DOMINGO, día 15 de Septiembre
- Moisés siente toda la confianza y el amor de Dios, pero siente
también todo lo que le une al pueblo de Israel. No acepta que Dios le quiera
elegir a cambio de la destrucción de Israel. Parte entonces de esta ira de
Dios, ampliamente justificada a causa del pecado de su pueblo, para apelar a la
intención más profunda y más divina de Dios, a su fidelidad a los padres y, por
ello, también al pueblo.
- Moisés apela a la fidelidad de Dios, a su promesa de amor. Dios y el
hombre están frente a frente. Nunca se ha mostrado Dios tan condescendiente con
el hombre. Moisés consigue hacer salir lo más divino que hay en Dios, el
corazón de Dios, que no cesa de latir de amor incluso frente a la miseria de su
pueblo. Tiene, en efecto, razón san Pablo: «Si nosotros somos infieles, Dios permanece fiel, porque no
puede renegar de sí mismo» (2 Tim 2, 13).
-
¡Impresionante cuanto nos recuerda esta página bíblica. Y si es verdad que el
pueblo infiel no se merece gran consideración, su guía e intercesor, Moisés, se
merece todo, absolutamente todo. Y de hecho logra que Dios cambie de actitud
porque el Mediador ha despertado lo más profundo del corazón del mismo Dios.
¡He aquí la gran “lección” para nosotros, hoy continuadores de la historia de
ese pueblo, de esa Alianza! Y en medio de esta realidad que nos toca vivir, la
pregunta sobre nuestro quehacer de INTERCESORES. Hermano/a, ¿cómo nos sentimos
en ese “papel”? ¿Lo ejercemos o… hemos desistido? Una pregunta muy sugerente,
sin duda alguna.
- Y, para poner aún más de relieve la misericordia de Dios, Pablo se
pone en el último lugar, entre los pecadores. Se considera a sí mismo «el primero» (v. 15) de los pecadores, a fin
de que pueda aparecer en él la expresión más clara de la misericordia infinita
de Dios. Pablo se siente cogido por Dios; desvestido, desnudo, libre al fin,
para ser sumergido hasta el fondo en el océano del amor.
- Cuanto más se somete Pablo a la acción de Dios, tanto más apretado a
sí lo mantiene éste, y no le suelta antes de haberle transformado, deificado,
hasta que no se haya convertido él mismo en misericordia.
- “El Señor derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor
en Cristo Jesús” (v. 14): aquí está, pues, la clave de la nueva
existencia y que ahora mismo vive el apóstol. El mérito no está en la
aceptación y en el cumplimiento de la
Ley ; eso era antes. Ahora, el origen de su nuevo status es la
gracia (esto es, la vida nueva) que aporta Cristo Jesús, a quien Pablo sigue y
sirve con todas sus fuerzas. El que quiera encontrar otra justificación, según
Pablo, puede despedirse porque el punto central de todo está en el don que es
Jesús.
- ¡Qué sugerente
resulta encontrarse con la experiencia de este apóstol, y que además lo expresa
con esa claridad y lucidez! Él es una criatura nueva: “me hizo
capaz, se fió de mí y me confió este ministerio” (v. 12), y
ahora sólo vive para ello y, además, con todas sus capacidades. Hermano/a, a
esta experiencia somos llamados; vivirla, alimentarla y cuidarla es una
necesidad, también para nosotros. ¿Cómo vivo todo esto? Sólo desde esa vivencia
profunda y personal será posible llevar a delante la Misión. ¿De acuerdo?
- Jesús, que se
junta con pecadores y come con ellos (v. 2), se atrae las críticas y las
murmuraciones de los fariseos y de los maestros de la Ley. Por tanto, las tres
parábolas que forman el capítulo 15 del evangelio de Lucas van dirigidas a
ellos: son las llamadas «parábolas de la misericordia», porque ilustran la
misericordia de Dios, que acoge a cuantos se acercan para escuchar su Palabra
(v. 1) y, además, es el primero en salir en busca del hombre.
- La primera (vv.
4-7) narra la recuperación de una «oveja»
por parte de un pastor; la segunda (vv. 8-10), la recuperación de una moneda,
concretamente un «dracma» (moneda griega que
corresponde al denario romano y equivale al salario de una jornada de trabajo
de un jornalero agrícola). La estructura de ambas es análoga. De «cien» ovejas se pierde «una»;
de diez «dracmas» se pierde «uno». Es digno de señalar el cuidado con el
que se lleva a cabo la búsqueda del bien perdido, olvidando todo lo demás; el
evangelista lo subraya describiendo las acciones del que se pone a buscar: el
pastor «deja» las otras ovejas (por
otra parte, el lugar donde pastan normalmente los rebaños en Palestina es el
desierto) y «va a buscar» a la descarriada;
la mujer «enciende» la lámpara, «barre» la casa y «busca
con cuidado». La reacción ante la recuperación es idéntica: el
pastor vuelve a casa «alegre»
con la oveja sobre los hombros (Is 49, 22 describe de la misma forma el regreso
de los hijos de Israel del exilio), y la mujer llama a sus amigas y vecinas
para invitarlas a compartir la alegría del feliz desenlace de la búsqueda.
- Algunos breves
rasgos, de una buena eficacia plástica, expresan el cuidado amoroso y la
preocupación sincera de Dios, que va en busca del hombre que se ha perdido, así
como la alegría porque uno -uno sólo- se haya convertido y haya vuelto a
dirigir su mirada al Padre. Está también la alegría del que escucha, de quien
ya tiene experiencia de este Dios que no sabe quedarse esperando, sino que sale
al encuentro, se conmueve, corre (Lc 15, 20) «a
buscar y salvar lo que estaba perdido» (Lc 19, 10).
-
La gran clave es que Dios es rico en misericordia; su corazón está lleno de
comprensión y clemencia, hasta el punto de “salir el encuentro”, a la búsqueda,
y de alegrarse cuando ha encontrado aquello que se había perdido. Éste es el
proceder de Dios, según Jesús, aunque parezca no adecuada esa su actuación,
visto desde nuestras miras cortas y mezquinas.
-
¡Impresionante todo el frescor y la fuerza de este mensaje que contienen las
parábolas de la misericordia! Con toda la validez, hoy y aquí, para mí y para
nosotros. Acoger desde dentro ese inmenso don... ¡toda una tarea para mi vida y
estilo de creyente! Vivir con esa misma actitud que Dios vive... ¡todo un
desafío para mi pobre corazón! Pero ahí está; no es posible “escaparse” de su
exigencia y de su don, porque lo es. ¡Buen ánimo, hermano/a!
Éxodo 32, 7-11. 13-14
“... El Señor añadió a
Moisés: Veo que este pueblo es un pueblo de dura cerviz. Por eso déjame: mi ira
se va a encender contra ellos hasta consumirlos. Y de ti haré un gran pueblo.
Entonces Moisés suplicó al Señor su Dios: ¿Por qué, Señor, se va a encender tu
ira contra tu pueblo, que tú sacaste de Egipto con gran poder y mano
robusta?...”
CLAVES para la LECTURA
- El pasaje del Éxodo que hemos leído parece, a primera vista, que
quiere describirnos la cólera de Dios contra Israel después de que éste hubiera
violado las leyes de la alianza con la adoración del becerro de oro: «Me estoy dando
cuenta de que ese pueblo es un pueblo obcecado. Déjame; voy a desahogar mi
furor contra ellos y los aniquilaré» (Ex 32, 9ss). Parece ser
que Moisés consiguió hacer cambiar de opinión a Dios. Ahora bien, leído con
mayor profundidad, no es así. Moisés está en la cima del monte, solo ante Dios.
Ha permanecido fiel a la alianza de Dios con su pueblo.
CLAVES para la VIDA
-
Profunda y bella página, en cuanto a su contenido, la que nos ofrece este texto
bíblico. La historia de la salvación continúa por los derroteros de siempre:
por una parte, la fidelidad de Dios; por otra, la infidelidad del pueblo
escogido. Pero esa infidelidad llega a tales extremos, que Dios se ha “cansado”
y se propone crear un NUEVO pueblo que sea fiel a los compromisos de la Alianza. Para ello
le plantea a Moisés que se preste a este nuevo proyecto.
-
Y aquí aparece el GRAN INTERCESOR que es Moisés. Aquel hombre y caudillo, que
tanto ha aprendido en su contacto y relación con Dios, ahora apela a lo más
profundo de Dios mismo, a su mismo corazón y a su palabra dada a lo largo de
los tiempos pasados. Moisés “no se presta” a ser el padre de otro pueblo,
porque Dios mismo le ha enseñado a amar a ese pueblo. Y lo seguirá haciendo,
poniéndose de su parte. Dios desiste de su proyecto ante la resistencia de su
elegido y que le ha recordado todo lo vivido a través de la historia.
1 Timoteo 1, 12-17
“... Pero Dios tuvo compasión de mí, porque yo no era creyente y no
sabía lo que hacía, Dios derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor
cristiano. Podéis fiaros y aceptar sin reserva lo que os digo: Que Jesús vino
al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero...”
CLAVES para la LECTURA
- También el segundo texto de las lecturas de hoy habla de la
misericordia de Dios. La misericordia es el rostro más expresivo y original de
Dios, el rasgo que mejor le caracteriza. Pablo intenta además ocultar su
personalidad para que pueda manifestarse en él con mayor claridad el don de la
misericordia divina. No quiere retener nada para sí que no remita únicamente a
la condescendencia sin límites del amor de Dios al hombre. Desea presentarse
sólo como un puro producto de la misericordia divina. Dice dos veces que ha
encontrado misericordia, y ello «de modo que yo
sirviera de ejemplo a los que habían de creer en él» (v. 16).
CLAVES para la VIDA
- Este enorme
testigo de Jesús y del Evangelio se nos presenta, una vez más, como modelo de
fe y de vida. Ha experimentado en su propia carne la acción de la gracia divina
y ahora no puede menos de confesarlo pública y abiertamente. Y es que la
misericordia de Dios ha sido generosa en aquel “blasfemo, perseguidor e
insolente”, como ha sido Pablo. Reconoce y asume esa su historia, y la
nueva realidad es consecuencia de la acción gratuita de la gracia divina.
Evangelio: Lucas 15,
1-32
“... Solían acercarse a Jesús los publicanos y los pecadores a
escucharle. Y los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos: Ése acoge a
los pecadores y come con ellos. Jesús les dijo esta parábola: Si uno de
vosotros tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en
el campo y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y cuando la
encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y al llegar a casa,
reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: ¡Felicitadme!, he encontrado
la oveja que se me había perdido. Os digo que así también habrá más alegría en
el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos
que no necesitan convertirse...”
CLAVES para la LECTURA
- El evangelio presenta tres bellísimas parábolas sobre la misericordia
de Dios. Éste no sólo es bueno y perdona al pecador que vuelve a él, sino
alguien que, de manera afanosa, busca «al
que estaba perdido hasta que lo encuentra». Así sucede en la parábola
de la oveja perdida y de la moneda extraviada. En la tercera parábola, Dios es
aún el padre que va hacia el hijo. Mira a lo lejos más allá del horizonte.
Escruta los caminos por los que el hijo puede encontrar la vía del retorno. Apenas
le divisa, cuando todavía se confunde con el horizonte lejano, siente un
sobresalto de alegría. No se queda en casa esperándole, sino que corre a su
encuentro, le abraza y le besa. Oye las palabras que el hijo le repite, pero su
corazón está en otra parte. Ordena que le vistan con el mejor traje y hace
preparar una gran fiesta para celebrar el regreso.
CLAVES para la VIDA
-
Nos encontramos en este capítulo 15 de Lucas, llamado el “corazón del
Evangelio”, con unas enseñanzas inolvidables y llenas de contenido y de vida:
la de la MISERICORDIA
y la forma de actuar del mismo Jesús. Porque nos presenta a Jesús acercándose a
los pecadores y acogiéndoles, hasta el punto de comer con ellos. Por lo tanto,
la lección de hoy va dirigida a las personas que no tienen misericordia y no
aceptan el proceder “poco serio” que vive Jesús respecto de los pecadores.
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