sábado, 9 de noviembre de 2013


 

Domingo, día 10 de Noviembre                                        




 
 
 

EVANGELIO: Lucas 20, 27-38


 

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos saduceos, que niegan la resurrección, y le preguntaron:

- «Maestro, Moisés nos dejó escrito: Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer, pero sin hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano. Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos. Y el segundo y el tercero se casaron con ella, y así los siete murieron sin dejar hijos. Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella».

 Jesús les contestó:

- «En esta vida, hombres y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección.

 Y que resucitan los muertos, el mismo Moisés lo indica en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor “Dios de Abrahán, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. No es Dios de muertos, sino de vivos; porque para él todos están vivos».

 

 
ACERCAMIENTO AL TEXTO

 
Para entender en toda su profundidad este texto evangélico, es necesario ubicarlo en el evangelio de Lucas: estamos a las puertas de la Pasión, muerte y Resurrección de Jesús; ya se ha producido la entrada triunfal en Jerusalén y, lógicamente, Lucas nos va a ofrecer su “catequesis escatológica”; esto es, acerca del final de los tiempos y va a recoger las diversas enseñanzas de Jesús en torno a este tema.

 Y la verdad es que el tema que le plantean a Jesús no es baldío ni mucho menos. Era tema muy debatido y en torno al cual se habían creado diversas “escuelas” e interpretaciones. Nosotros no podemos olvidar que en el Antiguo Testamento no estaba tan claro la creencia en la resurrección y en la vida futura. Sólo desde Jesús y en su Pascua podemos aproximarnos a las afirmaciones más plenas.

 Una vez que Jesús ha hecho enmudecer a los fariseos, los SADUCEOS -sus enemigos- se envalentonan y tratan de atraparlo en las redes de su casuística. Los saduceos representan la casta sacerdotal privilegiada, a la que pertenecían la mayoría de los sumos sacerdotes. Dentro del entramado social del judaísmo son los portavoces de las grandes familias ricas, que viven y disfrutan de los copiosos donativos de los peregrinos y del producto de los sacrificios ofrecidos en el templo. No hay que confundirlos con la clase formada por los simples sacerdotes, muy numerosa y más bien pobre. Situados en los círculos del poder y del dinero, los saduceos eran radicalmente materialistas, «negaban la resurrección de los muertos», iban en contra de la expectación farisea de una vida futura y se servían de la religión para explotar al pueblo y vivir con más privilegios. Quieren ridiculizar la enseñanza de Jesús que, en parte, coincide con las creencias de los fariseos sobre la resurrección de los justos. Para ello le presentan el caso de una mujer que, conforme a la Ley del levirato (Dt 25, 5), ha sido desposada sucesivamente por siete hermanos por el hecho de haber muerto uno tras otro sin descendencia. ¿De quién de ellos será la mujer si existe la resurrección de los muertos?

 
La respuesta que Jesús les da sigue dos caminos.

 
Ä Por un lado les dice que la vida futura de los resucitados es una vida transfigurada («son hijos de Dios») y vivida en presencia de Dios («como ángeles»); se trata de una vida nueva donde, no existiendo la muerte, los hombres y mujeres no se casarán, y las relaciones humanas serán elevadas a un nivel en el que dejarán de tener vigencia las limitaciones inherentes a la creación presente. Viene a decirles que la resurrección no es una mera continuidad de esta vida.

 Ä Por otro, apoya el hecho de la resurrección de los muertos en los mismos escritos de Moisés de donde sacaban ellos sus argumentos capciosos: «Y que resucitan los muertos lo indicó el mismo Moisés en el episodio de la zarza, cuando llama al Señor “Dios de Abrahán y Dios de Isaac y Dios de Jacob”» (Ex 3, 6). «Y Dios no lo es de muertos, sino de vivos; es decir, que para él todos ellos están vivos» (vv. 37-38). O sea, la promesa hecha a los Patriarcas sigue vigente; de lo contrario, Moisés no habría llamado «Señor de la vida» al Dios de los Patriarcas si éstos estuviesen realmente muertos.

 Por lo tanto, la aportación de Jesús está, especialmente, en relación con la comprensión, o mejor, su experiencia de Dios: no es un Dios de muertos, sino de vivos, es el DIOS de la VIDA. Esto es, no es un ídolo que domine y engañe, que nos haya arrojado a este mundo y dejado en él, sino que da vida, generosa y abundantemente. Tan es así, que los primeros seguidores de Jesús fueron tildados de ateos por la sociedad romana porque no profesaban una religión basada en el culto a los muertos. El Dios que nos ofrece Jesús es el Dios de la vida, ofreciendo siempre vida.

 

PARA NUESTRA VIDA DE CREYENTES


 
No está clara que nuestra fe cristiana haya presentado siempre esa imagen y rostro de Dios, como el DIOS de la VIDA; ni mucho menos. Los hombres hemos hecho de todo con Dios. Pero tal vez nunca lo habíamos caricaturizado, ridiculizado y banalizado tanto como hoy. Se discute sobre Dios como si fuera un teorema, la incógnita de una ecuación o el «extraterrestre» en el que los más cándidos creen y al que los más críticos rechazan. Unos se sienten obligados a defenderlo aunque sea condenando a los hombres, y se atreven, incluso, a dictar a Dios lo que debería hacer en estos tiempos de ateísmo y crisis moral. Otros siguen aferrándose a imágenes religiosas, a concepciones infantiles. Hay quienes hablan de él como si conocieran al detalle sus planes, sus designios; y quienes invocan su autoridad a tiempo y a destiempo. Se han hecho y se hacen demasiadas CARICATURAS de Dios.

Jesús, dejándose de explicaciones teóricas sobre las concepciones de Dios, lo encontramos en otra actitud: lo invoca, confía en Él como Padre y busca ardientemente su voluntad y proclama que es un DIOS DE VIVOS (como en el texto de hoy). Es, pues, según Jesús, el Dios de la vida y fuente de vida. No es un destructor, sino aquél que crea la vida, la sostiene y la lleva a plenitud.

 De ahí que la mejor respuesta que podemos dar a la oferta de Jesús, posiblemente, pase por dejar de lado el hacer grandes disquisiciones teóricas, y acogerlo en nosotros como fuente, fundamento y culmen de nuestra propia vida. Por eso, a Dios lo encontraremos allí donde exista vida, allí donde late el deseo de vivir; lo hallaremos donde el hombre se enfrente a la tarea y lucha por hacer una humanidad más humana.

 Creer en la resurrección es mucho más que cultivar un optimismo barato en la esperanza de un final feliz. Cuando uno ha quedado atrapado por la fuerza de Jesús y de su resurrección, descubre a un Dios apasionado por la vida y comienza a amar y defender la vida de una manera nueva. El creyente siente que, ya desde ahora y aquí mismo, se nos llama a la resurrección y a la vida. Por eso, toma partido por la vida allí donde es lesionada, ultrajada y destruida. La resurrección se hace presente y se manifiesta allí donde se lucha y hasta se muere por evitar la muerte y la destrucción que está a nuestro alcance.

 Entrar, pues, en razonamientos capciosos y en la casuística, está más cerca de la actitud saducea que la de Jesús. El Evangelio, al contrario, apuesta por aceptar a un Dios de la vida; esto es, a construir Reino. Como el mismo Jesús. ¡Casi nada!

 

COMPROMISO DE VIDA


 
El Maestro, Jesús, sigue trabajándonos de forma empeñada y quiere abarcar las diversas dimensiones de la vida; incluso las que afectan “al final de la vida”. Como en este domingo.

 Å Necesito revisar mi experiencia de Dios: ¿está “en línea” con lo que Jesús nos presenta, o también yo me he creado mis “imágenes” de Dios?

 Å Esta semana me centraré en lo siguiente: leeré y meditaré la oración que se me ofrece a continuación, de J. Arias: “DIOS DE VIDA Y NO DE MUERTE”

 * recogeré las afirmaciones con las que más de acuerdo estoy;

* luego, anotaré las frases con las que no estoy de acuerdo;

* si puedo, las compartiré con una persona que me pueda ayudar a clarificarme.

  

ORACIÓN para esta SEMANA


 

DIOS DE VIDA Y NO DE MUERTE


 

Sí, yo nunca creeré en:

el Dios que sorprenda al hombre en un pecado de debilidad,

el Dios que ame el dolor,

el Dios que ponga luz roja a las alegrías humanas,

el Dios que esterilice la razón del hombre,

el Dios que bendiga a los nuevos Caínes de la humanidad,

el Dios mago y hechicero,

el Dios que se hace temer...,

porque Tú eres un Dios de vida y no de muerte.

 Sí, yo nunca creeré en:

el Dios que no se deja tutear,

el Dios que no necesita al hombre,

el Dios quiniela con quien se acierta sólo por suerte,

el Dios árbitro que juzga sólo con el reglamento en la mano,

el Dios incapaz de sonreír ante muchas trastadas de los hombres,

el Dios que manda al infierno,

el Dios que no sabe esperar...,

porque Tú eres un Dios de vida y no de muerte.

 Sí, yo nunca creeré en:

el Dios que adoran los que son capaces de condenar a un hombre,

el Dios incapaz de amar lo que muchos desprecian,

el Dios incapaz de perdonar lo que muchos hombres condenan,

el Dios incapaz de redimir la miseria,

el Dios que impida al hombre crecer, conquistar, transformarse,

el Dios que exija al hombre, para creer, renunciar a ser hombre,

el Dios que no acepte una silla en nuestras fiestas humanas...,

porque Tú eres un Dios de vida y no de muerte.

 
Sí, yo nunca creeré en:

el Dios que sólo pueden comprender los maduros,

los sabios y bien situados...,

el Dios a quien agrade la beneficencia

de quien no practica la justicia,

el Dios que condene la sexualidad,

el Dios que se arrepintiera de haber dado la libertad al hombre,

el Dios que prefiera la injusticia al desorden,

el Dios mudo e insensible en la historia

ante los problemas angustiosos de la humanidad que sufre,

el Dios que cree discípulos desertores de las tareas del mundo...,

porque Tú eres un Dios de vida y no de muerte.

 
Sí, yo nunca creeré en:

el Dios que ponga la ley por encima de la conciencia,

el Dios que dé por buena la guerra,

el Dios que cause el cáncer, el sida, cualquier enfermedad,

el Dios que no saliera al encuentro de quien lo ha abandonado,

el Dios que no tuviese una palabra distinta, personal, propia

para cada individuo,

el Dios que no tuviera misterio,

el Dios que no fuera más grande que nosotros,

el Dios incapaz de hacer nuevas todas las cosas...,

porque Tú eres un Dios de vida y no de muerte.

 

Arias, J.

No hay comentarios:

Publicar un comentario