sábado, 9 de junio de 2012


DOMINGO, día 10:  CORPUS CHRISTI


Éxodo 24, 3-8
“... En aquellos días, Moisés bajó y contó al pueblo todo lo que había dicho el Señor y todos sus mandatos, y el pueblo contestó a una: Haremos todo lo que dice el Señor. Moisés puso por escrito todas las palabras del Señor. Se levantó temprano y edificó un altar en la falda del monte, y doce estelas, por las doce tribus de Israel. Y mandó a algunos jóvenes israelitas ofrecer al Señor holocausto...”

            CLAVES para la LECTURA
- El pasaje del libro del Éxodo que hemos leído hoy como primera lectura es una página espléndida que describe la alianza del Sinaí y habla de la buena disposición del pueblo para escuchar la Palabra de Dios. Las alianzas antiguas, entre pueblos o reinos vecinos, o entre Dios y su pueblo, incluían una serie de ritos simbólicos que expresaban la intención del corazón y la promesa de fidelidad al pacto establecido. Se requería, a continuación, una afirmación explícita de la voluntad de mantener la alianza.
- En la perícopa del Éxodo leemos, en primer lugar, que Moisés refiere al pueblo la voluntad de Dios, y la respuesta unánime, afirmativa, de Israel en el sentido de cumplir los mandamientos de Dios. En ese momento de fervor, impresionado aún por el espectáculo de la misteriosa y terrible teofanía de su Dios, el pueblo acepta escuchar la voz de Dios y cumplir sus mandamientos.
- Sin embargo, los antiguos, muy conscientes de la fragilidad del corazón y de las buenas intenciones manifestadas en un momento determinado, quisieron introducir, en el rito de la alianza, una ratificación externa, simbólica: la de la aspersión con sangre tanto del altar como de las personas que establecían la alianza. Moisés, intercesor y mediador entre Dios e Israel, pretende unir a Dios y a su pueblo con el rito de la aspersión de la sangre: la mitad de la sangre es derramada sobre el altar, la otra mitad sobre el pueblo. Este gesto simboliza la recíproca fidelidad de las partes, sancionada por la sangre de la misma víctima que las une. La infidelidad de una de las partes supondría la ruptura de la alianza.
             CLAVES para La VIDA
- Aunque puede parecernos un tanto macabro el rito utilizado para sellar la Alianza, no podemos olvidar que la sangre es símbolo de la vida y la vida es algo sagrado, que viene de Dios. Éste es el contexto profundo y significativo de este pacto mutuo, donde tanto Dios como el pueblo se comprometen a vivir en fidelidad: cumpliremos todo lo que ha dicho el Señor (vv. 3. 7). La sangre “ata” esa alianza.
- Este rito de la Alianza entre Dios y su pueblo, teniendo como mediador a Moisés, adquiere su plenitud en la Nueva y Definitiva Alianza que establece Dios con la humanidad en Cristo Jesús. De hecho, las palabras del Sinaí y las dejadas por Jesús en el memorial de su entrega y muerte en la Eucaristía, casi son idénticas. “Mi” sangre: es la diferencia: ya no es el sacrificio de los animales, sino la de su propio Hijo. Dios lleva su Alianza hasta este punto. ¡No se puede pedir más en su fidelidad!
- ¡Nosotros participamos de este inmenso compromiso de entrega y fidelidad! Ahora podemos entrar en comunión con este Dios y lo hacemos por medio de su Hijo y es que ahora el Mediador es Jesús, el Hijo amado y Hermano nuestro. ¡Todo ha llegado a su plenitud! ¡PARTICIPA...!

Hebreos 9, 11-15
“... Pero Cristo ha venido como Sumo Sacerdote de los bienes definitivos... se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, llevándonos al culto del Dios verdadero...”

            CLAVES para la LECTURA
- El autor de la carta ofrece sus propias reflexiones sobre el sacerdocio de Jesús, esto es, sobre su facultad para hacer de camino entre la humanidad y Dios. Eso no se ha realizado, como en el Antiguo Testamento, penetrando en un lugar material, la tienda del templo de Jerusalén, en cuyo interior había otro ámbito, el Santo de los santos, en el que sólo se permitía entrar al sumo sacerdote una vez al año.
- Con Jesús, el culto cambia radicalmente: de exterior se convierte en interior, porque Cristo entra una sola vez y para siempre en el santuario del cielo, ofreciendo su cuerpo como ofrenda viva y agradable a Dios, obteniéndonos la salvación con su sangre. Éste es precisamente el precio del culto perfecto del que también nosotros hemos sido hechos partícipes.
- En efecto, el sacrificio de Jesús, que se ha ofrecido en el Espíritu al Padre como víctima pura, nos abre también a nosotros la posibilidad de entrar en la fiesta trinitaria del don recíproco entre Padre, Hijo y Espíritu Santo. El culto ya no es un cúmulo de ritos externos, sino un movimiento festivo de honor rendido y recibido entre las personas de la Santísima Trinidad.
             CLAVES para la VIDA
- Algo ha cambiado radicalmente entre el Antiguo Testamento y la realidad actual que se da en Jesús, el nuevo Sacerdote de la Alianza definitiva: antes era cuestión de ofrecer numerosos sacrificios de expiación para lograr la salvación; eran animales los que se ofrecían. Ahora, Cristo, él mismo en persona, se ha ofrecido como holocausto al Padre, y así alcanza plenamente el don de la salvación para sus hermanos.
- Para que podamos dar culto al Dios vivo (v. 14), y es que ahora la ofrenda que es posible ofrecer al Padre, es algo profundamente agradable a su corazón y a su voluntad, como fue la ofrenda del mismo Jesús: la ofrenda de la propia vida como el culto por antonomasia. Además, la mediación de Jesús ante el Padre es constante, de ahí que la ofrenda a favor de los hermanos (como Jesús mismo) es mucho más apropiada que los sacrificios de animales y que el resto de ofrendas.
- Se me invita a asumir ese culto NUEVO y definitivo, al estilo del mismo Jesús. Y es que el culto ya no es un cúmulo de ritos externos; Jesús me invita a vivir en el culto agradable al Padre, SIEMPRE a favor de los hermanos. Hacer de la vida una ofrenda; compartir con el mismo Jesús la tarea de la MEDIACIÓN a favor de los hermanos, ejerciendo vitalmente el Sacerdocio, el más característico y propio que ejerció Jesús... ¡realmente todo un estilo de ser y de vivir! ¡No lo debiéramos olvidar, hermano/a! Con todo, es una tentación constante en nuestra vida: es más fácil quedarse en “lo externo”, a veces en el “mero cumplimiento”, pero el corazón, el núcleo de nuestro ser, queda al margen... ¡Tengamos cuidado!

Evangelio: Marcos 14, 12-16. 22-26
“… Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: Tomad y comed, ésta es mi carne… Y cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron. Y les dijo: Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios…”

            CLAVES para la LECTURA
- En Marcos, la institución de la Eucaristía, celebrada en el marco de la última cena de Jesús con sus discípulos, está tan ligada a la muerte del Señor que es, además de una anticipación sacramental, también una profecía de la misma. En efecto, Jesús, en la intimidad del cenáculo y antes de su pasión, tanto con la palabra como con los gestos, realiza lo que anuncia. El pan partido y la copa que ofrece a sus discípulos, como requería la costumbre de la pascua judía, constituyen el anuncio del nuevo pacto, sellado con su sangre, que, como «cordero sin mancha», ofrece por la salvación de todos.
- La última cena con sus discípulos tiene lugar en la fiesta de la Pascua. La Pascua es el paso de Israel -gracias a la intervención liberadora de Dios- de Egipto, tierra de opresión e injusticia, a la tierra prometida, espacio de libertad y justicia. No podemos separar la última cena de Jesús de la pascua judía; ésta constituye, histórica y teológicamente, su contexto.
- En el relato de la institución de la Eucaristía, sin alusión alguna al cordero, que ocupaba el centro de aquella comida, el acento recae en los gestos y las palabras de Jesús. Estos gestos y palabras nos han llegado envueltos en el ropaje de las reflexiones comunitarias y, aun encontrándonos en el terreno firme de la historia, es difícil poder remontarnos al acontecimiento en su tenor original. No obstante, el significado fundamental es bien palpable. Jesús realiza el signo profético de lo que ha sido toda su vida y de lo que está a punto de acontecer con su muerte: un pan que se comparte, una existencia entregada y rota por todos. Es, pues, la explicación del misterio de la encarnación y, en definitiva, la clave de lectura de toda la historia de la salvación, historia de donación y comunión.
- En esta cena tiene un puesto destacado la copa de vino que hace pasar entre todos, contra el habitual vaso individual. Las palabras del v. 25 son, sin duda, un recuerdo histórico. Intuye muy cercano su fin y lo anuncia a los suyos: Ya no beberé más del fruto de la vid. Pero incluso ahora sigue creyendo en el Reino y lo anuncia a los suyos: Hasta el día aquel en que lo beba de nuevo en el reino de los cielos. La despedida, aún siendo triste y dolorosa, está llena de esperanza; hay un más allá, no puramente espiritual sino íntimamente vinculado con este mundo, donde está el vino “que alegra el corazón humano”.
             CLAVES para la VIDA
- La reflexión que se nos propone en este relato es realmente profunda: en el pan y en el vino entregados está la presencia de una vida vivida como don, dada y rota por todos, que obliga necesariamente a tomar parte en ella. El gesto que Jesús hace es profético-simbólico, pero recoge todo lo que él ha hecho: él ha ido rompiendo el pan de su vida hasta la muerte. Ha compartido con la gente su pan, su vida, su fe en el reinado del Padre. Ahora comparte su cuerpo-pan para la vida, y su sangre será el sello de la Alianza que constituya el nuevo pueblo de Dios.
- Es aquí donde se visualiza la NUEVA ALIANZA de Dios con la humanidad, la definitiva. Es en el Hijo donde Dios sella su compromiso perpetuo; y es en ese Hijo donde la humanidad encuentra a Dios como una presencia única e irrepetible. Aquí todo se hace nuevo y definitivo: la comunión se realiza en la entrega, en el servicio máximo de Jesús. De ahí que Él se convierta en ese vínculo definitivo, con toda la carga que significa.
- Es muy importante que se nos diga en este Día del Corpus Christi el significado y el marco que la Eucaristía tomó en los gestos de Jesús: no es algo “piadoso”, para venerar; es muchísimo más. La entrega de la vida; una vida hecha servicio, hasta el final… es el marco apropiado y único. ¡Cuán lejos puede que estén de este marco muchas de nuestras expresiones litúrgicas…! Recuperar, pues, toda la profundidad de la Eucaristía y de lo que supone para Jesús y su planteamiento… ¡todo un quehacer y una inmensa necesidad para mí, para nosotros, para nuestras comunidades! ¿Qué dices tú, hermano/a?

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