve de numerosas referencias bíblicas y, en particular, se refiere a la imagen de la «piedra angular», que aparece con distintos matices de significado en Is 28, 16 y 8, 14s, así como en el Sal 118, 22. Jesús resucitado es la piedra viva, preciosa, sobre la que todos los que se adhieren a él son edificados como otras tantas piedras vivas, para formar un único templo espiritual en el que mora Dios. Así es como se constituye la comunidad nueva del nuevo y auténtico éxodo (v. 5b; Ex 19, 5s).

 - Ésta, en su conjunto, se presenta como un organismo sacerdotal en el que cada miembro está llamado a ofrecer a Dios sacrificios espirituales gracias a la mediación de Jesucristo, sacerdote eterno que se ha inmolado a sí mismo para la salvación del hombre. Unido a él, el pueblo de los creyentes -adquirido a un precio elevado- no sólo lleva una vida que tiene como horizonte el cielo, sino que se convierte a su vez en cooperador de la salvación «para anunciar las grandezas» llevadas a cabo por Cristo, que ejerce su sacerdocio ya sea como servicio cultual en la liturgia de alabanza a Dios, ya sea como servicio de la Palabra, anuncio del Evangelio, apoyado por el testimonio eficaz de una vida arrancada de las tinieblas del pecado, para volverse radiante por la admirable luz de Dios.

 
CLAVES para la VIDA

 - El apóstol, desde su misma vivencia y experiencia, vuelve a insistir en lo nuclear de la fe: no sólo es cuestión de una “buena conducta”, sin más; el cristiano ha entrado en otra esfera desde su bautismo, y la nueva realidad consiste en vivir en Cristo, que “os llamó de las tinieblas a su luz admirable” (v. 9). Aquí está la clave de esa NUEVA existencia y desde ahí todo cambia. Si no se lleva a cabo esa EXPERIENCIA de vivir en Él, todo es baldío y sin contenido; todo suena a hueco. ¡Ahí es nada!

 - Es desde esa EXPERIENCIA desde donde el cristiano puede participar plenamente del sacerdocio de Cristo, porque, también su vida -con todo lo que conlleva-, es ofrenda agradable con el mismo Jesús. Así participa de la acción salvífica de su mismo Señor. “Linaje escogido, sacerdocio regio y nación santa, pueblo adquirido...” (v. 9) es el intento de descripción de esta nueva realidad. El cristiano necesita, pues, tener conciencia clara y explícita de su nueva condición para testimoniarlo con su vida, y para disfrutarlo como don y regalo de su Señor.

 - Es realmente sugerente, y todo un estímulo, escucharle al apóstol y reflexionar sobre la propuesta, porque soy invitado a participar plenamente de esa vida nueva que se me ofrece en Cristo Jesús. ¡Claro que sí! Creer en Jesús es mucho más que realizar unos ritos y prácticas religiosas; no haber pasado de ese estadio, es no haber disfrutado de LO MEJOR. Vivir esta nueva realidad, pero como experiencia profunda; expresarlo en la vida, viviéndolo como culto lleno de contenido y que impregna todo mi caminar; ofrecerlo así a los hermanos para que lo conozcan, lo experimenten y, también, lo vivan... ¡todo un QUEHACER para mi caminar de creyente! ¿Nos animamos, una vez más, hermano/a?

 

Evangelio: Juan 14, 1-12

 
“... Que no tiemble vuestro corazón: creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias, y me voy a prepararos sitio... Jesús le responde: Yo soy el cami­no, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí...

 Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre... ¿Cómo me pides que os muestre al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Lo que os digo no son palabras mías. Es el Padre, que vive en mí, el que está realizando su obra...”

 


CLAVES PARA LA LECTURA


 
- Los apóstoles, reunidos en torno a Jesús en el ce­náculo, después del anuncio de la traición de Judas, de las negaciones de Pedro y de la inminente partida del Maestro, han quedado profundamente afectados. El desconcierto y el miedo han inundado la comunidad. Jesús lee en el rostro de sus discípulos una fuerte tur­bación, un peligro para la fe, y por eso les anima a que tengan fe en el Padre y en él (v. 1).

 - Si el Maestro exhorta a sus discípulos a la confian­za es porque él está a punto de irse a la casa del Padre a prepararles un lugar. No deben entristecerse por su partida, porque no los abandona; más aún, volverá para llevarlos con él (vv. 3s). Los apóstoles no comprenden las palabras de Jesús. Tomás manifiesta su absoluta incomprensión: no sabe la meta hacia la que se dirige Jesús ni el camino para llegar a ella; y es que entiende las cosas en un sentido material. Jesús, en cambio, va al Padre y precisa el medio para entrar en contacto personal con Dios: «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (v. 6).

 - Esta fórmula de revelación es una de las cumbres más elevadas del misterio de Cristo y de la vida trini­taria: el hombre-Jesús es el camino porque es la ver­dad y la vida. En consecuen-cia, la meta no es Jesús-verdad, sino el Padre, y Jesús es el mediador hacia el Padre. La función mediadora del hombre-Jesús hacia el Padre está explicitada por la verdad y por la vida. El Señor se vuelve así, para todos los discípulos, en cami­no al Padre, por ser la verdad y la vida. Él es el revela­dor del Padre y conduce a Dios, porque el Padre está presente en él y habla en verdad. Él es el «lugar» don­de se vuelve disponible la salvación para los hombres y éstos entran en comunión con Dios.

 - Sólo mediante la fe es posible comprender la copresencia entre Jesús y el Padre. De ahí que lo único que pueda pedir el hombre sea la fe y esperar con confianza ese don. El Señor, en su llamada a la fe, fundamenta la verdad de su enseñanza en una doble razón: su autoridad personal, que los discípulos han experimentado en otras ocasiones al vivir con Jesús, y el testimonio de “las obras que hago” (v. 11). La obra que Jesús ha inaugurado con su misión de revelador es sólo un comienzo. Los discípulos proseguirán su misión de salvación. Más aún: harán obras semejantes a las suyas e incluso mayores. Por último, el Maestro se ocupa de animar a los suyos y a todos los que crean en Él a participar en la obra de la evangelización y en su misma misión.

 
CLAVES para la VIDA

 - Una vez más, como en tantas, el “discípulo amado” vuelve a destacarnos ese mundo de relación entre el Padre y el Hijo como la fuente de donde mana una situación NUEVA y DISTINTA: desde Jesús y por Jesús es posible la comunión plena con Dios-Padre y es que Jesús es el rostro y el espejo del Padre. De ahí que “conocer” (algo experiencial) a Jesús es conocer al Padre, sus proyectos, su vida en plenitud. Es la insistencia del evangelista, éste que constantemente nos empuja hacia esa experiencia, tan vital como profunda.

 - “Es el Padre, que vive en mí, el que está realizando su obra”: es el núcleo; es lo que permanece; es lo que da consistencia. Desde ahora ya no es posible decir que no sabemos nada de Dios; sería falso. Todo cuanto Jesús dice y hace nos muestra al Padre. Los mismos discípulos proseguirán esta misión de vida y de salvación, compartiendo con Jesús el proyecto del Padre.

 - Ésta es también mi (nuestra) tarea, hoy y aquí: compartir con el mismo Jesús el proyecto del Padre. Aquí nace el APÓSTOL; y sin esto no hay ENVÍO que valga, ni MISIÓN que cumplir. Si me falta este encuentro y experiencia, no me distingo del charlatán que vende “productos de higiene”, o algo parecido. ESTAR con Jesús; ENAMORARME de su misión; COMPARTIR desde la amistad su quehacer: he ahí la razón de ser del testimonio.

 

sábado, 10 de mayo de 2014


DOMINGO, día 11 de Mayo: 4º Domingo de Pascua






















Hechos de los Apóstoles 2, 14a. 36-41

           

“... El día de Pentecostés, decía Pedro a los judíos: Todo Israel esté cierto de que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías... ¿Qué tenemos que hacer, hermanos? Pedro les contestó: Convertíos y bautizaos todos en nombre de Jesucristo para que se os perdonen los pecados, y recibiréis al Espíritu Santo...”

 
CLAVES para la LECTURA

 
- Pedro concluye su discurso con cierto énfasis: todos los israelitas deben tener la certeza de que Jesús es Señor y Mesías. La fe cristiana se fundamenta en el testimonio apostólico sobre la resurrección, que eleva a Jesús a la condición gloriosa de Señor y Mesías. Lucas usa aquí precisamente los dos títulos del anuncio de la buena noticia que llevaron los ángeles a los pastores (Lc 2, 11), títulos plenamente realizados ahora.

 - El testimonio de Pedro toca los corazones y se inicia la larga cadena de las conversiones. El apóstol pide el cambio de mentalidad y de comportamiento (ése es el sentido de metánoia), y el bautismo “en el nombre de Jesús”, llamado simplemente “Cristo” (sin artículo): ahora ya es él el Enviado, el Mesías, el Salvador. El bautismo es signo de la conversión y apertura a la nueva vida, hecha de la destrucción del pasado de muerte y de la plenitud de vida que procede del Espíritu Santo. De este modo se cumplen las promesas tanto para los que están presentes como para los “de lejos”, es decir, para los que están fuera del judaísmo.

 - Aparece, por último, la invitación a ponerse “a salvo de esta generación perversa”, esto es, de aquellos que con su religiosidad legalista no han sido capaces de acoger la novedad revolucionaria del mensaje y de la realidad de Jesús, y lo hicieron condenar recurriendo a la mentira. La primera pesca del “pescador de hombres” fue verdaderamente milagrosa: tres mil personas recibieron sus palabras y entraron en sus redes, unas redes que llevan a las aguas de la salvación.

 
CLAVES para la VIDA

 
- No sé si acertaremos a “saber” lo que ocurrió en el acontecimiento de la Resurrección de Jesús, pero lo que sí descubrimos es que Pedro, torpe y lento para entender el proyecto de Jesús antes de la Pascua, ahora está lúcido y ha madurado en la fe, animado y conducido por el Espíritu. Ahora resulta que este Jesús (según Pedro) es aquel a quien sus enemigos han llevado a la muerte, pero que Dios, al resucitarle, le ha constituido Señor y Mesías; esto es, le ha “autentificado” ante todos. Éste es el programa del anuncio, del “kerigma” de la primera comunidad y lo sigue siendo hoy.

 - ¿A qué lleva este anuncio? Al cambio de vida, a abandonar el camino anterior y, ahora, a aceptar a Jesús, a creer en Él como Señor que ilumina la vida. El bautismo es la expresión externa de ese cambio. Éste es el fruto de la resurrección de Jesús: la vida cambia, pues, de perspectiva; el amor y la entrega tienen sentido; el grano de trigo que muere, producirá frutos abundantes y nuevos.

 - La propuesta de la Pascua para mí, para nosotros, es ENCONTRARNOS con el Señor Resucitado, ACOGER como bueno lo que Él mismo ha vivido; comunicarlo, sin miedo ni complejos, a todos lo que están abiertos a esta buena noticia, porque esa LUZ pascual puede iluminar toda nuestra vida y en todas sus dimensiones. ¡Ánimo, pues! Ésta es la inmensa invitación que se nos hace, hermano/a.



1 Pedro 2, 20b-25



“... Si obrando el bien soportáis el sufrimiento, hacéis una cosa hermosa ante Dios, pues para esto habéis sido llamados, ya que también Cristo padeció su pasión por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas... Cargado con nuestros pecados subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia...”

 
CLAVES para la LECTURA

 
- El bautismo, al quitar el pecado original, da al que lo recibe la nueva identidad de hijos de Dios. Para caracterizar mejor esa transformación, emplea Pedro unos términos muy preci-sos: los bautizados en la Iglesia son piedras vivas, linaje escogido, sacerdocio regio y nación santa (2, 1-10). Ese «privilegio» exige, no obstante, la adquisición de una nueva mentalidad y de una conducta de vida conformes a las de Cristo. Las diferencias de condición social o cultural pierden consistencia, porque todos los discípulos encuentran su unidad en Cristo y todos son igualmente «peregrinos lejos aún de su hogar» (2, 11) en este mundo, y todos son asimismo siervos de Dios.

 - Por eso, Pedro, dirigiéndose a gente que desarrollaba tareas humildes en la sociedad de entonces, les ofrece como modelo precisamente a Jesús, el verdadero Siervo de Yahvé, que, con paciencia y mansedumbre, cargó sobre sí mismo el pecado, que él no había cometido para destruirlo en su propia humanidad.

 - Así gracias a su ofrecimiento, la humanidad quedó liberada de la única esclavitud, la del pecado y puede vivir «por la justicia», que es amor y misericordia El cristiano se convierte por el bautismo en miembro de Cristo, y por eso mismo está llamado a compartir su pasión, a fin de participar también en su gloria en el cielo junto a todos los hermanos a los que habrá cooperado a salvar con su vida. El grupo de los discípulos -y por consiguiente, toda la Iglesia-, de rebaño disperso y desbandado a causa del escándalo del sufrimiento (Mc 14, 27s), vuelve a ser, en Jesús resucitado, un rebaño compacto que camina siguiendo sus huellas (v. 25).



CLAVES para la VIDA

 - La verdad es que el núcleo del mensaje es similar en los diversos testigos y anunciadores que nos ofrecen los distintos textos litúrgicos. En esta condición de “peregrinos”, es en Cristo Jesús donde encontramos el motivo fundamental de unidad y de vida. Así como Él asumió nuestra condición pobre y limitada, así, ahora, somos invitados a seguir su ejemplo, porque -desde el bautismo- somos miembros vivos y participamos de su propia vida.

 - “Dejándonos un ejemplo para que sigáis su huellas” (v. 21) ... “pero ahora habéis vuelto al que es vuestro pastor y guía” (v. 25): así el apóstol nos encamina para entender y asumir lo que el evangelio de este domingo nos ofrece: Jesús es al única y válida alternativa de vida. Caminar como creyente no será más que “seguir sus huellas”; caminar como creyente no significará más que dejarse guiar y cuidar por el Pastor que ha sido capaz de “dar la vida por sus ovejas”, llevándolas así a la plenitud que tanto anhelan y buscan.

 - ¡Resulta realmente sugerente la oferta que se nos dirige por medio del apóstol! Participar plenamente de la nueva condición, y todo ello vivido en una profunda comunión con el “pastor y guía”, es toda una propuesta para la vida. Desde la vivencia personal, ofrecerlo a los hermanos para que puedan participar también de ese inmenso don y regalo... ¡es toda una TAREA y MISIÓN! Y aquí nos encontramos nosotros que, de nuevo, en este tiempo Pascual, somos invitados a lo mejor: a gustar y disfrutar de la plenitud. ¡Recuérdalo, por favor, hermano/a!

 
Evangelio: Juan 10, 1-10

 
“... El buen Pastor da la vida por las ovejas... Yo soy el buen Pastor que conozco a las mías y las mías me conocen, igual que el Padre me conoce y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por las ovejas. Tengo, otras ovejas que no son de este redil: también a ésas las tengo que traer; y escucharán mi voz y habrá un solo rebaño y un solo Pastor...”

 
CLAVES para la LECTURA

 
- El capítulo 10 del evangelio de Juan, un capítulo dominado por la figura del buen pastor, debe ser leído en el contexto que le corresponde para comprenderlo más a fondo. En efecto, en el capítulo 9, se había revelado Jesús como “luz del mundo” a través de la curación del ciego de nacimiento, y, al realizar ese milagro, puso asimismo de relieve la ceguera espiritual de los jefes de los judíos (9, 40s). Ahora bien, el Henoc etíope -un texto apócrifo contemporáneo- describe toda la historia de Israel hasta la venida del Mesías como una alternación de momentos de ceguera y de posesión de la vista por parte de las ovejas, en virtud de los sucesivos representantes de Dios, los pastores de su pueblo. Eso significa que Jesús, después de haber mostrado que tiene el poder de devolver la vista, puede afirmar que es el único pastor que lleva las ovejas a la salvación, el Mesías esperado.

 - Todo el pasaje está compuesto con materiales tradicionales y heterogéneos. En su origen debieron figurar fragmentos inconexos y unidos sólo con sistemas mnemónicos: eso explica la fluidez de las imágenes y la dificultad para coordinar los discursos en una secuencia lógica. En esta primera perícopa se identifica Jesús, de manera implícita, con el pastor de las ovejas que entra en el recinto (en griego, aulé) pasando por la puerta. Dado que el término aulé significa también el patio del templo donde se reúne el pueblo de Dios, Jesús asume legítimamente la guía del mismo con una autoridad que le viene de Dios, a diferencia de los “ladrones y salteadores”. Como los pastores de Palestina, que lanzaban una llamada característica para hacerse reconocer por su propio rebaño, también Jesús conoce a sus ovejas, y éstas reconocen su voz. El buen pastor las saca fuera -el Mesías guía al pueblo en un éxodo salvífico- “y las ovejas le siguen” con una intuición segura (vv. 4s).

 - Dado que los oyentes no le comprenden, recurre Jesús a una nueva imagen (vv. 6-10): él es “la puerta de las ovejas”, del mismo modo que es el camino, esto es, “el único mediador entre Dios y los hombres” (1 Tim 2, 5). Quien pasa a través de su mediación encontrará la salvación, la seguridad y el “sustento”, o sea, la plenitud de la vida. La misión del pastor es precisamente ponerse al servicio de las ovejas, en contraposición a cuantos se arrogan una autoridad sobre el pueblo que Dios no les ha conferido (vv. 9s) y, por eso, se convierten en una explotación egoísta, en atropello, en violencia.


CLAVES para la VIDA

 - El “discípulo amado” nos ofrece otra reflexión sosegada con vistas a seguir profundizando el misterio de la persona de Jesús y lo hace con múltiples comparaciones tomadas de la vida: es el agua, el pan, el camino, la luz, el pastor... Aquí nos propone que es la PUERTA, y a través de él “entramos y salimos”, al menos de forma legítima, como los buenos pastores; al contrario, los ladrones y salteadores utilizan otros medios, no la “puerta”.

 - El contexto de esta enseñanza-catequesis es de tipo conflictivo. Jesús se dirige a los fariseos, acusándoles claramente de no haber entrado por la puerta, de no ser pastores verdaderos, como ya les había criticado el profeta Ezequiel (Ez 34). Aquí se ofrecen las “notas” y cualidades que definen al pastor bueno: entra por la puerta, conoce a sus ovejas, va delante de ellas... Todo un cuadro que define al Buen Pastor. Y Jesús se proclama él mismo como este Buen Pastor.

 - Todo un dilema el que nos presenta esta reflexión evangélica: aceptar o no a Cristo Jesús como el Camino y el único Mediador que da sentido a nuestra vida. Porque no podemos olvidar que Él es la Puerta que conduce a la vida; Él es la plenitud que deseamos y anhelamos y, por eso mismo, Él es quien nos lleva a pastos abundantes. ¿Dónde me “alimento”? ¿Puedo asegurar que Él sigue siendo la “PUERTA” por la que entro con vistas a encontrar lo que ilumina, da plenitud a mi vida de creyente y seguidor de su proyecto? Me invita a acudir a Él para alcanzar ese bienestar que anhelo.

sábado, 3 de mayo de 2014


DOMINGO, día 4 de Abril. Tercer Domingo de Pascua


 
 
 
 
 
 

Hechos de los Apóstoles 2, 14. 22-33  


 
“... El día de Pentecostés Pedro de pie con los Once pidió atención y les dirigió la palabra: Judíos y vecinos todos de Jerusalén... Os hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante vosotros realizando por su medio los milagros, signos y prodigios que conocéis, os lo entregaron y vosotros lo matasteis en una cruz. Pero Dios lo resucitó...”

 
CLAVES para la LECTURA

 
- La bajada del Espíritu Santo en Pentecostés transforma a los apóstoles en hombres nuevos, en testigos ardientes y animosos del Resucitado, conscientes de que ahora se realiza la promesa escatológica de Dios (Hch 2, 16-21), mediante la cual hemos entrado «en los últimos tiempos». El cambio acontecido en el grupo de los discípulos está bien atestiguado en el primer discurso de Pedro referido en los Hechos de los Apóstoles. Si bien el autor del texto sagrado ha retocado la forma y la estructura, el contenido originario emerge de manera inconfundible.

 - Los vv. 22-24, prototipo del kerigma apostólico, contienen expresiones propias de la cristología más antigua: se habla en ella de Jesús como del «hombre a quien Dios acreditó»; se muestra que la cruz -que escandalizó a todos los apóstoles- formaba parte de un sabio designio de Dios, el cual entregó a su Hijo único a los hombres por amor. Todos son responsables de lo sucedido: «Vosotros lo matasteis. Dios, sin embargo, lo resucitó...» (vv. 23s).

 - Al kerigma le sigue el testimonio de las Escrituras, que sólo a la luz del misterio pascual son plenamente comprensibles. Por eso explica Pedro el Sal 15 (vv. 25-31), que ha encontrado en Cristo su plena realización: él es el Mesías, y su alma no ha sido abandonada en el abismo ni ha conocido la corrupción, sino que ha sido colmado de gozo en la presencia del Padre. Los apóstoles, en virtud del Espíritu derramado sobre ellos, son testigos de la resurrección de Cristo y la anuncian con claridad a todo Israel y hasta los confines de la tierra.

 
CLAVES para la VIDA

 
- El “tono” de lo que estamos celebrando ha cambiado. Por eso aquí nos encontramos con la primera predicación apostólica y lo que será el perenne anuncio de la Comunidad de Jesús. Lo que es curioso es que aquel Pedro asustado ante los guardias y los criados del palacio, ahora se ha ENCONTRADO con el Señor Jesús Resucitado, y ha cambiado radicalmente su vida; su palabra y su testimonio nos aseguran que algo completamente diferente ha sucedido y esto hay que proclamarlo y anunciarlo como la GRAN noticia. 

 - Ese anuncio sorprendente no es una idea, sino un hecho, inimaginable e imprevisible, y que muestra -de manera rotunda y clara-, la voluntad positiva de Dios con vistas al mundo y a la historia, su capacidad de reconstruir todo, incluso lo que la maldad humana había destruido. Éste es el núcleo del anuncio, del hecho de la resurrección, expresado en palabras humanas; y lo proclama así.

 - Todo el tiempo de Pascua será una llamada a cada uno de nosotros a convertirnos en apóstoles de este anuncio y de esta realidad: sentirme identificado con él, y repetirlo -en las mil formas de la vida diaria-, que el mal ha sido vencido y que será vencido; que el amor ha sido y será más fuerte que el odio; que no hay tinieblas que no puedan ser vencidas por el poder de Dios, porque Cristo ha resucitado. Anuncio en la vida, actitud positiva hacia la vida, con el optimismo de quien sabe que el Padre quiere liberarme también a mí, también a nosotros, “de las ataduras de la muerte”; vivir como quien sabe que su amor está en acción y le lleva a la VIDA en plenitud. Éste es el anuncio.

 


1 Pedro 1, 17-21
 

“... Ya sabéis con qué os rescataron de ese proceder inútil recibido de vuestros padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la creación del mundo y manifestado al final de los tiempos por nuestro bien...”

 

CLAVES para la LECTURA


 - En su exordio, la primera carta de Pedro conduce a los fieles a contemplar la gracia de la regeneración llevada a cabo por el Padre, a través de Cristo, en el Espíritu (vv. 3-5.10-12). Por eso se detiene a considerar en concreto qué significa vivir de la fe, ofreciendo una clave de interpretación cristiana del misterio del sufrimiento, considerado como prueba purifica-dora y como participación en los sufrimientos de Cristo (vv. 6-9).

 - Sobre este sólido fundamento puede mostrar el apóstol, por tanto, las exigencias de la vida cristiana, una vida que es camino de santificación y de configuración con Cristo (vv. 13-16; Lv 19, 2). Éstas no se reducen a prácticas exteriores, sino que son una actitud interior, que determina toda la orientación de la existencia.

 - Por medio del bautismo nos convertimos en hijos de Dios y recibimos el privilegio de llamar «Padre» al justo Juez de todos los seres vivos. La conciencia de semejante dignidad llena a los cristianos de «santo temor», término que no significa en la Biblia «miedo», sino más bien amor lleno de veneración y empapado del sentido de la propia pequeñez e indignidad. En efecto, la gracia recibida le ha costado un precio muy elevado al mismo Cristo, el verdadero Cordero, cuya sangre ha librado a la humanidad de la esclavitud del pecado y de la muerte eterna (Ex 12, 23). La nueva relación de parentesco con el Señor hace ciertamente que la vida sobre la tierra sea tomada como peregrinación, mientras que la verdadera patria es el cielo (v. 17). En este vuelco se ha llevado a cabo, en plenitud, el designio de Dios. Jesús, con su resurrección, ha inaugurado los «últimos tiempos», caracteri-zados por la tensión hacia lo alto. Esta tensión debe ser sostenida constantemente por una vida de fe y de esperanza (v. 21) y por la memoria viva de todo lo que ha realizado el Señor para nuestra salvación.

 
CLAVES para la VIDA

 
- A pesar de las diversas perspectivas y, también, diferentes lenguajes, el Kerigma que los primeros seguidores de Jesús nos ofrecen es claro y uniforme: algo novedoso ha ocurrido y en Jesús y su mensaje todo se hace nuevo, todo alcanza una perspectiva distinta. Así, el proceder anterior, -caduco e inútil-, ha sido superado con creces y definitivamente en las palabras y obras del Señor Jesús. Eso sí, el precio pagado para ello ha sido elevado: nada menos que la propia sangre ha sido derramada para conseguir nuestra libertad.

 - Pero ahora... “por Cristo vosotros creéis en Dios” (v. 21): ésta es la definición misma del cristiano. Todas las búsquedas anteriores ya no sirven, puesto que es EN Cristo y POR MEDIO de Cristo como se accede a Dios, a quien podemos llamarle “Padre”. De ahí que, ahora sí, nos convertimos en “hijos de Dios”, con todos los derechos y llenando toda la vida y el caminar del creyente de un amor agradecido y lleno de ternura por este proyecto de vida, querido y deseado por Dios mismo desde siempre, y llevado a cabo en Cristo Jesús. Es la nueva condición, regalo y don inmerecido, pero plenamente real.

 - Aquí me encuentro yo, participando -en plenitud y de forma consciente-, esta nueva situación, que ilumina totalmente mi caminar. Ésta sí que es novedad de la Pascua, del Señor Resucitado. “Ser consciente” de ello; estar convencido y ofrecerlo abiertamente a cuantos se van encontrando conmigo en los caminos de la vida... es la TAREA y MISIÓN que nace, específicamente, en el gozo de la Pascua. ¿A qué te “suena”, hermano/a? ¿A “música celestial”? Es el MENSAJE central de que aquí se desprende.

 

Evangelio: Lucas 24, 13-35


 
“... Dos discípulos de Jesús iban andando aquel mismo día a una aldea llamada Emaús... Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos... Ya cerca de la aldea donde iban, él hizo ademán de seguir adelante; pero ellos le apremiaron diciendo: Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída... Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo recono-cieron...”

 

CLAVES para la LECTURA

 
- El episodio de la aparición de Jesús resucitado a los discípulos de Emaús presenta el camino de fe de la vida cristiana basado en el doble fundamento de la Palabra de Dios y de la Eucaristía. Esta experiencia del Señor aparece descrita a lo largo de dos momentos decisivos: a) el alejamiento de los discípulos de Jerusalén, es decir, de la comunidad, de la fe en Jesús, para volver a su viejo mundo (vv. 13-29); b) la vuelta a Jerusalén con la recuperación de la alegría y la fe por parte de la comunidad de los discípulos (vv. 30-35).

 - En el primer momento de desconcierto, Jesús, con el aspecto de un viajante, se acerca a los discípulos desalentados y tristes, y, conversando con ellos, les ayuda, por medio del recurso a la Escritura, a leer el plan de Dios y a recuperar la esperanza perdida: “Y empezando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que decían las Escrituras” (v. 27).

 -  La catequesis de Lucas es muy clara: cuando una comunidad se muestra disponible a la escucha de la Palabra de Dios, que está presente en las Escrituras, y pone la Eucaristía en el centro de su propia vida, llega gradualmente a la fe y hace la experiencia del Señor resuci-tado. La Palabra y la Eucaristía constituyen la única gran mesa de la que se alimenta la Igle-sia en su peregrinación hacia la casa del Padre. Los discípulos de Emaús, a través de la ex-periencia que tuvieron con Jesús, comprendieron que el Resucitado está allí donde se en-cuentran reunidos los hermanos en torno a Simón Pedro.

 
CLAVES para la VIDA

 
- ¡Enorme Catequesis la que nos ofrece Lucas como testimonio de su fe y el de la Comuni-dad en la que participa! Todos los detalles están recogidos con exquisita sensibilidad y sicología. Los discípulos, desanimados y desmoronados en su fe mal fundamentada (sus “ideas” del Mesías), emprenden el viaje de ida, vuelven a su viejo mundo: “nosotros espe-rábamos...” (v. 21); ahora están tristes y derrotados; y, además, sus ojos están embotados y no le reconocen. Al contrario, el viaje de vuelta es completamente diferente: llenos de alegría, los ojos abiertos ahora a la inteligencia de las Escrituras, comentando entre ellos la experiencia vivida, impacientes por anunciarla a la comunidad, y el encuentro con los hermanos. Todo un camino recorrido.

- Las Escrituras, su comprensión y profundización, les ayudan a aceptar la presencia nueva del Resucitado; el “partir el pan”, la Eucaristía, termina por abrirles los ojos y... “lo reconocieron” (v. 31). Las Escrituras han despertado su corazón; la Eucaristía ha transfor-mado la visión de su vida. Desde ahí, emprenden el retorno a la Comunidad, a los hermanos, que seguían reunidos, experimentando también la presencia nueva del Resucitado.

 - Lucas nos ofrece los elementos necesarios para poder realizar el camino de encuentro con el Resucitado: garantizando que él se hará presente (aunque no le reconozcamos, a la prime-ra), ahí están las Escrituras, ahí está la Eucaristía o fracción del pan; ahí está la Comunidad y los hermanos. Ahí se hace presente y... ¡de qué forma! el Resucitado. ¿Lo son también para ti, hermano/a? ¿Los vives así? ¡Ojalá sea verdad y se produzca en ti la misma experien-cia!