DOMINGO,
día 4
Deuteronomio
6, 2-6
“… Escúchalo Israel, y ponlo por obra para que te vaya bien y
crezcas en número. Ya te dijo el Señor Dios de tus padres: es una tierra que
mana leche y miel. Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es solamente uno.
Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con todo el alma, con todas las
fuerzas…”
CLAVES
para la LECTURA
- Este fragmento expresa en síntesis el corazón de la espiritualidad
bíblica: se trata de las enseñanzas que el libro del Deuteronomio pone en
labios de Moisés, intermediario entre Dios y el pueblo (v. 1). Éstas se resumen
en la exhortación a permanecer fieles a la alianza sancionada con el Señor a
través de la observancia de sus leyes, y la motivación que las acompaña se
repite como un estribillo: «Para que seas
dichoso» (v. 3), es decir, fecundo, próspero y longevo. El fin
de estas normas es, por consiguiente, la verdadera felicidad del hombre, una
felicidad que procede de Dios, su fuente; por eso es menester sentir hacia él
aquel «temor» que, en el lenguaje deuteronómico, es sinónimo de adhesión,
escucha reverente y obediencia amorosa (v. 2).
- Los vv. 4-6 constituyen el núcleo central de la oración que todavía
hoy todo judío piadoso recita tres veces al día, y que recibe el nombre de Shema
por la palabra con que empieza: «Escucha».
Se trata de una profesión de fe en el único Dios que mantiene con todo el
pueblo y con cada uno de sus miembros una relación particular, personal: «El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno».
De ahí nace la exigencia de corresponder a este sagrado vínculo con un amor
indiviso: todas las facultades y las actividades del hombre han de estar
orientadas íntegramente a corresponder con amor al Bien que es el Señor, que es
para nosotros y que obra para nosotros queriendo que seamos felices para
siempre.
- Esta elección gratuita por parte de Dios es un don inmenso del que el
pueblo nunca debe perder la conciencia: la memoria continua de él, de sus
beneficios y de sus preceptos se vuelve para todo Israel -también para
nosotros, hijos de Abrahán según la promesa- compromiso de una vida conforme a
su voluntad y fuente de toda bendición (v. 6; vv. 7-19).
CLAVES
para la VIDA
-
El compromiso de Dios para con su pueblo es firme y estable, por lo que se
manifiesta de forma reiterada, de manera que Israel lo recuerde y corresponda
con fidelidad a la misma fidelidad de Dios. En este contexto se encuadra este
texto que la liturgia hoy nos ha ofrecido. Es una hermosa e inmensa confesión
de la fe y de la espiritualidad bíblica, de la que han mamado todos los grandes
representantes del caminar de Israel.
- Y
el objetivo es “para que seas dichoso” (v. 3):
a pesar de las expresiones pobres que en ese camino encontramos, fruto de las
limitaciones en la comprensión y en la vivencia de Israel, lo que Dios desea,
quiere y persigue es que ese pueblo, al que ama entrañablemente, sea “dichoso”,
una felicidad que estará condicionada por la relación estrecha y vivida en
fidelidad por parte del pueblo. La fidelidad de Dios está garantizada; su
objetivo de ser la causa de esa felicidad, está asegurada. ¿Lo deseará y querrá
Israel? Será el dilema a lo largo de la historia.
-
Páginas como ésta ayudan a descubrir toda la belleza y la profundidad de ese
amor de Dios para con su pueblo, con nosotros. Porque aquel proyecto, recogido
en el viejo libro, ahora avalado por la presencia del Hijo amado, de Jesús,
está garantizado del todo para mí, para nosotros, creyentes y seguidores de
este Jesús de Nazaret. Precisamente ésta va a ser la gran revelación de este
Hijo amado, y nos enseñará -con palabras y obras-, hasta qué punto es verdad y
se ha hecho realidad ese proyecto del amor de Dios-Padre. Aquí nos encontramos,
hermano/a. ¿Qué tal te sientes ante esta Noticia?
Hebreos
7, 23-28
“… Tal convenía que fuese nuestro sumo sacerdote: santo, inocente,
sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo. El no
necesita ofrecer sacrificios cada día -como los sumos sacerdotes, que ofrecían
primero por los propios pecados, después por los del pueblo-, porque lo hizo de
una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo…”
CLAVES
para la LECTURA
- El autor de la carta a los Hebreos, prosiguiendo la comparación con
las instituciones judías, subraya la excelencia del sacerdocio de Cristo con
respecto al levítico, motivando su absoluta superioridad a la luz del misterio
pascual. En efecto, el carácter mortal de los sumos sacerdotes hacía
provisional su servicio y precaria su intercesión, de suerte que para asegurar
la continuidad del culto debían sucederse los unos a los otros. Cristo, en
cambio, es el Resucitado que vive para siempre: dado que su función sacerdotal
no conoce límites de tiempo y su intercesión es incesante, cuantos en todos los
tiempos se confían a su mediación pueden ser perfectamente salvados (vv.
23-25).
- Por otra parte, la resurrección es considerada como el sello con el
que Dios atestigua la santidad de Cristo (Hch 3, 13-15; Rom 1, 4) y la eficacia
de su sacrificio, por eso es Jesús el verdadero sumo sacerdote del que todos
los otros no eran más que figura imperfecta. Es el único sacerdote «que nos hacía falta», es decir, el que
necesitábamos para nuestra salvación, por sus características absolutamente
excepcionales (vv. 26ss). Sólo él carece de pecado, y por eso no necesita como
los otros sacerdotes una purificación personal antes de ejercer su propio
servicio cotidiano; al contrario, ha podido ofrecer de una vez por todas su
propia vida como el santo sacrificio expiatorio que obtiene un perdón eterno a
la humanidad.
- El sacerdocio de Cristo es también superior al levítico por su
fundamento: este último fue instituido, en efecto, por la Ley , que, sin embargo, no ha
llevado nada a la perfección (v. 19), puesto que se apoya en hombres débiles y
falibles (v. 28). El sacerdocio de Cristo, en cambio se funda en un juramento
del mismo Dios, del Dios fiel que después de haber revelado a su Hijo (Sal l09,
3ss), lo constituyó único mediador entre él y los hombres. Su mediación es, por
consiguiente, única, perfecta, indefectible: sólo él puede permitirnos el
acceso a Dios.
CLAVES
para la VIDA
-
En aquel pueblo en el que el Sacerdocio había tenido una significación tan
especial y singular, el autor de la carta a los Hebreos sigue empeñado en
ofrecer la superioridad del sacerdocio de Cristo y su función. Al ofrecerse a
sí mismo y hasta la entrega de su vida, esa ofrenda se convierte en definitiva
y agradable: “aquí
estoy para hacer tu voluntad”. ¡Es lo máximo!
-
Pero es necesario, también redescubrir su acción de MEDIADOR ante el Padre. Él
que ha asumido en plenitud nuestra realidad humana y, por lo tanto, sabe de
nuestras necesidades, ahora realiza una inmensa misión de mediación. Además de
abrirnos el camino al Padre, constantemente está presentándole nuestra
realidad, intercediendo por nosotros.
-
Una vez más, una llamada a CRISTOLOGIZAR mi vida, nuestra vida. Esto es, asumir
(como nuestros) las claves, el estilo y talante de Jesús; su forma de ver y
entender la vida y la historia; su peculiar modo de acoger al Padre y de
relacionarse con él; su constante empeño en vivir y construir la NUEVA fraternidad. Por ahí
siento que va la invitación. Sólo así nuestra vida tomará un “color” adecuado.
¡Ánimo, hermano/a!
Evangelio:
Marcos 12, 28b-34
“... ¿Qué mandamiento es el primero de todos? Respondió Jesús: El
primero es: Escucha Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor: amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con
todo tu ser. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay
mandamiento mayor que éstos... Jesús viendo que había respondido sensatamente
le dijo: No estás lejos del Reino de Dios...”
CLAVES
para la LECTURA
- El intento de
recoger los muchos preceptos en una síntesis no es nuevo. El objetivo de este
intento no es hacer un resumen de la
Ley , sino más bien indicar su centro y su esencia. Jesús, al
responder a la pregunta del maestro de la Ley , cita dos textos que se repiten con
frecuencia en la oración y en la meditación de Israel: un pasaje del
Deuteronomio («Amarás
al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus
fuerzas») y un pasaje del Levítico («Amarás a tu prójimo como a ti mismo»).
El Maestro invita al hombre a no perderse en el laberinto de los preceptos, porque
la esencia de la voluntad de Dios es simple y clara: amar a Dios y a los
hombres. Es justo que la ley se ocupe de los muchos y variados casos que se
presentan en la vida, a condición, sin embargo, de que no pierda de vista el
centro que da impulso a toda la estructura. Este centro es el amor.
- Jesús responde al
maestro de la Ley
que el primero de los mandamientos no es uno solo, sino dos: estrictamente
unidos, como las dos caras de una misma realidad. En la capacidad de mantener
unidos los dos amores -el amor a Dios y el amor al prójimo- reside la medida de
la verdadera fe y de la genialidad cristiana. Hay quien para amar a Dios se
aparta de los hombres, y hay quien para estar al lado de los hombres se olvida
de Dios. La experiencia bíblica se declara convencida de que estas dos
actitudes introducen en la vida de los hombres y de las comunidades una
profunda mentira: allí donde se separan los dos amores hay siempre falsedad e
idolatría. En consecuencia, es importante captar el vínculo entre las primeras
palabras («Escucha,
Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor») y las que
siguen («Amarás
al Señor, tu Dios, con todo tu corazón»). La afirmación de que
Dios es el único Señor constituye la base de donde brota el deber de amarle. Un
deber que se reviste inmediatamente de dos cualidades: la totalidad y la
gratitud.
-
La totalidad: Dios es el único
Señor, y esto incluye el rechazo de cualquier otro que, sustituyéndole,
pretendiera nuestro asentimiento incondicional; la pertenencia al Señor no es
divisible con la pertenencia a cualquier otro; no se va a Dios con algo de
nosotros, sino enteramente, con todas nuestras raíces. Y la gratitud: Dios es nuestro Señor, Aquel
que nos ama, nos libera y nos espera. Si bien es verdad que el hombre pertenece
a Dios, también lo es que Dios pertenece al hombre. El señorío de Dios no es
extraño a nuestro ser, a nuestra libertad o a nuestra identidad. Es, al
contrario, la meta a la que tiende nuestro ser, y de la que tenemos una
irreprimible nostalgia. Por todo esto, el amor a Dios (precisamente en el
sentido de una adhesión incondicional) no es esclavitud, sino gratitud y
recuperación de nuestra propia identidad.
- Los dos amores (a
Dios y al prójimo) están, tal como hemos visto, estrechamente unidos: el uno es
la verificación del otro. Sin embargo, también son diferentes. La medida de
nuestro amor a Dios es la totalidad; la medida del amor al prójimo, no («como a ti mismo»),
A Dios le corresponde la pertenencia total e incondicionada; al hombre, no. El
prójimo no es el Señor, no es la razón última de nuestra búsqueda.
CLAVES
para la VIDA
-
¡Lección magistral la de Jesús, auténtico pedagogo y nuevo Maestro, en medio de
las endiabladas discusiones en las que viven sumidas las enseñanzas de los
responsables de su pueblo! Y, de nuevo, una referencia al origen de la vida,
donde está presente Dios, se hace necesaria y es aquí donde es posible realizar
una síntesis porque así lo decidió la voluntad original y amorosa del mismo
Dios: el amor a Dios y el amor al prójimo se vuelven inseparables el uno del
otro, a pesar de las discusiones, si no se quiere caer en un falsedad o en la
idolatría.
-
De ahí que el “Escucha Israel” es la actitud a vivir en el caminar de la
vida, porque este proyecto original es irrenunciable. La convicción de que hay
una pertenencia a Dios y de que este Dios nos ama, nos libera y nos espera, es
la raíz fundante de todo el resto y crea una adhesión amorosa e incondicional.
Desde ahí, el amor al prójimo es la expresión y la verificación de ese amor. De
ahí su inseparabilidad, según el sentir, vivir y pensar de Jesús. Con ese doble
amor podremos alcanzar la meta a la que tiende todo nuestro ser como una
irreprimible nostalgia de infinito, de búsqueda.
-
Sabe bien este Jesús, maestro, sintetizar las cosas y ponerlas en su sitio para
que no nos engañemos ni nos “perdamos” en el camino. ¡Cuántas veces habremos,
acaso, intentado separar ambos amores y nos habremos quedado tan tranquilos!
Pero, según Jesús, la originalidad cristiana se encuentra en esta síntesis, en
esta doble realidad inseparable. ¡No hay más vueltas que dar, hermano/a! Un
profundo y sereno examen de conciencia es lo que requiere, también HOY, esta
página evangélica. ¡Adelante!..
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