sábado, 7 de septiembre de 2013


DOMINGO, día 8 de Septiembre


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Sabiduría 9, 13-18

 
“... ¿Qué hombre conoce el designio de Dios, quién comprende lo que Dios quiere?... ¿Pues quién rastreará las cosas del cielo, quién conocerá tu designio, si tú no le das sabiduría enviando tu santo espíritu desde el cielo? Sólo así fueron rectos los caminos de los terrestres, los hombres aprendieron lo que te agrada; y la sabiduría los salvó...”

  

CLAVES para la LECTURA

 
- La liturgia nos ofrece hoy la última parte de la oración que Salomón dirigió a Dios para obtener la sabiduría (Sab 9). Se trata de una oración de un valor incomparable, que figura entre las más elevadas de la Escritura tanto por su contenido espiritual como por su forma estilística, aunque en una primera lectura pueda dar la impresión de ser más bien seca. Es una oración que nos sitúa, de una manera inexpresable, en el haz de luz de la misericordia de Dios que desciende sobre nosotros.

 - La enseñanza última del libro de la Sabiduría es, precisamente, la oración. Del mismo modo que la sabiduría ha asistido a Dios desde la aurora de la creación, así asiste también al hombre para que continúe «gobernando el mundo con santidad y justicia» (9, 3). La vida del hombre es, en esencia, una relación límpida y transparente con la sabiduría para alcanzar de ella la luz necesaria para gobernar el mundo. En este sentido, la vida del hombre no puede ser nada más que oración. La vida del hombre es considerada por el libro sagrado como una maravillosa relación con la sabiduría, y esta relación es oración: «Concédeme la sabiduría» (9, 4). Ahora bien, se trata de una relación misteriosa, que se basa en la experiencia de nuestra propia fragilidad y de nuestro propio pecado y que, por eso, sólo puede ser vivida en el clima de la acogida de un amor y de una luz irresistibles y respetuosos con nuestra humanidad. Ninguna perfección, por muy rica que sea, puede ser suficiente para la obra a la que Dios llama al hombre: «Sin tu sabiduría, sería estimado en nada» (9, 6). Sólo el don de la sabiduría nos hace contemplar el esplendor de la creación.

 - A buen seguro, el hombre se siente débil y frágil para llevar a cabo los planes de Dios (vv. 13-19). ¿Cómo puede conocer y llevar a cabo el deseo de Dios? «¿Quién conocería tu designio si tú no le dieras la sabiduría y enviaras tu santo espíritu desde los cielos?» (v. 17), dice el libro de la sabiduría. Sin embargo, el hombre sabe asimismo que Dios le asistirá también esta vez con su gracia. El hombre sabe que Dios le ha iluminado y guiado siempre con su sabiduría. Sabe que «aprendieron los hombres qué es lo que te agrada, y se salvaron por la sabiduría» (v. 18). Dios también nos puede asistir hoy. Por eso pedimos continuamente a Dios el don de la divina sabiduría: «Envíala de los cielos santos» (9, 10).

  

CLAVES para la VIDA

 
- Hermosa plegaria la del autor sagrado que sabe mucho de la vida y del corazón humano. De ahí que desea ardientemente ese don que tiene su origen en el corazón del mismo Dios, y es que, sin esa sabiduría, el hombre se siente perdido e incapaz de llevar adelante los planes que Dios desea, tanto en lo referente a la creación como en lo referente a la vida. Por lo tanto, la sabiduría no consiste tanto en una acumulación de conocimientos, sino en la capacidad de “ver” y de sentir a Dios en la vida y en la creación.

 - “¿Quién conocerá tus designios, si tú no le das sabiduría…?”: he aquí la clave. La fuente de ese conocimiento es Dios mismo y el don de su sabiduría. Sólo desde esa concesión gratuita, el hombre podrá corresponder dignamente a todo el proyecto que, con amor inmenso, Dios ha trazado para la humanidad, para todas las criaturas. Desde ahí que la súplica insistente es precisamente aquella de “envíala de sus santos cielos” (v. 10). Así, el hombre estará disponible a los deseos de Dios y podrá ser la imagen presente del estilo mismo de Dios.

 - Hermosa y sugerente súplica que nace del corazón del hombre creyente y que se siente necesitado de la ayuda de lo alto y que lo expresa en la palabra “SABIDURÍA”. Y es que no basta la vida y la creación. Además, es necesario saber “leer” y descubrir en todo ello la mano del creador. Y eso sólo es posible gracias al don de la sabiduría; sólo desde ella, el hombre es capaz de ver y descubrir la realidad en toda su profundidad y en todo su ser. Para nosotros, hombres/mujeres racionales y llenos de conocimientos, no está nada mal esta oferta y don. Hermano/a, insistamos con la plegaría: “envíala de los cielos santos”.

  

Filemón 9b-10. 12-17

 
“... Yo, Pablo, anciano y prisionero por Cristo Jesús, te recomiendo a Onésimo, mi hijo, a quien he engendrado en la prisión. Te lo envío como algo de mis entrañas. Me hubiera gustado retenerlo junto a mí, para que me sirviera en tu lugar en esta prisión que sufro por el Evangelio; pero no he querido retenerlo sin contar contigo: así me harás este favor no a la fuerza, sino con toda libertad...”

  

CLAVES para la LECTURA


- En la carta que le dirige, Pablo quiere educar a su hermano Filemón en esta renuncia sapiencial. Lo hace con una discreción y un tacto verdaderamente admirables, repletos de una profunda y delicada sabiduría cristiana. Podría «mandarle» que le dejara a su esclavo Onésimo, que había huido de su patrón después de haberle robado. Sin embargo, dado que conoce su generosidad, estima más conveniente aducir motivos de caridad.

 - Pablo, «anciano ya, y al presente además prisionero por Cristo Jesús» (v. 9), podría retener muy bien al esclavo Onésimo junto a él. No, a buen seguro, como esclavo, sino «para que me sirviera en tu lugar ahora que estoy encadenado por causa del Evangelio» (v. 13), o sea, como esclavo y servidor de Cristo. Sin embargo, le envía de nuevo a Filemón. Deja que sea éste quien decida retenerle o enviarle de nuevo a Pablo. De este modo, Pablo no sólo libera a Onésimo de la esclavitud, sino que pide además a Filemón algo mucho más costoso, le invita a una expropiación todavía más fuerte: que reciba a Onésimo no ya como esclavo, sino «como un hermano muy querido» (v. 16) al que debe amar ante el Señor.

 - En efecto, mediante el amor de Pablo, Onésimo se ha vuelto para Filemón un hombre como él, auténticamente vivo, en posesión de un tesoro que no perecerá nunca. Se trata de que vuelva a tener a Onésimo no ya para un simple beneficio temporal, para un «momento», sino «precisamente para que ahora lo recuperes de forma definitiva» (v. 15).

  

CLAVES para la VIDA

 
- El apóstol Pablo ha entendido perfectamente cuál es la nueva situación de la criatura que ha “nacido” de la fe en Cristo: ya no importa de dónde proviene, aunque sea de la condición de la esclavitud; ahora la realidad ha cambiado desde la misma raíz. Ahora, el amor mutuo es el fundamento de la nueva comunidad, liberado desde el don de Cristo, el Señor. Ya no vale la lógica del poder o de la esclavitud, sino la acogida del otro como hermano por amor. La caridad es la suprema norma de la convivencia entre los hombres.

 - Lógicamente este cambio de situación tiene, pues, unas connotaciones propias y determinadas. Al apóstol, prisionero por el Evangelio y necesitado de ayuda, le vendría bien la ayuda del que fuera esclavo, pero la libertad y la fraternidad son las notas dominantes de esa nueva realidad. Y eso está por encima de todo. Ahora, el que viviera en otros tiempos en la esclavitud, está en posesión de un tesoro y no puede renunciar a ello.

 - Hasta de las situaciones más especiales, el gran apóstol Pablo es capaz de sacar a flote el ANUNCIO de la Buena Nueva. Así, proclamar la libertad y la fraternidad como las nuevas claves de la vida es una realidad y no desaprovecha la oportunidad. Hermano/a, todo tiempo, lugar y situación es bueno para anunciar y comunicar lo esencial de nuestra fe, del TESORO que se nos ha dado de forma plena y gratuita. ¡No nos achiquemos anta la vida! Anunciémoslo con todas nuestras fuerzas.

 

Evangelio: Lucas 14, 25-33

 
“... Si algún o se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío... el que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío...”

 

CLAVES para la LECTURA

 
- Este fragmento del evangelio de Lucas contiene dos parábolas (vv. 28-30 y 31ss) y tres máximas fundamentales de la sabiduría cristiana (vv. 26. 27. 33). La verdadera sabiduría, la que nos enseña Jesús en el evangelio, consiste en abandonarlo todo, en prescindir de todo, en despojarnos de todo, en llegar a ser por fin libres, para seguir a Jesús y sumergirnos en el océano del Amor. El don de la sabiduría consiste precisamente en seguir a Jesús, a nadie más que a él. Las parábolas nos enseñan, en efecto, que la sabiduría del cristiano consiste en ir a Jesús «renunciando a todo lo que tiene», como sugiere Lucas: «Si alguno quiere venir conmigo y no está dispuesto a renunciar a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, hermanos y hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío» (v. 25). Esto es lo que se exige para seguir a Jesús.

 - Jesús exige para él, por ser el Hijo de Dios, «todo el corazón, todas las fuerzas». Nada puede oponerse a este amor. Jesús quiere ser amado como el único amor, como la única riqueza y el único proyecto que llena el corazón. Quien no «renuncia a todo lo que tiene» (v. 33) no puede pretender ser discípulo suyo. Está incluido aquí todo lo que podamos poseer: no sólo los bienes materiales, sino también las relaciones con otras personas, como los parientes más próximos. En el fondo, la sabiduría cristiana está toda aquí: desvinculamos de todo lo que nos aleja o nos separa de Dios, para llegar a vivir nuestra vocación de discípulos.

 - Las parábolas nos enseñan en última instancia que, para seguir a Jesús, es menester tener la sagacidad de los hombres de este mundo. El que construye una casa se pregunta antes de empezar las obras si le van a salir las cuentas. Igualmente, el rey que se compromete en una batalla calcula bien si podrá hacer frente al enemigo con los medios de que dispone. Jesús extrae de estos ejemplos la siguiente conclusión: «Del mismo modo, aquel de vosotros que no renuncia a todo lo que tiene no puede ser discípulo mío» (v. 33). Seguir a Jesús es una empresa dura. Es menester reflexionar antes, con seriedad, si estamos dispuestos a renunciar a todos los bienes para construir el edificio cristiano, y a combatir únicamente con la sabiduría divina y no con nuestra propia astucia. Por otra parte, Jesús nos pide que realicemos esta reflexión en silencio.

 

CLAVES para la VIDA

 
- Página exigente y radical la que nos propone Jesús, el Maestro. Así lo entiende él: toda la vida está fundamentalmente llamada a construir el proyecto del Reino, que es la voluntad del Padre del cielo. Todo está, pues, supeditado a este objetivo central y primordial. Ante esto, ni los valores tradicionales ni familiares pueden ser freno, ni mucho menos impedimento. Y eso simplemente para “ser discípulo”.

 - Aquí se nos presenta no sólo una enseñanza del Maestro, sino -sobre todo- una forma de ver la vida, de entenderla y de vivirla. Los bienes, la familia… son dones de Dios mismo. Pues ahora hay un bien superior que es la causa del Reino y por la que, según Jesús, merece la pena dejarlo todo en segundo plano. Él así lo vive; ésa es la propuesta a los suyos; es también la invitación a todo aquel que quiera convertirse en su seguidor. Aunque parezca y sea duro, así es.

 - Claro que “creer en Jesús” es mucho más tararear unas fórmulas o enunciados doctrinales. Si tomamos en serio la página evangélica, seguirle es todo un estilo de vida, de ver y de entenderla; de afrontar con un estilo y talante determinados. Si todo queda en “segundo término” ante la opción de su seguimiento, claro que es exigente y radical la propuesta. Hermano/a, no podemos eludir su planteamiento. No podemos mirar hacia el otro para que asuma el desafío; la propuesta es para mí, para cada uno. ¿De acuerdo?

 

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