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sábado, 6 de abril de 2013


DOMINGO, día 7 de Abril

 

Hechos de los Apóstoles 5, 12-16

 

“… Los apóstoles hacían muchos signos y prodigios en medio del pueblo… los demás no se atrevían a juntárseles, aunque la gente se hacía lenguas de ellos; más aún, crecía el número de creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor…”

 

CLAVES para la LECTURA

 

- El tercer sumario importante narrado por Lucas (5, 12-16) se centra en los hechos extraordinarios realizados por los apóstoles. Para comprender este sumario resulta imprescindible conocer las razones que ha tenido nuestro autor para colocarlo en este contexto. En el relato inmediatamente anterior (5, 1-11) nos ha referido un milagro de Pedro, castigando la simulación e impostura de Ananías y Safira. A continuación (5, 17ss) nos ofrecerá una nueva imagen de Iglesia perseguida. Por eso, antes de narrarnos la persecución de la Iglesia era necesario que destacara el éxito del Evangelio que comenzaba a abrirse camino.

 - Se trata, pues, de uno de los resúmenes usados en la narración de Lucas como «puentes» entre diferentes secciones. Muestran cómo vivía la comunidad cristiana en aquellos tiempos y, a la vez, cómo debería vivir siempre. En este compendio se encuentran, en efecto, siete verbos en imperfecto destinados a indicar una situación habitual de la comunidad. Ésta ha hallado un lugar estable de encuentro junto al templo (el pórtico de Salomón), se reúne en torno a los apóstoles y muestra poseer una identidad bien definida frente a los otros.

 - En el centro de la narración aparece la presencia y la acción de los apóstoles, en particular la de Pedro. Éstos realizan signos y prodigios que atestiguan el poder del Resucitado. El pueblo los exalta; aumenta el número de los creyentes; aumenta también la fe suscitada por el poder de curación de los apóstoles, incluso por la sombra de Pedro. Se perfilan aquí los rasgos de la Iglesia, que, mientras se va formando, agrega siempre, por el poder del Espíritu, nuevos miembros, sobre todo mediante la actividad de los apóstoles.

  

CLAVES para la VIDA

 
- La primera Comunidad cristiana, surgida en torno al Señor resucitado, sigue ofreciendo los frutos que nacen del ENVÍO recibido del Señor. Especialmente los apóstoles se convierten en una presencia viva del Espíritu y de la misión del mismo Jesús. Tanto sus palabras como los gestos de vida que realizan muestran que la TAREA iniciada por Jesús sigue adelante, a pesar de los condicionantes que se van presentando en medio de la comunidad. Aquí se refleja la vida de esa primera Comunidad y el estilo que adopta en medio de aquella cultura y realidad concreta.

 - “… Se reunían de común acuerdo…”: la comunidad tiene un “lugar” de encuentro, que todavía está ligado al judaísmo y a sus estructuras, pero los signos y prodigios que van realizando tienen una novedad absoluta, siguiendo las huellas del mismo Jesús en su caminar por los diversos lugares de Palestina. Por la fuerza de esos signos, por cuanto ven y contemplan, las gentes se unen a aquel primer grupo y así se convierten en esa presencia viva del proyecto del Reino que ha sido inaugurado por el mismo Jesús y ratificado, en la resurrección, por el mismo Dios-Padre.

 - Es sugerente encontrarnos con relatos y descripciones que nos ofrecen la vida misma de las primeras comunidades y que han surgido en la Pascua. Es estimulante tomar conciencia de cómo perciben su propia misión; eso sí, siguiendo las mismas huellas del Señor Jesús. Tanto sus palabras como sus gestos “hablan” de esa novedad, y que tanto aportan a aquel entorno, necesitado de una liberación profunda y que afecta a la raíz misma de la vida y de la fe. Ahí se nos está diciendo, hoy, a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, cuál es la forma de realizar y de llevar adelante nuestra misión.

 

 Apocalipsis 1, 9-11a. 12-13. 17-19

 
“… Yo, Juan, vuestro hermano y compañero en la tribulación, en el Reino y en la constancia en Jesús, estaba desterrado en la isla de Patmos, por haber predicado la palabra de Dios y haber dado testimonio de Jesús. Un domingo caí en éxtasis… Él puso la mano derecha sobre mí y dijo: No temas: Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive…”

 

CLAVES para la LECTURA

 
- El Apocalipsis es, por excelencia, el libro de la «revelación» de Jesús, aunque requiere por parte del lector el paciente trabajo de entrar en su lenguaje cargado de símbolos. Juan recibe esta revelación en favor de los hermanos mientras se encontraba confinado en la isla de Patmos a causa de la fe. La profunda experiencia espiritual (v. 10) vivida por él tiene lugar precisamente el domingo, día memorial de la resurrección del Señor. Oye a su espalda una voz potente, «como de trompeta», que le ordena escribir lo que vea.

 - Los elementos con los que se describe esta primera experiencia recuerdan la revelación del Sinaí, comprendida, no obstante, en su plenitud gracias al misterio pascual. En efecto, Juan tiene que volverse (el verbo usado es epistréphein, el mismo término que indica la «conversión» como retorno a Dios) y precisamente porque se «convierte» puede ver. Se presenta entonces ante sus ojos un misterioso personaje, «una especie de figura humana» (v. 13) en medio de siete candelabros de siete brazos.

 - El único candelabro de siete brazos del templo de Jerusalén se ha transformado, por consiguiente, en muchos candelabros a fin de indicar que ha tenido lugar un paso desde el único ámbito del culto -o sea, el templo- a la totalidad de la comunidad eclesial. En medio de ellos está Cristo resucitado, descrito con elementos tomados del Antiguo Testamento. Éstos expresan la función mesiánica, que ha llegado a su culminación. La larga túnica y la banda de oro (v. 13) son un rasgo distintivo sacerdotal (Dn 10, 5); el pelo blanco (v 14a) alude al «anciano de los días» de Dn 7, 9. El Hijo del hombre es Dios mismo. Frente a él reacciona Juan con el desconcierto propio de quien entra en contacto con Dios, pero el personaje glorioso le tranquiliza y se presenta con cinco expresiones que le califican como el Resucitado. En efecto, es «el primero y el último», es decir, el creador y señor del cosmos y de la historia (Is 44, 8; 48, 12); «el que vive», a saber: el que tiene la vida en sí mismo, según una terminología muy estimada por el Antiguo Testamento. No sólo es el que vive, sino el que tiene las llaves -esto es, el poder- de la muerte y del abismo de los muertos.

 

CLAVES para la VIDA

 
- El autor sagrado, el “vidente”, antes que nada es el testigo de Jesús en la tribulación y en el destierro. Por lo tanto, no va a ofrecer un algo imaginario, sino que su testimonio es real, por cuanto que se encuentra en la situación que está por “haber predicado la palabra y haber dado testimonio de Jesús”. Y es que anunciar a Jesús y seguir sus huellas, esto es, vivir su estilo de vida, su escala de valores… se ha vuelto peligroso para todo seguidor convencido. Ahí se encuentra Juan, aquel que quiere transmitir cuanto ha descubierto y experimentado.

 - Y… ¿qué es lo que ha descubierto y experimentado? Por medio de un lenguaje plagado de simbolismos, lo que transmite es que ese Cristo Jesús es el “principio y el fin”, “el que vive”. Esto es, el mismo que ha sido crucificado, ése mismo es ahora proclamado como el Señor de la historia y de la Vida. Aquel que las autoridades no han sabido reconocerlo como el enviado de Dios y el Esperado, ése es ahora el Señor proclamado. El vidente es empujado a que escriba esto y deje constancia para la posteridad, de modo que otros alcancen la plenitud que ahí se encierra.

 - Nosotros, ahora, somos esa “posteridad”, que hemos creído por el testimonio del discípulo amado. Hemos conocido al que es “el primero y último”, “al que vive”, al que ha destruido la muerte para siempre. Descubrir este mensaje, en medio de ese lenguaje extraño para nuestra mentalidad y cultura; acogerlo como don y como regalo; vivir desde lo que nos propone… sigue siendo un reto para nosotros, testigos, hoy, de ese Señor de la historia, que es el Cristo resucitado. Y es que el Señor resucitado sigue estando presente en medio de la comunidad reunida (“siete iglesias de Asia”, que habla el texto) y sigue animando con su mismo Espíritu a todos sus seguidores.

 

Evangelio: Juan 20, 19-31

 
“... Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros... Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo... Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis les quedan retenidos... Luego dijo a Tomás: Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo... Dichosos los que crean sin haber visto...”

 
CLAVES para la LECTURA

 
- Estos dos episodios, próximos y relacionados con un mismo tema -el de la fe- son, el eco fiel de cuanto ha sucedido en los corazones de los apóstoles tras la muerte de Jesús.

 - En el primero de ellos (vv. 19-22), el Resucitado se aparece a los once, que, a pesar del anuncio de María Magdalena (v. 18), están encerrados todavía en el cenáculo por miedo a los judíos. Jesús supera las barreras que se le interponen: pasa a través de las puertas, manifestando que su condición es completamente nueva, aunque no ha desaparecido nada de los sufrimientos que padeció en la carne. La insistente referencia al costado traspasado de Jesús es propia de Juan, que, de este modo, quiere indicar el cumplimiento de las profecías en Jesús (Ez 47, 1; Zac 12, 10. 14). El tradicional saludo de paz asume también en sus labios un sentido nuevo: de augurio -«la paz esté con vosotros»- se convierte en presencia -«la paz está con vosotros». La paz, don mesiánico por excelencia, que incluye todo bien, es, por tanto, una persona: es el Señor crucificado y resucitado en medio de los suyos («se presentó»: vv. 19b. 26b y, antes, v. 14). Al verlo, los discípulos quedan colmados de alegría y confirmados en la fe. El Espíritu que Jesús sopla sobre ellos, principio de una creación nueva (Gn 2, 7), confiere a los apóstoles una misión que prolonga la suya en el tiempo y en el espacio y les concede el poder divino de liberar del pecado.

 - El segundo cuadro (vv. 24-29) personaliza en Tomás las dudas y el escepticismo que atribuyen los sinópticos, de manera genérica, a «algunos» de los Doce, y que pueden surgir en cualquiera. Tomás ha visto la agonía de su Maestro y se niega a creer ahora en una realidad que no sea concreta, tangible, en cuanto al sufrimiento del que ha sido testigo (v. 25). Jesús condesciende a la obstinada pretensión del discípulo (v. 27), pues es necesario que el grupo de los apóstoles se muestre firme y fuerte en la fe para poder anunciar la resurrección al mundo. Precisamente a Tomás se le atribuye la confesión de fe más elevada y completa: «¡Señor mío y Dios mío!» (v. 28). Aplica al Resucitado los nombres bíblicos de Dios, Yahvé y Elohím, y el posesivo «mío» indica su plena adhesión de amor, más que de fe, a Jesús. La visión conduce a Tomás a la fe, pero el Señor declara, de manera abierta, para todos los tiempos: bienaventurados aquellos que crean por la palabra de los testigos, sin pretender ver. Éstos experimentarán la gracia de una fe pura y desnuda que, sin embargo, es confirmada por el corazón y lo hace exultar con una alegría inefable y radiante (1 Pe 1, 8).

 - Los vv. 30s constituyen la primera conclusión del evangelio de Juan: se trata de un testimonio escrito que no pretende ser exhaustivo, sino sólo suscitar y corroborar la fe en que «Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios» (Mc 1, 1).

 

CLAVES para la VIDA

 
- El proceso de fe de los primeros seguidores de Jesús tampoco fue nada fácil; todas las evidencias hablaban de “otra cosa”. De ahí que ese estar “en una casa con las puertas bien cerradas” (v. 19) es toda una muestra de cuanto estaban viviendo y experimentando en su interior. Sólo la NUEVA presencia del Resucitado y el don de la PAZ es capaz de iluminar y transformar aquella situación confusa, hasta el punto de “llenarse de alegría” por el encuentro, nuevo y diferente, con el Señor resucitado. Sólo así es posible el cambio, la nueva visión.

 - Ahí tendrá que llegar, -en su proceso de búsqueda-, Tomás y cuantos en él se encuentren simbolizados. El sufrimiento vivido por los amigos de Jesús, les ha embotado los ojos y el corazón, y son incapaces de descubrir la NOVEDAD que tienen delante. Sólo el don mesiánico de la paz es capaz de recrear el corazón de aquel grupo, hasta el punto de convertirlos en testigos del mismo Señor, prolongando su misma misión de liberar a los hombres de todo tipo de esclavitud y de pecado, causa de todos los males. “Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros” (v. 21): ésa es la TAREA y la MISIÓN.

 - Se me invita a vivir el proceso de búsqueda y de encuentro con el Resucitado, y de ese modo recibir el encargo-misión que Él ha iniciado y que desea compartir con todos sus seguidores. El encuentro y la fe lleva al compromiso compartido; no es suficiente quedarse en el “tocar” sus heridas y señales. El “Señor mío y Dios mío” es la transformación más radical de todas las raíces de la vida de una persona. Asumir, pues, esta misión y compartirla con el mismo Señor resucitado es la consecuencia de la Pascua. ¡Estamos EN CAMINO, hermano/a! ¡Ojalá lo deseemos, lo obtengamos y nos sintamos transformados!

martes, 5 de junio de 2012


MIÉRCOLES, día 6


2 Timoteo 1, 1-3. 6-12
“... No tengas miedo de dar la cara por nuestro Señor y por mí, su prisionero. Toma parte en los duros trabajos del Evangelio, según las fuerzas que Dios te dé. Él nos salvó y nos llamó a una vida santa, no por nuestros méritos, sino porque antes de la creación, desde tiempo inmemorial, Dios dispuso darnos su gracia, por medio de Jesucristo; y ahora, esa gracia se ha manifestado por medio del Evangelio, al aparecer nuestro Salvador Jesucristo, que destruyó la muerte y sacó a la luz la vida inmortal...”

            CLAVES para la LECTURA
- La segunda Carta a Timoteo parece ser que fue la última que escribió Pablo antes de morir. En consecuencia, tiene todo el sabor de un auténtico «testamento espiritual» en el que se respira una trémula, aunque también serenísima, espera del final inminente. Pablo está en la cárcel y escribe en unos términos apesadumbrados a Timoteo, su discípulo predilecto, por el que ora noche y día, y le aconseja que «reavive» (literalmente, «atice») el don de Dios.
- En el pasaje de hoy, tras el saludo (vv. 1-3), viene una primera parte (vv. 6-12, aunque continúa hasta 2, 13), en la que Pablo exhorta a Timoteo a luchar y a sufrir por el Evangelio. Para Pablo, la «Buena Noticia» es «la promesa de la vida que está en Jesucristo» (v. 1), «que ha destruido la muerte y ha hecho irradiar la vida y la inmortalidad» (v. 10). El apóstol es un hombre elegido por Dios para llevar al mundo este evangelio de la vida no con «un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de ponderación».
- A causa de este anuncio, debe esperarse la hostilidad del mundo, hasta el punto de verse privado de la misma libertad. Pablo no se avergüenza de ello e invita a Timoteo a no avergonzarse de sus cadenas; éstas son el precio del testimonio fiel, de la vocación santa, de la gracia otorgada en Cristo Jesús y revelada ahora en el misterio de su encarnación. Constituyen el signo paradójico de una libertad nueva, la que nace de la fe en él y de la certeza de su fidelidad hasta el último día, el día en el que la vida destruirá a la muerte para siempre.
             CLAVES para la VIDA
- Durante cuatro días, se nos ofrece este testimonio lleno de energía del gran apóstol, que abandonado de todos y casi a las puertas ya del sacrificio supremo de su vida, no desaprovecha -a pesar del cansancio- la oportunidad de anunciar lo que él siente como lo primordial y esencial: la promesa de vida que está en Jesucristo (v. 10). Es la profunda convicción de este testigo cualificado.
- Desde lo que él ha vivido y siente, invita a su discípulo querido, a que avive el fuego de la gracia (v. 6) para que no se acobarde ante las situaciones que le van a tocar vivir. Toma parte en los duros trabajos del Evangelio (v. 8): toda una actitud a vivir, como el mismo Pablo ha vivido, incluso en esta situación de prisión y de limitación. Sé de quién me he fiado será la conclusión de este inmenso apóstol y luchador hasta el final.
- ¡Todo un cuadro y un espejo donde poderme mirar el de este apóstol, grande donde los haya!.. A lo largo de su vida, ha entregado todo y ahora, en el momento cumbre, también. ¡Vaya lección!.. Ante esas actitudes de abandono, productos del cansancio y de la dificultad... ahí está el apóstol, “provocándome” a lo mejor, hasta la entrega final. ¡Casi nada!..

Evangelio: Marcos 12, 18-27
“... Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero no hijos, cásese con la viuda y dé descendencia a su hermano... Por último murió la mujer. Cuando llegue la resurrección y vuelvan a la vida, ¿de cuál de ellos será la mujer? Porque los siete han estado casados con ella. Jesús les respondió: Estáis equivocados, porque no entendéis la Escritura ni el poder de Dios. Cuando resuciten, ni los hombres ni las mujeres se casarán: serán como ángeles del cielo...”
             CLAVES para la LECTURA
- Los saduceos -que tenían la mayoría de sus seguidores en las filas de la aristocracia sacerdotal- se distinguían de los fariseos, desde el punto de vista religioso, en dos temas: en primer lugar, negaban todo valor a las tradiciones -a las que los fariseos, en cambio, estaban muy apegados- y afirmaban que sólo era vinculante la Ley escrita; y, en segundo lugar, negaban la resurrección de los muertos, citando a este respecto algunos textos bíblicos, como por ejemplo Gn 3, 19 («eres polvo y al polvo volverás»). En este último punto echaban mano también de la ironía (vv. 19-23): si una mujer se ha casado con siete maridos, ¿de quién será la esposa en la resurrección? Los fariseos, sin embargo, afirmaban la resurrección, citando también ellos textos bíblicos muy conocidos, como por ejemplo Ez 37, 8 y Job 10, 11.
- Arrastrado a la discusión, Jesús -como de costumbre- no se deja encerrar en los términos en que se planteaba el debate: los rompe, los hace estallar desde dentro. La resurrección está afirmada en la Escritura -y de ahí que los saduceos cometan un grave error al negarla-, pero no es cuestión de citar un texto u otro. Para Jesús, hemos de captar la Escritura en su centro, allí donde atestigua que Dios es el Dios de los vivos, el Dios de la vida y no de la muerte (Ex 3, 6).
- Ésta es la razón que autoriza la fe en la resurrección: Dios es fiel y ama la vida, y no se puede pensar que haya creado al hombre con sed de vida para abandonarlo, después, a la muerte. Hasta aquí, la respuesta de Jesús va contra los saduceos. Pero -en parte- va también contra los fariseos, porque algunos de ellos concebían la resurrección en unos términos supersticiosos, materiales, prestándose así a la ironía de los saduceos. La vida de los resucitados -declara Jesús- no tiene que ser pensada según los esquemas de este mundo presente. Se trata de una vida diferente: «Ni ellos ni ellas se casarán».
             CLAVES para la VIDA
- En ese nuevo intento de atrapar en sus “redes” al joven rabí, sus enemigos se encuentran con un mensaje nuevo y que supera de forma absoluta sus miras pobres e interesadas. El anuncio fundante de la nueva situación es que Dios no es un Dios de muertos, sino de vivos (v. 27), y desde la opción definitiva de ese Dios, nuestro destino es la vida. Es la convicción de Jesús y su anuncio para cada una de las criaturas.
- Ante ese misterio de la muerte, la luz que la ilumina es Jesús mismo: Yo soy la resurrección y la vida: el que crea en mí no morirá para siempre (Jn 11, 26). Aún sin saber el “cómo” concreto, el “modo” de esa nueva realidad y situación, el destino es la VIDA, es vivir con Dios, participando de la vida pascual de Cristo, nuestro Hermano. Ésta es la gran revelación de Jesús y, por eso, es Buena Noticia para nosotros.
- En mi caminar por la vida y en mi seguimiento de Jesús, es importante poder ESCUCHAR mensajes como éste de hoy: mi destino definitivo es la VIDA (como también nos expresaba el apóstol, Pablo, en la primera lectura). Abrirme a la vida, hacerla crecer y más plena... ¡todo un RETO, también, hoy, para mí! Y... ¿para ti, hermano/a?

martes, 29 de mayo de 2012


MIERCOLES, día 30

Primera lectura: 1 Pedro 1,18-25
Queridos: Sabed que no habéis sido liberados de la con­ducta idolátrica heredada de vuestros mayores con bienes caducos -el oro o la plata-,  y sino con la sangre preciosa de Cristo, cordero sin mancha y sin tacha.  Cristo estaba presen­te en la mente de Dios antes de que el mundo fuese creado, y se ha manifestado al final de los tiempos para vuestro bien, para que por medio de él creáis en el Dios que lo resucitó de entre los muertos y lo colmó de gloria. De esta forma, vuestra fe y vuestra esperanza descansan en Dios…

Algunas verdades sobre la relación de Jesucristo con nosotros y de nosotros con él llaman hoy la aten­ción. El Padre, en su presciencia (v 1) y en su gran mi­sericordia (v. 3), ya antes de la fundación del mundo lo eligió, cordero sin mancha, para que con su sangre pre­ciosa liberara a la humanidad «de la conducta idolátrica heredada de vuestros mayores» (v 18).
Jesús se ha manifestado en nuestra era de salvación, que, por esto mismo, es central en toda la historia; Pa­blo la califica de «plenitud de los tiempos» (cf. Gal 4,4): a él converge todo y en él todo llega a su plenitud. Gracias a su misión, a su resurrección y glorificación, creemos nosotros en Dios, creemos que lo resucitó de entre los muertos, y nos ha dado la posibilidad de anclar nuestra fe y nuestra esperanza en el Padre. Entramos en relación con Jesús a través de la obediencia a la pre­dicación del Evangelio. Esta predicación es fuente de novedad de vida, de existencia vivida en la caridad, o sea, no de impulsos emotivos transitorios, sino de rela­ciones que estructuran el dinamismo y la misión de la comunidad.
La cristología de la primera Carta de Pedro es rica y profunda. Esta carta constituye un himno de bendición a la obra que el Padre, en el Espíritu, realiza en Cristo (cf., por ejemplo, 1,18b-21; 2,21-25: un himno sublime; 3,18-22 y 4,5ss, elementos de una antigua profesión de fe). Jesús «padeció una sola vez por los pecados, el inocen­te por los culpables, para conduciros a Dios. En cuanto hombre sufrió la muerte, pero fue devuelto a la vida por el Espíritu» (3,1.8). Sus llagas curadoras hacen que quienes gozamos de ellas, «muertos al pecado, vivamos por la sal­vación» (cf. 2,24).
La historia ha sido invadida en él por la sed ardiente de la alianza nueva y eterna con el Padre, y los que le obedecen han sido injertados en este mo­vimiento de conversión que califica a todo dinamismo humano recto y lo convierte en expresión de nostalgia y de inventiva de salvación universal. La exhortación petrina está penetrada por este deseo que es fuente y cima de las iniciativas del pueblo de Dios. La vida en Cristo es vida en misión de comunión en el Misterio.

Evangelio: Marcos 10,32b-45
En aquel tiempo,  tomó Jesús consigo una vez más a los Doce y comenzó a decirles lo que le iba a pasar: Mirad, estamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del hombre va a ser entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la Ley; lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos; se burlarán de él, le escupirán, lo azotarán y lo matarán, pero a los tres días resucitará…
La extensa lectura evangélica de hoy nos refiere diferentes episodios acaecidos en el recorrido hacia Je­rusalén. Jesús va delante. Le siguen unos discípulos asombrados y personas atemorizadas. Habla a los Doce por tercera vez de su próxima pasión y lo hace con muchos detalles (w. 33ss). Sin embargo, parece que la incomprensión de los discípulos es total. Esto es algo que resalta en Marcos, que atribuye a los mismos hijos de Zebedeo (y no a su madre, como hace, en cambio, Mateo 20,20) la petición correspondiente a su ubicación en el Reino: uno a la derecha y el otro a la izquierda de Jesús (v. 37). Su reacción a la respuesta de Jesús y la de los otros respecto a los hermanos manifiestan que el círculo de los discípulos estaba inmerso en preocupa­ciones completamente diferentes a las del Señor.
Jesús, en este momento culminante de su presencia entre no­sotros, nos revela aspectos centrales relacionados con el seguimiento. Éste se desarrolla por completo en el marco de la complacencia del Padre. Jesús vive inmer­so en él, no es el árbitro del mismo. El Padre nos atrae hacia Jesús, en él nos admite a la participación en el Reino y decide la posición que va a ocupar cada uno en el mismo. Mateo 20,23 nombra al Padre, mientras que Marcos alude a él como Alguien que establece las condiciones para conseguirlo.
Vivir en Jesús es crecer en docilidad al Padre, com­partir la misión para la que el Padre le ha enviado: be­ber su mismo cáliz, ser sumergidos con él en su mismo bautismo. Seguir a Jesús es recorrer con él el camino del Siervo de Yahvé (Is 52,13-53,12), convertir a través de él nuestra propia vida en un servicio, entregarla en él por la salvación para rescate de muchos, de la humanidad. Sólo Marcos, con estas palabras -y con las que dice en 14,24 sobre el cáliz-, nos refiere el motivo de la muerte violenta del Señor y nos abre los horizontes del misterio del seguimiento.
MEDITATIO
En el centro de la Palabra de hoy figura la revelación del lenguaje vigoroso que emplea la divina pedagogía de la salvación para empujarnos a la conversión y a lo que es central en ella: seguir el ejemplo que nos ha dejado Jesús, caminar tras sus huellas (1 Pe 2,21). Dado que Jesús ha sido enviado por el Padre para revelar su mi­sericordia y las vías por las que se abre camino hacia los corazones de los hombres, su Palabra nos remite al mis­terio escondido del Padre. Éste busca a la humanidad y hace que éste le busque, pero lo hace a través del ejem­plo de Cristo y de los que viven en él, obra a través del consenso del amor antes que venciendo por la cons­tricción; influye a través del servicio y no por medio del poder.
El camino de Jesús no es débil, pero su fuerza es la del amor que vence a la muerte, la fuerza de la resu­rrección y no la de la huida de la muerte y la cruz. El Reino del Padre es un Reino de personas cuya creativi­dad y carácter inventivo están inspirados por la mise­ricordia que no se deja vencer por el mal, sino que lo vence con la humildad y la docilidad, que implora, se muestra activa y desenmascara con su lógica la igno­rancia de la necedad.