DOMINGO, día 10: CORPUS CHRISTI
Éxodo 24, 3-8
“... En aquellos días, Moisés bajó y
contó al pueblo todo lo que había dicho el Señor y todos sus mandatos, y el
pueblo contestó a una: Haremos todo lo que dice el Señor. Moisés puso por
escrito todas las palabras del Señor. Se levantó temprano y edificó un altar en
la falda del monte, y doce estelas, por las doce tribus de Israel. Y mandó a
algunos jóvenes israelitas ofrecer al Señor holocausto...”
CLAVES para la LECTURA
- El pasaje del libro del Éxodo que hemos leído hoy como primera lectura
es una página espléndida que describe la alianza del Sinaí y habla de la buena
disposición del pueblo para escuchar la Palabra de Dios. Las alianzas antiguas, entre pueblos o reinos vecinos, o
entre Dios y su pueblo, incluían una serie de ritos simbólicos que expresaban
la intención del corazón y la promesa de fidelidad al pacto establecido. Se
requería, a continuación, una afirmación explícita de la voluntad de mantener
la alianza.
- En la perícopa del Éxodo leemos, en primer lugar, que Moisés refiere al
pueblo la voluntad de Dios, y la respuesta unánime, afirmativa, de Israel en el
sentido de cumplir los mandamientos de Dios. En ese momento de fervor, impresionado aún por el
espectáculo de la misteriosa y terrible teofanía de su Dios, el pueblo acepta
escuchar la voz de Dios y cumplir sus mandamientos.
- Sin embargo, los antiguos, muy conscientes de la fragilidad del corazón
y de las buenas intenciones manifestadas en un momento determinado, quisieron
introducir, en el rito de la alianza, una ratificación externa, simbólica: la
de la aspersión con sangre tanto del altar como de las personas que establecían
la alianza. Moisés, intercesor y
mediador entre Dios e Israel, pretende unir a Dios y a su pueblo con el rito de
la aspersión de la sangre: la mitad de la sangre es derramada sobre el altar,
la otra mitad sobre el pueblo. Este gesto simboliza la recíproca fidelidad de
las partes, sancionada por la sangre de la misma víctima que las une. La
infidelidad de una de las partes supondría la ruptura de la alianza.
CLAVES
para La VIDA
- Aunque puede parecernos un tanto macabro el rito
utilizado para sellar la
Alianza , no podemos olvidar que la sangre es símbolo de la
vida y la vida es algo sagrado, que viene de Dios. Éste es
el contexto profundo y significativo de este pacto mutuo, donde tanto Dios como
el pueblo se comprometen a vivir en fidelidad: “cumpliremos
todo lo que ha dicho el Señor” (vv. 3. 7). La sangre “ata” esa
alianza.
- Este rito de la Alianza entre Dios y su
pueblo, teniendo como mediador a Moisés, adquiere su plenitud en la Nueva y Definitiva Alianza
que establece Dios con la humanidad en Cristo Jesús. De
hecho, las palabras del Sinaí y las dejadas por Jesús en el memorial de su
entrega y muerte en la
Eucaristía , casi son idénticas. “Mi” sangre: es la
diferencia: ya no es el sacrificio de los animales, sino la de su propio Hijo.
Dios lleva su Alianza hasta este punto. ¡No se puede pedir más en su fidelidad!
- ¡Nosotros participamos de este inmenso compromiso de
entrega y fidelidad! Ahora podemos entrar en
comunión con este Dios y lo hacemos por medio de su Hijo y es que ahora el
Mediador es Jesús, el Hijo amado y Hermano nuestro. ¡Todo ha llegado a su
plenitud! ¡PARTICIPA...!
Hebreos
9, 11-15
“... Pero Cristo ha venido como Sumo
Sacerdote de los bienes definitivos... se ha ofrecido a Dios como sacrificio
sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas,
llevándonos al culto del Dios verdadero...”
CLAVES para la LECTURA
- El autor de la carta ofrece sus propias reflexiones
sobre el sacerdocio de Jesús, esto es, sobre su facultad para hacer de camino
entre la humanidad y Dios. Eso no se ha realizado, como en
el Antiguo Testamento, penetrando en un lugar material, la tienda del templo de
Jerusalén, en cuyo interior había otro ámbito, el Santo de los santos, en el
que sólo se permitía entrar al sumo sacerdote una vez al año.
- Con Jesús, el culto cambia radicalmente: de exterior se convierte en
interior, porque Cristo entra una sola vez y para siempre en el santuario del
cielo, ofreciendo su cuerpo como ofrenda viva y agradable a Dios, obteniéndonos
la salvación con su sangre. Éste es
precisamente el precio del culto perfecto del que también nosotros hemos sido
hechos partícipes.
- En efecto, el sacrificio de Jesús, que se ha ofrecido en el Espíritu al
Padre como víctima pura, nos abre también a nosotros la posibilidad de entrar
en la fiesta trinitaria del don recíproco entre Padre, Hijo y Espíritu Santo. El culto ya no es un cúmulo de ritos externos, sino un
movimiento festivo de honor rendido y recibido entre las personas de la Santísima Trinidad.
CLAVES para la VIDA
- Algo ha cambiado radicalmente entre el Antiguo
Testamento y la realidad actual que se da en Jesús, el nuevo Sacerdote de la Alianza definitiva: antes
era cuestión de ofrecer numerosos sacrificios de expiación para lograr la
salvación; eran animales los que se ofrecían. Ahora,
Cristo, él mismo en persona, se ha ofrecido como holocausto al Padre, y así
alcanza plenamente el don de la salvación para sus hermanos.
- “Para que podamos
dar culto al Dios vivo” (v. 14), y es que ahora la ofrenda que
es posible ofrecer al Padre, es algo profundamente agradable a su corazón y a
su voluntad, como fue la ofrenda del mismo Jesús: la ofrenda de la propia vida
como el culto por antonomasia. Además, la mediación de Jesús
ante el Padre es constante, de ahí que la ofrenda a favor de los hermanos (como
Jesús mismo) es mucho más apropiada que los sacrificios de animales y que el
resto de ofrendas.
- Se me invita a asumir ese culto NUEVO y definitivo, al
estilo del mismo Jesús. Y es que el culto ya no es un
cúmulo de ritos externos; Jesús me invita a vivir en el culto agradable al
Padre, SIEMPRE a favor de los hermanos. Hacer de la vida una ofrenda; compartir
con el mismo Jesús la tarea de la
MEDIACIÓN a favor de los hermanos, ejerciendo vitalmente el
Sacerdocio, el más característico y propio que ejerció Jesús... ¡realmente todo
un estilo de ser y de vivir! ¡No lo debiéramos olvidar, hermano/a! Con todo, es
una tentación constante en nuestra vida: es más fácil quedarse en “lo externo”,
a veces en el “mero cumplimiento”, pero el corazón, el núcleo de nuestro ser,
queda al margen... ¡Tengamos cuidado!
Evangelio:
Marcos 14, 12-16. 22-26
“… Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la
bendición, lo partió y se lo dio, diciendo: Tomad y comed, ésta es mi carne… Y
cogiendo una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron. Y les dijo: Ésta es mi sangre, sangre de
la alianza, derramada por todos. Os aseguro que no volveré a beber del fruto de
la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el Reino de Dios…”
CLAVES
para la LECTURA
- En Marcos, la institución de la Eucaristía , celebrada
en el marco de la última cena de Jesús con sus discípulos, está tan ligada a la
muerte del Señor que es, además de una anticipación sacramental, también una
profecía de la misma. En efecto, Jesús, en la
intimidad del cenáculo y antes de su pasión, tanto con la palabra como con los
gestos, realiza lo que anuncia. El pan partido y la copa que ofrece a sus
discípulos, como requería la costumbre de la pascua judía, constituyen el
anuncio del nuevo pacto, sellado con su sangre, que, como «cordero sin mancha»,
ofrece por la salvación de todos.
- La última cena con sus discípulos tiene lugar en la fiesta de la Pascua. La Pascua es el paso de Israel -gracias a la
intervención liberadora de Dios- de Egipto, tierra de opresión e injusticia, a
la tierra prometida, espacio de libertad y justicia. No podemos separar la última cena de Jesús de la
pascua judía; ésta constituye, histórica y teológicamente,
su contexto.
- En el
relato de la institución de la
Eucaristía , sin alusión alguna
al cordero, que ocupaba el centro de aquella comida, el acento recae en los gestos y las palabras de Jesús. Estos
gestos y palabras nos han llegado envueltos en el ropaje de las reflexiones
comunitarias y, aun encontrándonos en el terreno firme de la historia, es
difícil poder remontarnos al acontecimiento en su tenor original. No obstante, el significado fundamental es
bien palpable. Jesús realiza el signo profético de lo que ha sido toda su vida
y de lo que está a punto de acontecer con su muerte: un pan que se comparte,
una existencia entregada y rota por todos. Es, pues, la explicación del
misterio de la encarnación y, en definitiva, la clave de lectura de toda la
historia de la salvación, historia de
donación y comunión.
- En esta cena tiene un puesto
destacado la copa de vino que hace pasar entre todos, contra el habitual vaso
individual. Las palabras del v. 25 son, sin duda, un
recuerdo histórico. Intuye muy cercano su fin y lo anuncia a los suyos: “Ya no beberé más del fruto de la vid”. Pero
incluso ahora sigue creyendo en el Reino y lo anuncia a los suyos: “Hasta el día aquel en que lo beba de nuevo en el reino de
los cielos”. La
despedida, aún siendo triste y dolorosa, está llena de esperanza; hay un
más allá, no puramente espiritual sino íntimamente vinculado con este mundo,
donde está el vino “que alegra el corazón humano”.
CLAVES
para la VIDA
- La reflexión que se nos propone en
este relato es realmente profunda: en el pan y en el vino entregados está la presencia de una vida vivida como don,
dada y rota por todos, que obliga necesariamente a tomar parte en ella. El
gesto que Jesús hace es profético-simbólico, pero recoge todo lo que él ha
hecho: él ha ido rompiendo el pan de su vida hasta la muerte. Ha compartido con
la gente su pan, su vida, su fe en el reinado del Padre. Ahora comparte su cuerpo-pan para la vida, y
su sangre será el sello de la
Alianza que constituya el nuevo pueblo de Dios.
- Es aquí donde se visualiza la NUEVA ALIANZA de Dios con la
humanidad, la definitiva. Es en el Hijo donde Dios sella
su compromiso perpetuo; y es en ese Hijo donde la humanidad encuentra a Dios
como una presencia única e irrepetible. Aquí todo se hace nuevo y definitivo:
la comunión se realiza en la entrega, en el servicio máximo de Jesús. De ahí
que Él se convierta en ese vínculo definitivo, con toda la carga que significa.
- Es muy importante que se nos diga en este Día del
Corpus Christi el significado y el marco que la Eucaristía tomó en los
gestos de Jesús: no es algo “piadoso”, para venerar; es muchísimo más. La
entrega de la vida; una vida hecha servicio, hasta el final… es el marco
apropiado y único. ¡Cuán lejos puede que estén de este marco muchas de nuestras
expresiones litúrgicas…! Recuperar, pues, toda la profundidad de la Eucaristía y de lo que
supone para Jesús y su planteamiento… ¡todo un quehacer y una inmensa necesidad
para mí, para nosotros, para nuestras comunidades! ¿Qué dices tú, hermano/a?
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