sábado, 3 de noviembre de 2012


DOMINGO, día 4

 

Deuteronomio 6, 2-6


“… Escúchalo Israel, y ponlo por obra para que te vaya bien y crezcas en número. Ya te dijo el Señor Dios de tus padres: es una tierra que mana leche y miel. Escucha, Israel: el Señor nuestro Dios es solamente uno. Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con todo el alma, con todas las fuerzas…”


CLAVES para la LECTURA

- Este fragmento expresa en síntesis el corazón de la espiritualidad bíblica: se trata de las enseñanzas que el libro del Deuteronomio pone en labios de Moisés, intermediario entre Dios y el pueblo (v. 1). Éstas se resumen en la exhortación a permanecer fieles a la alianza sancionada con el Señor a través de la observancia de sus leyes, y la motivación que las acompaña se repite como un estribillo: «Para que seas dichoso» (v. 3), es decir, fecundo, próspero y longevo. El fin de estas normas es, por consiguiente, la verdadera felicidad del hombre, una felicidad que procede de Dios, su fuente; por eso es menester sentir hacia él aquel «temor» que, en el lenguaje deuteronómico, es sinónimo de adhesión, escucha reverente y obediencia amorosa (v. 2).
- Los vv. 4-6 constituyen el núcleo central de la oración que todavía hoy todo judío piadoso recita tres veces al día, y que recibe el nombre de Shema por la palabra con que empieza: «Escucha». Se trata de una profesión de fe en el único Dios que mantiene con todo el pueblo y con cada uno de sus miembros una relación particular, personal: «El Señor es nuestro Dios, el Señor es uno». De ahí nace la exigencia de corresponder a este sagrado vínculo con un amor indiviso: todas las facultades y las actividades del hombre han de estar orientadas íntegramente a corresponder con amor al Bien que es el Señor, que es para nosotros y que obra para nosotros queriendo que seamos felices para siempre.
- Esta elección gratuita por parte de Dios es un don inmenso del que el pueblo nunca debe perder la conciencia: la memoria continua de él, de sus beneficios y de sus preceptos se vuelve para todo Israel -también para nosotros, hijos de Abrahán según la promesa- compromiso de una vida conforme a su voluntad y fuente de toda bendición (v. 6; vv. 7-19).

 

CLAVES para la VIDA


- El compromiso de Dios para con su pueblo es firme y estable, por lo que se manifiesta de forma reiterada, de manera que Israel lo recuerde y corresponda con fidelidad a la misma fidelidad de Dios. En este contexto se encuadra este texto que la liturgia hoy nos ha ofrecido. Es una hermosa e inmensa confesión de la fe y de la espiritualidad bíblica, de la que han mamado todos los grandes representantes del caminar de Israel.
- Y el objetivo es “para que seas dichoso” (v. 3): a pesar de las expresiones pobres que en ese camino encontramos, fruto de las limitaciones en la comprensión y en la vivencia de Israel, lo que Dios desea, quiere y persigue es que ese pueblo, al que ama entrañablemente, sea “dichoso”, una felicidad que estará condicionada por la relación estrecha y vivida en fidelidad por parte del pueblo. La fidelidad de Dios está garantizada; su objetivo de ser la causa de esa felicidad, está asegurada. ¿Lo deseará y querrá Israel? Será el dilema a lo largo de la historia.
- Páginas como ésta ayudan a descubrir toda la belleza y la profundidad de ese amor de Dios para con su pueblo, con nosotros. Porque aquel proyecto, recogido en el viejo libro, ahora avalado por la presencia del Hijo amado, de Jesús, está garantizado del todo para mí, para nosotros, creyentes y seguidores de este Jesús de Nazaret. Precisamente ésta va a ser la gran revelación de este Hijo amado, y nos enseñará -con palabras y obras-, hasta qué punto es verdad y se ha hecho realidad ese proyecto del amor de Dios-Padre. Aquí nos encontramos, hermano/a. ¿Qué tal te sientes ante esta Noticia?


Hebreos 7, 23-28


“… Tal convenía que fuese nuestro sumo sacerdote: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo. El no necesita ofrecer sacrificios cada día -como los sumos sacerdotes, que ofrecían primero por los propios pecados, después por los del pueblo-, porque lo hizo de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo…”


CLAVES para la LECTURA


- El autor de la carta a los Hebreos, prosiguiendo la comparación con las instituciones judías, subraya la excelencia del sacerdocio de Cristo con respecto al levítico, motivando su absoluta superioridad a la luz del misterio pascual. En efecto, el carácter mortal de los sumos sacerdotes hacía provisional su servicio y precaria su intercesión, de suerte que para asegurar la continuidad del culto debían sucederse los unos a los otros. Cristo, en cambio, es el Resucitado que vive para siempre: dado que su función sacerdotal no conoce límites de tiempo y su intercesión es incesante, cuantos en todos los tiempos se confían a su mediación pueden ser perfectamente salvados (vv. 23-25).
- Por otra parte, la resurrección es considerada como el sello con el que Dios atestigua la santidad de Cristo (Hch 3, 13-15; Rom 1, 4) y la eficacia de su sacrificio, por eso es Jesús el verdadero sumo sacerdote del que todos los otros no eran más que figura imperfecta. Es el único sacerdote «que nos hacía falta», es decir, el que necesitábamos para nuestra salvación, por sus características absolutamente excepcionales (vv. 26ss). Sólo él carece de pecado, y por eso no necesita como los otros sacerdotes una purificación personal antes de ejercer su propio servicio cotidiano; al contrario, ha podido ofrecer de una vez por todas su propia vida como el santo sacrificio expiatorio que obtiene un perdón eterno a la humanidad.
- El sacerdocio de Cristo es también superior al levítico por su fundamento: este último fue instituido, en efecto, por la Ley, que, sin embargo, no ha llevado nada a la perfección (v. 19), puesto que se apoya en hombres débiles y falibles (v. 28). El sacerdocio de Cristo, en cambio se funda en un juramento del mismo Dios, del Dios fiel que después de haber revelado a su Hijo (Sal l09, 3ss), lo constituyó único mediador entre él y los hombres. Su mediación es, por consiguiente, única, perfecta, indefectible: sólo él puede permitirnos el acceso a Dios.


CLAVES para la VIDA


- En aquel pueblo en el que el Sacerdocio había tenido una significación tan especial y singular, el autor de la carta a los Hebreos sigue empeñado en ofrecer la superioridad del sacerdocio de Cristo y su función. Al ofrecerse a sí mismo y hasta la entrega de su vida, esa ofrenda se convierte en definitiva y agradable: “aquí estoy para hacer tu voluntad”. ¡Es lo máximo!
- Pero es necesario, también redescubrir su acción de MEDIADOR ante el Padre. Él que ha asumido en plenitud nuestra realidad humana y, por lo tanto, sabe de nuestras necesidades, ahora realiza una inmensa misión de mediación. Además de abrirnos el camino al Padre, constantemente está presentándole nuestra realidad, intercediendo por nosotros.
- Una vez más, una llamada a CRISTOLOGIZAR mi vida, nuestra vida. Esto es, asumir (como nuestros) las claves, el estilo y talante de Jesús; su forma de ver y entender la vida y la historia; su peculiar modo de acoger al Padre y de relacionarse con él; su constante empeño en vivir y construir la NUEVA fraternidad. Por ahí siento que va la invitación. Sólo así nuestra vida tomará un “color” adecuado. ¡Ánimo, hermano/a!


Evangelio: Marcos 12, 28b-34


“... ¿Qué mandamiento es el primero de todos? Respondió Jesús: El primero es: Escucha Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor: amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que éstos... Jesús viendo que había respondido sensatamente le dijo: No estás lejos del Reino de Dios...”


CLAVES para la LECTURA

- El intento de recoger los muchos preceptos en una síntesis no es nuevo. El objetivo de este intento no es hacer un resumen de la Ley, sino más bien indicar su centro y su esencia. Jesús, al responder a la pregunta del maestro de la Ley, cita dos textos que se repiten con frecuencia en la oración y en la meditación de Israel: un pasaje del Deuteronomio («Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas») y un pasaje del Levítico («Amarás a tu prójimo como a ti mismo»). El Maestro invita al hombre a no perderse en el laberinto de los preceptos, porque la esencia de la voluntad de Dios es simple y clara: amar a Dios y a los hombres. Es justo que la ley se ocupe de los muchos y variados casos que se presentan en la vida, a condición, sin embargo, de que no pierda de vista el centro que da impulso a toda la estructura. Este centro es el amor.
- Jesús responde al maestro de la Ley que el primero de los mandamientos no es uno solo, sino dos: estrictamente unidos, como las dos caras de una misma realidad. En la capacidad de mantener unidos los dos amores -el amor a Dios y el amor al prójimo- reside la medida de la verdadera fe y de la genialidad cristiana. Hay quien para amar a Dios se aparta de los hombres, y hay quien para estar al lado de los hombres se olvida de Dios. La experiencia bíblica se declara convencida de que estas dos actitudes introducen en la vida de los hombres y de las comunidades una profunda mentira: allí donde se separan los dos amores hay siempre falsedad e idolatría. En consecuencia, es importante captar el vínculo entre las primeras palabras («Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor») y las que siguen («Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón»). La afirmación de que Dios es el único Señor constituye la base de donde brota el deber de amarle. Un deber que se reviste inmediatamente de dos cualidades: la totalidad y la gratitud.
- La totalidad: Dios es el único Señor, y esto incluye el rechazo de cualquier otro que, sustituyéndole, pretendiera nuestro asentimiento incondicional; la pertenencia al Señor no es divisible con la pertenencia a cualquier otro; no se va a Dios con algo de nosotros, sino enteramente, con todas nuestras raíces. Y la gratitud: Dios es nuestro Señor, Aquel que nos ama, nos libera y nos espera. Si bien es verdad que el hombre pertenece a Dios, también lo es que Dios pertenece al hombre. El señorío de Dios no es extraño a nuestro ser, a nuestra libertad o a nuestra identidad. Es, al contrario, la meta a la que tiende nuestro ser, y de la que tenemos una irreprimible nostalgia. Por todo esto, el amor a Dios (precisamente en el sentido de una adhesión incondicional) no es esclavitud, sino gratitud y recuperación de nuestra propia identidad.
- Los dos amores (a Dios y al prójimo) están, tal como hemos visto, estrechamente unidos: el uno es la verificación del otro. Sin embargo, también son diferentes. La medida de nuestro amor a Dios es la totalidad; la medida del amor al prójimo, no («como a ti mismo»), A Dios le corresponde la pertenencia total e incondicionada; al hombre, no. El prójimo no es el Señor, no es la razón última de nuestra búsqueda.


CLAVES para la VIDA


- ¡Lección magistral la de Jesús, auténtico pedagogo y nuevo Maestro, en medio de las endiabladas discusiones en las que viven sumidas las enseñanzas de los responsables de su pueblo! Y, de nuevo, una referencia al origen de la vida, donde está presente Dios, se hace necesaria y es aquí donde es posible realizar una síntesis porque así lo decidió la voluntad original y amorosa del mismo Dios: el amor a Dios y el amor al prójimo se vuelven inseparables el uno del otro, a pesar de las discusiones, si no se quiere caer en un falsedad o en la idolatría.
- De ahí que el “Escucha Israel” es la actitud a vivir en el caminar de la vida, porque este proyecto original es irrenunciable. La convicción de que hay una pertenencia a Dios y de que este Dios nos ama, nos libera y nos espera, es la raíz fundante de todo el resto y crea una adhesión amorosa e incondicional. Desde ahí, el amor al prójimo es la expresión y la verificación de ese amor. De ahí su inseparabilidad, según el sentir, vivir y pensar de Jesús. Con ese doble amor podremos alcanzar la meta a la que tiende todo nuestro ser como una irreprimible nostalgia de infinito, de búsqueda.
- Sabe bien este Jesús, maestro, sintetizar las cosas y ponerlas en su sitio para que no nos engañemos ni nos “perdamos” en el camino. ¡Cuántas veces habremos, acaso, intentado separar ambos amores y nos habremos quedado tan tranquilos! Pero, según Jesús, la originalidad cristiana se encuentra en esta síntesis, en esta doble realidad inseparable. ¡No hay más vueltas que dar, hermano/a! Un profundo y sereno examen de conciencia es lo que requiere, también HOY, esta página evangélica. ¡Adelante!..

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