DOMINGO, día 4 de Agosto
Eclesiastés 1, 2; 2,
21-23
“… ¡Vanidad de vanidades, dice Qohelet; vanidad de vanidades, todo
es vanidad!... Entonces, ¿qué saca el hombre de todos los trabajos y
preocupaciones que lo fatigan bajo el sol? De día su tarea es sufrir y penar,
de noche no descansa su mente. También esto es vanidad…”
CLAVES para la LECTURA
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«Vanidad»
(en hebreo, hevel) es la
palabra característica de Qohelet. La sitúa al comienzo del libro y la repite
cinco veces en el primer versículo después del título (v. 2). El término se
repite setenta y tres veces en el Antiguo Testamento, de las que treinta y ocho
(por consiguiente, más de la mitad) corresponden al libro de este sabio que
vivió unos doscientos años antes de Cristo. La palabra significaba en su origen
«soplo de viento» o «exhalación»; en sentido traslaticio significa «realidad
inconsistente y transitoria».
-
Decir que las cosas son «vanidad» significa que son evanescentes,
caducas o efímeras. La palabra ya era conocida por la tradición: «El hombre es
como un soplo»,
se dice, por ejemplo, en Sal 39, 6; 62, 10; 144, 4; pero Qohelet la convierte
en un estribillo en sus reflexiones sobre el hombre, sobre sus obras y sobre
las cosas en general: «Todo es vanidad» (1, 2); «He absentado
todas las obras que se hacen bajo el cielo y me he dado cuenta de que todo es
vanidad y caza de viento» (1, 14); «¿Quién sabe lo que es bueno para el hombre
en la vida, en los días contados de su frágil vida, que pasan como una sombra?»
(6, 12).
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El ámbito en el que «vanidad» significa vacuidad, ilusión y
engaño, como cuando se aplica a los falsos dioses, es el de quien trabaja mucho
y se apega a las riquezas como a un ídolo, pues «tiene que dejar su heredad a quien no la
ha trabajado» (2, 21). Es el texto que hemos leído como primera
lectura, y prepara el evangelio, pero el tema está desarrollado también en
otros pasajes (2, 17. 19. 26; 4, 7. 8; 5, 9; 6, 2). Después de esta reflexión
se vuelve más apremiante la búsqueda de lo que verdaderamente cuenta.
CLAVES para la VIDA
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La reflexión del Sabio tiene tintes de pesimismo en la “lectura” que realiza de
cara a la realidad, a la existencia misma. Y es que los afanes de la vida no
terminan de llenar su pobre corazón y tampoco termina de encontrar una
explicación lógica a cuanto descubre en su caminar. Todo esto lo recoge en la
palabra “vanidad”.
-
El autor es un creyente y por eso admite el gobierno de Dios sobre el mundo,
pero descubre que el hombre no es capaz de descifrar el misterio de los
designios divinos. Se le escapa. Y si es verdad que los hombres se esfuerzan y
trabajan con el fin de triunfar y alcanzar una meta, según el autor sagrado,
esa meta no se llega a conseguir. Ni las riquezas ni el trabajo satisfacen los
deseos del corazón humano. Se encuentra en un callejón sin salida.
-
Una reflexión (la del sabio) cargada de interrogantes, también hoy y para
nosotros. No nos viene mal cuanto destaca, y así nos prepara a escuchar al
Maestro de Nazaret ofreciéndonos su visión acerca de los bienes y de las
riquezas que nos pueden robar el corazón. Pero sus interrogantes van más allá,
planteándonos el sentido de toda la vida y de sus afanes. Sólo la acogida
sincera de la propuesta de Jesús de Nazaret podrá llenar nuestro pobre corazón.
Él será capaz de iluminar nuestro camino y de dar contenido a la existencia.
Aquí nos encontramos, hermano/a.
Colosenses 3, 1-5. 9-11
“… Porque habéis muerto y vuestra vida está con Cristo escondida en
Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros
apareceréis, juntamente con él, en gloria… En este orden nuevo no hay
distinción entre judíos y gentiles, circuncisos, bárbaros y escitas, esclavos y
libres; porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos…”
CLAVES para la LECTURA
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Señalemos tres momentos de nuestra unión con el Señor Jesús: «Habéis
resucitado con Cristo», «vuestra vida está escondida con Cristo», «también
vosotros apareceréis gloriosos con él». El bautismo nos hace
partícipes de la resurrección de Cristo, nos hace morir al pecado y compartir
la vida humilde y escondida de Cristo, y, por último, tomar parte en su
glorificación: «Apareceréis gloriosos con él». Durante esta
vida tenemos el compromiso de desarrollar los dos primeros momentos: el que nos
hace morir «a
las cosas de la tierra»,
a los comportamientos malos que derivan de la naturaleza humana corrupta (v.
5), y el que busca «las cosas de arriba», mediante el cual el cristiano se renueva de continuo y se
convierte en «imagen»
viva cada vez más semejante al Padre, junto al cual se ha sentado el Señor
resucitado (vv. 1. 10).
-
Señalemos en particular dos cosas negativas que debemos evitar. La primera es
mentirnos recíprocamente. Ese modo de actuar ya no tiene ninguna razón de ser;
los otros no son extraños, como eran los griegos para los judíos y los bárbaros
para los griegos, sino que en virtud del bautismo son hermanos, en los que está
presente Cristo que «es todo en todos» (vv. 9. 11). Los
cristianos, a través de sus relaciones fraternas, deben cultivar la sinceridad
y la lealtad.
-
La segunda realidad negativa que debemos hacer morir es la «codicia, que es una especie de idolatría»
(v. 5). La amonestación es un punto de conexión entre esta perícopa y las otras
dos lecturas litúrgicas.
CLAVES para la VIDA
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El apóstol Pablo, incansable en su anuncio evangelizador, vuelve a insistir en
la nueva condición de quien se ha encontrado con Cristo el Señor y que por el
bautismo ha iniciado esa vida. Una forma de ser y de vivir (lo llama el “hombre viejo”) ha caducado; ahora es
necesario que unos nuevos criterios, un nuevo estilo de vida tome forma
concreta en el bautizado. Aquí se ha producido una auténtica revolución y es
necesario ser consecuentes.
- “Vuestra vida está con Cristo escondida en Dios”
(v. 3): he aquí la clave de la nueva realidad. Ahora es necesario “leer” y
comprender TODO desde esta nueva situación. Si el sabio del Antiguo Testamento
no veía la razón de ser de las cosas y de la existencia (primera lectura),
ahora, para los que participan del don que se da en Cristo, todo cambia, todo
es distinto. Desde ahí es posible entender que un nuevo estilo de ser y de
vivir es necesario. “Revestirse del hombre nuevo” es la tarea y el quehacer
primordial.
- La propuesta del apóstol es clara y sin
resquicios para la duda: es necesario vivir la NUEVA CONDICIÓN
con las claves que conlleva, desde la óptica de Cristo mismo. ¡Todo un programa
de vida la que asume todo bautizado! Posiblemente, cuan lejos se encuentra la
realidad de muchos creyentes de este planteamiento del apóstol. ¿Cómo asumo y
vivo la nueva condición?, es la pregunta, hoy y aquí, para nosotros, hermano/a.
Y mira que también nosotros podemos despistarnos, metidos en la mediocridad de
nuestro ambiente… ¡Buen ánimo!
Evangelio: Lucas 12,
13-21
“… Y les propuso una parábola: Un hombre rico tuvo una gran
cosecha. Y empezó a echar cálculos: ¿Qué haré? No tengo donde almacenar la
cosecha. Y se dijo: Haré lo siguiente: derribaré los graneros y construiré
otros más grandes, y almacenaré allí todo el grano y el resto de mi cosecha…
Pero Dios le dijo: Necio esta noche te van a exigir la vida. Lo que has
acumulado ¿de quién será? Así será el que amasa riqueza para sí y no es rico
ante Dios…”
CLAVES para la LECTURA
-
Un hombre le dice a Jesús: «Maestro, di a mi
hermano que reparta conmigo la herencia» (v. 13). Una mujer le
había pedido que interviniera ante su hermana: «Dile,
pues, que me ayude» (Lc 10, 40). Dos contextos diferentes, pero
una petición análoga. En ambos casos se niega Jesús a hacer de «mediador». Sin
embargo, aprovecha la ocasión para dar al hombre y a la mujer una lección
referente, en el fondo, a la misma «preocupación», que puede presentarse con
formas diferentes: «La semilla que cayó entre cardos se refiere a
los que escuchan el mensaje pero luego se ven atrapados por las preocupaciones,
las riquezas y los placeres de la vida, y no llegan a la madurez»
(Lc 8, 14). Aquí, los cardos que amenazan con apagar la vida del hombre son la
«avaricia», la avidez del tener. Jesús nos indica el motivo por el que debemos
evitarla: porque «la vida no depende de las riquezas»
(v. 15). Lo explica con una parábola donde quien ha alcanzado la abundancia y
proyecta gozar de ella -«descansa, come,
bebe y pásalo bien» (v. 19)- de repente se ve privado de la
vida, con una amarga consecuencia: «¡Insensato!... ¿Para
quién va a ser todo lo que has acaparado?» (v. 20). Se repite la
triste situación vista ya por Qohelet (2, 21, primera lectura): «Porque hay quien trabaja con sabiduría, ciencia y acierto y
tiene que dejar su heredad a quien no la ha trabajado. También esto es vanidad
y grave daño».
-
Los bienes, y la vida para obtenerlos y gozarlos, son ambos «un don de Dios» (Ecl 5, 17ss). Ese hombre ha
hecho las cuentas para él solo, no «ante Dios».
Ha olvidado al dueño de la vida y se ha encerrado en la abundancia de los
bienes. Ésta ha demostrado ser incapaz de garantizarle la vida, que está en las
manos de Dios. Sólo él es la roca sobre la que es posible apoyarse. Dios
establece también los criterios de cómo usar la riqueza: los tiene en cuenta
quien se enriquece «ante Dios», se olvida de ellos
el que acumula tesoros «para sí»
(12, 21).
-
En esta parábola, «un hombre rico» (v. 16) olvida
la dimensión vertical de la vida. En Lc 16 aparecen otras dos parábolas que
ilustran la dimensión horizontal de la riqueza: uno la usa en beneficio del
prójimo y el otro la goza olvidando a los pobres. Un hombre rico tenía un
administrador astuto, que pensó tiempo atrás qué haría cuando fuera despedido
y, haciendo descuentos a los deudores de su dueño, se aseguró el futuro: con
ello se muestra que haciendo el bien a los otros con las riquezas puestas a
nuestra disposición nos aseguramos un porvenir feliz junto a Dios. El otro «hombre rico» es el epulón, que no se da
cuenta del pobre Lázaro que está a la puerta de su casa y pretende en el más
allá que Lázaro sobrevuele por encima del abismo para venir a refrescarle la
lengua.
CLAVES para la VIDA
- El relato evangélico viene
a iluminar lo que el sabio del Antiguo Testamento dejaba al aire: la vida y los
afanes merecen la pena cuando tienen una “riqueza” dentro que les da sentido: “Ante Dios”: ésta es la clave para la vida.
El Maestro de Nazaret lo tiene muy claro y no es posible autoengañarse: “la vida no depende de las riquezas” (v. 15).
De ahí que la avidez en el tener y acumular son un absurdo.
- “Así
será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios” (v.
21): es la sentencia ante las actitudes equivocadas. En su camino a Jerusalén,
donde Jesús se encuentra, ofrece su visión de la vida y de la existencia: lo
que realmente merece la pena es el Reino y sus valores; las riquezas y los
bienes en tanto sirven en cuanto ayudan a construir ese Reino, y la única forma
es compartiéndolas. Quien olvida esto es realmente un insensato y su vida no
está abierta a la novedad del Evangelio.
- Las enseñanzas del
evangelio de Lucas respecto de los bienes y las riquezas, y que recoge en este
capítulo 12, son claras y contundentes: no es posible engañarse al respecto; lo
primero es primero y todo lo demás está al servicio del bien primero que es el
Reino, el proyecto del Padre. En la medida en que dificultan o impiden esa
opción por el Reino son una idolatría y entran en conflicto con lo nuclear de
la vida. ¡Cuántos interrogantes nos plantea, hoy, a los creyentes esta
propuesta del Maestro! Y… ¡cuántas veces nos podemos engañar haciéndonos un
doble juego a nosotros mismos! ¡Atentos, hermano/a!
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