SÁBADO, día 23
Primera lectura: 2 Crónicas 24,17-25
Muerto Yoyadá, los jefes de Judá vinieron a
rendir homenaje al rey, que esta vez siguió sus
consejos. Abandonaron el templo del Señor, Dios de sus antepasados, y se pasaron al culto idolátrico. Esto provocó la ira
divina sobre Judá y Jerusalén. El Señor
les envió profetas para ver si se volvían a él, pero no hicieron caso a sus advertencias. Zacarías, hijo de Yoyadá, sacerdote, movido por el espíritu de
Dios, se presentó al pueblo y le dijo:
Esto dice Dios:
¿Por qué transgredís los mandamientos del Señor? Nada
conseguiréis. Habéis abandonado al Señor, y el os
abandonará a vosotros. Pero ellos se
conjuraron contra Zacarías y, por orden del rey, le apedrearon en el atrio del templo del Señor. Así
pues, el rey Joás olvidó la lealtad
de Yoyadá, padre de Zacarías, y mandó
matar a su hijo, que dijo al morir: Que el Señor lo vea y te pida cuentas…
Las vicisitudes de los
dos reinos hasta la caída de Samaria (721), preludio de la caída de Jerusalén, narrada en 2Re 12-16, son recuperadas y
completadas en clave teológica llegando a las páginas paralelas de 2 Cr (se trata de la única
lectura de este libro en la liturgia ferial). Muerto el sumo
sacerdote Yoyadá, vengador del yahvismo, el rey Joás, consagrado por él, cede a
las tendencias
sincretistas de los «jefes de Judá», de suerte que recae en la idolatría.
La requisitoria del profeta Zacarías fue en vano, y lo mataron para
vengarse. Esto trajo consigo el castigo divino, siempre siguiendo el
riguroso principio
de la retribución, que se expresa en la invasión siria y en la muerte del
rey.
Evangelio: Mateo 6,24-34
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Nadie puede servir
a dos amos, porque odiará a uno y querrá al otro, o será fiel a uno y al otro
no le hará caso. No podéis servir a Dios y al dinero.
Por eso os digo:
No andéis preocupados pensando qué vais a comer o a
beber para sustentaron o con qué vestido vais a cubrir
vuestro cuerpo. ¿No vale más la vida que el alimento y el
cuerpo que el vestido? Fijaos en las aves
del cielo; ni siembran ni siegan ni recogen en graneros, y
sin embargo vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No
valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Quién de vosotros, por más
que se preocupe, puede añadir una sola hora a su vida?
Y del
vestido, ¿por
qué os preocupáis? Fijaos cómo crecen los lirios del campo; no
se afanan ni hilan, y sin embargo os digo que ni Salomón
en todo su esplendor se vistió como uno de ellos. Pues si a
la hierba que hoy está en el campo .v mañana
se echa al horno Dios la viste así, ¿qué no hará con
vosotros, hombres de poca fe? Así que
no os inquietéis diciendo: ¿Qué comeremos? ¿Qué
beberemos? ¿Con qué nos vestiremos? Ésas son las cosas
por las que se preocupan los paganos. Ya sabe vuestro Padre
celestial que las necesitáis. Buscad ante todo
el Reino de
Dios y su justicia, y Dios os dará lo demás. No andéis
preocupados por el día de mañana, que el mañana traerá su
propia preocupación. A cada día le basta su propio afán.
La última sección del capítulo 6 pone de
relieve la alternativa frente a la
que se encuentra el cristiano, una alternativa
que implica la elección de su propio «amo»: Dios o el dinero (el original
cita la palabra aramea mammona). La palabra mammona incluye la idea de ganancia, dinero y, por consiguiente, los bienes del hombre, aunque también «la codicia» con la que el hombre
los busca y los posee (Ireneo de Lyon). Afanarse o andar preocupado (término
que se repite seis veces en el
original griego) por los bienes materiales es señal de «poca fe», una denuncia que se repite con frecuencia en la pluma de Mateo (8,26; 14,31; 16,8; 17,20), para indicar
la escasa confianza en el poder y en la providencia divinos. La martilleante invitación a que no andemos preocupados es justificada con una serie de
alusiones a las criaturas animales y
vegetales. «Debemos entender estas
palabras en su sentido más sencillo», observa Jerónimo, «a saber: que si las aves del cielo, que hoy
son y mañana dejan de existir, son
alimentadas por la providencia de
Dios, sin que deban preocuparse por ello, con mayor razón los hombres, a quienes ha sido prometida la eternidad, deben dejarse guiar por la
voluntad de Dios».
La expresión «Reino y su
justicia» constituye un endíadis;
ambos términos están al servicio del cumplimiento
de la voluntad divina, que constituye
el fundamento del Reino. El «buscad ante todo» parece sugerir el principio de la jerarquización de las necesidades y, por
consiguiente, de los bienes: en el
primer puesto deben estar tus
espirituales, que dan el sentido y su justo valor a los materiales. Estos últimos nos serán dados por
añadidura. «Esta promesa se cumple en
la comunidad de los hermanos, que
multiplica los bienes (milagro moral bosquejado
en la multiplicación de los panes), puesto que todos
renuncian a todo y no les falta nada; más aún, buscando ante todo el Reino y la
justicia de Dios, se dan cuenta de que están puestos en una condición de
vida que, por ser conforme a la
voluntad del Padre, incluye también
las promesas; y todos juntos anticipan e1 tiempo en el que se extenderá el Reino de Dios sobre toda la tierra renovada y el hombre gozará de la paz
sobre el monte del Eterno.
Para nuestra Vida
El principio ético que, de entrada, plantea aquí
Jesús es tajante: "No podéis
vivir como esclavos de dos amos". El texto, en efecto, establece la relación entre el "amo" (kyrios)
y el "esclavo" (doulos) (Mt 6, 24 a). Y afirma, sin
restricción alguna, que no es posible que un mismo esclavo esté al servicio de dos amos. Conviene recordar que, en
el judaísmo del tiempo de Jesús, existía la esclavitud. Era más
mitigada que en otros pueblos, concretamente
era obligatoria sólo durante seis años (Ex 21, 2; Deut 15, 12; cf. Jn 8, 35) (J. Jeremías). Y el trato que
se daba a los esclavos judíos debía ser humanitario (Cf. Mt 10, 24-25; Jn 13,
16; 15, 20).
En
todo caso, el esclavo se compraba en el mercado y era propiedad del amo. De ahí la
fuerza de la frase de Jesús: "No podéis ser esclavos (douleúein) de Dios y del dinero".
El texto no se refiere a que la relación con Dios pueda ser una
relación de esclavitud, ya que el Dios de Jesús es siempre "Padre". La fuerza de esta
sentencia evangélica está en que quien
centra su vida en el dinero, lo que hace es constituir al dinero en amo, al tiempo que él mismo se vende como esclavo a
semejante dueño. Así, el codicioso, creyendo que es libre, en realidad
es un hombre que ha perdido su libertad. Y vive a merced de lo que mande el
mercado y sus turbias maniobras.
La
larga exhortación de Jesús a no vivir angustiados por la comida y el vestido debe interpretarse como una liberación del
"agobio", pero jamás como un abandono de la propia
"responsabilidad". Ahora, más que nunca, hay que urgir esa responsabilidad, no para atesorar, sino para producir. La "productividad" es la mejor puesta
en práctica de la "caridad". La profesión implica "la idea de
una misión impuesta por Dios" (M. Weber
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