sábado, 3 de agosto de 2013


DOMINGO, día 4 de Agosto

 

Eclesiastés 1, 2; 2, 21-23

 
“… ¡Vanidad de vanidades, dice Qohelet; vanidad de vanidades, todo es vanidad!... Entonces, ¿qué saca el hombre de todos los trabajos y preocupaciones que lo fatigan bajo el sol? De día su tarea es sufrir y penar, de noche no descansa su mente. También esto es vanidad…”

 
CLAVES para la LECTURA

 
- «Vanidad» (en hebreo, hevel) es la palabra característica de Qohelet. La sitúa al comienzo del libro y la repite cinco veces en el primer versículo después del título (v. 2). El término se repite setenta y tres veces en el Antiguo Testamento, de las que treinta y ocho (por consiguiente, más de la mitad) corresponden al libro de este sabio que vivió unos doscientos años antes de Cristo. La palabra significaba en su origen «soplo de viento» o «exhalación»; en sentido traslaticio significa «realidad inconsistente y transitoria».

 - Decir que las cosas son «vanidad» significa que son evanescentes, caducas o efímeras. La palabra ya era conocida por la tradición: «El hombre es como un soplo», se dice, por ejemplo, en Sal 39, 6; 62, 10; 144, 4; pero Qohelet la convierte en un estribillo en sus reflexiones sobre el hombre, sobre sus obras y sobre las cosas en general: «Todo es vanidad» (1, 2); «He absentado todas las obras que se hacen bajo el cielo y me he dado cuenta de que todo es vanidad y caza de viento» (1, 14); «¿Quién sabe lo que es bueno para el hombre en la vida, en los días contados de su frágil vida, que pasan como una sombra?» (6, 12).

 - El ámbito en el que «vanidad» significa vacuidad, ilusión y engaño, como cuando se aplica a los falsos dioses, es el de quien trabaja mucho y se apega a las riquezas como a un ídolo, pues «tiene que dejar su heredad a quien no la ha trabajado» (2, 21). Es el texto que hemos leído como primera lectura, y prepara el evangelio, pero el tema está desarrollado también en otros pasajes (2, 17. 19. 26; 4, 7. 8; 5, 9; 6, 2). Después de esta reflexión se vuelve más apremiante la búsqueda de lo que verdaderamente cuenta.

 
CLAVES para la VIDA

 
- La reflexión del Sabio tiene tintes de pesimismo en la “lectura” que realiza de cara a la realidad, a la existencia misma. Y es que los afanes de la vida no terminan de llenar su pobre corazón y tampoco termina de encontrar una explicación lógica a cuanto descubre en su caminar. Todo esto lo recoge en la palabra “vanidad”.

 - El autor es un creyente y por eso admite el gobierno de Dios sobre el mundo, pero descubre que el hombre no es capaz de descifrar el misterio de los designios divinos. Se le escapa. Y si es verdad que los hombres se esfuerzan y trabajan con el fin de triunfar y alcanzar una meta, según el autor sagrado, esa meta no se llega a conseguir. Ni las riquezas ni el trabajo satisfacen los deseos del corazón humano. Se encuentra en un callejón sin salida.

 - Una reflexión (la del sabio) cargada de interrogantes, también hoy y para nosotros. No nos viene mal cuanto destaca, y así nos prepara a escuchar al Maestro de Nazaret ofreciéndonos su visión acerca de los bienes y de las riquezas que nos pueden robar el corazón. Pero sus interrogantes van más allá, planteándonos el sentido de toda la vida y de sus afanes. Sólo la acogida sincera de la propuesta de Jesús de Nazaret podrá llenar nuestro pobre corazón. Él será capaz de iluminar nuestro camino y de dar contenido a la existencia. Aquí nos encontramos, hermano/a.

 

Colosenses 3, 1-5. 9-11

 
“… Porque habéis muerto y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria… En este orden nuevo no hay distinción entre judíos y gentiles, circuncisos, bárbaros y escitas, esclavos y libres; porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos…”

  

CLAVES para la LECTURA

 
- Señalemos tres momentos de nuestra unión con el Señor Jesús: «Habéis resucitado con Cristo», «vuestra vida está escondida con Cristo», «también vosotros apareceréis gloriosos con él». El bautismo nos hace partícipes de la resurrección de Cristo, nos hace morir al pecado y compartir la vida humilde y escondida de Cristo, y, por último, tomar parte en su glorificación: «Apareceréis gloriosos con él». Durante esta vida tenemos el compromiso de desarrollar los dos primeros momentos: el que nos hace morir «a las cosas de la tierra», a los comportamientos malos que derivan de la naturaleza humana corrupta (v. 5), y el que busca «las cosas de arriba», mediante el cual el cristiano se renueva de continuo y se convierte en «imagen» viva cada vez más semejante al Padre, junto al cual se ha sentado el Señor resucitado (vv. 1. 10).

 - Señalemos en particular dos cosas negativas que debemos evitar. La primera es mentirnos recíprocamente. Ese modo de actuar ya no tiene ninguna razón de ser; los otros no son extraños, como eran los griegos para los judíos y los bárbaros para los griegos, sino que en virtud del bautismo son hermanos, en los que está presente Cristo que «es todo en todos» (vv. 9. 11). Los cristianos, a través de sus relaciones fraternas, deben cultivar la sinceridad y la lealtad.

 - La segunda realidad negativa que debemos hacer morir es la «codicia, que es una especie de idolatría» (v. 5). La amonestación es un punto de conexión entre esta perícopa y las otras dos lecturas litúrgicas.

 
CLAVES para la VIDA

 
- El apóstol Pablo, incansable en su anuncio evangelizador, vuelve a insistir en la nueva condición de quien se ha encontrado con Cristo el Señor y que por el bautismo ha iniciado esa vida. Una forma de ser y de vivir (lo llama el “hombre viejo”) ha caducado; ahora es necesario que unos nuevos criterios, un nuevo estilo de vida tome forma concreta en el bautizado. Aquí se ha producido una auténtica revolución y es necesario ser consecuentes.

 - “Vuestra vida está con Cristo escondida en Dios” (v. 3): he aquí la clave de la nueva realidad. Ahora es necesario “leer” y comprender TODO desde esta nueva situación. Si el sabio del Antiguo Testamento no veía la razón de ser de las cosas y de la existencia (primera lectura), ahora, para los que participan del don que se da en Cristo, todo cambia, todo es distinto. Desde ahí es posible entender que un nuevo estilo de ser y de vivir es necesario. “Revestirse del hombre nuevo” es la tarea y el quehacer primordial.

  - La propuesta del apóstol es clara y sin resquicios para la duda: es necesario vivir la NUEVA CONDICIÓN con las claves que conlleva, desde la óptica de Cristo mismo. ¡Todo un programa de vida la que asume todo bautizado! Posiblemente, cuan lejos se encuentra la realidad de muchos creyentes de este planteamiento del apóstol. ¿Cómo asumo y vivo la nueva condición?, es la pregunta, hoy y aquí, para nosotros, hermano/a. Y mira que también nosotros podemos despistarnos, metidos en la mediocridad de nuestro ambiente… ¡Buen ánimo!

 
Evangelio: Lucas 12, 13-21

 
“… Y les propuso una parábola: Un hombre rico tuvo una gran cosecha. Y empezó a echar cálculos: ¿Qué haré? No tengo donde almacenar la cosecha. Y se dijo: Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha… Pero Dios le dijo: Necio esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado ¿de quién será? Así será el que amasa riqueza para sí y no es rico ante Dios…”

 
CLAVES para la LECTURA

 
- Un hombre le dice a Jesús: «Maestro, di a mi hermano que reparta conmigo la herencia» (v. 13). Una mujer le había pedido que interviniera ante su hermana: «Dile, pues, que me ayude» (Lc 10, 40). Dos contextos diferentes, pero una petición análoga. En ambos casos se niega Jesús a hacer de «mediador». Sin embargo, aprovecha la ocasión para dar al hombre y a la mujer una lección referente, en el fondo, a la misma «preocupación», que puede presentarse con formas diferentes: «La semilla que cayó entre cardos se refiere a los que escuchan el mensaje pero luego se ven atrapados por las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, y no llegan a la madurez» (Lc 8, 14). Aquí, los cardos que amenazan con apagar la vida del hombre son la «avaricia», la avidez del tener. Jesús nos indica el motivo por el que debemos evitarla: porque «la vida no depende de las riquezas» (v. 15). Lo explica con una parábola donde quien ha alcanzado la abundancia y proyecta gozar de ella -«descansa, come, bebe y pásalo bien» (v. 19)- de repente se ve privado de la vida, con una amarga consecuencia: «¡Insensato!... ¿Para quién va a ser todo lo que has acaparado?» (v. 20). Se repite la triste situación vista ya por Qohelet (2, 21, primera lectura): «Porque hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto y tiene que dejar su heredad a quien no la ha trabajado. También esto es vanidad y grave daño».

 - Los bienes, y la vida para obtenerlos y gozarlos, son ambos «un don de Dios» (Ecl 5, 17ss). Ese hombre ha hecho las cuentas para él solo, no «ante Dios». Ha olvidado al dueño de la vida y se ha encerrado en la abundancia de los bienes. Ésta ha demostrado ser incapaz de garantizarle la vida, que está en las manos de Dios. Sólo él es la roca sobre la que es posible apoyarse. Dios establece también los criterios de cómo usar la riqueza: los tiene en cuenta quien se enriquece «ante Dios», se olvida de ellos el que acumula tesoros «para sí» (12, 21).

 - En esta parábola, «un hombre rico» (v. 16) olvida la dimensión vertical de la vida. En Lc 16 aparecen otras dos parábolas que ilustran la dimensión horizontal de la riqueza: uno la usa en beneficio del prójimo y el otro la goza olvidando a los pobres. Un hombre rico tenía un administrador astuto, que pensó tiempo atrás qué haría cuando fuera despedido y, haciendo descuentos a los deudores de su dueño, se aseguró el futuro: con ello se muestra que haciendo el bien a los otros con las riquezas puestas a nuestra disposición nos aseguramos un porvenir feliz junto a Dios. El otro «hombre rico» es el epulón, que no se da cuenta del pobre Lázaro que está a la puerta de su casa y pretende en el más allá que Lázaro sobrevuele por encima del abismo para venir a refrescarle la lengua.

 
CLAVES para la VIDA

 
- El relato evangélico viene a iluminar lo que el sabio del Antiguo Testamento dejaba al aire: la vida y los afanes merecen la pena cuando tienen una “riqueza” dentro que les da sentido: “Ante Dios”: ésta es la clave para la vida. El Maestro de Nazaret lo tiene muy claro y no es posible autoengañarse: “la vida no depende de las riquezas” (v. 15). De ahí que la avidez en el tener y acumular son un absurdo.

 - “Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios” (v. 21): es la sentencia ante las actitudes equivocadas. En su camino a Jerusalén, donde Jesús se encuentra, ofrece su visión de la vida y de la existencia: lo que realmente merece la pena es el Reino y sus valores; las riquezas y los bienes en tanto sirven en cuanto ayudan a construir ese Reino, y la única forma es compartiéndolas. Quien olvida esto es realmente un insensato y su vida no está abierta a la novedad del Evangelio.

 - Las enseñanzas del evangelio de Lucas respecto de los bienes y las riquezas, y que recoge en este capítulo 12, son claras y contundentes: no es posible engañarse al respecto; lo primero es primero y todo lo demás está al servicio del bien primero que es el Reino, el proyecto del Padre. En la medida en que dificultan o impiden esa opción por el Reino son una idolatría y entran en conflicto con lo nuclear de la vida. ¡Cuántos interrogantes nos plantea, hoy, a los creyentes esta propuesta del Maestro! Y… ¡cuántas veces nos podemos engañar haciéndonos un doble juego a nosotros mismos! ¡Atentos, hermano/a!

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