miércoles, 14 de agosto de 2013


Jueves día 15 de Agosto:

ASUNCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA

Apocalipsis 11, 19a; 12, 1-6a. 10ab

 
“... Se abrieron las puertas del templo celeste de Dios y dentro de él se vio el Arca de la Alianza... Hubo rayos y truenos y un terremoto: una tormenta formidable. Después apareció una figura portentosa en el cielo: una mujer vestida del sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas. Estaba encinta, le llegó la hora, y gritaba entre los espasmos del parto... Apareció otro portento en el cielo... Dio a luz un varón, destinado a gobernar con vara de hierro a los pueblos. Arrebataron al niño y lo llevaron junto al trono de Dios... «Ya llega la victoria, el poder y el reino de nuestro Dios, y el mando de su Mesías».

 
CLAVES para la LECTURA

 - El drama de la historia humana está representado aquí, como en otros lugares del Apocalipsis, con imágenes cósmicas. Esta historia -la de la lucha continua entre el bien el mal- lleva en sí misma la semilla de un niño, de una vida nueva, esto es, de la vida encarnada en Jesús y vivida para siempre junto a Dios. El arca de esta nueva alianza, que la perícopa de hoy conecta con la figura de una mujer encinta que está a punto de dar a luz, aparece en el cielo junto con los signos que describen la experiencia de lo divino: «En medio de relámpagos, de retumbar de truenos, de temblores de tierra y de fuerte granizada» (11, 19).

 - La mujer, cargada con el niño divino, anuncio y promesa de salvación, se encuentra de la parte de Dios. Tiene «la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza» (12, 1): estos signos nos permiten identificarla como figura de la nueva creación, del nuevo pueblo de Dios, la Iglesia. Frente a ella se encuentra al acecho «un enorme dragón de color rojo», que representa a los que contrastan con el anuncio del Evangelio, a todos los que dieron comienzo a las persecuciones de los primeros tiempos de la Iglesia. El tiempo de la persecución (los «mil doscientos sesenta días» son la duración de la persecución apocalíptica: 11, 3; Dn 7, 25) contemplará aún a la mujer-Iglesia viviendo en el desierto, donde, paradójicamente, encuentra refugio y alimento.

 - El himno final anuncia la derrota definitiva del dragón («el diablo y Satanás»: 12, 9) por parte de Miguel y de sus ángeles: de ahora en adelante nadie podrá encontrar ya una culpa, «acusar» (2, 10) a los creyentes ante Dios.

 
CLAVES para la VIDA

 
- Como acostumbra el libro del Apocalipsis, con ese lenguaje tan “extraño” para nosotros, nos ofrece un mensaje claro: la “mujer” es el pueblo de Dios (Israel = Iglesia) y se encuentra con dolores de parto; esto es, grandeza y miseria, luces y sombras se dan en esa Iglesia naciente y en la situación de persecución en la que vive (como lo estaba siendo cuando el vidente escribe el texto sagrado). Pero tiene la presencia del “niño”, el Mesías, que es quien le libera del “dragón”, de las fuerzas del mal. De ahí la proclamación final: “... se estableció la salud y el poderío, y el reinado de nuestro Dios y la potestad de su Cristo...”.

 - Una vez más, se insiste en la existencia de la lucha entre las fuerzas del bien y del mal y que la victoria definitiva de esa situación sólo se produce con la presencia salvadora de Cristo Jesús. Y es que el proyecto de salvación de Dios ha llegado a su plenitud en la persona y en la obra de Jesús, el Mesías. En Él encuentra el Nuevo Pueblo -aún en situación complicada y de persecución- el motivo de esperanza en el triunfo definitivo, pleno y total.

 - De nuevo se nos vuelve a recordar (una y otra vez) lo esencial y fundamental de la nueva situación en la que vivimos: Dios ha llevado a plenitud su obra de salvación en Cristo Jesús. Ésta es la CLAVE definitiva de lectura de la historia. Y aquí me encuentro yo (nosotros). En esta fiesta de la Asunción de María se nos recuerda también que Ella, junto a Cristo Jesús, camina con esta Nuevo Pueblo, participando de sus luchas y sufrimientos, de sus gozos y alegrías. ¡Disfruta, hermano/a, de esta nueva situación a la que somos invitados a participar!

 
1 Corintios 15, 20-27a

 
“... Cristo resucitó de entre los muertos: el primero de todos. Si por un hombre vino la muerte, por un hombre ha venido la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida... Cristo tiene que reinar hasta que Dios haga de sus enemigos estrado de sus pies. El último enemigo aniquilado será la muerte... Y así Dios lo será todo para todos...”

 

CLAVES para la LECTURA

 - El capítulo 15 de la primera carta a los Corintios pretende responder a algunas objeciones respecto a la resurrección planteadas tanto por ciertas actitudes de miembros de la comunidad como de procedencia exterior.

 - La primera afirmación de Pablo se basa en un dato de hecho: la resurrección de Jesús, cuyo anuncio forma parte del núcleo originario del anuncio cristiano (15, 3ss).

 - La segunda afirmación parte, a continuación, de un dato de fe: sin la resurrección, el credo cristiano perdería su sentido. Dejaría de ser un anuncio de salvación, porque el «último enemigo» (v. 26), la muerte, no sería vencido y con él seguiría en vida el miedo que nos ata y nos hace esclavos de nuestra historia y de nuestros modelos de comportamiento.

 - La dialéctica Adán-Cristo le sirve a Pablo para subrayar el modo de la resurrección, esto es, cómo la vida de la resurrección comporta un cambio real en la naturaleza de nuestro cuerpo: ya no es un cuerpo que lleva en sí la muerte, sino un cuerpo colmado de vida y capaz de darla (15, 20-21. 42ss), un cuerpo «espiritual» (vv. 44ss); ya no es un cuerpo a imagen «del hombre terreno», sino uno a imagen «del hombre de los cielos» (v. 49), una humanidad que se encuentra de parte de Dios.

 
CLAVES para la VIDA

 - Y es que el hecho fundante de todo -según Pablo y la predicación apostólica- está en el hecho de la Resurrección de Jesús, que es lo que cambia todo y para siempre. El “pecado” y la “muerte” (para Pablo están en el mismo lote) han sido vencidos definitivamente en el hecho de la resurrección del Señor Jesús. Él como primicia; todos los cristianos participando con Él; Él, el “nuevo Adán”, arrastrará a sus seguidores a la resurrección. Es lo central.

 - Pero entre el hecho “primicial” de la resurrección de Cristo y el acontecimiento final de la resurrección de “los de Cristo” tiene que haber una historia hacia arriba, toda ella dominada por distintos avatares de una lucha entre Cristo y las “potencias”: “Pues Él tiene que reinar hasta que logre poner a sus enemigos bajo sus pies” (v. 27). Aquí participa plenamente también su seguidor en el empeño de asemejarse al hombre nuevo, al mismo Señor Jesús, y haciendo que la humanidad se encuentre con el Dios de la Vida.

 - También nosotros participamos de este don inmenso que se nos ofrece desde la resurrección de Jesús. También nosotros, revestidos de la fuerza del Señor resucitado, tomamos parte ¿activa? en esa tarea de hacer que la humanidad se encuentre con el Dios de la Vida, y que se nos anuncia y proclama en el acontecimiento de la resurrección. También nosotros, codo a codo con el Señor resucitado y que camina hoy a nuestro lado, luchamos y nos empeñamos en una humanidad más acorde con el proyecto salvador de Dios, amante y enamorado de los hombres y mujeres de toda raza y condición. También nosotros... ¿Es verdad, hermano/a? ¿Lo vivo así cada día y en las circunstancias concretas de mi caminar?

 

Evangelio: Lucas 1, 39-56

 
“... Unos días después, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!... ¡Dichosa tú, que has creído!, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá... Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava...”

 

 

CLAVES para la LECTURA

 - El encuentro entre dos madres se convierte, en los relatos de la infancia del evangelio según Lucas, en un momento importante de conexión y de continuidad entre la historia de la salvación contada en el Antiguo Testamento y la nueva historia que está a punto de empezar con el nacimiento de Jesús; por eso, Isabel saluda en María a la madre «de su Señor» (v. 43) y la proclama bienaventurada por su fe, exultando junto con su propio hijo por impulso del Espíritu Santo (vv. 41-45). La presencia misteriosa del Espíritu nos muestra ya que ambas madres forman parte de un mismo plan de salvación, mediante el cual el designio de Dios sobre el mundo encuentra su cumplimiento no a través de las grandes gestas de la historia -aunque sí en su interior-, no a través de las grandes intuiciones de los filósofos o de los matemáticos griegos -aunque sí junto a ellos-, sino a través de la esperanza de dos mujeres de Israel, que reconocen en todo lo que les está pasando una obra que les supera. No por nada se convierte el cántico mariano en elenco de esta historia que está por detrás y frente a la historia de los manuales, exaltando a su Autor misterioso (v. 47).

 - La «humildad de su sierva», a la que el Señor dirige su mirada (vv. 48-50), no se queda en una simple indicación exterior. Se trata de la humildad de quien está tan bajo que ve mejor la semilla que está a punto de nacer, de quien se pone en una posición de pura acogida (Lc 1, 38), de modo que consigue ver la profundidad de todo lo que está sucediendo y no se deja distraer por otros acontecimientos más ruidosos pero menos reales. En el fondo, se trata de la humildad de quien acoge en sí la verdad de la historia. Precisamente por eso, la humildad de María no le impide reconocerse incluso como destinataria privilegiada del amor de Dios y profetizar que la historia la recordará por esto (y con ello se inserta una vez más en el ejército de todos los orantes del Antiguo Testamento).

 - De esta perspectiva parte el recuerdo de las obras realizadas por el verdadero Señor de la historia (vv. 51-53). Y esta historia se cumple en la salvación llevada a quienes históricamente no tienen salvación -los humildes, los hambrientos- y en la dispersión de cuantos tienen una salvación confeccionada por ellos a su medida y, por eso, no pueden confiar en la obra de Otro (como los soberbios, los poderosos, los ricos...). Estos dos aspectos de la historia parecen combatirse recíprocamente: «Desplegó la fuerza de su brazo» (v. 51) es una expresión dotada de connotaciones militares (Sal 118, 16); sin embargo, la profecía de María descubre, en realidad, en la historia un único aspecto de salvación; a saber: la proximidad del Señor. Tanto más por el hecho de que este Señor demuestra ser fiel también a sus propias promesas (vv. 54ss) y, por consiguiente, digno asimismo de confianza. Para quien tiene ojos humildes, capaces de ver la humildad de la historia de la salvación, el Dios en quien se puede confiar permanece como confirmación de la bendición que él mismo ha dirigido a Israel y a su pueblo, de la promesa que el niño que da saltos en el seno de Isabel y el niño que está creciendo en el seno de María llevan con ellos.

 - El Magníficat, canto de los pobres, es una de las más bellas oraciones del Nuevo Testamento, con múltiples reminiscencias veterotestamentarias (1 Sm 2, 1-18; Sal 110, 9; 102, 17; 88, 11; 106, 9; Is 41, 8-9). Es significativo que el texto se ponga en labios de María, la criatura más digna de alabar a Dios, culmen de la esperanza del pueblo elegido. El cántico celebra en síntesis toda la historia de la salvación que, desde los orígenes de Abrahán hasta el cumplimiento en María (imagen de la Iglesia de todos los tiempos) siempre es guiada por Dios con su amor misericordioso, manifestado especialmente con los pobres y pequeños.

 - El cántico se divide en tres partes: María glorifica a Dios por las maravillas que ha hecho en su vida humilde, convirtiéndola en colaboradora de la salvación cumplida en Cristo su Hijo (vv. 46-49); exalta, además, la misericordia de Dios por sus criterios extraordinarios e impensables con que desbarata situaciones humanas, manifestada con seis verbos («Desplegó..., dispersó..., derribó..., ensalzó..., colmó..., auxilió...»), que reflejan el actuar poderoso y paternal de Dios con los últimos y menesterosos (vv. 50-53); finalmente recuerda el cumplimiento amoroso y fiel de las promesas de Dios hechas a los Padres y mantenidas en la historia de Israel (vv. 54-55). Dios siempre hace grandes cosas en la historia de los hombres, pero sólo se sirve de los que se hacen pequeños y procuran servirle con fidelidad en el ocultamiento y en el silencio de adoración en su corazón.

 
CLAVES para la VIDA

 
- El encuentro de estas dos madres y del Mesías con su Precursor constituyen la expresión de un único cántico de alabanza y acción de gracias a Dios por su presencia salvadora en medio de los hombres. Ahora nos toca a nosotros, siguiendo el ejemplo de María y de Isabel, abrirnos a la acción gozosa y fecunda del Espíritu y responder al don de Dios. María es el modelo de apertura de corazón a la acción del Espíritu. Ella con el don de la maternidad no se aisló en una autocomplacencia, sino que, cual verdadera “arca de la alianza”, que encierra en sí la fuente de la vida, se pone en marcha para servir a los demás en una caridad traducida en humilde servicio. ¡Inmensa lección para los creyentes de hoy, para nosotros!

 - María en casa de Isabel, después de escuchar las alabanzas de su pariente, prorrumpe en un cántico de admiración, alegría y gratitud a Dios. Es el MAGNIFICAT. Canta agradecida lo que Dios ha hecho en Ella y, sobre todo, lo que ha hecho y sigue haciendo por Israel, con el que Ella se solidariza plenamente y es que... “dispersa a los soberbios, derriba del trono a los poderosos, enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”: magnífico resumen de la actitud de fe de Israel en la espera mesiánica, que contemplamos a través de la liturgia.

 - Este cántico del Magnificat puede ser la expresión hermosa que sale de nuestros labios y corazones para unirnos a la alabanza de la Madre, y con más razón en este día tan especial en el que volvemos a descubrir y comprobar que las maravillas de Dios no tienen límite alguno cuando se trata de realizar sus proyectos de vida y de amor. María lo ha entendido mejor que nadie. El evangelista Lucas, al poner en los labios de María este cántico, así nos lo quiere dar a entender. Rezamos con María.

No hay comentarios:

Publicar un comentario