DOMINGO, día 25 de Agosto
Isaías 66, 18-21
“… Así dice el Señor: Yo vendré
para reunir a las naciones de toda lengua: vendrán para ver mi gloria, les daré
una señal, y de entre ellos despacharé supervivientes a las naciones… De entre
ellos escogeré sacerdotes y levitas -dice el Señor-…”
CLAVES para la LECTURA
- El último capítulo del libro de Isaías pertenece a una unidad
literaria que tiene características absolutamente propias. Una de ellas es la
gran apertura universalista que caracteriza al proyecto de Dios respecto a la
humanidad. De proyecto se trata aquí, en efecto, y, para demostrarlo, en esta
página profética todos los verbos están en tiempo futuro: «Inspiraré,
vendré, vendrán, contemplarán, pondré, mandaré, anunciarán, traerán,
elegiré...».
- El autor de esta parte del libro profético se pone, por consiguiente,
no sólo al servicio de una historia de la salvación que pertenece al pasado,
sino que, precisamente a partir de ella, hunde su mirada en un futuro que
pertenece únicamente a Dios, pero que, no obstante, irrumpe ya en el presente.
Ésta es la actitud que como verdaderos creyentes estamos llamados a asumir
cuando leemos y meditamos las profecías del Viejo Testamento.
- Empleando términos más modernos, se diría que con esta profecía el
Señor quiere abrir nuestra mente a las dimensiones de la convivencia
interétnica, intercultural e interreligiosa que nos interpela hoy a todos como
un auténtico desafío. Ahora bien, lo que importa subrayar, al considerar el
problema con los ojos de la fe, es que tal situación no es absolutamente nueva
ni debe ser considerada como algo inédito en la historia de la humanidad. Al
contrario, corresponde exactamente al proyecto del Dios creador y libertador,
que quiere hacer de todos los pueblos un solo pueblo, de todos los hombres una
sola familia, de todos los grupos una sola comunidad. Eso únicamente será
posible si todos reconocemos que el Señor es el único Dios, que a él se remonta
cualquier iniciativa de salvación, que sólo él puede llevar a buen fin los
proyectos humanos, haciéndolos converger hacia una única meta.
CLAVES para la VIDA
-
También en esta ocasión, el profeta, con esa mirada y perspectiva de futuro,
nos recuerda y ofrece el PROYECTO de Dios, ahora más que nunca abierto a toda
la humanidad, y que conlleva una promesa de vida y de plenitud. Así, la
historia de la salvación, que tiene sus orígenes en el pasado de este pueblo,
ahora recobra todo su vigor y fuerza. Eso sí: ese futuro que presagia y anuncia
pertenece únicamente a Dios. Éste es el cuadro que nos propone.
-
Y es que el PROYECTO de Dios es de liberación para Israel y para todos los
pueblos de la humanidad, y todos los pueblos son llamados a formar una FAMILIA
en torno a ese Dios, que sigue actuando, de forma clara y explícita, en favor
de los hombres. La iniciativa siempre es de Dios mismo. “Y de
todos los países, como ofrenda al Señor, traerán a vuestros hermanos”
(v. 20), es la conclusión que el profeta anuncia a su pueblo. Y es que Dios
sigue amando con pasión a este pueblo y eso a pesar de las infidelidades que
tantas veces ha sufrido como respuesta a su amor.
-
Meditar estas profecías del viejo libro; acoger como un regalo y con plena
validez para nosotros, hoy y aquí, es la propuesta de este texto profético. Y
es que el PROYECTO de Dios sigue en pleno vigor. Y si Dios ha dado su palabra
en el pasado, saber que también el futuro está en sus manos… es una garantía
para nosotros. Desde ahí caminamos. Hermano/a, no estamos abocados al absurdo;
nuestra mirada de fe tiene raíces profundas y nos pone mirando al futuro, como
algo que depende de Dios mismo. Esta profecía adquiere toda su madurez y
plenitud en la persona de Jesús de Nazaret; aquí descansa y radica nuestra
garantía.
Hebreos 12, 5-7. 11-13
“… Porque el Señor reprende a los
que ama y castiga a sus hijos preferidos. Aceptad la corrección, porque Dios
os trata como a hijos, pues ¿qué padre no corrige a sus hijos? Ningún castigo
nos gusta cuando lo recibimos, sino que nos duele; pero da como fruto una vida
honrada y en paz…”
CLAVES para la LECTURA
- Remitiéndose a una exhortación contenida en el libro de los
Proverbios (3, 11ss), el autor de la
Carta a los Hebreos formula algunos pensamientos que dejan
ver un fin declaradamente pedagógico. No es difícil captar esa pedagogía divina
que brota de toda la Biblia,
aunque de modo especial de los libros sapienciales. Es ésta una clave de
lectura muy importante: con ella podemos comprender que la Escritura no contiene
sólo la memoria de la historia de la salvación, sino también un código de
comportamiento que procede de esa historia y que le da cumplimiento.
- La exhortación apostólica se desarrolla en dos direcciones: en primer
lugar, hacia el sentido del sufrimiento humano, en todas sus expresiones. Para
quien cree, nada acaece en la vida por casualidad o por necesidad, sino en
virtud de una providencia, la cual, aunque en ocasiones resulte difícil
identificarla, está, no obstante, siempre presente y activa en la historia de
los hombres. Y por «sentido» se entiende aquí tanto significado como
orientación. En efecto, todo hombre tiene necesidad de comprender para saber a
dónde ir; la orientación de su vida no puede dejar de depender de las
convicciones que consigue elaborarse. Dios respeta plenamente esta exigencia
nuestra y, también con la
Biblia, sale al encuentro de nuestra necesidad de luz y de
claridad.
- En segundo lugar, la exhortación apostólica tiende a dar fuerza y
valor a cuantos se encuentran comprometidos todavía en una lucha sin fronteras
contra las fuerzas del mal. Nosotros, en efecto, no encontramos sólo momentos
de debilidad y de enervamiento, sino que también estamos expuestos al peligro
de tomar caminos torcidos, alternativos y que nos desvían. La corrección tiene,
en esos casos, un fin altamente terapéutico, como cualquier corrección paterna;
y es que, según una ley de la naturaleza, todo hijo tiene la obligación de
caminar por el mismo camino, con las mismas intenciones y por los mismos
motivos que inspiraron la vida del Padre.
- Según la enseñanza de la carta, el Señor emplea con cada uno de
nosotros una corrección que puede provocarnos, en ese momento, tristeza y
dolor, pero que todavía es más capaz de provocar reacciones fuertes y animosas,
de dar alegría y de producir frutos de paz y de justicia. Es como decir que la
corrección de Dios, cuando es acogida con un corazón filial, sincero y dócil,
abre el horizonte a ulteriores etapas en la historia de cada hombre, en vistas
a metas cada vez más apetecibles y satisfactorias.
CLAVES para la VIDA
- El autor sagrado no pretende cargar las tintas y
destacar que Dios es un caprichoso, que reprende y castiga de forma
indiscriminada. Al contrario, como el padre corrige a su hijo, a fin de que se
haga un hombre con convicciones (y esto es algo natural), asimismo Dios
pretende siempre buscar que sus hijos se sientan más plenamente hijos. De ahí
que en momentos determinados corrija y reprenda a fin de ir creciendo como
personas. Es la pedagogía divina, en ocasiones no fácil de aceptar, pero que
tiene una perspectiva más amplia que nuestras miras.
- Además, el autor sagrado exhorta a tomar en serio la
responsabilidad por los más débiles de la comunidad: “fortaleced…,
robusteced…, caminad…” (vv. 12-13). Esta preocupación por los
demás, en orden a la edificación mutua, y el apoyarse y sostenerse mutuamente,
es una de las características de esta carta a los Hebreos. Y es que el
seguimiento de Jesús y de su estilo requiere de la ayuda de otros hermanos en
la fe. No es posible descuidarlo ni dejarlo de lado.
- Participar en la misma vida de Dios y alcanzar la
herencia reservada a los hijos son los objetivos que sugiere y propone el autor
de la carta a los Hebreos. Y esto tiene validez, hoy y aquí, para nosotros.
Aunque ello suponga ser corregido en determinados momentos y el sufrimiento que
conlleva. Hermano/a, el seguir “creciendo” en nuestra vida es una necesidad,
aunque suponga esfuerzo. Por eso, caminar convencido de que nada sucede por
pura casualidad, sino como fruto de una providencia amorosa… ¡es toda una
lección a aprender! Ahí es nada.
Evangelio: Lucas 13,
22-30
“… Jesús les dijo: Esforzaos en
entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentarán entrar y no
podrán. Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta os quedaréis
fuera y llamaréis a la puerta diciendo: Señor, ábrenos; y él os replicará: No
sé quiénes sois. Entonces comenzaréis a decir: Hemos comido y bebido contigo y
tú has enseñado en nuestras plazas. Pero él os replicará: No sé quiénes sois.
Alejaos…”
CLAVES para la LECTURA
- La página evangélica de hoy nos presenta dos grandes imágenes que
sólo esperan ser interpretadas a la luz del contexto que las envuelve. Por una
parte, está la imagen de la puerta estrecha, por la que hemos de esforzarnos en
pasar, si queremos entrar; por otra, está la imagen del gran cortejo que se
forma desde todas las partes de la tierra hacia aquella ciudad bendita en la
que tiene lugar el banquete del Reino de Dios.
- Con la primera imagen, Jesús no intenta ofrecernos una respuesta
directa a los que le han preguntado si «son pocos los que
se salvan»; se limita a invitarnos a la lucha, al compromiso, a
la resistencia. Y es bastante significativo que, en este contexto, Lucas no
pase, como Mateo, de la «puerta estrecha»
a la «puerta ancha», sino de la «puerta estrecha» a la «puerta
cerrada», con lo que acentúa el carácter dramático de un
desenlace que podría revelarse absolutamente negativo. Jesús afirma una vez más
con claridad que seguirle por el camino del Evangelio es una cosa muy seria,
algo que requiere una opción fundamental y, sobre todo, un esfuerzo continuado.
El verbo griego correspondiente a «esforzaos», en modo imperativo además,
expresa la idea de lucha, de prontitud y de urgencia. No sólo es menester hacer
acopio de todas las energías posibles, sino que no podemos perder ni un segundo
de tiempo.
- La segunda imagen le sirve al evangelista para desarrollar un segundo
pensamiento, el que contrapone las pretensiones de unos pocos a la sorpresa de
muchos. También aquí detectamos un tono polémico en las palabras de Jesús: ya
tuvo que reaccionar otras veces contra la jactancia de los judíos, que se
enorgullecían de sus tradiciones y, sobre todo, de su identidad nacional. Y es
que para Jesús ya no existe ahora ninguna situación de vida que pueda poner a
alguien por encima de otro. Dios mismo no hace acepción de personas (Hch 10,
34; véase también Lc 20, 21). Ni siquiera tiene importancia el conocimiento
personal del Jesús terreno; lo único que vale es seguirle con todo el esfuerzo,
con plena libertad y con una disponibilidad total. La escena final, tan bien
dibujada por esta página evangélica, nos pone ante una gran peregrinación en la
que pueden participar todos los que, aunque no tengan vínculos de sangre con
Abrahán, han heredado el don de la fe.
CLAVES para la VIDA
-
A través de unas imágenes bien plásticas, el Maestro afirma con claridad lo que
es importante, lo único importante, al margen de las meras “curiosidades” por
las que le preguntan. Lo importante es seguirle por el camino del Evangelio;
ésta sí que es una opción seria y fundamental y que afecta a toda la persona,
en sus diversas dimensiones. La “puerta estrecha” de la que habla es ésta; y la
situación requiere prontitud y urgencia, porque es fundamental para todo
seguidor que se tache de tal.
-
Por lo tanto, no es posible conformarse con una especie de “derechos
adquiridos” por pertenecer al pueblo elegido y demás (enorme tentación dentro
del pueblo de Israel). No basta. Ni siquiera conocer a Jesús; lo único que vale
es seguirle con todas las consecuencias, con esfuerzo y plena libertad. Aquí se
fundamenta la nueva condición del seguidor y se abre a la pertenencia plena del
Reino.
-
No es posible conformarse con interpretaciones sesgadas del relato evangélico.
La propuesta de Jesús, el Maestro, es clara y definitiva: es necesario que yo
apueste por el Evangelio, haciendo de él el camino de mi vida. Ésta es la
puerta estrecha y es necesario no confundirse con “otras cosas”. Hermano/a,
ésta es la TAREA
para nuestra vida; tarea constante y esforzada, a fin de no quedar fuera del
banquete del Reino. “Hay últimos que serán primeros, y primeros
que serán últimos” (v. 30): no lo podemos olvidar. ¡Buen ánimo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario