viernes, 22 de junio de 2012


SÁBADO, día 23

Primera lectura: 2 Crónicas 24,17-25
Muerto Yoyadá, los jefes de Judá vinieron a rendir homenaje al rey, que esta vez siguió sus consejos.  Abando­naron el templo del Señor, Dios de sus antepasados, y se pa­saron al culto idolátrico. Esto provocó la ira divina sobre Judá y Jerusalén. El Señor les envió profetas para ver si se volvían a él, pero no hicieron caso a sus advertencias. Zacarías, hijo de Yoyadá, sacerdote, movido por el espíritu de Dios, se presentó al pueblo y le dijo:
Esto dice Dios: ¿Por qué transgredís los mandamientos del Señor? Nada conseguiréis. Habéis abandonado al Señor, y el os abandonará a vosotros. Pero ellos se conjuraron contra Zacarías y, por orden del rey, le apedrearon en el atrio del templo del Señor.  Así pues, el rey Joás olvidó la lealtad de Yoyadá, padre de Zacarías, y mandó matar a su hijo, que dijo al morir: Que el Señor lo vea y te pida cuentas…

Las vicisitudes de los dos reinos hasta la caída de Samaria (721), preludio de la caída de Jerusalén, narra­da en 2Re 12-16, son recuperadas y completadas en clave teológica llegando a las páginas paralelas de 2 Cr (se trata de la única lectura de este libro en la liturgia ferial). Muerto el sumo sacerdote Yoyadá, vengador del yahvismo, el rey Joás, consagrado por él, cede a las ten­dencias sincretistas de los «jefes de Judá», de suerte que recae en la idolatría. La requisitoria del profeta Zacarías fue en vano, y lo mataron para vengarse. Esto trajo con­sigo el castigo divino, siempre siguiendo el riguroso principio de la retribución, que se expresa en la inva­sión siria y en la muerte del rey.

Evangelio: Mateo 6,24-34
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Nadie pue­de servir a dos amos, porque odiará a uno y querrá al otro, o será fiel a uno y al otro no le hará caso. No podéis servir a Dios y al dinero.
 Por eso os digo: No andéis preocupados pensando qué vais a comer o a beber para sustentaron o con qué vestido vais a cubrir vuestro cuerpo. ¿No vale más la vida que el alimento y el cuerpo que el vestido? Fijaos en las aves del cielo; ni siembran ni siegan ni recogen en graneros, y sin embargo vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mu­cho más que ellas? ¿Quién de vosotros, por más que se preocupe, puede añadir una sola hora a su vida? Y del ves­tido, ¿por qué os preocupáis? Fijaos cómo crecen los lirios del campo; no se afanan ni hilan, y sin embargo os digo que ni Salomón en todo su esplendor se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba que hoy está en el campo .v mañana se echa al horno Dios la viste así, ¿qué no hará con vosotros, hombres de poca fe? Así que no os inquietéis diciendo: ¿Qué comere­mos? ¿Qué beberemos? ¿Con qué nos vestiremos? Ésas son las cosas por las que se preocupan los paganos. Ya sabe vuestro Padre celestial que las necesitáis. Buscad ante todo el Reino de Dios y su justicia, y Dios os dará lo demás. No an­déis preocupados por el día de mañana, que el mañana trae­rá su propia preocupación. A cada día le basta su propio afán.
La última sección del capítulo 6 pone de relieve la alternativa frente a la que se encuentra el cristiano, una alternativa que implica la elección de su propio «amo»: Dios o el dinero (el original cita la palabra aramea mammona). La palabra mammona incluye la idea de ganancia, dinero y, por consiguiente, los bienes del hombre, aunque también «la codicia» con la que el hombre los busca y los posee (Ireneo de Lyon). Afanarse o andar preocupado (término que se repite seis veces en el original griego) por los bienes materiales es señal de «poca fe», una denuncia que se repite con frecuencia en la pluma de Mateo (8,26; 14,31; 16,8; 17,20), para in­dicar la escasa confianza en el poder y en la providencia divinos. La martilleante invitación a que no andemos preocupados es justificada con una serie de alusiones a las criaturas animales y vegetales. «Debemos entender estas palabras en su sentido más sencillo», observa Je­rónimo, «a saber: que si las aves del cielo, que hoy son y mañana dejan de existir, son alimentadas por la pro­videncia de Dios, sin que deban preocuparse por ello, con mayor razón los hombres, a quienes ha sido prometida la eternidad, deben dejarse guiar por la voluntad de Dios».
La expresión «Reino y su justicia» constituye un en­díadis; ambos términos están al servicio del cumplimien­to de la voluntad divina, que constituye el fundamento del Reino. El «buscad ante todo» parece sugerir el principio de la jerarquización de las necesidades y, por con­siguiente, de los bienes: en el primer puesto deben estar tus espirituales, que dan el sentido y su justo valor a los materiales. Estos últimos nos serán dados por añadidura. «Esta promesa se cumple en la comunidad de los hermanos, que multiplica los bienes (milagro moral bosquejado en la multiplicación de los panes), puesto que todos renuncian a todo y no les falta nada; más aún, buscando ante todo el Reino y la justicia de Dios, se dan cuenta de que están puestos en una condición de vida que, por ser conforme a la voluntad del Padre, incluye también las promesas; y todos juntos anticipan e1 tiempo en el que se extenderá el Reino de Dios sobre toda la tierra renovada y el hombre gozará de la paz sobre el monte del Eterno.
 Para nuestra Vida
El principio ético que, de entrada, plantea aquí Jesús es tajante: "No podéis vivir como esclavos de dos amos". El texto, en efecto, establece la relación entre el "amo" (kyrios) y el "esclavo" (doulos) (Mt 6, 24 a). Y afir­ma, sin restricción alguna, que no es posible que un mismo esclavo esté al servicio de dos amos. Conviene recordar que, en el judaísmo del tiem­po de Jesús, existía la esclavitud. Era más mitigada que en otros pueblos, concretamente era obligatoria sólo durante seis años (Ex 21, 2; Deut 15, 12; cf. Jn 8, 35) (J. Jeremías). Y el trato que se daba a los esclavos judíos debía ser humanitario (Cf. Mt 10, 24-25; Jn 13, 16; 15, 20).
           En todo caso, el esclavo se compraba en el mercado y era propiedad del amo. De ahí la fuerza de la frase de Jesús: "No podéis ser esclavos (douleúein) de Dios y del dinero". El texto no se refiere a que la relación con Dios pueda ser una relación de esclavitud, ya que el Dios de Jesús es siempre "Padre". La fuerza de esta sentencia evangélica está en que quien centra su vida en el dinero, lo que hace es constituir al dinero en amo, al tiempo que él mismo se vende como esclavo a semejante dueño. Así, el codicioso, creyendo que es libre, en realidad es un hombre que ha perdido su libertad. Y vive a merced de lo que mande el mercado y sus turbias maniobras.
            La larga exhortación de Jesús a no vivir angustiados por la comida y el vestido debe interpretarse como una liberación del "agobio", pero jamás como un abandono de la propia "responsabilidad". Ahora, más que nunca, hay que urgir esa responsabilidad, no para atesorar, sino para produ­cir. La "productividad" es la mejor puesta en práctica de la "caridad". La profesión implica "la idea de una misión impuesta por Dios" (M. Weber

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