domingo, 3 de junio de 2012


LUNES, día 4


2 Pedro 1, 1-7
“… En vista de eso, poned todo empeño en añadir a vuestra fe la honradez, a la honradez el criterio, al criterio el dominio propio, al dominio propio la constancia, a la constancia la piedad, a la piedad el cariño fraterno, al cariño fraterno el amor…”

            CLAVES para la LECTURA
- La segunda Carta de Pedro refleja una situación crítica por la que pasó la Iglesia de los primeros decenios del siglo II, tensa entre la exigencia de profundización (también intelectual) en el mensaje cristiano, al amparo de falsos maestros y falsas doctrinas, y el replanteamiento de la doctrina tradicional sobre el retorno de Cristo, en una confrontación valiente con la historia.
- El fragmento de hoy subraya, sobre todo, el primer aspecto. Es la comunidad la que habla a todos los creyentes en Cristo, «a cuantos por la fuerza salvadora de nuestro Dios y Salvador Jesucristo han obtenido una fe de tanto valor como la nuestra» (v. 1), y, por consiguiente, también la gracia y la paz junto con las «valiosas y sublimes promesas» (v. 4), que ahora -en Cristo resucitado- hacen a los creyentes «partícipes de la naturaleza divina» (v. 4). El cristiano es alguien que toma conciencia del don recibido con una inteligencia agradecida o un «conocimiento» pleno y agradecido (el término «conocimiento» aparece tres veces en estos pocos versículos), puesto que se siente amado por Dios con un amor de predilección y decide ser coherente con la gracia que actúa en él, una gracia más fuerte que «la corrupción que las pasiones han introducido en el mundo» (v. 4).
- El pasaje presenta también las etapas intermedias y finales de este recorrido que conduce de la fe a la «vida honrada», como actitud constante que proporciona ánimo en las dificultades; desde la vida honrada al «conocimiento», como apertura de la mente al esplendor de la verdad; del conocimiento al «dominio de sí mismo», fruto de la participación en la vitalidad del Resucitado; del dominio de sí mismo a la «paciencia», que no es simple resignación, sino fuerza en las pruebas y resistencia a las oposiciones externas; de la paciencia a la «religiosidad sincera», es decir, a la relación con Dios, verdadero centro y corazón de la vida del creyente; de la religiosidad sincera al «aprecio fraterno», fruto natural de la intimidad afectiva con Dios, y de este aprecio a la «caridad», al ágape, al amor pleno e iluminado, síntesis y punto de llegada de todo camino creyente.
             CLAVES para la VIDA
- El autor de estas reflexiones (se esconde detrás del nombre del apóstol Pedro) tiene un convencimiento y lo ofrece a todos los seguidores del Señor Resucitado: les ha cabido en suerte una fe tan preciosa como a nosotros (v. 1). Esto es, la situación que viven es un DON inmenso y que realmente merece la pena; las dificultades y los conflictos no hacen otra cosa que añadir un plus a ese regalo recibido sin ningún mérito previo al don mismo. Es una convicción.
- Por medio del Bautismo, el cristiano entra a participar plenamente de la nueva condición, hasta el punto de alcanzar algo impensable: participamos del mismo ser de Dios (v. 4); el a su imagen y semejanza de la primera página bíblica, alcanza una plenitud total; ahora el mismo ser de Dios es la realidad de la que disfruta el creyente. Claro que esta nueva situación requiere todo un estilo de vida, en consonancia con la llamada recibida. De ahí la necesidad de una vida honrada, de un conocimiento, etc… hasta llegar a un ágape fraterno que lo transforma todo.
- Todo un estilo de ser y de vivir el que propone el autor sagrado; también para nosotros, hoy y aquí. También nosotros, sin mérito previo alguno, hemos sido introducidos en la nueva realidad y la misma vida de Dios anida en nosotros. De ahí que profundizar continuamente en ese “conocimiento” de Jesús y de su propuesta… ¡es toda una tarea y consecuencia para cada uno de nosotros, seguidores, hoy, de su estilo de vida y del don compartido! ¿Cómo lo sientes tú, hermano/a?

Evangelio: Marcos 12, 1-12
“... Le quedaba uno, su hijo querido, y lo envió el último, pensando que a su hijo lo respetarían. Pero los labradores se dijeron: Éste es el heredero. Venga, lo matamos, y será nuestra la herencia... La piedra que desecharon los arquitectos es ahora la piedra angular. Es el Señor quien lo ha hecho, ha sido un milagro patente...”
             CLAVES para la LECTURA
- Esta parábola de Jesús, si queremos comprenderla, hemos de leerla a la luz de un doble fondo. En primer lugar, un fondo literario, a saber: la alegoría de la viña de Is 5, 1-7. Con ella, el profeta sintetiza toda la historia de Israel: por una parte, el asiduo cuidado de Dios; por otra, el obstinado pecado del pueblo, una historia que no puede continuar así indefinidamente y que acabará con un veredicto de condena («Le quitaré su cerca y servirá de pasto, derribaré su tapia y será pisoteada»). Y, en segundo lugar, un fondo histórico: el pueblo de Dios ha rechazado siempre a sus profetas. La parábola, leída desde este doble contexto, se convierte en una interpretación de lo acontecido con Jesús, rechazado por Israel y acogido por los paganos.
- Entre la suerte corrida por los profetas y la suerte corrida por Jesús existe, pues, una lógica común, una continuidad. Pero existe también una profunda diferencia: Jesús no es simplemente uno de los siervos, sino el Hijo amado, y su misión es la última. Frente al canto de la viña de Isaías, la parábola se precia de una novedad decisiva: Dios ha enviado a su Hijo, no sólo a los profetas; el pueblo ha rechazado al Hijo, no sólo a los profetas. El dueño es paciente y se muestra tan obstinado que incluso envía precisamente a su hijo. Espera hasta el final: «A mi hijo lo respetarán» (v. 6). Ahora bien, su paciencia también tiene un límite, y no puede aceptar que la violencia de los labradores continúe de manera indefinida.
- Si bien el tema principal de la parábola es cristológico, también va unido a él el tema del juicio: la parábola se convierte en advertencia. Dios es fiel y paciente, pero no carece de verdad: los labradores son castigados y la viña pasa a otros (v. 9). El juicio muestra que Dios toma en serio la responsabilidad del hombre, su libertad. Y, sin embargo, tampoco es aquí la amenaza, sino la esperanza, la última palabra: «La piedra que rechazaron los constructores se ha convertido en piedra angular» (v. 10). Esta cita no pertenece a la parábola, sino al comentario de la misma realizado por Jesús o por la comunidad. Es una clara alusión a la resurrección y a la fidelidad de Dios: la última palabra de la historia de Jesús no es el rechazo que padeció, sino la intervención de Dios en solidaridad con su profeta. Y precisamente aquel a quien los hombres han rechazado se transforma en instrumento de salvación. Dios escoge a aquel a quien los hombres descartan.
          CLAVES para la VIDA
- Para captar todo el significado del relato evangélico, es necesario que tengamos en cuenta que nos encontramos en los últimos días de la vida de Jesús (según el evangelista Marcos); se encuentra en Jerusalén y en una ruptura creciente con los representantes oficiales de Israel. Es a ellos a quienes va dirigida la parábola de los viñadores, de ahí sus planes de eliminarle, pues veían que la parábola iba por ellos (v. 12). Jesús se muestra valiente en sus convicciones y seguro de los proyectos del Padre y se mostrará convincente hasta el final.
- Y es que la oferta decisiva de Dios, a favor de su pueblo, es rechazada. Jesús, el Hijo amado, es la oferta. Pero Dios vuelve a ser rechazado, nada menos que en su Hijo, a quien ni siquiera le respetan. Aquel que será piedra angular (v. 10) por intervención directa del mismo Dios, se convertirá en instrumento de salvación, pero pagándolo con su entrega, hasta el final. Una vez más la lógica de Dios es muy diferente: Dios escoge a aquel a quien los hombres descartan. ¡Paradojas de la... historia!
- ¡Parábola viva y directa la que se nos ofrece en este día! Porque es seguro que no nos encargamos nosotros de eliminarle y matarle, pero... ¡acaso tampoco le seguimos con esa coherencia que se merece y que nos propone! Es verdad que somos sus “viñas”, las que hemos recibido los cuidados más exquisitos (¡y ésta es mucha verdad!); pero los FRUTOS que hayamos podido ofrecer... ¡Ahí está la cuestión! Y es verdad que la fidelidad de Dios tiene una paciencia inmensa, pero exige una respuesta positiva de acogida de esa “piedra angular”, que es el Hijo amado. Aquí nos encontramos tú y yo, hermano/a. ¿Qué tal te sientes? ¿Cómo me encuentro?

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