sábado, 23 de noviembre de 2013


 Domingo 24 de Noviembre:


  
 


Fiesta de CRISTO REY


 

EVANGELIO: Lucas 23, 35-43


 
En aquel tiempo, las autoridades hacían muecas a Jesús, diciendo:

- «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».

 Se burlaban de él también los soldados, ofreciéndole vinagre y diciendo:

- «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».

 Había encima un letrero en escritura griega, latina y hebrea: «Éste es el rey de los judíos».

 Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo:

- «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».

 Pero el otro lo increpaba:

- «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en el mismo suplicio? Y lo nuestro es justo, porque recibimos el pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha faltado en nada». Y decía:

- «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».

 Jesús le respondió:

- «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso».

 

ACERCARNOS AL TEXTO


 

Es necesario que acudamos al contexto de este acontecimiento para acercarnos el meollo de cuanto sucede y descubrir toda la carga de mensaje que se nos ofrece. De hecho, Jesús es condenado a muerte por proclamarse REY. Así lo pregonan sus acusadores; y así lo reconoce el propio Jesús ante Pilato. Esa condición de rey está en la inscripción colocada en la cruz.

 Si bien, dicha inscripción contrasta con la situación física del hombre clavado en ella: ¿es ése un rey?, ¿de qué Reino? Aquel que se presenta como salvador no es capaz de salvarse Él mismo, piensan los jefes. Pero, Él proclama un Reino que es una realidad global, que escapa a la primera mirada. En él no hay oposición entre lo espiritual y lo temporal, lo religioso y lo histórico, sino entre poder de dominación y PODER DE SERVICIO. Jesús, pues, (y lo proclama) no utiliza su poder en beneficio propio. Él enseña que todo poder (político, religioso, intelectual) está al servicio de los más oprimidos y desvalidos.

 SERVIR y no dominar: es el principio inconmovible del Reino de Dios. Cuando se emplea el poder recibido -cualquiera que sea- para imponer las ideas, mantener los privilegios u obligar a creer, se traiciona el mensaje de Jesús. Jesús clavado en la cruz entre malhechores, despojado de todo, perdonando, escuchando, devolviendo bien por mal, ejerciendo misericordia, es la síntesis y expresión de la Buena Noticia. Ésta es la manifestación y herencia del Mesías. Sólo el amor, sólo el servicio salva a las personas. Sólo el amor, sólo el servicio hace realidad el Reino de Dios.

 Si el mensaje fundamental de este acontecimiento camina por estos derroteros, se pueden destacar unas reacciones determinadas y unas actitudes ante este acontecimiento de la crucifixión (suplicio horrible donde los haya y destinado a los casos especiales, dada su repercusión).

 â El pueblo: El pueblo lo presenciaba. ¿Miraba desconcertado, consternado quizá, o tenía curiosidad burlona, como los mirones de 14, 29? Es un espectáculo. Los «reality shows» siempre, entonces (y ahora), congregan multitudes ávidas de satisfacer una cierta curiosidad morbosa.

 â Los jefes. «Los jefes, por su parte, comentaban con sorna: A otros ha salvado; que se salve él si es el Mesías de Dios, el Elegido» (v. 35 b). No pueden concebir un Mesías que muera, pues el Mesías de Dios ha de salvar al pueblo; ni un Elegido abandonado de Dios. Por eso, para ellos sigue siendo un Mesías impostor como tantos otros. Mantienen y fomentan la idea de un mesianismo triunfante. No han discernido los signos de los tiempos, los signos de Dios manifestados en Jesús. Tienen un Dios hecho a medida de sus intereses. El mensaje de Jesús, «convertíos y creed la buena noticia», no les ha hecho mella. Ellos se creen en posesión de la verdad.

 â Los soldados. «También los soldados se acercaban para burlarse de él y le ofrecían vinagre diciendo: Si tú eres el rey de los judíos, sálvate» (vv. 36-37). Los ejecutores del poder romano no pueden comprender a un rey que no hace nada para defenderse. Se burlan de él. Ellos saben cómo actuaría un auténtico rey, el César. Para ellos, éste es un rey de pacotilla y cachondeo. El letrero que le han puesto encima («Este es el rey de los judíos») corrobora la irrisión de que es objeto.

 â Un malhechor. «Uno de los malhechores crucificados lo escarnecía diciendo: ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti y a nosotros» (v. 39). Sigue el ejemplo de los dirigentes y de los soldados. Para él, la incapacidad de Jesús para salvarlos muestra la falsedad de su pretensión mesiánica. En todas las burlas, la idea de «salvación» es la de escapar de la muerte física; y la de Mesías, la de alguien con fuerza y poder político como los poderosos de la sociedad.

 â El otro malhechor. Reconoce la inocencia de Jesús, mientras que él se reconoce culpable. La muerte de Jesús empieza a dar sus frutos: las puertas del paraíso quedarán abiertas desde ahora de par en par para todos los que le reconozcan como rey, sea cual fuere su pasado. El Reino de Dios («el paraíso»), no relegado al fin de la historia, se inaugura con la muerte de Jesús, aquí y ahora: «Hoy estarás conmigo» (v. 43).

 Por lo tanto, y como conclusión, se descubre que las palabras de Jesús en la cruz manifiestan su misericordia y la de Dios, que es uno de los rasgos más resaltados en el evangelio de Lucas. El mensaje de Jesús sobre el amor al enemigo o al perdido, un tema en el que Lucas insiste especialmente en el sermón de la llanura (Lc 6, 27-35) y en el capítulo 15, se hace aquí acción ejemplar para el creyente. Las palabras y hechos de Jesús tienen siempre perfecta coherencia. La cruz es quizá el momento en que se nos revela con mayor claridad las actitudes fundamentales para vivir y construir el Reino: amor, misericordia, perdón. Los creyentes de la comunidad lucana ven en este amor, misericordia y perdón el origen de su vida cristiana. Nunca es tarde, recuerda Lucas, para entrar por el camino del Evangelio. Cualquier día puede ser el «hoy» de la salvación.

 

PARA NUESTRA VIDA DE CREYENTES


 
La imagen que nos hacemos de Cristo tiene gran importancia, pues condiciona nuestra manera de entender y vivir el Evangelio. De ahí la importancia de tomar conciencia de las posibles manipulaciones y deformaciones que, consciente o inconscientemente, adulteran nuestra fe. Puede que, en lugar de adherirnos a Cristo y escuchar su mensaje, estemos proyectando sobre Jesús nuestros deseos, anhelos y aspiraciones, convirtiendo a Cristo en mero símbolo de nuestra propia ideología al servicio de nuestros intereses.

 Un Jesús clavado en la cruz, despojado, perdonando y ofreciendo vida, es la viva imagen de la desacralización de todo, menos del amor y de la vida. De manera paradójica, en este día en que celebramos la fiesta de Cristo Rey, se nos ofrece a todos los creyentes la imagen de Jesús reinando desde una cruz. Un Rey que establece su Reino de vida, justicia y paz a base de su propia sangre.

 Hay en la cruz un mensaje que no siempre escuchamos: Al ser humano se le salva derramando por él nuestra propia sangre y no la de otros. Jesús muerto en la cruz, en actitud de respeto total al hombre, nos desenmascara e interpela a todos. Todavía tenemos un largo camino que recorrer. Es la inmensa y difícil lección a aprender y que, en tantos momentos y circunstancias, nos plantea una opción seria y comprometida: Sólo desde una entrega total, hasta de la propia vida, es posible seguir las huellas del Crucificado, porque Él así la vivió y la entregó generosamente en la Cruz.

 Lógicamente, todo esto será mucho más que llevar una cruz (¿de oro?) colgada en el pecho; también, bastante más que participar en un “paso” en la Semana Santa; y, por supuesto, mucho más que gritar “Viva, Cristo Rey”, mientras se desprecia a los demás porque piensan distinto... La “ESCUELA” de la Cruz nos llama a TODOS (también a mí, y a ti) a “otra cosa” distinta: sólo desde el AMOR y el SERVICIO es posible salvar al ser humano. Es la “lección” de la Cruz y de esta fiesta de Cristo Rey. ¡No lo olvidemos!

 

COMPROMISO DE VIDA


 
La CRUZ de Jesús es toda una ESCUELA donde se puede (y se debe) aprender a ser su seguidor. No es posible llevar a cabo este aprendizaje sin una actitud contemplativa ante el Crucificado.

 Å Recogeré y escribiré las PALABRAS claves o las FRASES más significativas que para mí recogen el mensaje de la Cruz. Haré una lista.

 Å Ahora, leeré y meditaré el Ejercicio de Tony de Mello “CONTEMPLACIÓN Y ADORACIÓN” (está al final, después de la Oración para esta semana)

 + intentaré hacer mía esta contemplación

+ sacaré algunas conclusiones para mi vida

 Å Durante este día y esta semana, utilizaré la oración, “JESÚS ES EL SEÑOR”, de P. Loidi (que está a continuación), tratando de hacer mías las actitudes que sugiere.

 

ORACIÓN para esta SEMANA


 

 JESÚS ES EL SEÑOR

 

Jesús es el Señor.

No hay otro Señor.

No hay otra ley.

 

Por encima del civismo,

por encima de la honradez,

por encima de la justicia,

¡Jesús es el Señor!

 

Por encima de la democracia,

por encima de la legalidad,

por encima del derecho,

¡Jesús es el Señor!

 

Por encima de la dialéctica,

por encima de la lucha de clases,

por encima de la revolución,

¡Jesús es el Señor!

 

Por encima de la patria,

por encima de la nación,

por encima del estado,

¡Jesús es el Señor!

 

Por encima de la sangre,

por encima de la familia,

por encima de los parientes,

¡Jesús es el Señor!

 

Por encima de la comunidad,

por encima de la Iglesia,

por encima del cristianismo,

¡Jesús es el Señor!

 

Por encima del partido,

por encima del sindicato,

por encima de las organizaciones,

¡Jesús es el Señor!

 

Por encima de la salud,

por encima de la vida,

por encima de la muerte,

¡Jesús es el Señor!

 

No hay otro Señor.

No hay otra ley.

¡Jesús es el Señor!

 

Loidi, P.

 

 
CONTEMPLACIÓN y ADORACIÓN

(Ejercicio práctico de meditación)

(Anthony de Mello)

 

“Momentos después de la muerte de Jesús, me encuentro de pie sobre la colina del Calvario, ignorante de la presencia de la multitud. Es como si estuviera yo solo, con los ojos fijos en ese cuerpo sin vida que pende de la cruz... Observo los pensamientos y sentimientos que brotan en mi interior mientras contemplo...

 Miro al Crucificado despojado de todo: Despojado de su dignidad, desnudo frente a sus amigos y enemigos. Despojado de su reputación. Mi memoria revive los tiempos en los que se hablaba bien de él... Despojado de todo triunfo. Recuerdo los embriagadores años en que se aclamaban sus milagros y parecía como si el reino estuviera a punto de establecerse...

 Despojado de credibilidad. De modo que no pudo bajar de la cruz... De modo que no pudo salvarse a sí mismo... -Debió de ser un farsante-... Despojado de todo apoyo. Incluso los amigos que no han huido son incapaces de echarle una mano... Despojado de su Dios -el Dios a quien creía su Padre-, de quien esperaba que iba a salvarlo en el momento de la verdad... Le veo, por último, despojado de la vida, de esa existencia terrena a la que, como nosotros, se aferraba tenazmente y no quería dejar escapar...

 Mientras contemplo ese cuerpo sin vida, poco a poco voy comprendiendo que estoy contemplando el símbolo de la suprema y total liberación. En el hecho mismo de estar clavado en la cruz adquiere Jesús la vida y la libertad. Hay aquí una parábola de victoria, no de derrota, que suscita la envidia, no la conmiseración. Así pues, contemplo ahora la majestad del hombre que se ha liberado a sí mismo de todo aquello que nos hace esclavos, que destruye nuestra felicidad...

 Y al observar esta libertad, pienso en mi propia esclavitud: Soy esclavo de la opinión de los demás. Pienso en las veces que me dejo dominar por lo que la sociedad dirá o pensará de mí. No puedo dejar de buscar el éxito. Rememoro las veces en que he huido del riesgo y de la dificultad, porque odio cometer errores... o fracasar...

 Soy esclavo de la necesidad de consuelo humano: ¡Cuántas veces he dependido de la aceptación y aprobación de mis amigos... y de su poder para aliviar mi soledad...! ¡Cuántas veces he sido absorbente con mis amigos y he perdido mi libertad...!

 Pienso en mi esclavitud para con mi Dios. Pienso en las veces que he tratado de usarlo para hacer mi vida segura, tranquila y carente de dolor... y también en las veces que he sido esclavo del temor hacia él y de la necesidad de defenderme de él a base de ritos y supersticiones...

 Por último, pienso cuán apegado estoy a la vida... cuán paralizado estoy por toda clase de miedos, incapaz de afrontar riesgos por temor a perder amigos o reputación, por temor a verme privado del éxito, o de la vida, o de Dios... y entonces miro con admiración al Crucificado, que alcanzó la liberación definitiva en su pasión, cuando luchó con sus ataduras, se liberó de ellas y triunfó.

 Observo las personas que en todas partes se postrarán de rodillas hoy para adorar al Crucificado. Yo hago mi adoración aquí, en el Calvario, ignorando por completo a la ruidosa multitud que me rodea: Me arrodillo y toco el suelo con mi frente, deseando para mí la libertad y el triunfo que resplandecen en ese cuerpo que pende de la cruz. Y en mi adoración oigo cómo resuenan en mi interior aquellas palabras suyas: «Si deseas seguirme, debes cargar con tu cruz... ». Y aquellas otras: «Si el grano de trigo no muere, queda solo...»”.

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