sábado, 5 de abril de 2014


DOMINGO, día 6 de Abril

 



                                        














 

 

 

 

 

 

Ezequiel 37, 12-14        


 
“... Esto dice el Señor: Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor. Os infundiré mi espíritu y viviréis; os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago...”

 
CLAVES para la LECTURA

 
- El fragmento de Ezequiel está compuesto por dos partes: una visión (vv. 1-10) y su explicación (vv. 11-14) (Nota: en la liturgia de hoy, sólo se lee la segunda parte; conviene leer la primera parte para entender, mejor  y en su profundidad, el texto proclamado).

 - El profeta es trasladado a un valle, probablemente el situado en la región de Quebar (Babilonia), donde vivían los israelitas exiliados. El espectáculo que se despliega ante sus ojos es sumamente desolador: un enorme montón de huesos secos y resquebrajados (vv. 2ss). A la pregunta, aparentemente absurda, del Señor sobre si podrán revivir aquellos huesos, le da Ezequiel una respuesta discreta y llena de confianza: «Señor, tú lo sabes» (v. 3b). Dios lo puede todo, todo depende de su voluntad. Entonces le ordena el Señor profetizar sobre los huesos. Los restos de seres humanos deben «oír» ahora la palabra divina y «saber» que él es el Señor (v. 4).

 - Viene después la explicación -es el Señor quien la da explícitamente-: los huesos son los exiliados, privados de vida y de esperanza (vv. 11ss). El Señor los llama con ternura «pueblo mío» y, frente a su desconfianza, les asegura que llevará a cabo el prodigio de su restauración. A la imagen de los huesos vueltos a la vida se añaden otras para reforzar aún más el poder del Dios de la vida: «Yo abriré vuestras tumbas, os sacaré de ellas» (vv. 12. 13). Hasta en las situaciones de muerte más desesperadas puede hacer nacer el Señor nueva vida. Dios «no es un Dios de muertos, sino de vivos» (Mc 12, 37) y «nada es imposible para Dios» (Lc 1, 37). Al final, es el Señor mismo quien da la respuesta a la pregunta planteada al profeta: «¿Podrán revivir estos huesos?» (v. 3). Sí: «Lo digo y lo hago» (v. 14).

 

CLAVES para la VIDA


 
- ¡Inmensa “estampa” la que ofrecen los huesos secos de la parábola y que nos presenta el profeta! Todo un símbolo del pueblo de Israel en el destierro, con el Templo de Jerusalén también destruido, después de la segunda deportación. Pero es aquí donde el profeta recibe el mandato de pronunciar sobre ellos la Palabra de parte de Dios, recibiendo nuevamente espíritu de vida. Aunque todo está totalmente muerto, la Palabra es eficaz y Dios es Dios de vida. Es el núcleo del mensaje.

 - “Lo digo y lo hago” (v. 14): ésta es la fuerza de la decisión de Dios; Él mismo en persona va a obrar la transformación de aquella situación caótica. Y es que Israel ha olvidado fácilmente, pero su Dios es el Dios de la vida y sus proyectos son siempre creadores de vida. Ahora renueva esas promesas y las va a cumplir, y los “huesos secos” (Israel) tendrán vitalidad nueva, porque... “os infundiré mi Espíritu y viviréis...”.

 - ¡Hermosa parábola para ofrecernos lo nuclear de nuestra fe y que, ahora, se me ofrece a mí, a nosotros! ¡En cuántos momentos, nuestros huesos (o nuestras vidas) pueden encontrar-se “secos”, sin vida y el mismo Dios actúa con fuerza y transforma nuestra realidad pobre e impotente! Abrirme a su palabra de vida... ¡es una NECESIDAD! Sólo así su Espíritu residirá en mí, haciendo nuevas todas las cosas ¿De acuerdo, hermano/a?

  

Romanos 8, 8-11

 
“... Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros...”

 

CLAVES para la LECTURA

 
- En su Carta a los Romanos pone Pablo de relieve el carácter dramático de la condición humana, una condición sometida a la esclavitud del pecado (7, 14b-25). Para indicar esta fragilidad congénita a la naturaleza emplea el término «carne», vertido en nuestra traducción por «apetitos». Los que se dejan dominar por este principio no pueden agradar a Dios, puesto que «el propósito de la carne es enemistad contra Dios» (v. 7 al pie de la letra).

 - ¿Cómo escapar entonces de la ira divina? Hay otro principio que mora y actúa en los bautizados: el Espíritu Santo. El bautismo nos hace morir al pecado (6, 3-6) para sumergir-nos en la muerte salvífica de Cristo (vv. 3s). Es tarea del cristiano, por consiguiente, dejar que actúe en él cada día el dinamismo de la muerte -al pecado- inherente al bautismo, para vivir cada vez más de la misma vida de Dios (vv. 10-12).

 - Es el Espíritu quien hace al hombre hijo adoptivo de Dios, insertándolo en la filiación única de Cristo. Ahora bien, esta realidad no se lleva a cabo en un solo momento. Es un germen que se va desarrollando a diario en la medida en que se muestra dócil a su «guía». En el centro de la carta aparece por primera vez esta espléndida definición de los cristianos: «Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios», que por eso son hijos de Dios (v. 14). El Espíritu confirma interiormente esta nueva adopción, dando la libertad de orar a Dios con la misma confianza que Jesús, con su misma invocación filial (vv. 15s), y abriendo el horizonte ilimitado de la nueva condición: el que es hijo es también heredero del Reino de Dios junto con Cristo, primogénito entre los hermanos.

 

CLAVES para la VIDA

 
- Este gran testigo y, además, animador de las comunidades cristianas que es Pablo, nos introduce en el meollo de la condición humana, en sí misma con notas dramáticas, pero -a la vez- gracias a Cristo Jesús y su acción salvífica, una realidad humana transformada hasta en su misma raíz y condición: la enemistad con Dios se ha truncado en la adopción como hijos por parte de Dios. El cristiano es llamado a gustar, disfrutar y trabajar, cada día, esta nueva condición.

 - Porque la nueva situación está como en germen, en lo más profundo del ser humano, y como don del bautismo. Ahora es necesario... “dejarse guiar por el Espíritu de Dios” (v. 11). Ésta es la clave y es también la tarea, ya que ese Espíritu hará que, donde prevalecía la fragilidad y la caducidad, surja el hombre nuevo que vive según el Evangelio y obre el querer divino, como el mismo Jesús que vivió y obró. Así se realizará la obra de salvación EN PLENITUD.

 - Se nos sigue proponiendo algo hermoso e inmenso en esta recta final de la Cuaresma, si nos imbuimos del estilo de ser y de vivir del mismo Jesús, a quien queremos acompañarle en este trance que Él se dispone a vivir. Dejarme “guiar” por su misma fuerza y Espíritu es la condición para validar todo y pasar de las grandes formulaciones a la realidad concreta y a la nueva situación que se nos plantea: ser hijos, con todas las consecuencias y, también, con todas las ventajas. ¿Cómo estás de ánimos, hermano/a? ¿No crees que merece la pena?

  

Evangelio: Juan 11, 1-45

 
“... Cuando llegó Jesús, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado... Y dijo Marta a Jesús: Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano... Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre... Y dicho esto, gritó con voz potente: Lázaro, ven afuera...”

 
CLAVES para la LECTURA

 
- La perícopa de la “resurrección de Lázaro”, que prepara directamente los acontecimientos pascuales, explícita uno de los aspectos fundamentales de la cristología joanea. En un crescendo lento, en el relato se pasa de la narración de la enfermedad (vv. 1-6), la muerte y la sepultura (vv. 7-37) hasta la resurrección al cuarto día (vv. 38-44). Entre líneas aparece la humanidad llena de ternura de Jesús -que no reprime las lágrimas ni los sollozos (vv. 33. 35)-, la confidencialidad de la amistad (vv. 21-24. 32. 39s) y el misterio de la filiación divina (vv. 4-6. 14-15. 41s).

 - El “credo” de Marta sintetiza magistralmente esta rica realidad: “Señor... tú eres el Mesías (el mesías esperado en el judaísmo), el Hijo de Dios (título cristológico helenístico), el que tenía que venir al mundo (ho erchómenos vibrante de espera escatológica)”. El punto más revelador aparece en los vv. 25s, lapidario como la revelación del nombre de “Yahvé” del que es una explicación: “Yo soy la resurrección y la vida”.

 - El potente grito con que Jesús llama a Lázaro (v. 43) tiene la fuerza de la llamada a la vida del primer Adán (Gn 2, 7) y, a la vez, el dramatismo de la emisión del Espíritu por parte del nuevo Adán en la cruz (Lc 23, 46). En la “casa de aflicción” o “casa del pobre” (esto significa “Betania”), efectivamente “Yahvé ayuda”, según el significado del nombre “Lázaro”. ¿Cómo? Dándose misericordiosamente a sí mismo y dando su vida como medicina de inmortalidad.

 
CLAVES para la VIDA

 
- Se da una conexión progresiva en los grandes textos (“catequesis”) de Juan, leídos y proclamados a lo largo de los últimos domingos de Cuaresma. Después de haber hablado del don de Dios, el agua viva (pasaje de la Samaritana); Jesús, verdadera luz, que ha abierto los ojos al ciego de nacimiento (y anunciados en el Bautismo), hoy se nos propone otra acción simbólica con consecuencias inmensas: la vida nueva e imperecedera (relato de la resurrección de Lázaro). Es el CAMINO que no ofrece la liturgia

 - “Yo soy la resurrección y la vida”: es la gran proclamación y la revelación del mismo Señor Jesús. Ahora toda la historia de la salvación alcanza su plenitud y todo queda iluminado y en todas sus facetas. Incluso el mayor enemigo, que es la muerte, ha sido vencido desde la entrega. De ahí que en Jesús vence el amor, no salvándose a sí mismo, sino entregándose hasta la muerte. Y éste se convertirá en la ley fundamental del cristiano: el amor, para vencer, debe saber perder, como Jesús mismo.

  - Hemos llegado ya al culmen de este proceso cuaresmal, de profundización y de descubri-miento del misterio, del bueno: en Jesús se nos ofrece la plenitud, la vida y una vida impere-cedera. Es cuestión de abrirme a su don, que es el don de Dios mismo. Ésta es, pues, la última y definitiva palabra. Hermano/a: hemos caminado junto a Él; le hemos visto y escuchado; nos hemos entusiasmado con sus “señales” y su mensaje. ¿Estoy ahora dispues-to/a a acoger su llamada del “Ven afuera” (como a Lázaro), y vivir como hombres/mujeres que ha experimentado el “soplo de vida” que sólo Él es capaz de dar y de regalar? ¡Ojalá sea así! ¡Ojalá!

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