LUNES, día 4
2
Pedro 1, 1-7
“… En vista de eso,
poned todo empeño en añadir a vuestra fe la honradez, a la honradez el
criterio, al criterio el dominio propio, al dominio propio la constancia, a la
constancia la piedad, a la piedad el cariño fraterno, al cariño fraterno el
amor…”
CLAVES para la LECTURA
- La segunda Carta de Pedro refleja una situación crítica
por la que pasó la Iglesia
de los primeros decenios del siglo II, tensa entre la exigencia de
profundización (también intelectual) en el mensaje cristiano, al amparo de
falsos maestros y falsas doctrinas, y el replanteamiento de la doctrina
tradicional sobre el retorno de Cristo, en una confrontación valiente con la
historia.
- El fragmento de hoy subraya, sobre todo, el primer
aspecto. Es la comunidad la que habla a todos los
creyentes en Cristo, «a cuantos por la
fuerza salvadora de nuestro Dios y Salvador Jesucristo han obtenido una fe de
tanto valor como la nuestra» (v. 1), y, por consiguiente,
también la gracia y la paz junto con las «valiosas y
sublimes promesas» (v. 4), que ahora -en Cristo resucitado-
hacen a los creyentes «partícipes de la
naturaleza divina» (v. 4). El cristiano es alguien que toma
conciencia del don recibido con una inteligencia agradecida o un «conocimiento» pleno y agradecido (el término
«conocimiento» aparece tres veces en estos pocos versículos), puesto que se
siente amado por Dios con un amor de predilección y decide ser coherente con la
gracia que actúa en él, una gracia más fuerte que «la
corrupción que las pasiones han introducido en el mundo» (v. 4).
- El pasaje presenta también las etapas intermedias y
finales de este recorrido que conduce de la fe a la «vida
honrada», como actitud constante que proporciona ánimo en las
dificultades; desde la vida honrada al «conocimiento»,
como apertura de la mente al esplendor de la verdad; del conocimiento al «dominio de sí mismo», fruto de la
participación en la vitalidad del Resucitado; del dominio de sí mismo a la «paciencia», que no es simple resignación,
sino fuerza en las pruebas y resistencia a las oposiciones externas; de la
paciencia a la «religiosidad sincera», es
decir, a la relación con Dios, verdadero centro y corazón de la vida del
creyente; de la religiosidad sincera al «aprecio fraterno»,
fruto natural de la intimidad afectiva con Dios, y de este aprecio a la «caridad», al ágape, al amor pleno e
iluminado, síntesis y punto de llegada de todo camino creyente.
CLAVES para la VIDA
- El autor de estas reflexiones (se esconde detrás del
nombre del apóstol Pedro) tiene un convencimiento y lo ofrece a todos los
seguidores del Señor Resucitado: “les ha cabido en
suerte una fe tan preciosa como a nosotros” (v. 1). Esto
es, la situación que viven es un DON inmenso y que realmente merece la pena;
las dificultades y los conflictos no hacen otra cosa que añadir un plus a ese
regalo recibido sin ningún mérito previo al don mismo. Es una convicción.
- Por medio del Bautismo, el cristiano entra a participar
plenamente de la nueva condición, hasta el punto de alcanzar algo impensable: “participamos del mismo ser de Dios” (v. 4);
el “a su imagen y semejanza” de la primera página
bíblica, alcanza una plenitud total; ahora el “mismo
ser de Dios” es la
realidad de la que disfruta el creyente. Claro
que esta nueva situación requiere todo un estilo de vida, en consonancia con la
llamada recibida. De ahí la necesidad de una “vida
honrada”, de un “conocimiento”,
etc… hasta llegar a un ágape fraterno que lo transforma
todo.
- Todo un estilo de ser y de vivir el que propone el
autor sagrado; también para nosotros, hoy y aquí. También
nosotros, sin mérito previo alguno, hemos sido introducidos en la nueva
realidad y la misma vida de Dios anida en nosotros. De ahí que profundizar
continuamente en ese “conocimiento” de Jesús y de su propuesta… ¡es toda una
tarea y consecuencia para cada uno de nosotros, seguidores, hoy, de su estilo
de vida y del don compartido! ¿Cómo lo sientes tú, hermano/a?
Evangelio:
Marcos 12, 1-12
“... Le quedaba uno, su hijo querido, y
lo envió el último, pensando que a su hijo lo respetarían. Pero los labradores
se dijeron: Éste es el heredero. Venga, lo matamos, y será nuestra la
herencia... La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra
angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente...”
CLAVES para la LECTURA
- Esta parábola de Jesús, si queremos comprenderla, hemos de leerla a la
luz de un doble fondo. En primer
lugar, un fondo literario, a saber: la alegoría de la viña de Is 5, 1-7. Con
ella, el profeta sintetiza toda la historia de Israel: por una parte, el asiduo
cuidado de Dios; por otra, el obstinado pecado del pueblo, una historia que no
puede continuar así indefinidamente y que acabará con un veredicto de condena («Le quitaré su cerca y servirá de pasto, derribaré su tapia y
será pisoteada»). Y, en segundo lugar, un fondo histórico: el
pueblo de Dios ha rechazado siempre a sus profetas. La parábola, leída desde
este doble contexto, se convierte en una interpretación de lo acontecido con
Jesús, rechazado por Israel y acogido por los paganos.
- Entre la suerte corrida por los profetas y la suerte corrida por Jesús
existe, pues, una lógica común, una continuidad. Pero existe también una profunda diferencia: Jesús no es
simplemente uno de los siervos, sino el Hijo amado, y su misión es la última.
Frente al canto de la viña de Isaías, la parábola se precia de una novedad
decisiva: Dios ha enviado a su Hijo, no sólo a los profetas; el pueblo ha
rechazado al Hijo, no sólo a los profetas. El dueño es paciente y se muestra
tan obstinado que incluso envía precisamente a su hijo. Espera hasta el final: «A mi hijo lo respetarán» (v. 6). Ahora bien,
su paciencia también tiene un límite, y no puede aceptar que la violencia de
los labradores continúe de manera indefinida.
- Si bien el tema principal de la parábola es cristológico, también va
unido a él el tema del juicio: la parábola se convierte en advertencia. Dios es fiel y paciente, pero no carece de verdad: los
labradores son castigados y la viña pasa a otros (v. 9). El juicio muestra que
Dios toma en serio la responsabilidad del hombre, su libertad. Y, sin embargo,
tampoco es aquí la amenaza, sino la esperanza, la última palabra: «La piedra que rechazaron los constructores se ha convertido
en piedra angular» (v. 10). Esta cita no pertenece a la
parábola, sino al comentario de la misma realizado por Jesús o por la
comunidad. Es una clara alusión a la resurrección y a la fidelidad de Dios: la
última palabra de la historia de Jesús no es el rechazo que padeció, sino la
intervención de Dios en solidaridad con su profeta. Y precisamente aquel a
quien los hombres han rechazado se transforma en instrumento de salvación. Dios
escoge a aquel a quien los hombres descartan.
CLAVES
para la VIDA
- Para captar todo el significado del
relato evangélico, es necesario que tengamos en cuenta que nos encontramos en
los últimos días de la vida de Jesús (según el evangelista Marcos); se
encuentra en Jerusalén y en una ruptura creciente con los representantes
oficiales de Israel. Es a ellos a quienes va
dirigida la parábola de los viñadores, de ahí sus planes de eliminarle, pues “veían que la parábola iba por ellos” (v. 12).
Jesús se muestra valiente en sus convicciones y seguro de los proyectos del
Padre y se mostrará convincente hasta el final.
- Y es que la oferta decisiva de Dios,
a favor de su pueblo, es rechazada. Jesús, el Hijo amado, es
la oferta. Pero Dios vuelve a ser rechazado, nada menos que en su Hijo, a quien
ni siquiera le respetan. Aquel que será “piedra angular”
(v. 10) por intervención directa del mismo Dios, se convertirá en instrumento
de salvación, pero pagándolo con su entrega, hasta el final. Una vez más la
lógica de Dios es muy diferente: Dios escoge a aquel a quien los hombres
descartan. ¡Paradojas de la... historia!
- ¡Parábola viva y directa la que se
nos ofrece en este día! Porque es seguro que no nos
encargamos nosotros de eliminarle y matarle, pero... ¡acaso tampoco le seguimos
con esa coherencia que se merece y que nos propone! Es verdad que somos sus
“viñas”, las que hemos recibido los cuidados más exquisitos (¡y ésta es mucha
verdad!); pero los FRUTOS que hayamos podido ofrecer... ¡Ahí está la cuestión!
Y es verdad que la fidelidad de Dios tiene una paciencia inmensa, pero exige
una respuesta positiva de acogida de esa “piedra angular”, que es el Hijo
amado. Aquí nos encontramos tú y yo, hermano/a. ¿Qué tal te sientes? ¿Cómo me
encuentro?
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