lunes, 23 de julio de 2012


MARTES, día 24

Mi 7,14-15.18-20: Arrojaré a lo hondo del mar todos nuestros delitos.

Pastorea a tu pueblo con el cayado, a las ovejas de tu heredad,
a las que habitan apartadas en la maleza, en medio del Carmelo.
Pastarán en Basán y Galaad como en tiempos antiguos;
como cuando saliste de Egipto y te mostraba mis prodigios.
¿Qué Dios hay como tú, que perdonas el pecado y absuelves la culpa al resto de tu heredad?
No mantendrá por siempre la ira, pues se complace en la misericordia.
Volverá a compadecerse y extinguirá nuestras culpas, arrojará a lo hondo del mar todos nuestros delitos.
Serás fiel a Jacob, compasivo con Abrahán, como juraste a nuestros padres en tiempos remotos.


Evangelio: Mateo 12, 46-50


“... Estaba Jesús hablando a la gente cuando su madre y sus hermanos se presentaron fuera, tratando de hablar con él. Uno se lo avisó: Oye, tu madre y tus hermanos están fuera y quieren hablar contigo. Pero él contestó al que le avisaba: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y señalando con la mano a los discípulos, dijo: Éstos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de mi Padre del cielo, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre...”

CLAVES para la LECTURA

- Jesús estaba hablando a la gente cuando llegan sus familiares a hablar con él. Y Jesús, al plantear la cuestión de quiénes son sus parientes, declara la condición de los nuevos vínculos de los que son engendrados de Dios, y no de la carne y de la sangre (Jn 1, 13): la escucha y la puesta en práctica de su Palabra.

- Los fariseos y los maestros de la Ley, que no creen en Él, quedan encerrados en la búsqueda de un signo y no se dan cuenta de que está presente la realidad misma, mucho mayor que cualquier signo (Mt 12, 38-42). Los discípulos, que escuchan su Palabra, se abren a la comunión más profunda posible con Él, según la experiencia humana: la que mantenemos con nuestra madre y nuestros consanguíneos.

- Jesús mismo es la Palabra: quien le recibe llega a ser en Él hijo del Padre. Hacer la voluntad del Padre es la condición que debe cumplir el hijo auténtico; como Él, que ha venido al mundo no para hacer su propia voluntad, sino la del Padre, que le ha enviado (Jn 6, 38). Al decir esto, pone Jesús de relieve la grandeza de su madre, María, que lo engendró según la carne precisamente haciéndose discípula, acogiendo la voluntad del Padre: «Aquí está la esclava del Señor, que me suceda según dices» (Lc 1, 38).

CLAVES para la VIDA

- Este sencillo relato nos plantea, sin duda alguna, una de las claves de vida de Jesús: libre de toda atadura, incluso familiar (de significación especial en aquella cultura), Jesús se siente abierto completamente a la nueva realidad, no vinculada ya a la carne y sangre, sino surgida desde la oferta de Dios y realizada en la acogida abierta al proyecto del Padre. Ya no es la Ley, ni la pertenencia a un pueblo lo que prima, sino...  la apertura al don de Dios.

- La clave para entender la vida es: “cumplir la voluntad del Padre del cielo...” (v. 50). El mismo Jesús siente su vida en estrecha vinculación con el Padre y su proyecto; de ahí que es capaz de proponer esta clave como señal para su seguimiento y para pertenecer a la nueva condición, a la NUEVA FAMILIA. Aquí radica también la grandeza de María como la que ha asumido plenamente el querer de Dios (Lc 1, 38).

- Se me ofrece la posibilidad de participar de esta nueva realidad, de la nueva familia. Y...  ¿cuál es la condición? Acoger a Jesús como Palabra definitiva de Dios y de su voluntad, y caminar tras sus huellas. Así se pertenece a un nuevo status. María es todo un MODELO de esta nueva situación, también para mí. “Habla, Señor, que tu hijo escucha”, puede ser la hermosa plegaria.

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